III. La semana siguiente a la misa de reapertura de la iglesia

III.


La semana siguiente a la misa de reapertura de la iglesia el padre Anselmo trabajó poco y pensó mucho. No tenía ánimos para visitar a los feligreses ni para organizar actividades pastorales. Sentía la necesidad de revisar sus creencias y de renovar el espíritu. Don Ruperto lo había nombrado oficialmente como párroco, y no estaba seguro de cumplir, estando solo, con las responsabilidades del cargo. Cuando se lo dijo al obispo, éste se limitó a replicar que no contaba con suficientes sacerdotes en la diócesis, y que confiaba en él.

Los pensamientos de Anselmo eran realistas. Después de la gran devastación ambiental y del derrumbe de la economía moderna, la vida se había puesto extremadamente difícil para los sobrevivientes. En esas condiciones las ideologías que antaño pregonaban una sociedad justa y una vida feliz para todos no tenían credibilidad, y la carencia de sueños, utopías y esperanzas era algo que desgarraba el alma de las personas y empequeñecía las aspiraciones del pueblo. Anselmo sentía que si algo podía ofrecer la religión, era la esperanza; pero ésta debía ser verdadera y no ilusoria. Se le ocurrió que algo relevante del cristianismo era no esperar la venida de un salvador, porque éste ya había llegado. Entonces, la única esperanza que podía animar a los cristianos y darles fuerzas para seguir luchando, debía encontrarse en ellos mismos y provenir solamente de un cambio en los modos de pensar, de sentir, de relacionarse y de vivir, que motivara al compromiso y a la acción. Somos nosotros, las personas, el pueblo, quienes tenemos que asumir la misión salvadora.

Con estas ideas buscó en la Biblia durante horas, hasta que dio con un pasaje que le ayudó a aclarar sus ideas. Y si el domingo anterior había escogido por su cuenta el color de los paramentos litúrgicos, bien podía ahora decidir, siempre pensando en sus feligreses, el texto de la lectura bíblica del domingo. El sermón que pronunció en la misa fue inspirado.

Queridos hermanos y queridas hermanas:

Hay en la Biblia una hermosa y esperanzadora promesa. ¡Un cielo nuevo y una tierra nueva! ¿Podemos creer en eso? ¿Qué podrían ser un cielo nuevo y una tierra nueva? Veamos lo que dice el profeta Isaías.

Anselmo abrió el libro y leyó:

Se olvidarán las angustias de antaño, estarán ocultas a mis ojos. Pues voy a crear un cielo nuevo junto con una tierra nueva; ya no será mentado lo de antaño, ni volverá a ser recordado; antes bien, habrá gozo y regocijo por siempre, por lo que voy a crear. Voy a crear una Jerusalén “Regocijo” y un Pueblo “Alegría”; me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que vuelvan a oírse ayes ni llantos. No habrá niños que vivan pocos días, ni adultos que no alcancen la vejez; será joven quien muera a los cien, y maldecido el que no los alcance. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán para que otro habite, no plantarán para que otro coma, pues mi pueblo durará lo que duren sus plantaciones, y mis queridos disfrutarán del trabajo de sus manos. No se fatigarán en vano ni tendrán hijos para verlos morir, pues serán pueblo bendito de Dios ellos junto con sus retoños. Antes que me llamen, responderé; aún estarán hablando, y escucharé”.

El sacerdote cerró la Biblia y explicó:

El cielo nuevo y la tierra nueva son, claramente, la expresión de un mundo feliz venidero, una suerte de utopía, algo que todos deseamos que se cumpla. Algunos han creído que ese cielo nuevo y esa tierra nueva ocurrirán después del fin del mundo, en la vida eterna; pero eso no corresponde a lo que acabo de leer, porque el profeta habla de construcción de casas, de plantación de viñas, de trabajo no explotado por otros, de vida larga pero no eterna.

