SEGUNDA PARTE
LA DECISIÓN DE VANESSA
XIII.
En la montaña los trabajos avanzaban más lento de lo deseado, no obstante el empeño que todos ponían en cumplir las tareas que a los grupos se encargaba cada día. Eliney Linconao, coordinador general de las obras, había constituido un Equipo de Coordinación Operativa, al que llamaban ECO, formado por las personas que lideraban los distintos destacamentos: Rodrigo Huerta por la Reserva de la Biósfera, Alejandro Donoso por la Cooperativa Renacer, Onorio Bustamante por la Colonia Hidalguía, el lonco Cayumanque por las Comunidades Mapuches, el padre Anselmo por la parroquia y Andrés Correa por el Municipio. Aunque no ejercía liderazgo de ningún grupo, todos habían tácitamente aceptado que formara parte del equipo también el monje Tathagata. El ECO se reunía diariamente después del término de los trabajos, ocasión en que se evaluaban los avances realizados, se analizaban las dificultades encontradas y se examinaban los problemas, los imprevistos y las urgencias. Finalmente se programabas las actividades que debían ejecutarse el día siguiente y se asignaban las responsabilidades y tareas a cada grupo.
Tathagata escuchaba en silencio, atento a lo que se conversaba, y rara vez intervenía en los análisis, exceptuando una vez que hizo una muy breve pero oportuna observación desde el punto de vista de su profesión de arquitecto sobre el modo en que resultaría más fácil y seguro apuntalar una enorme roca que la erosión del entorno hacía muy probable su caída en una próxima lluvia. Pero un día, cuando ya Linconao había dado la reunión por concluida levantó la mano. La conversación se había prolongado más de lo habitual y todos estaban cansados y con sueño, deseosos de levantarse e ir a dormir las pocas horas que quedaban antes del reinicio de los trabajos en la madrugada. Quizás fue la forma lenta y solemne del gesto, o la seriedad que se apreciaba en su rostro que sin perder su serenidad habitual denotaba inquietud, el hecho es que todos se mantuvieron en sus asientos y esperaron atentamente sus palabras que preveían pudieran ser sabias.
– Si nos apuramos demasiado avanzaremos más lento – sentenció.
– ¿Cómo así? – inquirió Bustamante.
– Es un principio budista. – Replicó Tathagata, que continuó: – La mente nos lleva más rápido de lo necesario. Buda enseña que hay que meditar, para detenerse, para serenarse y para comprender. Hay que aprender el arte de descansar, dejando que el cuerpo y la mente se relajen. Sólo entonces llegaremos a ser sólidos y estables como un roble, que los vientos y la tormenta no llevan de un lado a otro.
– Eso está muy bien en condiciones normales; pero aquí estamos en una emergencia y luchando contra el tiempo – replicó Bustamante. – Mi gente está habituada al trabajo duro. No hemos venido aquí para meditar.
– Si nos apuramos demasiado avanzaremos más lento. – Repitió Tathagata, que siguió: – Yo observo mientras trabajo, y veo que la gente está muy cansada, que duerme poco, y que comienza a estar irritada. No unos contra otros, sino contra las cosas. Cuando veo que insultan a un tronco o a una roca que se les resisten, pienso que pueden equivocarse también en la acción. En estas condiciones extremas en que estamos, un error puede ser fatal.
– ¿Qué propones Tathagata? – preguntó el padre Anselmo.
– Detener un día los trabajos.
– ¿Un día entero? ¿Acaso quieres ponerlos a meditar y predicarles tu budismo? – replicó agresivo Bustamante.
– No, señor. Detener el trabajo y descansar. Que la gente duerma, que se relaje, que juegue, que escuche el canto de los pájaros, que descanse, que haga lo que quiera, menos trabajar, solamente por un día. Verá que el día siguiente trabajarán con alegría y entusiasmo, y la obra avanzará más.
Eliney Linconao tomó la palabra.
