TERCERA PARTE - LA VOCACIÓN DEL TOÑO - XXIII Cuando Antonella lo dejó solo

TERCERA PARTE

LA VOCACIÓN DEL TOÑO



XXIII


Cuando Antonella lo dejó solo, con un cuaderno y un lápiz en la mano, el Toñito se quedó pensando en ella, su madre adoptiva, con la que vivía desde hacía tres años. Hasta ahora había estado más cerca de Alejandro, su padre adoptivo, con el que le gustaba jugar a la pelota, trabajar en la huerta y contarle sus cosas personales. Sentía que él lo entendía mejor que ella, porque era un hombre, porque siempre le enseñaba cosas útiles, porque le celebraba todas sus travesuras y porque le gustaban las mismas cosas.

Antonio, como prefería ahora que lo llamaran, encontraba que Antonella era demasiado silenciosa, reflexiva y seria; pero, claro, ella lo amaba y lo entendía, e incluso a menudo le parecía que era capaz de entrar en su propia mente y descubrir sus más íntimos pensamientos y emociones. Todo lo contrario le sucedía con Vanessa, la amiga de su madre, que era chispeante, extrovertida, risueña y encantadora, a la que todos los hombres miraban fascinados por su extraordinaria belleza y su sensualidad. Con Vanessa jugaba, se divertía y se distraía. Con Antonella, en cambio, se calmaba, se concentraba y se recogía.

Como su madre era también la directora y profesora de la escuela que frecuentaba, adquiría para él un aura de autoridad que inevitablemente ponía cierta distancia entre ellos. Antonella, además, lo llevaba a misa los domingos y le enseñaba a rezar, por lo que terminaba representando para ella no solamente la madre y la profesora sino también una suerte de autoridad religiosa y moral.

A pesar de eso, o tal vez por eso mismo, fue a Antonella, su madre y maestra, a la que había expuesto esa noche su intimidad, contándole esa extraña experiencia que había tenido después de escuchar en la misa el sermón del padre Anselmo, y sobre la cual había reflexionado durante el día.

El padre Anselmo había dicho que las personas aspiramos siempre a ser mejores, a ser más que lo que hemos llegado a ser en un momento. Y había destacado la vida de hombres y mujeres a los que llamaba santos, que han surgido en los tiempos y en las condiciones más difíciles, y que han hecho grandes obras en beneficio de la humanidad. Las palabras del sacerdote quedaron grabadas en la mente del Toño, especialmente cuando dijo que siempre ha habido hombres y mujeres singulares que se distinguen por su gran sabiduría, por la pureza de su alma y por el compromiso existencial con sus hermanos.

El cura había asegurado muy seriamente que aquí, en la ciudad de El Romero y en sus alrededores, existen personas así, comprometidas, generosas, santas, que trabajan en diferentes oficios y labores. Y afirmó que si uno se lo propone y lo desea fuertemente, puede llegar a ser también un santo o una santa.

Al escucharlo, al Toño le pasó por la mente que Antonella era una persona de esas, y que lo era también Alejandro a pesar de que éste siempre decía que no creía en Dios ni en la religión. Pero trabajaba como nadie por el bien de la comunidad.

Antonio, que aún no cumplía los catorce años pero que había madurado en una vida azarosa y difícil, había retenido casi todas las palabras del padre Anselmo, y las había rumiado durante todo el día paseándose por la granja, sentado en el césped y también arriba de un árbol donde se mantuvo durante varias horas.

Antonella se había dado cuenta de que estuvo todo el día retraído, y cuando en la noche fue a darle el beso y a desearle dulces sueños habían conversado. El niño le contó que en su corazón sintió el deseo de ser uno de esos santos de que hablaba el cura Anselmo, y ella le había explicado que era importante seguir la propia conciencia y los llamados del corazón.

El Toño puso el cuaderno sobre sus rodillas y comenzó a escribir lo que sentía.