Para comprender bien de qué se trata, hay que precisar a qué se refiere el libro cuando habla del cielo y de la tierra.

En el lenguaje de los filósofos, de los profetas y de los místicos, el cielo es el mundo moral y espiritual, el ámbito de las ideas y saberes, de los valores y las virtudes; el cielo es allí donde reinan la verdad, la belleza y el bien. Un cielo ‘nuevo’ es, entonces, el espíritu renovado, un mundo de sabiduría superior, de arte y de moral perfeccionadas. La tierra es el mundo material, la naturaleza donde se despliega la vida social y de la cual somos parte. Una tierra ‘nueva’ es, entonces, la naturaleza perfeccionada, embellecida, armónica, ecológica, donde florece la vida en todas sus manifestaciones y se ha puesto fin a los desastres, enfermedades y extinciones.

Ahora bien, dice el profeta que ese cielo nuevo y esa tierra nueva serán creados por Dios. ¿Significa esto que a nosotros nos corresponde solamente esperar con paciencia que ello ocurra, puesto que Dios lo realizará? No lo creo así. Para entender qué significa que Dios creará todo eso, hay que saber de qué modo continúa Dios su creación, y cómo actúa en la historia humana.

Dios no actúa en el mundo por su cuenta y sin nosotros. Dios obra en la historia a través de los hombres y mujeres que lo encuentran en su propio espíritu y que hacen su voluntad. Por eso somos nosotros quienes podemos y debemos crear el cielo nuevo y la tierra nueva. Esa es la voluntad de Dios, que podemos estar seguros de que se va a cumplir, pero no sin nuestra participación.

Pero ¿cómo se podrán realizar ese cielo nuevo y esa tierra nueva? El mismo profeta parece responder la pregunta cuando se refiere a la nueva Jerusalén que llama “Regocijo” y al Pueblo que llama “Alegría”. En el Antiguo Testamento Jerusalén era la ciudad sagrada donde estaba el Templo en que habitaba Dios. Entonces, una nueva Jerusalén sería el "nuevo hogar de Dios', o sea una comunidad espiritual santificada porque en ella está Él. La llama Jerusalén “Regocijo”, porque esa comunidad goza por la presencia de Dios. Nosotros los cristianos, o mejor dicho, todos los que tenemos a Dios en el corazón, somos esa nueva Comunidad espiritual que se regocija porque Dios está con nosotros.

Por ‘pueblo’ se entiende la sociedad humana viviendo en la historia. Entonces. el Pueblo llamado “Alegría’, será la sociedad humana que llegará a ser justa, libre y fraterna, que vive y trabaja con alegría, porque habremos creado una economía buena, saludable, ecológica, tal como la describe Isaías.

Se dice a veces que si uno desea algo con mucha fuerza, ese deseo se cumple. Yo digo que si uno desea algo intensamente, se cumple porque al desearlo de verdad y con pasión, buscaremos y encontraremos los medios para realizarlo. En nosotros, unidos con Dios, está la posibilidad de crear el cielo nuevo y la tierra nueva, la Comunidad Regocijo y el Pueblo Alegría.

Ahora sigamos la misa, recordando que la palabra de Dios nos da esperanzas, nos renueva el espíritu y nos llama, desde nuestra propia conciencia, a desear intensamente la verdad, la belleza y el bien.


 

* * *


 

Rodrigo Huerta detuvo el motor de la camioneta todo terreno. Calculó el peso del tronco que cruzaba el camino y llamó a tres de los hombres que iban en la parte trasera del vehículo para que lo ayudaran a despejar.

A sus cincuenta años, habiendo tenido variadas experiencias, fracasadas algunas y exitosas otras, en lo que era la pasión de su vida, Rodrigo no había perdido el entusiasmo con el que hacía ya treinta años, cuando era un joven estudiante universitario de economía, decidió dedicar su vida a la conservación y protección de humedales y cuencas después de escuchar una conferencia sobre el tema.