– Compañeros, la sugerencia de Tathagata puede ser válida. También es cierto que estamos contra el tiempo, como dice Bustamante. Tenemos una inmensa responsabilidad. Decidamos por mayoría, después de que cada uno lo piense. Juntémonos a decidir en cinco minutos.
Al comenzar la votación Tathagata dijo que no votaba porque no tenía personas a su cargo. Anselmo y Eliney votaron por detener un día los trabajos. Bustamante y Correa por continuar sin descanso.
– Tú decides – dijo Linconao mirando a Alejandro.
– Lo que yo propongo, como algo intermedio, es que no se detengan los trabajos, pero que por grupos, uno cada día, realicemos un descanso. Por ejemplo, que un día descansen los de la Parroquia, el día siguiente los de la Municipalidad, después los de la Colonia, siguiendo por los Mapuches, después la Cooperativa y finalmente la Reserva.
Todos se sumaron a esa propuesta intermedia. Bustamante ofreció que su grupo fuera el último en descansar. Establecieron el orden en que se realizarían los descansos, comenzando no al día siguiente pues ya habían programado los trabajos sino el subsiguiente.
* * *
Gustavo Cano esperaba que el jefe lo llamara, porque tenía importante información que darle sobre el asunto de las Acciones. Esperó tres días. Estaba ansioso por avanzar en su plan orientado a obtener para sí las Acciones de Vanessa, y temía que el jefe pudiera dejarlo fuera de la negociación que suponía se estaría desarrollando entre los abogados, con la conducción directa de Gajardo. Si fuera así, él estaba fuera y no tenía la menor posibilidad de lograr su propósito. Decidió finalmente llamarlo, aún sabiendo que Gajardo pudiera molestarse, pues lo habitual era que el jefe se comunicara con sus ejecutivos y operadores, con la sola excepción de la ocurrencia de alguna emergencia o situación de gravedad que requiriese alguna decisión superior. Después de todo, al él lo había nombrado en el cargo que había tenido el malogrado ex-general Kessler, y en varias ocasiones había visto que entre Kessler y Gajardo la comunicación era cotidiana y fluía sin dificultad ni temor por parte del ‘segundo de a bordo’.
Había pensado mucho en las palabras que emplearía para explicar su llamado; pero apenas marcó el IAI del jefe le escuchó decir:
– ¿Qué pasa Gustavo? ¿Algo urgente?
– No sé si es urgente, don Ramiro; pero creo que puede ser importante. Se trata del asunto con la chica Vanessa.
– ¿Tienes alguna novedad?
– Sí, señor. ¿Cuándo puedo informarle?
– Mmm. Veo que quieres hacerlo personalmente. Está bien. Si es realmente importante, puedes venir a mi oficina en, a ver, dos horas y media.
Gustavo no alcanzó a decir nada más porque el jefe cortó la comunicación. Sólo entonces se dio cuenta de que en realidad no tenía nada que informar al jefe que éste ya no supiera. Pensaba contarle la conversación entre Vanessa e Iturriaga que había escuchado; pero era obvio que el contenido y los términos de esa conversación debieran ser ya conocidos por Gajardo, informado por Rosasco o por el mismo Iturriaga.
En las dos horas que faltaban para el encuentro con el jefe debía ser capaz de inventar algún cuento que fuera creíble y que sirviera a sus propósitos.
A la hora convenida Cano fue introducido por Graciela, la asistente del presidente, en la oficina de Gajardo junto con Rosasco, al que saludó en la sala de espera. Apenas se sentaron el jefe pidió a Cano que le informara aquello tan importante que tenía que decir.
– Le agradezco que me haya recibido tan pronto, don Ramiro. Sé lo ocupado que se encuentra, sobre todo ahora con el asunto de la cuenca en la montaña.
– Vamos al grano entonces.
– Lo primero es informarle sobre una conversación que escuché, estando en el departamento de Vanessa, entre ella y su abogado Iturriaga. La chica está en una posición muy dura. No parece intencionada a vender, porque apenas se muestra dispuesta a negociar el valor que ella estima que tienen sus Acciones, que sería de veinticinco millones. Dijo aceptar apenas una rebaja de cincuenta mil, cuando su abogado le informó que usted aumentaba su oferta en cien mil.
