XXXIII. Anselmo fue sorprendido al llegar el sábado a la parroquia.

XXXIII.


Anselmo fue gratamente sorprendido al llegar el sábado a la parroquia. Había imaginado que la encontraría descuidada, con polvo en las bancas de la iglesia, seco el jardín de la casa parroquial. En cambio estaba todo más cuidado de lo que él con su trabajo lograba mantenerla. De ello se había encargado un grupo de vecinos que, al enterarse de su llegada, lo fueron a saludar y celebraron con él su regreso.

Anselmo se alegró especialmente cuando varios feligreses fueron a saludarlo. Le contaron que los domingos a la hora de la misa habían continuado reuniéndose muchos y que, motivados y dirigidos por Antonella, leían trozos de los Evangelios y los comentaban en grupos. Anselmo les contó muchas cosas de su viaje, especialmente lo que había visto y admirado en Roma. También les dijo que no sabía qué decidirían en la Congregación para la Doctrina de la Fe, por lo cual no estaba seguro de que continuaría siendo el párroco.

Finalmente, cansado del viaje y de la recepción que le hicieron, se fue a dormir sin preparar el sermón del día siguiente.

Alertados del regreso del sacerdote los feligreses llegaron temprano a la celebración de la misa. Anselmo los recibió en el ingreso del templo, igual como lo venía haciendo desde que fue nombrado párroco. Cuando vio llegar a Antonella con el Toño y con Vanessa los detuvo, y después de saludarlos afectuosamente conversó brevemente con ellos.

Quiero pedirles – les dijo – que a la hora de las lecturas y del sermón hagan como hicieron durante mi ausencia.

Pero padre Anselmo. Eso fue porque usted no estaba.

Fue perfecto, y quiero que siga así. Además, todavía no sabemos si continuaré siendo párroco, hasta que no lo decidan en el Vaticano.

Antonella asintió. Anselmo les dijo:

Quisiera conversar con ustedes y con Alejandro. ¿Cuándo puede ser?

Si quiere, padre, mañana en la tarde viene a tomar un te con nosotros.

Perfecto. Ahí estaré.

Entonces vengo a buscarte en la moto – afirmó Vanessa. – ¿Como a las tres está bien?

De acuerdo. Ahora entremos que es la hora de empezar la misa.

Al momento de las lecturas Antonella tomó el libro, lo abrió y leyó.

Del Evangelio de Mateo. Dijo Jesús: El reino de los cielos es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. Aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan en sus ramas. Les contó otra parábola más: El reino de los cielos es como la levadura que una mujer tomó y mezcló en una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa.

Anselmo se adelantó y bajando de las gradas dijo:

– Hagamos como hicieron ustedes en mi ausencia. Formemos grupos de cinco o seis y conversemos sobre estas parábolas.

La misa terminó más tarde de lo acostumbrado; pero todos salieron contentos de tener de regreso al sacerdote y de haber intervenido comentando algo en los grupos.


 

* * *


 

El lunes, cuando faltaban cinco minutos para las cuatro de la tarde, Anselmo pensó que era hora de llamar a Vanessa para saber si vendría o no a buscarlo. Iba a hacerlo cuando escuchó detenerse la moto en la puerta.

– Hola, Anselmo. Ya llegué, disculpa el atraso. ¿Vamos?

Anselmo subió al asiento de atrás, se afirmó en los hombros de Vanessa y se dispuso a partir.

– Agárrate firme de mi cintura, que vamos a galopar – le dijo Vanessa.

Desde la ventana de la casa de enfrente una mujer los vio partir. Tenía ya algo que comentar con sus amigas que llegarían pronto a jugar canasta.

En la granja los esperaban Alejandro, Antonella y el Toño que habían preparado una recepción familiar con café, jugos y pasteles. Ya sentados a la mesa Anselmo quiso ante todo explicar a Vanessa lo que había hecho con el dinero que ella puso en su cuenta.