Estaba feliz porque junto a Cecilia, su compañera cinco años más joven que él, y un pequeño grupo de profesionales que los acompañaban, habían participado en un Concurso Público convocado por el Ministerio de Bienes Nacionales, que ganaron en razón de su experiencia, su experticia, sus conocimientos, pero sobre todo por la calidad del proyecto que presentaron, y por la cantidad de dinero que Rodrigo y Cecilia ofrecieron aportar para ejecutar el proyecto.

El premio consistía en la Concesión en Comodato, por diez años renovables previa evaluación de resultados, de una extensa área de bosques primarios, cerros y quebradas, manantiales, riachuelos y humedales, que en conjunto cubrían un territorio de más de mil kilómetros cuadrados. Rodrigo y Cecilia se habían comprometido a administrar el área recibida conforme a los principios, criterios y normas reconocidas internacionalmente para los territorios decretados por el gobierno y aprobados internacionalmente como Reservas de la Biósfera, esto es, zonas terrestres o marítimas destinadas prioritariamente a la conservación y protección de la biodiversidad, integrando de modo armónico actividades de desarrollo humano sustentable, investigación científica, educación e intercambio de información entre las diferentes Reservas que constituyen una Red Mundial.

Rodrigo y Cecilia vendieron su casa en Santiago y todo su patrimonio, en parte heredado de sus respectivos padres y en parte formado por sus propios ahorros, para llevar adelante el proyecto de restauración y protección ecológica de la zona recibida en concesión. Los cuatro hijos que tenían, un varón y tres mujeres, ya eran profesionales y estaban en condiciones de vivir por su cuenta.

Lo primero que Rodrigo y Cecilia hicieron con el dinero que obtuvieron de la venta de la casa fue comprar una camioneta de doble cabina movida por energía fotovoltaica con un motor equivalente a 2.800 c.c. de cilindrada, doble tracción, el mejor sistema de seguridad y provista de protecciones frente a las más duras condiciones climáticas. Era el más moderno y también el más caro vehículo que encontraron adaptado a las duras condiciones en que debían operar en la Reserva de la Biósfera, donde había apenas senderos pedregosos que estaban en gran parte invadidos por zarzamoras, atravesados por ríos que debían cruzar por estrechos e inseguros puentes antiguos, y superar innumerables obstáculos, entre los cuales se contaban grandes troncos de viejos árboles caídos que se atravesaban en la estrecha, solitaria y accidentaba ruta que debían seguir, desde la provinciana ciudad de El Romero hasta el área montañosa de propiedad de Bienes Nacionales que habían recibido en concesión.

Había un camino mejor y un modo más fácil de llegar; pero estaba bloqueado a la entrada de un área de propiedad privada donde se había instalado la Colonia Hidalguía, cuyos campos era necesario cruzar en diagonal para llegar por el lado derecho hasta el sector concesionado. Rodrigo lo había intentado, pero los dueños de la Colonia le habían negado el acceso de modo tajante y definitivo.

A Rodrigo y a Cecilia ninguna de esas dificultades los amilanó, al contrario, la necesidad de superar los obstáculos los animaba. Contrataron una cuadrilla de obreros para que, junto con ellos y el grupo de jóvenes que formaban parte del proyecto, abrieran los caminos y construyeran una casa donde vivirían ellos, y otras para los profesionales colaboradores. Era con ellos que subía esa mañana rumbo a los bosques y humedales de los que se estaban haciendo responsables.


 

* * *


 

Vanessa escuchó la alarma del IAI que sonaba por segunda vez desplegando las notas de una vieja canción infantil que su mamá le había cantado tantas veces cuando era niña. Había sentido el primer toque, pero no lo desactivó, prefiriendo quedarse en la cama todavía unos minutos. No era habitual que tuviera que despertarse tan temprano. En realidad, era la primera vez que ponía la alarma desde que se había instalado en el pequeño pero confortable departamento que arrendó en El Romero frente al parque a pocas cuadras de la plaza. Pero ahora debía atender un asunto que ya no podía seguir posponiendo, para lo cual estaba todo programado.