Gajardo y Rosasco escuchaban sin dar señas de estar sorprendidos, por lo que supuso que ya sabían lo que expuso. Continuó:
– Imagino, señor, que usted ya sabe todo esto, informado por don Benito aquí presente. Pero hay algo que pude apreciar en dicha conversación, que tal vez ustedes no sepan. Iturriaga, el abogado de Vanessa, puso mucho empeño en convencerla de que el precio que estaba pidiendo era muy alto, y le recomendó empezar a negociar bajando el valor a dieciocho millones.
Supuso que también lo sabían, porque no se inmutaron al escuchar lo que era una información sin duda importante. Insistió:
– Llego a creer que Iturriaga está tan interesado como podemos estar nosotros en que la chica venda. No sé, pero es una sensación que tengo, viendo y escuchando cómo trató de convencer a Vanessa.
– Puede ser – comentó Rosasco. Pero continúa.
– El hecho es que Vanessa se enojó mucho con su abogado, e incluso lo amenazó con prescindir de sus servicios. Le dijo con mucha fuerza que ella no aceptaba presiones.
Cano notó que era, de todo lo que había dicho, lo primero que sorprendió e inquietó a Gajardo. Pensó que debía insistir en el punto.
– Cuando Vanessa le dijo a Iturriaga que no la presione y que si seguía en eso lo sacaría del asunto, el abogado se puso nervioso. Claro, seguro que temía perder su comisión. Cambió el tono, tratando de mostrar que sólo la aconsejaba para beneficiarla. Pero Vanessa no quiso seguir conversando el tema y lo despidió, diciéndole que debía negociar en sus términos.
– Mmm. ¿Qué más? – preguntó Gajardo.
– Lo que creo, señor, es que la chica tiene muy poco interés en vender. Como puede usted imaginar, también yo le he hecho saber lo conveniente que es para ella hacer el negocio y aceptar su oferta y salirse de la Colonia, que es algo tan ajeno a ella. Me escucha porque la tengo comiendo de mi mano.
Gajardo entonces se dirigió a Rosasco.
– Tú ¿qué opinas? ¿Cómo ves la cosa?
Benito, después de pensarlo unos segundos, respondió:
– Usted sabe, don Gustavo, que yo conocí a la putita cuando trabajaba para el señor Kessler. Ella siempre se las arreglaba para sacarme algo de plata extra, aunque yo sabía que ya estaba pagada. A Vanessa como a todas las putas, le gusta mucho el dinero, estoy seguro de eso, por lo que no dudaría que tarde o temprano va a venderle. Sólo está tratando de obtener más dinero, creo yo. Pero puedo agregar algo por mi experiencia como abogado. Las mujeres son siempre difíciles e imprevisibles, y muchas veces se ponen rígidas e inamovibles como rocas, o son flexibles y se disuelven como la miel, según con quien estén tratando, por motivos afectivos o emocionales.
– ¿Y tú crees que Iturriaga …
Gajardo no continuó la frase, dándose cuenta de que estaba a punto de dar entender que estaba en contacto con el abogado de Vanessa y que lo había puesto a su servicio. No es que le importara demasiado que lo supieran; pero siempre era mejor cuidar la información para usarla cuando fuera necesaria. Se corrigió:
– Gustavo dice que Iturriaga trató de convencerla de que negociara, pero que ella se enojó con él. ¿Será que su abogado la irrita por algún motivo?
– Eso no puedo saberlo – contestó Rosasco. – Lo que creo, señor, es que Gustavo Cano, si está en contacto con ella, puede jugar un papel muy importante. Una mujer enamorada pierde muy fácilmente la cabeza, señor.
Gustavo aprovechó el momento para exponer lo que había inventado para mostrar que la cosa estaba muy complicada y que él era el único que podía desenredarla.