"Quiero ser grande. Voy a ser un hombre grande, el mejor hombre que yo pueda ser. Lo decidí mientras escuchaba al cura hablar de los santos. Lo pensé todo el día y estoy seguro de que es lo que quiero. Yo no sé muy bien lo que significa ser santo, pero tiene que ver con Dios. Yo no sé casi nada sobre Dios, aunque Antonella me dice que es el señor que creó el mundo y las estrellas, y que es el padre nuestro de todos, que está en el cielo, y me enseña a rezarle. Yo le creo a ella porque sé que jamás me mentiría y porque es como una de esas personas santas. Cuando el cura dijo que hay muchos santos entre nosotros yo pensé altiro en ella; también en Alejandro, aunque él dice que no sabe si hay Dios. Pensé también en Eliney y en Vanessa, porque también son personas muy buenas y generosas y entregadas a los demás. Cuando el cura dijo que todos podemos ser santos, pensé que me gustaría ser también uno de esos hombres especiales. Lo sentí dentro de mí. Fue como un llamado, como una invitación, algo que me hablaba adentro y me entusiasmaba. No sé si era yo mismo que me hablaba desde el fondo de mí, o era ese Dios que me estaba hablando desde dentro de mí. Sea como sea, estoy muy contento. En realidad me siento entusiasmado, con algo adentro que me calienta el corazón y la cabeza, no sé como decirlo. Pero tengo tantas preguntas. Mañana iré a hablar con el cura Anselmo."


 

Como todas las mañanas muy temprano se encontraron Antonella, Alejandro y el Toñito en la cocina para el desayuno.

Hola Toñito ¿listo para ir a la escuela?

Sí, padre – respondió el niño mirando a Antonella. Había supuesto que ella le habría dicho a Alejandro que no quería que siguieran llamándole así.

Ella reaccionó al instante.

Quiere que ya no lo llamemos Toñito. Se llama Antonio y así quiere que le digamos – explicó Antonella mirando a su marido.

¿Y eso por qué? – preguntó Alejandro al niño.

Es que ya soy grande, padre.

Pero hijo, te decimos Toñito con todo cariño.

Lo sé, padre. Cuando ustedes me pidieron que ya no los llamara por su nombre no cambió nada el respeto y el amor que les tengo. Me costó acostumbrarme, pero lo hice.

¿Y si te llamo Toño estaría bien?

Bueno, si quieres, está bien.

Creo que hasta que seas mayor de edad te llamaré Toño. No más Toñito.

El niño asintió con la cabeza.

Intervino Antonella para darle a entender a Alejandro que ella ya había decidido conforme a lo que el niño quería.

¿Dormiste bien, Antonio?

Sí, madre, como siempre.

El niño pareció dudar un momento si agregar algo más. Antonella se dio cuenta y le preguntó:

¿Tienes algo que decirnos, Antonio?

Sí, madre. Esta tarde a la salida del colegio tengo que hacer y volveré más tarde.

¡Vaya, vaya! – comentó Alejandro. – Y yo que pensaba que me ayudarías a plantar las lechugas del almácigo que están listas para pasar al huerto.

¿Es necesario hacerlo hoy? ¿No puede ser mañana?

No hay problema, un día más o un día menos es igual. Pero, dime Toñito, perdón, Toño ¿se puede saber lo que vas a hacer?

El Toño dudó un momento. Sabía que a Alejandro no le gustaba la iglesia y que incluso se molestaba los domingos cuando iba a misa acompañando a Antonella. Después de un momento respondió:

Es un asunto personal, padre. Tengo que ocuparme de algo importante para mí.

Está muy bien, Antonio – intervino Antonella para evitar que Alejandro insistiera. – De verdad estás creciendo y puedes regresar más tarde. Ahora, Antonio, ve a tomar tu bicicleta, yo te sigo, que debemos llegar a tiempo a la escuela.

Antonio se despidió de Alejandro como éste le había enseñado y como lo hacía todos los días, entrecruzando con él al mismo tiempo una mano y un pie. Salió corriendo. Antonella al despedirse de su marido con un beso le dijo:

El niño está creciendo, Alejandro. Está creciendo en edad y en inteligencia, y también en gracia.

Seguro, querida. Aunque a mí me parece que amaneció más serio y menos gracioso. Pero, en fin, tiene que crecer y eso está bien.

Mientras iban pedaleando rumbo a la escuela Antonio se explicó:

Esta tarde iré a hablar con el cura Anselmo. No quise decirle a padre para que no se enfade.

Está bien, hijo. ¿Quieres que se lo diga yo?

No, madre. Este es un asunto mío. No te enojes; pero es de verdad que tengo que ocuparme de mí mismo.

Eso está muy bien, hijo. Pero debes saber que, siempre, siempre puedes contar conmigo y con Alejandro, que somos tus padres.

Lo sé, madre, lo sé. Yo también los quiero mucho.

Los dos siguieron pedaleando, pensativos. Solamente cuando ya estaban llegando a la escuela Antonella dijo:

Cuando veas al padre Anselmo salúdalo de mi parte.