Por primera vez en su vida Vanessa se sentía libre. Libre como una golondrina, como una mariposa. Podía hacer lo que quisiera, ir de un lugar a otro sin que tuviera un motivo o algo que lograr. Es cierto que tenía planes, pero no tenía ningún apuro en realizarlos. Era libre. Tenía donde vivir de manera independiente. Tenía dinero para darse los gustos que quisiera. No tenía pareja con quien tuviera que compartir decisión alguna, nadie a quien atender, ninguna persona que cuidar.

Su existencia hasta ahora había sido siempre dependiente, y nunca había tomado decisiones verdaderamente libres, exceptuando la de casarse con Carlos Cortés; pero esa decisión la había puesto nuevamente en un estado de dependencia y sumisión, hasta que decidió dejarlo, en la segunda decisión verdaderamente libre de su vida.

Hasta los once años dependió de sus padres en Caracas. El año en que actuó en el film para el que fue traída a Chile, estuvo a cargo del productor, y todas las decisiones que le concernían las tomaba el cineasta. Desde los doce hasta los dieciocho estuvo sometida a Kessler, cumpliendo todos sus caprichos. Cuando aquello terminó, pasó a estar a cargo de Matilde Moreno, la escritora que la apoyó en sus estudios de Terapias Complementarias. Y se había casado con Carlos Cortés, con el que vivió ocho meses. De ahí el trabajo como modelo en la Colonia, y finalmente la peste, en que la libertad finalmente conseguida la llevó a entregarse entera al cuidado de los enfermos y moribundos, día tras día y sin descanso durante cuatro meses.

Hasta ahora su existencia había sido sacrificada y dura, pero se había mantenido siempre alegre y dispuesta a experimentar todo lo que la vida le pusiera por delante. Porque, en el fondo, aunque subordinada y dependiente en lo exterior, Vanessa se había mantenido siempre libre interiormente, con una libertad adolescente que la hacía vivir cada circunstancia conforme a su espíritu inquieto y generoso. Podría decirse que, siendo dependiente y sumisa externamente, se había mantenido pura y libre por dentro. La diferencia, ahora, era precisamente que su libertad abarcaba a su persona entera. Podía hacer exactamente lo que quisiera, sin tener siquiera que decirle a nadie sus decisiones.

Pero esa misma libertad significaba que, en el fondo, estaba sola; más sola que nunca. Aunque siempre estuvo rodeada de muchas personas, con las que fácilmente establecía amistad y se daba a ellas, la extraordinaria belleza de su cuerpo y su permanente disposición interior a entregarse a los demás, que con pocas excepciones se aprovechaban de ella, establecían una distancia que nunca dejó de sentir, porque percibía que su amor y entrega no eran correspondidos en igual medida por las personas a las que se regalaba. Antonella era una excepción. De su misma edad, también hermosa de cuerpo y generosa y pura de espíritu, la sentía verdadera amiga, su amiga íntima, que no solamente le correspondía el cariño que le tenía, sino que recibía de ella un amor puro y santo que sobrepasaba el que a su vez le profesaba.

Vanessa se levantó de la cama y fue a mirarse al espejo. Le gustaba mirar su cuerpo desnudo; incluso más: lo vigilaba atentamente para asegurarse de que lo mantenía perfecto. Feliz con lo que vio reflejado, decidió que ese día se pondría aún más bella. Tenía un motivo para ello, y dos horas para hacerlo. Dando pequeños brincos se metió a la ducha.

Dos y media hora después se dio una última mirada al espejo, con un rápido movimiento circular de la cabeza que deshizo en parte el peinado que cuidadosamente había elaborado pero quedando aún más bella. Salió del departamento, tomó el ascensor hasta el subterráneo, de un brinco se subió a la moto y partió a cumplir con lo planeado para el día.

