VIII. Vanessa estacionó la moto y entró al palacete

VIII.


Vanessa estacionó la moto y entró al palacete que, después de que instaló sus cosas y ordenó a su gusto, consideraba ya su casa en la Colonia. Dejó en la cocina la bolsa con los ingredientes que había escogido cuidadosamente en el mercado con la intención de preparar una cena especial para compartir esa noche con Gustavo, y fue a su habitación para cambiarse de ropa, porque había decidido sorprenderlo.

Al pasar por el living escuchó unos ruiditos extraños pero no les dio importancia. Media hora más tarde, frente al gran espejo que cubría entera una pared del baño, se dio por satisfecha, contenta de verse tal como quería. Se tendió en el diván del living, segura de que pronto llegaría Gustavo, como todas las noches en que se aparecía poco después de que terminaba sus rutinas diarias como Administrador de Campo.

Vanessa cerró los ojos y levantó sus piernas sobre los cojines que había acomodado en el diván. Volvió a escuchar los mismos ruiditos que al entrar, como de algo que raspaba el piso. Supo enseguida que se trataba de ratones. ¿Por dónde entraron si dejé la casa totalmente cerrada ayer cuando me fui? Si alguien los puso ahí con la intención de asustarla se equivocó, porque Vanessa había lidiado varias veces con roedores cuando vivió con Carlos en el campo. Corrió a la cocina, tomó un escobillón, abrió la puerta de la casa y echó a uno, dos, tres, cuatro, cinco grandes ratones grises.

Gustavo, que estaba cerca esperando que Vanessa escapara gritando para ir a socorrerla, decepcionado por no poder presentarse esa noche como un héroe salvador, estaba sin embargo admirado del estado de ánimo de la muchacha que había resuelto con decisión el problema en que él la había puesto, no por su voluntad sino cumpliendo una precisa instrucción de su jefe. Prefirió retardar su llegada, no fuera que ella sospechara de él.

Media hora más tarde, cuando apareció Gustavo, Vanessa ya había revisado la casa varias veces, comprobando que no había ningún resquicio por donde pudieran haber entrado los roedores. Le contó de los cinco ratones que había encontrado, y esta vez acompañado por él hizo una nueva revisión. Después Vanessa lo encaró diciendo:

Alguien entró a mi casa y puso esos ratones. Tú tienes llave. ¿Hay alguien más que tenga una?

Gustavo se quedó pensando, movió la cabeza negando, pero finalmente exclamó, como recordando:

¡La amante! O alguna de las prostitutas con las que Kessler se encontraba a menudo. Es probable que a alguna de ellas les hubiera dado una llave.

Vanessa dudó de que fuera posible. Ella conocía a Kessler como nadie, había sido más que su amante y compañera sexual, y sin embargo nunca, nunca le había dado llaves de ninguno de los lugares donde él vivió. Experto en seguridad y obsesionado por la suya, Kessler jamás daría la llave de su casa a nadie. Las casas que le conoció a Kessler, igual que la que ahora ella ocupaba, eran inexpugnables. Movió la cabeza negando, pero no dijo nada. Gustavo comprendió que ella sospechaba que pudiera haber sido él quien puso los ratones. Entonces le dijo:

Después de que Kessler falleció y antes de que tú llegaras, varias personas vivieron en esta casa. Es seguro que hay por ahí algunas llaves circulando.

Esta explicación le pareció a Vanessa más verosímil, y como no quería pensar mal de Gustavo lo invitó a la cocina diciéndole:

Ven a la cocina, que voy a preparar una comida que te va a dejar chupándote los dedos.

El día siguiente Vanessa partió temprano a la ciudad y regresó a mediodía acompañada por un cerrajero. En la tarde el Administrador de Campo informó a Gajardo que la muchacha a su cargo no se había asustado con los ratones, que revisó con él toda la casa asegurándose que no había ningún resquicio por donde hubieran podido entrar y que sospechó que alguien los había puesto dentro.

Gajardo lo escuchó moviendo los hombros como indicando que no era importante. Pero después, cuando el Administrador de Campo le informó que Vanessa había hecho cambiar la chapa por una igual de segura que la instalada antes por Kessler, y que aunque él le había dicho que por su función en la Colonia debía tener todas las llaves, ella se había negado a entregarle una copia, Gajardo dijo:

Esa mujer nos va a dar problemas; pero ya verá con quién tendrá que verse.