– Hay otra cosa, señor, que debo informarles. Vanessa está preparando un largo viaje. A Venezuela, donde creo que tiene algunos parientes. Tiene el dinero por el trabajo de modelo que realizó aquí, y habla de que estaría fuera unos dos o tres meses.
Gajardo comprendió que debía acelerarlo todo. Un viaje de Vanessa podría ser fatal para sus intenciones. Tenía que pensar y decidir sin mayor dilación. Dio por terminada la reunión, despidió a Rosasco y dijo a Cano que se quedara en la sala de espera porque tenía otro asunto que tratar con él. Mientras esperaba que lo llamaran, Gustavo pensó que había dado grandes pasos hacia su objetivo. Mientras tanto Gajardo mantuvo una larga conversación a distancia con Iturriaga. Después llamó a Gustavo.
– Gustavo, tengo varias cosas que decirte, con la misma confianza con que te premié nombrándote en el puesto de Kessler.
– Puede confiar en mí, jefe. Estoy completamente a su servicio.
– Me parece que ya sospechaste que estoy en contacto con Iturriaga y que trabaja para mí.
Gustavo asintió moviendo apenas la cabeza pero sin decir nada. Era el momento de ser extremadamente cauto. Gajardo insistió:
– ¿Es así?
– Bueno, señor, la verdad es que se me pasó por la mente. O pensé que usted se lo podría ganar, porque todo hombre tiene su precio.
– En efecto, así es. La cuestión es que, escuchando y reflexionando sobre lo que dijo Rosasco, llegué a la conclusión de que Vanessa debe tener mucha rabia contra mí por cosas que le sucedieron en el pasado, de las que puede hacerme responsable. Eso explicaría que esté renuente a venderme las Acciones, o que quiera sacarme todo el dinero posible.
Gustavo lo escuchaba con la máxima atención, mientras Gajardo lo miraba escrutando las reacciones que sus palabras producían en su subordinado. Continuó:
– He pensado que tal vez se ablande si la compra se hace a tu nombre, igual como estaban antes a nombre de Kessler, aunque eran mías porque yo las pagué.
Gajardo preguntó, sólo con un gesto y la mirada, qué pensaba Gustavo de su propuesta.
– No sé qué decir, respondió Cano. No se me ha pasado por la mente una cosa como esa.
– La pregunta es simple, Gustavo. ¿Estás dispuesto a ser en este caso mi testaferro, mi ‘palo blanco’?
– Señor, ya le dije que estoy completamente a su servicio y que puede contar conmigo en lo que quiera.
– Entonces está decidido. La compra se hará a tu nombre.
– Solamente puedo agradecerle su confianza, señor.
– Pero la confianza te la tienes todavía que ganar, Gustavo. El asunto es que yo no estoy dispuesto a pagar por esas Acciones y por esas propiedades un peso más de lo que ya le ofrecí a la putita, que no merece siquiera eso.
– Estoy totalmente de acuerdo con usted, señor. La putita buena será en la cama, y habrá sabido cómo engañar a Kessler en su lecho de muerte; pero no se merece lo que él le regaló ni lo que usted le ha ofrecido.
Y después de un momento agregó:
– Solo que, señor, no estoy seguro de poder convencerla de que se baje tanto los calzones. Es verdad que la tengo comiendo de mi mano, pero Benito tiene razón cuando dice que es ambiciosa y que le gusta la plata.
– Por eso es que te digo que te tienes que ganar mi confianza. Me dijiste que la putita está cuidando al niño de sus mejores amigos mientras ellos están arriba en la cuenca.
– Así es.
– Y que la putita lo quiere como si fuera su hijo.
– Sí, se derrite por él. De hecho, es un muchacho encantador, que se hace querer. Creo que Vanessa haría cualquier cosa por él.
– Bien. Entonces, el plan es éste. Tú sigue seduciendo y enamorando a la putita. Y secuestras al chico. Sin que ella sospeche lo más mínimo que puedas ser tú que lo tienes, amenazándola con la muerte del chico, le pides un rescate por exactamente seis millones de Globaldollards.