– Aparte de comprar el IAI, gasté parte de tu dinero visitando museos. También me compré un chaleco, un pantalón y un abrigo, porque no fui preparado para el frío que hacía allá. Y me compré un par de zapatos, porque a los míos les entraba el agua con las lluvias. Y gasté algo en comida. Vanessa, fue muy útil tu ayuda, que me sirvió y te agradecí mucho estando allá. Aún así, todavía queda bastante dinero que devolverte.

– Olvídalo, Anselmo. Eres bien pájaro ¿sabes? Te dije que fue un regalo.

– Gracias, amiga. Creo que lo voy a aceptar por un tiempo, porque todavía no sé si continuaré en la parroquia. Y si me suspenden, tendré que buscar otro trabajo y no es tan fácil.

– Si te quedas sin trabajo le pido a Eliney que te dé un empleo en la Colonia Hidalguía. Sigo siendo socia ¿sabes? y sé que siempre están contratando trabajadores. Pero ¿es que te pueden echar de la parroquia?

– Pueden, pero en verdad espero que no suceda.

– Yo también quiero que no te echen, porque sé que te gusta ser cura ¿verdad?

– Verdad, Vanessa. Me gustaría seguir siendo cura y párroco en El Romero. Creo que es mi vocación; pero ahora no depende de mí.

– ¿Cuándo vamos a saber? – intervino Antonella.

– No tengo idea de lo que demoran estas cosas allá en el Vaticano. Espero que sea pronto.

– ¿Cómo fue eso? – quiso saber Vanessa. – ¿Te hicieron una encerrona? ¿Te preguntaron cosas que no sabías? ¿Te interrogaron con un foco apuntándote a la cara? ¿Te defendiste bien?

Anselmo sonrió.

– No, Vanessa. Fueron conversaciones tranquilas; preguntas que me hizo un teólogo para conocer lo que pienso sobre asuntos de la Iglesia. Todo muy correcto, muy fraterno en verdad.

Alejandro no se mostró tan contento como los otros que lo escucharon decir eso. Mostrando su preocupación expresó:

– Mmm! Espero que con Kádenas no sean tan fraternos. ¿Supiste algo sobre nuestra denuncia?

– Sí. Eso es lo que quería contarles. Supe varias cosas importantes. La primera cosa que supe es que se abrió una investigación formal contra él por nuestra denuncia. Eso es importante. Quiere decir que la llamada "investigación previa" que se hace para decidir si la denuncia es verosímil, determinó que el caso merecía ser investigado a fondo. De hecho, conocí al Procurador de Justicia que lleva la causa, y al Patrono, que oficia de defensor de Kádenas. Los conocí porque una vez me interrogaron. Por cierto, yo confirmé todo lo que había declarado en el escrito. Supe también que Hernando Kádenas fue llamado al Vaticano. Lo vi a lo lejos pasearse por los jardines y calles interiores. Me dio la impresión de que está preocupado, nervioso. Pero es solamente mi impresión, porque no hablé ni estuve cerca de él.

– ¿Olfateas algo de lo que puede pasar? – le preguntó el Toño.

–Mi olfato, Antonio, no me permite decir mucho. Solamente que después de estar allá y conocer lo que pude conocer, tengo la impresión de que en la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es el organismo que recibe e investiga las denuncias, trabajan personas serias y rigurosas. No sé decir nada más. Tendremos que esperar.

– Esperemos que no demoren demasiado – comentó Alejandro. – Porque aquí las cosas están peor. Según nos informó Raimundo Cuevas, es probable que el Fiscal a cargo archive nuestra denuncia.

Alejandro procedió enseguida a contarle a Anselmo todo lo que habían sabido y realizado en su ausencia. Cómo intentaron y finalmente lograron hablar con Gerardo y con su padre, la negativa de ellos y la decisión de no abrir el tema en forma pública. Terminó diciendo:

– ¿Será que la investigación eclesiástica haga más justicia que los Tribunales civiles? En fin, tenemos que esperar. Por lo menos sabemos que Gerardo se encuentra a salvo por el momento.