Está bien, madre.

Así sabrá el padre que tienes permiso – pensó Antonella sin decírselo, y agregó:

No regreses muy tarde.

Antonio esta vez no dijo nada.


 

* * *


 

Antonio encontró al padre Anselmo cuando estaba terminando de barrer los escalones del ingreso a la iglesia. El sacerdote lo reconoció:

Hola Toñito. ¿Vienes a la iglesia?

Sí, padre. Quería conversar con usted. ¿Puede ser?

Por supuesto. Ayúdame a recoger esta basura con la pala y a echarla en esa bolsa.

Cuando terminaron de limpiar Anselmo cerró la bolsa con un nudo y la dejó a un lado de la escalinata.

Te parece, Toñito, que nos sentemos aquí en la escala ¿o prefieres que entremos al templo?

Me da igual, padre.

Bien, entonces sentémonos aquí afuera, aprovechando que todavía hay algo de sol. ¿Sabe tu mamá que viniste a verme? ¿O te mandó ella que vinieras? No te habrás escapado ¿verdad, Toñito?

A Antonio no le gustó que el cura le dijera todo eso. Le respondió:

Ya soy grande, Padre. Ya no soy el Toñito. Me llamo Antonio ¿sabe? Vine por mi cuenta. Antonella le mandó saludos.

Está bien, Antonio, pero no te enojes. Es sólo que te he visto siempre con tu madre y me extrañó que vinieras solo. Pero cuéntame de qué quieres hablar conmigo.

Tengo muchas preguntas. No sé por cual comenzar.

Bueno, entonces empieza por cualquiera. Si no sé la respuesta te lo digo.

Lo que pasa es que me quedé pensando en lo que dijo el domingo en el sermón. Eso de que se necesitan santos, y que podemos ser santos. Me pregunto si puedo ser uno de esos. ¿Cree que puedo?

Eso creo. Creo que sí se puede.

¿Usted es santo, padre Alfonso?

No lo soy; pero estoy tratando. Todavía no soy tan viejo así que a lo mejor lo consigo. Lo que pasa, Antonio, es que todos podemos, pero no es fácil.

Entiendo. ¿Qué hay que hacer?

Para ser santo, pienso yo, lo primero es querer serlo, y quererlo con mucha fuerza. Lo segundo es seguir queriendo serlo, y persistir siempre en eso.

Antonio se quedó pensando en la respuesta de Anselmo, que respetó su silencio. Después de unos minutos el niño le planteó otra pregunta.

Dijo en el sermón que hay personas santas entre nosotros, aquí en la ciudad y en los campos. Yo siento que varios que conozco son santos. Son personas que, como usted dijo, están entregadas a servir y hacer el bien a los demás. Pero algunas de esas personas no son cristianas, y ni siquiera creen en Dios. ¿Se puede ser santo sin creer en Dios?

Fue ahora Anselmo el que se quedó pensando. No tenía una respuesta segura, pero el niño estaba esperando que dijera algo.

Tu pregunta es bien difícil, Antonio. Conozco hombres y mujeres fantásticos que no creen en Dios, y hombres y mujeres fantásticos que si creen.

Entonces ¿da lo mismo creer o no creer?

No da lo mismo. Pero no es fácil de explicar. Pienso que no es tanto cuestión de creer o no creer que Dios existe, o ser de una u otra religión, o no tener ninguna. Las creencias no son tan importantes. Lo que hace la diferencia no es en lo que se cree, como una idea a la que se adhiere, sino lo que se experimenta y se vive internamente. Y en eso que se experimenta y se vive internamente, ahí sí que importa si está o no está Dios en nuestro corazón y en nuestra mente.

No entiendo muy bien.

A ver si me explico mejor. Dos personas pueden ser muy buenas, generosas, entregadas, comprometidas con el bien de todos, y sin embargo ser muy distintas.

Como Alejandro y Antonella, mis padres – interrumpió Antonio, que en realidad estaba desde hace rato pensando en ellos y en si hacía o no diferencia que ella fuera cristiana y él ateo.

Como ellos, sí. Los conozco. No podías haber tenido más suerte de haberlos encontrado y que sean ahora tus padres. Pero no me refiero a ellos en particular, sino en general. Lo que quiero decir es que hay personas tremendas, maravillosas, pero que son distintas según tengan o no tengan en su corazón y en su mente el conocimiento, la experiencia y el amor a Dios.