Alejandro la esperaba en el ingreso de la parcela. Estaba solo porque Antonella y Toñito habían partido a la escuela temprano en bicicleta. La vio venir de lejos levantando una polvareda a su paso. Vanessa, al divisarlo en la acera bajó la velocidad para evitarle el polvo.

– ¡Arriba! – exclamó alegremente indicando con un gesto el asiento de la moto detrás de ella, donde había colgado un casco.

Sin decir nada Alejandro se puso el casco y se sentó.

– ¡Pégate a mí, hombre, sin miedo, y pégate bien a mi cuerpo que vamos a galopar, porque estamos atrasados!

Cuando ella partió dando la máxima energía a la moto, Alejandro que apenas se había afirmado tímidamente de la cintura de Vanessa casi cae hacia atrás. Logró mantenerse y comprendió que debía hacer lo que su amiga le había ordenado. Se aferró firme a ella cruzando los brazos sobre su pecho y pegándose entero a su cuerpo.

Desde que Antonella sufrió el accidente que la mantuvo durante un mes en la clínica, Alejandro y Vanessa no habían vuelto a encontrarse solos. Vanessa se lo había prometido a Antonella, y Alejandro quería olvidar esa noche en que ella se metió en su cama e hicieron el amor. Pero esta vez tenían que cumplir un trámite en la Notaría de El Romero, en que los dos debían poner su firma y sus huellas digitales.

Alejandro concurría en su calidad de Presidente y Representante Legal de la Cooperativa Renacer, y Vanessa como la persona que debía hacerse cargo de la participación y los activos que en la Cooperativa tenía su fallecido esposo Carlos Cortés. Al cumplir el procedimiento de rigor ella se convertiría en una de las socias con más alta participación en el capital social de la Cooperativa, aunque como en toda organización de este tipo su voto valdría igual que el de todos los socios.

Habían perdido el turno por lo que tuvieron que esperar; pero el trámite demoró pocos minutos porque toda la documentación fue preparada con anticipación por la secretaria de la Cooperativa y faltaban solamente las firmas. De todos modos, Alejandro insistió en que Vanessa leyera todo el texto, lo que ella despachó en un minuto diciendo:

– Es complicado, pero yo firmo no más porque si en alguien puedo confiar en este mundo es en ustedes ¿sabes?

Al salir de la Notaría Vanessa invitó a Alejandro a almorzar.

– No puedo, Vanessa. Debo regresar al campo. Además, no traje plata suficiente.

– ¿Por qué te preocupas? No seas tontito. Te estoy invitando. Conozco un restaurante muy bueno aquí cerca. Almorzamos y te llevo luego a la granja. Además, hoy es mi cumpleaños y no puedes dejarme comer sola. Cumplo veinticuatro y empiezo a sentirme vieja. Pero dame un abrazo, para empezar.

Alejandro la abrazó con cariño. Vanessa lo llevó al mismo restaurante donde una noche había cenado con Kessler, dejando la Kawasaki donde mismo el ex-general la había estacionado aquella vez. Recordaba que allí el trago y la comida eran realmente exquisitos, y como estaba de cumpleaños se merecía lo mejor.

Eran los primeros en llegar. El mozo se acercó con la carta en la mano y se las pasó diciendo:

– Es algo temprano pero no hay problema, que muy pronto estará todo listo. Mientras tanto pueden comenzar con un pisco sour de aperitivo, que les ofrece la casa sin costo.

– ¡Maravilloso! – exclamó Vanessa.

Cuando llegaron las copas Alejandro levantó la suya diciendo:

– Por tu cumpleaños, Vanessa. Que sea un día feliz, y un año excelente.

Ella lo miró sonriente y chocó su copa con la de él.

– ¡Estás preciosa! – le dijo Alejandro sin pensarlo.