Gustavo Cano lo pensó unos momento. Luego dijo:
– Creo que puedo hacerlo, señor. No será fácil, pero bien planificado se puede hacer.
– Eso lo sé, porque no debiera ser difícil estando ella y el niño viviendo solos en una granja. Pero la pregunta es otra, Gustavo. ¿Estás dispuesto a eliminar al chico, para que no quede evidencia alguna, en el caso de que la negociación falle y ella no esté dispuesta a vender las acciones para rescatar al niño?
Gustavo Cano lo pensó un largo rato. Finalmente dijo:
– Señor, espero que no sea necesario llegar a ese punto. Creo que soy capaz de evitar que falle el plan.
– Pero puede fallar. Te lo pregunto nuevamente: ¿estás dispuesto a eliminar al niño si fuera necesario?
Gustavo titubeó. Podía decir que sí, y llegado el momento decidir otra cosa. Respondió:
– Si usted lo manda, señor, puede contar conmigo como ya le dije.
Gajardo le dio el tiro de gracia:
– Bien. Si consigues que la putita me venda al precio que yo quiero, podrás quedarte con los seis millones del rescate. Esos serán para ti. Pero debes tener clara una cosa. Si el chico, por un descuido tuyo o por cualquier otro motivo, pudiera haberte identificado, deberás eliminarlo sin dejar rastro ¿lo comprendes?
El ex-teniente se imaginó poseyendo ya, además de las Acciones de Vanessa, seis millones de Globaldollars. No podía haber esperado algo mejor.
– Acepto, señor, acepto. ¡Cuente conmigo!
– Bien. Entonces sellemos este pacto.
Le extendió la mano con el dorso hacia arriba. Cuando Gustavo la tomó con la suya Gajardo la acercó a su cara para que la besara. Gustavo Cano puso sus labios en ella sellando el pacto y demostrando de ese modo su completa sumisión al jefe.
* * *
Arriba en la cuenca, faltando todavía dos días para que correspondiera el turno de descanso al destacamento de la Colonia Hidalguía, ocurrió lo que Tathagata temía. Un descuido de los obreros que removían una roca mal asentada que peligraba rodar si una lluvia debilitaba aún más sus bases de sustentación, hizo que se soltara una de las amarras de las cuerdas con que la arrastraban y rodó cuesta abajo, cayendo sobre otro grupo que pasaba a orillas del río desplazando un tronco seco. La roca golpeó con tal fuerza a uno de los obreros que falleció casi al instante, sin que los que estaban con él y los que acudieron desde arriba a ayudarlo pudieran hacer nada por salvarlo. Otros dos obreros resultaron malheridos, por suerte sin peligro de muerte, y fueron atendidos por sus compañeros.
La muerte de uno de los trabajadores empeñados en salvar la cuenca y con ella todo el territorio que habitaban, afectó a los grupos, con distinta intensidad, aunque resignándose fácilmente porque habían estado todos tan cerca de la muerte durante la peste, que podría afirmarse que se habían acostumbrado a ella. Reunidos al anochecer, después de los trabajos del día, Eliney Linconao se dirigió a todos razonando así:
– Compañeros. Hoy debemos lamentar la muerte de uno de nosotros. Fue el compañero Gerardo Pinto el que nos ha dejado; pero podría haber sido cualquiera de nosotros. Su muerte no era inevitable, porque el accidente fue causado por un descuido. No estoy culpando a los compañeros a quienes se les desprendió la roca. Pudiera habernos pasado a cualquiera de nosotros. Yo personalmente, como responsable general de las obras, asumo mi culpa, especialmente por no haber decidido que el destacamento de la Colonia Hidalguía, que ha sido hasta ahora el más disciplinado y el que más horas del día está trabajando, y en las tareas más duras, fuera el primero en tomar el necesario día de descanso. Compañeros, mañana debemos continuar los trabajos. El destacamento de la Colonia tomará mañana su día de descanso. Lamentablemente no es posible trasladar el cuerpo de Gerardo a la ciudad, ni tenemos cómo avisar a sus seres queridos. Lo sepultaremos aquí, con todo el respeto, la humanidad y el amor que se merece. He pedido a nuestros amigos mapuches, que trabajan tan bien la madera, que preparen el mejor ataúd que puedan, y al padre Anselmo que oficie un responso. El compañero Gerardo será reconocido como un héroe por haber dado su vida luchando por salvar del desastre el territorio donde todos vivimos. El entierro del cuerpo de Gerardo lo realizaremos mañana, terminando los trabajos del día una hora antes. Ahora, amigos y amigas, es el momento de irnos todos a dormir. La vida y las obras deben continuar.