Vanessa cambió el tema de conversación al preguntar a Anselmo

– Ya. Ahora cuéntanos más de tu viaje. De Roma. Además de la Plaza Navona ¿qué conociste allá?

– Sí. ¡Cuéntanos todo! – exclamó el Toño.

La conversación continuó distendida hasta que, comenzando a oscurecer, Anselmo dijo que era hora de partir. Vanessa confirmó:

– Te llevo de una carrera. Y de ahí me iré directo a Hidalguía, que Eliney debe estar deseoso de que esté con él. Fue todo muy rico. ¡Hasta pronto!


 

* * *


 

Quince días después el padre Anselmo fue llamado por su obispo don Ruperto.

– Le tengo noticias, padre Anselmo.

– Le escucho, monseñor. ¿Del Vaticano?

– Sí. Llegó la resolución de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

– Estoy deseoso de saber qué resolvieron, monseñor.

– Bien, entonces le leo la parte pertinente de la comunicación que me llegó. Dice aquí, comillas: No se ha encontrado motivo suficiente para declarar que el sacerdote haya incurrido en herejía. Por ello podrá continuar ejerciendo el Sagrado Ministerio según la forma y donde el Excelentísimo señor Obispo determine. Sin embargo, algunas afirmaciones que hace el sacerdote objeto de la investigación canónica, son preocupantes, en cuanto pueden confundir a las almas piadosas y de menor formación. En razón de ello se recomienda que el Excelentísimo señor Obispo mantenga estrecha vigilancia de la predicación que el sacerdote realice, y le recomiende que estudie y medite la doctrina de la Santa Iglesia, especialmente en lo que se refiere a los Santos Sacramentos. Fin de comillas. ¿Qué le parece padre Anselmo.

– Qué quiere que le diga, monseñor. Me parece razonable. Sólo me cabe esperar su determinación.

– Mire Anselmo. Tengo tan pocos sacerdotes que solamente me cabe decirle que continúe usted su labor. Si la Congregación para la Doctrina de la Fe no lo ha castigado, tampoco lo haré yo, que en cuestione de doctrina le confieso que no soy tan versado. En fin, determino la recomendación de que lea el Catecismo de la Santa Iglesia Católica. Pero hay otras dos cosas que me preocupan.

– Diga usted, monseñor.

– La primera es que supe que el domingo pasado usted no predicó, sino que en la hora de la Palabra, después de la lectura, animó a los feligreses a conversar en pequeños grupos. ¿Acaso conoció algo así en Roma?

– No monseñor. Se me ocurrió porque durante mi ausencia los laicos de la parroquia continuaron reuniéndose y realizando de ese modo la liturgia de la palabra.

– Mmm. Está bien; pero no olvide que el sacerdote es el Ministro encargado de enseñar la fe.

– Al menos – replicó Anselmo sonriendo – nadie podrá decir que prediqué alguna herejía.

– No bromee usted conmigo, padre Anselmo.

– Sin embargo, monseñor, en la confusión en que se encuentra nuestra Iglesia, que es también doctrinaria, dejar que el pueblo de Dios busque, reflexione, interprete a partir del Evangelio ¿no es acaso un camino de salida? ¿No ha pensado que acaso sea el pueblo de Dios el que podrá re-evangelizarnos, a los que no hemos sabido comprender el mensaje de Jesús y que lo hemos mal interpretado y distorsionado?

– Lo que creo, Anselmo es que usted es excesivamente osado. Y hay otra cosa que me preocupa, incluso más que eso.

– Le escucho, monseñor.

– Sucede que me llegaron rumores de que usted se pasea en moto con una jovencita buenamoza. ¿Es verdad eso?

– Pues, sucede que fui a una reunión con una familia en una granja campesina, lejos de la parroquia. Y esa joven, que es una señora casada, me llevó hasta allá y me regresó después a la casa parroquial. Nada malo, monseñor, se lo aseguro.

– Está bien, le creo. Pero debe usted tener más cuidado, y recordar aquello de que la mujer del César no sólo debe ser honesta sino también parecerlo.