Vanessa mantuvo una mirada seductora en los ojos de Alejandro que siguieron el movimiento de la copa que Vanessa llevaba a sus labios perfectos.

Alejandro recordó el día en que la había visto por primera vez. No lo había olvidado. Le sorprendió verla junto a Antonella, por entonces su novia, en el restaurante de su familia donde ese día estaba trabajando de mozo. Eso ocurrió pocos días después de que las dos muchachas fueron liberadas del encierro en el búnker de Kessler, donde se habían hecho amigas. Lo que pasó aquella noche ya lejana fue sólo un intercambio de miradas entre Vanessa y Alejandro; miradas de admiración recíproca que no pasaron desapercibidas para Antonella, que desde entonces decidió que debía mantener su amistad con Vanessa enteramente separada de su noviazgo con Alejandro. Pero la vida los había vuelto a juntar.

De aquél encuentro Vanessa se había olvidado. Para ella miradas como aquellas eran corrientes y no significaban demasiado, aunque a menudo terminaban en sexo. Lo que en ese momento venía a su mente era la noche en que hicieron el amor, en la granja, cuando Antonella se encontraba en Santiago. Ella lo sedujo y se metió desnuda en su cama. El sexo que tuvo esa noche con Alejandro fue muy distinto a todos los que había tenido antes, y también con los que tuvo después. Lo recordaba como una relación que no fue intensa ni apasionada, pero sí tierna como ninguna otra que hubiera tenido antes. Se habían acariciado largo rato y finalmente se habían unido, teniendo al mismo tiempo un orgasmo sencillo, que en su mente ella definió entonces como dulce y placentero.

Alejandro recordó también esa noche pero quería olvidarla porque fue la única vez que había sido infiel a Antonella, y lo fue con una muy buena amiga de ella. Pero ahora, al estar frente a Vanessa que no dejaba de mirarlo, y él a ella, le parecía que lo que hicieron en aquella ocasión en realidad no era grave. Y en efecto, no había tenido consecuencia ninguna en la relación y el amor con su esposa. Por lo menos, así él lo creía, no sabiendo que Antonella lo descubrió y que de ello había conversado con Vanessa. Las dos mujeres habían acordado no decirle nunca nada, y hasta ahora lo habían cumplido.

El mozo los distrajo de sus recuerdos diciéndoles que ya estaba todo listo y que podían pedir lo que desearan. Vanessa pidió tártara de mariscos y salmón, con arágula y crema de limón, que fue el plato que pidió Kessler para ella cuando la invitó a cenar allí mismo aquella noche. Recordando que le había gustado especialmente el vino blanco que acompañó la cena lo buscó en la carta y pidió que les trajeran una botella. Alejandro pidió corvina a la plancha.

Como era el cumpleaños de Vanessa al final de la cena pidieron torta de lúcuma con incrustaciones y adornos de amaranto. Ella quiso después pedir un licor de bajativo, pero Alejandro esta vez se negó.

– Ya bebimos bastante Vanessa, y si quieres conducir la moto un trago más sería peligroso.

Vanessa, abriendo un botón de la blusa lo miró y le dijo:

– De acuerdo, es suficiente por hoy. Pero me gustas, me gustas mucho …

Alejandro no supo qué responder. Ella se desabrochó otro botón de la blusa, puso su mano sobre la de Alejandro y agregó:

– ¿Sabes? Desde que empezó la peste, hace ya cinco meses que no he tenido sexo. Y ahora, créeme, me estoy mojando. Tú me gustas de verdad. Te invito a dormir una siesta a mi casa.

– Pero Vanessa, sabes que estoy casado, y Antonella es tu amiga.

– Ella no tiene por qué saber. Ya lo hicimos una vez, recuerdas, y no pasó nada. Vamos a mi departamento. Será delicioso, te lo aseguro.