Esa noche, en la reunión del comando, Onorio Bustamante expresó su pesar y remordimiento por lo que había sucedido. Después de escucharlo Tathagata sentenció:
– No hay culpa. Las cosas suceden porque suceden. Todo está relacionado y las causas de cada hecho son múltiples, infinitas en realidad. Lo que hay es sufrimiento y dolor, que no podemos evitar. Pero Buda enseñaba que el sufrimiento que nos produce la enfermedad o la muerte, nos lleva a cultivar la compasión y a esforzarnos en proteger la vida de las personas, de los animales, de las plantas y de los minerales.
La reunión continuó examinando las medidas de seguridad que debían reforzarse, y trazando el programa de los trabajos del día siguiente.
Al anochecer del día siguiente el padre Anselmo ofició el responso por el malogrado Gerardo Pinto y realizó frente a la multitud el sermón siguiente.
Queridos amigos y amigas, queridos compañeros.
Despedimos hoy a nuestro compañero y amigo Gerardo Pinto, que hasta hace dos días compartió con nosotros alegrías y dolores, trabajos y esperanzas. Hoy no está entre nosotros, y lo echamos de menos, especialmente quienes lo conocieron más de cerca. Sabemos que fue un trabajador ejemplar, un joven lleno de vida y de entusiasmo. Y nos preguntamos, entonces, ¿que es ahora de esa vida y de ese entusiasmo? ¿Qué queda de Gerardo? Y esto nos lleva a interrogarnos sobre nuestra propia existencia. ¿Que será de nuestra vida, de nuestras esperanzas, de nuestros propios sentimientos y emociones, de nuestros amores y de nuestras ideas, de nuestro propio yo, cuando nos toque morir?
Perdónenme ustedes, pero no soy de esos curas que ante el dolor, el sufrimiento y la muerte hacen un sermón bonito y dicen palabras de consuelo, se declaran alegres y aseguran que en el cielo nos reencontraremos con los que se van. Yo solamente puedo decirles, con toda honestidad, lo que pienso, lo que he llegado a concluir después de dedicar mucho tiempo a pensar en la vida y en la muerte.
Pienso que los hombres y las mujeres, cada uno de nosotros, tenemos distintas dimensiones en las que existimos. Una primera dimensión es la del cuerpo físico, hecha de materia, es decir, de componentes físicos y químicos, de átomos y moléculas de los diferentes elementos. En esta dimensión material, formamos parte del cosmos, porque estamos hechos de los mismos componentes que la tierra, los mares, las nubes y las estrellas. Un poeta decía que somos polvo de estrellas.
Una segunda dimensión es la de la vida, constituida de células, de adn, de órganos integrados que nos permiten movernos, nutrirnos, crecer, reproducirnos, y vivir una vida natural similar a la de muchas especies biológicas. En esta dimensión de la vida formamos parte de la biósfera que cubre nuestro planeta, donde hay microorganismos, plantas, árboles, peces, aves, mamíferos. Ha sido la evolución de la vida la que nos generó haciéndonos existir en este rico, plural y complejo mundo biológico.