– De acuerdo, monseñor, aunque en nuestra Iglesia pasa más que algunos curas lo parecen pero no lo son. A propósito, monseñor ¿considera adecuado que me compre una bicicleta?

– Es asunto suyo, Anselmo. Pero dígame ¿de donde sacará el dinero?

– Sucede, monseñor, que esa misma señora que me llevó en la moto, me regaló un dinero cuando viajé a Roma. Fue providencial, créame, monseñor, porque allá lo hubiera pasado muy mal sin esa plata. Y ahora, cuando quise devolverle lo que me quedó, no lo aceptó.

– Mmm. Bien, cómprese la bicicleta que quiere. Así no tendrá que pasearse por ahí en moto con una mujer. Pero tenga cuidado usted, que las mujeres son peligrosas, usted debiera saberlo.

– ¿Peligrosas?

– Peligrosas para los curas, digo. No me gustaría saber que usted sea el siguiente sacerdote de mi diócesis que pide dispensa y reducción al estado laical para casarse con una mujer que lo sedujo.

– No se preocupe, monseñor. Le aseguro que me voy feliz de saber que puedo continuar ejerciendo el sacerdocio en la parroquia de El Romero.

– Vaya, pues, en paz, Anselmo. Dios lo bendiga.


 

* * *

Transcurrió un mes entero sin novedades. Anselmo continuó celebrando la misa dejando que la lectura bíblica fuera comentada en grupos, y limitándose él a dar su opinión en un grupo diferente cada domingo. Si el obispo no se lo había prohibido, entendió que podía continuar haciéndolo, y con muy buen resultado, pues ahora eran menos los fieles que dejaban de asistir por causa del mal tiempo o por cualquier otro motivo

Un sábado, al regresar de un trabajo comunitario de mantención de una plaza, que había sido afectada por fuertes vientos que hicieron caer una enorme rama que destruyó varias instalaciones de juegos infantiles, Anselmo se encontró con una gran sorpresa. Paseándose entre la iglesia y la casa parroquial estaba Benito Orsini, que había dejado una maleta en la escalinata del templo.

– ¡Esta sí que es una sorpresa grande! – exclamó Anselmo. Sea muy bienvenido, monseñor.

Se abrazaron igual que la última vez que se vieron en Roma.

– Pasemos dentro, monseñor. ¿Qué lo trae por acá?

– Quedamos en que no me dirías monseñor, Anselmo, y que nos trataremos como hermanos.

– De acuerdo, Benito. Voy por tu maleta.

Entrando a la casa parroquial, Benito Orsini explicó a Anselmo lo que había ocurrido.

– Desde que te fuiste pasaron muchas cosas, Anselmo. Lo primero fue que Hernando Kádenas fue suspendido del Ministerio. Es la pena máxima, la que corresponde a un delito tan grave como el de pedofilia, que ustedes denunciaron. Parece que había varias denuncias anteriores. No se ha informado oficialmente, pero te lo puedo adelantar. No te sabría decir qué hará ni qué será de él; pero a la parroquia de La Reina no volverá.

– Esa es una muy buena noticia, Benito. Mucha gente se alegrará, aunque seguramente causará gran revuelo cuando se sepa.

– Sí. Es por eso que no se ha dado la noticia y que se tomarán su tiempo antes de informar. Lo otro, Anselmo, es que yo pedí dejar de servir en la Congregación para la Doctrina de la Fe. Solicité ser trasladado a alguna actividad pastoral, con la gente. Fue conversando contigo que me di cuenta de que me estaba encerrando en un ambiente frío, intelectualizado y sin contacto con la gente. Y ¿sabes lo que hicieron? Me nombraron párroco en la Basílica de La Reina. La de Kádenas, Benito, ¿te das cuenta?

Me parece increíble, extraordinario en verdad.