Alejandro estaba a punto de ceder. Vanessa es demasiado atractiva, demasiado seductora. La palabra ‘demasiado’ lo contuvo, llevándolo a tener un momento de lucidez. Si me voy con ella será muy difícil que después no sigamos haciéndolo, y mi matrimonio se irá a la mierda, y yo no quiero eso.

No, Vanessa, no.

¿Acaso no te gustó?

Eres preciosa, eres la mujer más bella y atractiva que yo haya conocido. Pero yo amo a Antonella, lo sabes.

Vanessa pidió la cuenta y pagó, sin agregar nada más. Se levantó y salió, seguida por Alejandro. Cuando llegaron a la moto le dijo:

¿Sabes, Alejandro? Eres el primer hombre que me rechaza. Nunca me había pasado. Estoy mal, estoy mal contigo y estoy mal conmigo misma. Pero no importa. Súbete a la moto y afírmate bien porque voy a dejarte a tu granja.

Quince minutos después, frente al ingreso de la granja Vanessa detuvo el motor, y cuando era el momento de despedirse tomó la cara de Alejandro en sus manos y le dio un beso en la boca, húmedo y gustoso.

Perdona, pero no puedo dejarte sin un beso, el último que te daré. Eres lindo, eres bueno. Antonella es mi amiga y yo la quiero. Y yo estoy enojada contigo. ¡Socio!

Se subió a la moto y partió, pero no de regreso a la ciudad sino continuando camino arriba, hacia la Colonia. Recordaba que la última noche que pasó allá, que fue la última vez que tuvo sexo, fue con el fotógrafo para el que había posado durante tres meses.


 

* * *


 

Vanessa detuvo la moto a la entrada de la Colonia y se presentó al guardia diciendo que quería hablar con Edgardo, el fotógrafo jefe.

Los guardias habían recibido directamente de Gajardo, el jefe máximo de la Colonia, la instrucción de que cuando Vanessa se presentara se lo comunicaran inmediatamente, y que la trataran con la máxima deferencia dejándola entrar sin problemas.

Pase, pase adelante, señorita Vanessa – le dijo el guardia.

No quiero entrar. Lo que quiero es que llamen a Edgardo.

Espere un momento señorita. Voy a avisar.

El guardia se comunicó con Gajardo:

Señor, le habla Rosendo, el guardia. Aquí llegó la señorita Vanessa; pero no quiere entrar. Dice que quiere que salga un señor Edgardo, que dice que es fotógrafo.

¿En qué vehículo llegó la señorita?

En una moto, igual a la que tenía don Conrado Kessler, señor.

Gajardo marcó el IAI del Administrador de Campo.

Mire, Gustavo. Vaya de inmediato a la portería. Allí está Vanessa. Quiere hablar con Edgardo el fotógrafo.

Edgardo terminó hace tiempo su trabajo, don Ramiro, y ya no está en la Colonia.

Mmm. Entonces vaya a la portería. Llegó en la moto de Kessler, lo que significa que ya sabe todo. Atiéndala como una reina. Explíquele que el fotógrafo ya no trabaja con nosotros. Y llévela al palacete que era de Kessler. Dígale que se puede quedar allí cuanto tiempo quiera. Trátela como una reina, Gustavo. Dele en el gusto en todo lo que quiera. En todo, ¿me entiende? Entienda que esto es lo más importante que habrá hecho desde que lo nombré Administrador de Campo.

Con estas instrucciones sorprendentes el ex-teniente de Marina corrió hacia la portería y se presentó a Vanessa.

Señorita, soy Gustavo Cano, el Administrador de Campo. Me dicen que quiere ver al fotógrafo Edgardo. Lamento decirle que no está aquí, porque su trabajo terminó. Pero yo puedo atenderla en lo que necesite.

Vanessa lo miró. Era guapo, joven y la trataba como le gustaba que lo hicieran. Gustavo Cano agregó enseguida:

Señorita Vanessa. Si quiere la acompaño al palacio que era del señor Kessler. Puede usted quedarse en él todo el tiempo que desee. También la piscina está a su disposición.