La vida se constituye superando de algún modo las leyes físicas de la materia, porque según la termodinámica, la cuántica y la relatividad, opera en la materia la inercia y la entropía que hacen que los elementos y la energía tiendan inevitablemente a dispersarse. En cambio la vida es organizadora, mantiene unidos orgánicamente a los elementos materiales de un ser vivo, impidiendo que se dispersen.
Una tercera dimensión de la existencia humana es la de nuestras vivencias subjetivas, de nuestra sensibilidad, constituida por los sentimientos, las emociones, los recuerdos, los fenómenos que ocurren en nuestra mente al percibir y relacionarnos con las cosas, con las personas y con todos los seres vivos que llegamos a conocer. En esta dimensión de la subjetividad experimentamos el mundo, sus colores, sabores, texturas, sonidos y formas. En nuestra sensibilidad sentimos placeres y dolores, apreciamos la belleza y la fealdad, deseamos, lloramos, nos alegramos, amamos, nos apasionamos y nos relacionamos con las demás personas. Por la subjetividad somos parte de la comunidad humana, de la sociedad, de la cultura y de la historia, que formamos entre todos los seres humanos pasados, presentes y futuros. El mundo de la sensibilidad y de la subjetividad parece ser un desarrollo de la vida que alcanza en las especies superiores y en los humanos su más alto y complejo nivel de organización. La subjetividad incorpora, relaciona y mantiene integrados en nuestro yo interior, todo el mundo material y viviente que conocemos y con el que nos relacionamos.
Una cuarta dimensión de nuestra existencia es la del pensamiento, de la razón, de la conciencia autoconsciente, por la cual pensamos con ideas y razonamos con conceptos y argumentos, contamos y hacemos cálculos matemáticos, nos ponemos fines que alcanzar en la vida, y decidimos con libertad de acuerdo a nuestras convicciones, creencias, valores y moral.
En esta dimensión de la autoconsciencia, del intelecto, de la razón y de la libertad, ocurren hechos, acciones y fenómenos que no son materiales ni biológicos. Las ideas, los números, los razonamientos, la libertad, no están formados de materia física, no están compuestos de átomos y moléculas, no son atraídos por la fuerza de gravedad. Las ideas y los números tampoco viven como organismos biológicos, pues no tienen células, ni adn, ni se reproducen sexualmente. Tampoco tienen sensibilidad ni subjetividad. Los cálculos matemáticos y los razonamientos lógicos no tienen, en sí mismos, sentimientos ni emociones. Cabe decir que en el mundo de la racionalidad y de la autoconciencia intelectiva, estamos abiertos al conocimiento de todas las realidades, sean materiales, biológicas o subjetivas, que podemos concebir y relacionar, pero en abstracto, o sea, en sus formas y estructuras matemáticas y lógicas.
Tenemos una quinta dimensión en que existimos, que ha sido llamada espiritual. En ella, según se dice y se cree, nos conectamos con un mundo de realidades espirituales, en el que nos encontramos con Dios, que nos ama y nos atrae. Dicen los autores espirituales que esta dimensión espiritual se da en un plano que trasciende nuestro yo mental, y que está incluso más allá de lo que podemos conocer con nuestra conciencia y nuestra razón.
¿Qué podemos sacar de esta larga explicación sobre las cinco dimensiones en que existimos? ¿Qué pasa con ellas cuando morimos? Hay un principio universal que la ciencia y la filosofía avalan, según el cual en la realidad nada se pierde, nada que existe deja de existir, sino que todo se transforma. ¿En qué se transforman esas cinco dimensiones de nuestra existencia cuando morimos?
Para responder, debemos preguntarnos qué es la muerte. Y tratando de responder qué es la muerte, comprendemos que es un fenómeno propio y exclusivo de la vida. La muerte de los individuos es parte del proceso de la vida y de su desarrollo en la tierra. Dicho de otro modo, la muerte es un fenómeno propio de la segunda de las dimensiones en que existimos. La materia, en efecto, no muere. No puede morir porque la muerte es un fenómeno biológico. ¿Qué ocurre con la materia que forma nuestro cuerpo cuando morimos? La materia deja de mantenerse organizada por la vida y en consecuencia los componentes químicos y los átomos y moléculas físicas vuelven a integrarse al mundo material del que forman parte.