Pues, yo estoy muy asustado. Hace mucho tiempo que no cumplo tareas pastorales. Me cuesta el contacto con la gente. No conozco este país, su cultura, su gente. Y esa parroquia, Benito, por lo que me he informado, será sumamente difícil asumirla después del prestigio que adquirió Kádenas, y después de su castigo, que no sabemos cómo será recibido. Por eso, amigo, me vine hasta aquí. Tengo quince días disponibles antes de asumir, y quiero pedirte, Anselmo, que me ayudes. Quiero verte trabajando, quiero aprender todo lo que puedas enseñarme.

Las siguientes fueron dos semanas intensas. Benito Orsini acompañó al padre Anselmo en todas sus actividades. Visitas a las familias, reuniones de comunidades, asambleas en la Cooperativa, compras en las tiendas, misas, celebraciones litúrgicas y sacramentales, atención de feligreses, orientaciones matrimoniales, actividades ecuménicas junto a comunidades cristianas evangélicas no católicas y de otras religiones. Lo llevó a conocer los Campos de El Romero Alto y sus granjas, la Colonia Hidalguía y sus proyectos; las escuelas, el hospital y la cárcel. Incluso viajaron hasta la Reserva de la Biósfera en la montaña. Conversaron mucho con Alejandro, Antonella y el Toño; con Vanessa y Eliney; con don Manuel, doña María y sus hijos; con Rodrigo y Cecilia y los profesionales que trabajaban en la cuenca; con Rigoberto Sandoval, Onorio Bustamante, Juan Carlos Osorio y Rudolf Kurnov; con Andrea Rosmini y las demás chicas que trabajaban en el Centro de Cosmética, Terapias Alternativas y Bio–danza; y con las personas que llegaban a la parroquia por los más diversos motivos. Y hubo largas conversaciones entre los dos curas amigos.

Al terminar las dos intensas semanas, Benito Orsini partió a hacerse cargo de la Basílica de La Reina y de su parroquia. Se sentía un poco, pero sólo un poco, más seguro.


 

TRES AÑOS DESPUÉS


 

Te encontré, mi viejo cuaderno. Te quedaste escondido y abandonado detrás de los libros que fui juntando estos años, y entre los tantos cuadernos de apuntes y tareas de mis años escolares.

Leyendo lo que escribí en ese tiempo, cuando tenía sólo catorce o quince años, me sorprende lo que pensaba siendo todavía un niño, un adolescente. Ahora tengo dieciocho años, y si en ese tiempo la pregunta por lo que sería cuando grande expresaba una aspiración o deseo, se me presenta ahora con la urgencia de tener que tomar decisiones importantes porque soy mayor de edad.

¿Qué quiero ser, ahora que ya soy grande y libre de decidir sobre mis estudios, profesión y trabajo? Ahora es el momento de tomar una decisión que marcará mi vida. Sé que después tendré que tomar otras decisiones igual o todavía más importantes. ¿Buscar y encontrar una compañera para compartir la vida, o mantenerme soltero para entregarme entero a una vocación que exija poner en ella todo mi amor, mi tiempo y atención? Siento que soy libre para decidir en qué lugar del planeta, en qué territorio habitar; si en el campo o en la ciudad; o incluso podría no instalarme en ninguna parte y ser un viajero que peregrina por el mundo. En el trasfondo de todas estas preguntas está la cuestión esencial: ¿Qué voy a hacer con mi vida, en mi vida? ¿Qué quiero ser?

Pero es curioso lo que me pasa. Siento que soy libre para decidir sobre todo lo que me concierne. Y sin embargo, siento también que en lo más hondo de mi conciencia, de mi ser, hay una realidad superior a mí que me llama, que me indica el camino a seguir. Pero esa realidad que me convoca, o sea, que me señala una vocación, no es algo distinto de mí mismo. Es como una dimensión más profunda de mi propio ser; algo que está más allá de mi mente que piensa y siente y decide, pero que es parte esencial de lo que soy. A esa voz interior, sutilísima pero real y consistente, que me habla en el silencio, siento que quiero y pienso que debo prestarle atención, escucharla y seguir lo que me diga.