No termino de entender ...

Es que tu pregunta no es fácil, Antonio. Y no estoy muy seguro de lo que voy a decirte. Lo que yo pienso es que en el mundo hay héroes o heroínas, y hay santos o santas, que son en parte iguales y en parte diferentes. Tanto los héroes como los santos dedican su vida entera al bien de la gente o al servicio de alguna causa superior a ellos mismos, como pueden ser la ciencia, el arte o el bien social. Eso es lo igual, lo que tienen en común. La diferencia que hago, o que pienso que existe, entre un héroe y un santo, es que un héroe o heroína vive, siente, piensa y actúa teniendo en el centro de su corazón y de su mente a la gente, o a una causa superior a la que se dedica y sirve, y por amor a esa causa o a esas personas se compromete y entrega su vida. El santo o la santa tiene en ese lugar central de su corazón y de su mente a Dios, y porque conoce y ama a Dios, se compromete y entrega su vida a servir a la gente o a una causa superior. Los santos que tienen a Dios en su mente y en su corazón, aman a la gente y a la causa que sirven, con el amor divino al que ellos están unidos internamente.

El padre Anselmo miró con cariño al niño que estaba sentado a su lado y que lo escuchaba atentamente. Agregó:

Sé, Antonio, que es difícil de entender lo que digo; pero no sé explicarlo más fácilmente.

No se preocupe, padre. Creo que voy entendiendo. Tengo buena memoria y me llevo sus palabras. Hay más preguntas que quisiera hacerle, pero por ahora tengo ya bastante en qué pensar.

Cuando quieras puedes venir. Ahora llévale mis saludos a tus padres. Y te aconsejo que hables con ellos de todo lo que te interese. Creo que saben más que yo, y que te pueden explicar las cosas mejor que yo.


 

* * *


 

Alejandro estuvo todo el día molesto por no saber en qué andaba el Toño, y sobre todo porque sospechaba que Antonella lo sabía y lo estaba encubriendo. No es que creyera que se tratara de algo malo ni incorrecto. Era sólo que no le gustaba no estar al tanto de todo lo que sucedía en su pequeña y amada familia. Por eso, en la cena no pudo dejar de preguntar:

¿Cómo te fue, Toño, en lo que fuiste a hacer?

Muy bien, padre, muy bien.

Entonces ¿se puede ahora saber que fue lo que hiciste?

Hablé con el padre Anselmo.

Ajá! Y ¿de qué hablaron?

Ya te dije que es un asunto personal.

Pero ¿no podemos saber? Somos tus padres ...

Antonio no respondió. Se sirvió un vaso de agua. Alejandro insistió:

Espero que no te esté adoctrinando, metiendo en la cabeza ideas religiosas absurdas.

Antonella, que hasta entonces había guardado silencio, esta vez reaccionó, empleando un tono dulce pero firme.

Alejandro, no lo molestes. Si es un asunto personal de Antonio hay que respetarlo ¿no te parece?

Pero si yo sólo le estoy preguntando de qué habló con el cura al que fue a ver. Y ya saben lo que pienso de la religión. Son creencias falsas que los curas propagan para tener seguidores.

Debieras tener más respeto con lo que piensan los demás. ¿Por qué crees que lo que crees tú es verdadero y lo que creen los demás es todo falso?

Yo uso la razón para pensar, y creo solamente en lo que enseña la ciencia. En cambio tú crees en revelaciones divinas que no se sostienen a la luz de la razón y de la ciencia.

No está bien lo que dices, Alejo; pero no quiero polemizar.

Antonio estaba incómodo porque amaba a sus padres adoptivos y le disgustaba ser motivo de discusión entre ellos. Pensó que si les contaba lo que habló con Anselmo la discusión terminaría.

Solamente hablé un ratito con el cura. Fui a preguntarle cómo puedo ser mejor persona. Porque quiero crecer y ser una buena persona, nada más.

Alejandro no quedó conforme con esa explicación y quiso saber más.

¿Y qué fue lo que te dijo el cura? ¿Acaso él sabe cómo puede uno ser mejor persona?

Antonio pensó un momento, dudando si contarle todo lo que le había enseñado el cura. Finalmente se limitó a decir:

Lo que me dijo es que ustedes dos son muy buenas personas. Me dijo que aprenda de ustedes.

Alejandro esta vez no supo qué replicar. Antonella aprovechó el momento de silencio para decir que la comida se les estaba enfriando en el plato.


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