Al morir, dejamos de movernos, nuestros órganos dejan de funcionar, y dejamos de crecer, de reproducirnos. También dejamos de ver, de oír, de palpar, de escuchar, de sentir dolor, de sufrir, de tener sentimientos y emociones, porque todo eso que hacemos con nuestros sentidos, con nuestro sistema nervioso y con nuestro cerebro, ya no lo continuamos haciendo, porque los órganos biológicos ya han muerto. Pero todos los componentes orgánicos de los seres vivos, cuando mueren, pasan a reciclarse en el complejo circuito de la vida y la ecología, haciendo que la vida aumente, continúe reproduciéndose y expandiéndose.
¿Queda algo de nuestra subjetividad después de la muerte? Puesto que la subjetividad la vivimos y experimentamos siempre en relación con otros, en esos otros permanece de algún modo nuestro mundo subjetivo, que siendo siempre inter-subjetivo, se proyecta en la familia, los amigos, la comunidad y los grupos de los que hayamos sido parte, y que se habrán enriquecido con todo lo que hayamos sentido, vivenciado, experimentado y creado. Todo ello pasa a formar parte de la cultura y de la historia de la humanidad.
¿En qué se transforma nuestra conciencia racional autoconsciente y libre, después de la muerte, esto es, cuando deja de estar integrada a nuestro cuerpo biológico y a nuestra sensibilidad intersubjetiva? La verdad, queridos compañeros, es que no lo sabemos, y que sólo lo podríamos saber al morir. Pero es razonable pensar y creer que con la muerte no cesa de existir nuestra conciencia racional autoconsciente ni nuestra dimensión espiritual, que como hemos visto, no están compuestas de materia porque no son realidades físicas, ni por células y órganos biológicos, porque no son realidades orgánicas. Tal vez la conciencia racional autoconsciente continúe existiendo como realidad individual, o quizás formando parte de una conciencia común.
Y ¿qué pasa con el espíritu? Tal vez se integra en un espíritu universal, o en Dios. Es lo que sostienen los grandes místicos y sabios que han existido. Las religiones lo afirman y nos proponen que creamos en ello. Tienen un buen argumento: si Dios existe y creó el universo y nos ama, no puede dejar que todo termine en una pura materia inerte y dispersa, y que al morir nos sumerjamos en la nada, porque nadie que ama a alguien quiere que se aniquile y se acabe.
En cualquier caso, de lo que sí estamos seguros, es de que todo lo que habremos hecho en la vida, queda y continúa siendo. Si plantamos un árbol ahí está. Si tenemos hijos ellos continúan nuestra herencia biológica. Si creamos comunidades ellas siguen existiendo. Si desarrollamos ideas, artes y conocimientos, pasan a formar parte de la cultura de la humanidad. Estas obras y todo lo que estamos haciendo y viviendo aquí en esta cuenca, contienen y mantendrán para siempre los aportes, el trabajo, las ideas, la creatividad que en ellas puso nuestro amigo y compañero Gerardo, que sigue existiendo en nuestra mente, donde lo recordaremos siempre.
Queridos amigos. Sepultemos ahora la materia de la que estuvo formado el cuerpo de nuestro compañero Gerardo Pinto. Dejemos que los elementos orgánicos de su cuerpo se reintegren en el fluir interminable de la vida. Y como es posible que su conciencia y su espíritu sigan existiendo, les propongo y los invito a que en silencio, cada uno de nosotros, durante unos minutos, tratemos de unir nuestra propia conciencia y nuestro propio espíritu a los de nuestro compañero Gerardo, que pudiera ser que también esté esperando que no lo olvidemos, que pensemos en él y que oremos por él.
– Amén, amén – se escuchó repetir a la multitud que escuchaba, y el eco de esta palabra recitada mil veces resonó en la montaña.
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