He estado estos días concentrado, en silencio, escuchando esa voz interior. Lo que me dice, o lo que me digo a mí mismo desde ahí dentro, son tres palabras que se repiten sin cesar: “Busca la Verdad”. Eso de buscar la verdad es un mensaje claro y directo; pero la voz se calla enseguida y no explica de qué verdad se trata, ni dónde y de qué modo encontrarla. Entonces mi mente se vuelve sobre la primera de las tres palabras, sobre el verbo buscar, que me indica la acción que realizar; la actividad que me debiera definir. Ese verbo me orienta a ser un buscador, alguien que se formula preguntas, que investiga en la realidad, que persigue el conocimiento. Y ello se conecta con lo que me motiva y entusiasma cada día, con lo que más me gusta, con lo que me produce las mayores satisfacciones, que es leer, estudiar, explorar, investigar. Saber lo simple y lo complejo que sucede en el universo; descubrir lo que hay en la naturaleza, en la sociedad y en la historia; indagar en la mente humana y en mi propio mundo interior. Develar lo que está detrás de lo aparente. Comprender la realidad, lo que existe, el ser. Conocer a Dios, si es posible.

Cuando puedo, voy a la Reserva de la Biósfera y me encuentro con Jaime González que me enseña sobre el cosmos, las energías físicas y las teorías cuántica y de la relatividad. También allá converso con Rodrigo Huerta y Cecilia Campos que saben de ecología y de conservación de la bio-diversidad. En la Colonia me encuentro con Eliney Linconao, que conoce las tradiciones mapuches y que es experto en biología y evolución. A veces logro hablar con Rudolf Kurnov, experto en electrónica e informática. Vanessa me ha enseñado mucho sobre la salud, la sexualidad y el cuidado personal. En la Cooperativa, don Manuel me enseña sobre los cultivos y las crianzas, y de doña María he aprendido a preparar comidas exquisitas con productos del campo. Tathagata tiene siempre algo interesante que comunicar, con pocas palabras y mucha poesía. Y por supuesto mis padres. Alejandro me enseña de todo un poco, pero sobre todo de economía y de organización social y cooperativa. Antonella creo que es la persona que más sabe de humanidad, de literatura y de religión. Los dos me enseñan todo el tiempo, de todo lo que saben, por su experiencia y por sus estudios, que es mucho. Yo lo absorbo todo como una esponja, y pienso por mi cuenta, relacionando unos conocimientos con otros y buscando también aplicarlos en la práctica y en la vida.

El padre Anselmo, al que le cuento todo esto y que también se interesa en el conocimiento de todo, me dice que tengo vocación de filósofo. Sostiene que la filosofía es la más noble, la más elevada, la más santa vocación a la que puede ser llamada una persona. Dice que la búsqueda del conocimiento y de la verdad en todo campo, en toda su amplitud y en todos sus niveles de profundidad, es la principal y más importante actividad del espíritu humano. Sostiene que del conocimiento verdadero depende que todas las demás actividades, tanto individuales como sociales, se orienten y encaminen correcta y ordenadamente hacia el bien. Si el conocimiento es la más elevada actividad, obra y realización del espíritu, aportar conocimientos verdaderos, amplios y profundos, es la mayor contribución que puede yo hacer a la humanidad. Me dice también Anselmo que el cultivo de la ciencia y de la filosofía nos conecta con los más elevados, refinados y fecundos hombres y mujeres que han existido. Afirma que la sabiduría, que es el ápice y la cúspide del conocimiento, es un camino real hacia la unión con Dios, que todo lo conoce, que todo lo sabe, que todo lo comprende, y que es la Verdad misma.

Leyendo ahora eso de querer ser santo que escribí cuando era muchacho, me digo que sí, que aspiro ir siempre hacia lo mejor, hacia la mayor perfección que pueda estar a mi alcance, creciendo en el amor a Dios, al prójimo y a mí mismo. Y no he desechado la idea de ser sacerdote; pero esto lo dejo ahí, entre paréntesis, siguiendo el consejo Anselmo que me dijo una vez que sobre eso vuelva a pensar cuando tenga veintiocho, después de haber experimentado lo bueno y lo malo que me depare la vida.


FIN

 

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