Vanessa no entendía lo que estaba pasando, pero accedió. El nuevo Administrador de Campo no era como el anterior, ese señor Bustamente que la trataba como si fuera una cualquiera de sus empleadas,

Gracias, iré contigo, pero en mi moto. Si quieres te subes atrás y me acompañas.

Está bien. Muchas gracias. Le mostraré todo.

Súbete, y afírmate bien.

No fue necesario que le indicaran el camino porque conocía donde estaba el palacete de Kessler, en el sector reservado para los altos directivos de la Colonia, cerca de la piscina.

Al llegar, Gustavo sacó una llave y después de abrir la puerta se la dejó en sus manos.

Es suya, señorita. Puede quedarse aquí todos los días que quiera.

Vanessa recorrió el enorme palacete, empezando por el salón lujosamente amueblado, siguiendo por la enorme cocina, y en seguida el baño principal, provisto de una cabina de sauna, una gran bañera de hidromasajes y artefactos sofisticados varios, predispuestos para proporcionar el máximo placer a quienes habitaran la casa. Pasó rápidamente por las dos oficinas de trabajo, y finalmente entró al dormitorio principal.

Al ver la enorme cama se tendió en ella de un brinco, y mirando seductoramente al ex-teniente de Marina que la había seguido en su recorrido por la casa como un perrito fiel, con un gesto del brazo lo invitó a acostarse a su lado.

Gustavo Cano estaba gratamente sorprendido por la belleza y naturalidad con que se desplazaba Vanessa de un lugar a otro. Y cuando ella lo invitó a la cama, recordando el mandato explícito del jefe de darle el gusto en todo, se tendió a su lado.

Vanessa, que después de haber estado con Alejandro lo único que quería era un compañero para tener sexo, hizo con Gustavo todo lo que había querido hacer con su amigo.

A la mañana siguiente, cerca del mediodía, una empleada golpeó suavemente la puerta del palacete trayéndoles un completo desayuno. Gustavo se lo llevó a la cama y ella, después de servirse, se dio una rápida ducha y se vistió apresuradamente. No entendía lo que había sucedido; pero tuvo miedo de que pudieran haberle tendido una trampa. Tomó la moto y partió, cruzando a toda máquina el ingreso de la Colonia, que el guardia alcanzó a abrir al verla acercarse decidida a cruzar como fuera.

Gustavo Cano se presentó enseguida ante el jefe. Ramiro Gajardo lo recibió con una sonrisa maliciosa.

– Hice lo que me mandó, señor.

– Sí, lo vi todo, los dos se comportaron muy bien. Verá que muy pronto esa chica regresa, y usted la atenderá nuevamente en lo que ella le pida.

Dos días después Vanessa se enteró de por qué fue tan bien recibida en la Colonia Hidalguía. Fue por una comunicación de la Notaría que encontró bajo la puerta de entrada a su departamento. Era un papel con membrete oficial en que la invitaban a presentarse a la mayor brevedad.

Allí se enteró de que Kessler le había dejado en herencia todos sus bienes. Estos incluían un palacete y un departamento en Santiago, tres propiedades agrícolas en Los Campos de El Romero Alto, que la Colonia había comprado y puesto a nombre del ex-general; y un diez por ciento de las acciones de la Sociedad Anónima Hidalguía y Proyectos que era la dueña y administradora de la Colonia.

Después de informarle detalladamente todo, el Notario le dijo:

– Señorita Vanessa, le recomiendo que se haga usted asesorar por un buen abogado. El asunto tiene más de algunas complejidades, y seguramente los dueños de Colonia Hidalguía podrían presentar oposiciones.

– Así lo haré – respondió Vanessa. – Le agradezco mucho. Pronto vendré acompañada por un buen amigo y por un abogado de Santiago en los que confío.

 

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