Gustavo Cano no dijo nada. Se había encariñado con Vanessa y no quería que nada pudiera pasarle. Pero el jefe era el jefe, y él no podía hacer nada por ella más que atenderla como reina, que era el encargo que esperaba que Gajardo no le cambiara. Que fue exactamente lo que hizo Gajardo.

Todo cambia de ahora en adelante, Cano. Hay que hacer que esa chica se sienta mal aquí, que no desee volver. Nada de atenderla como reina, aunque no quiero que te alejes de ella. Vigílala. Inventa cualquier cosa que le moleste. Que nadie más le hable, y todo lo que se te ocurra que pueda disgustarle. Ocúpate de que en la próxima cabalgata se dé un buen porrazo y que ojalá termine malherida.

Gustavo Cano se cuadró ante el jefe y se retiró. Tenía que pensar cómo cumplirle a Gajardo sin que Vanessa sospechara de él, y continuando la relación tan placentera que iba tan bien.


 

* * *


 

Fueron varias las semanas en que Vanessa no asistió a las reuniones de la Cooperativa ni se apareció por la granja. Tampoco Antonella se encontró con ella en la iglesia. Gustavo Cano, que se había acostumbrado a pasar con Vanessa casi todas las noches, estaba sorprendido de que no se apareciera por la Colonia.

Ella era así, impredecible. Vivía cada día según sus deseos y de acuerdo a como se presentaran las cosas, a las personas con que se encontraba, y al cambiante clima. Este comportamiento se había acentuado en la joven ahora que contaba con mucho dinero y que no tenía preocupaciones por su futuro. Como no le gustaba dar explicaciones de lo que hacía, pues a menudo ni ella misma sabía los motivos de lo que decidía cada día, no avisaba a nadie sus movimientos ni informaba de sus decisiones.

Los sentimientos de Gustavo Cano ante la ausencia de Vanessa eran encontrados. Por un lado echaba de menos su deliciosa compañía sexual. Por otro, se alegraba de no tener que cumplir el encargo del jefe. De hecho, en dos ocasiones en que pensó que Vanessa estaría de regreso, había soltado una amarra de la montura de la potranca que a ella le gustaba montar. Lo había hecho calculando que Vanessa se caería, pero a menos que estuviera muy distraída, tendría tiempo suficiente para agarrarse al pescuezo del animal y caer menos bruscamente. ¿De qué otro modo podía cumplir la orden del jefe sin dañar demasiado a la muchacha? Por otro lado estaba contento de no tener que dar la sofisticada y no enteramente convincente explicación que había inventado para explicarle que tendrían que suspender por un tiempo sus encuentros sexuales.

Vanessa estaba en Santiago. Había tomado posesión del palacete y del departamento que heredó de Kessler, cuidando de cambiarles las cerraduras. Los conocía muy bien, pues había estado varias veces allí en el tiempo en que fue la protegida y amante de Kessler. Imaginó que el palacete era ideal para instalar allí su Centro de Cosmética, Terapias alternativas y Bio-danza que alguna vez había soñado tener. Algún día tomaría la decisión de realizarlo. Mientras tanto lo dejó cerrado y se fue a instalar en el departamento. Pero no quería recordar aquellos tiempos en que en ese mismo lugar se entregó a los hombres que Kessler le encargaba atender, por lo que contrató un camión que se llevó todos los muebles a una institución de beneficencia, cambió las cortinas, hizo pintar las paredes y lo amobló a su gusto.

Durante esos días Vanessa visitó a la escritora Matilde Moreno que la había acogido y adoptado como a una hija durante casi tres años, después de que se liberó de Kessler. Se encontró también con Danila, que durante casi un año fue su compañera de cuarto estando ambas sometidas a los caprichos del que llamaban ‘el jefe’, y que ahora estaba teniendo gran éxito en su centro de masajes y atenciones especiales. Fue también al Instituto donde había estudiado Terapias Complementarias, pero ya no quedaba ninguna de las que fueron sus compañeras de estudio.

Sólo a Matilde relató Vanessa extensamente las aventuras y vicisitudes que había vivido desde que se fue a El Romero con su ahora difunto esposo Carlos. La escritora se limitó a escucharla y darle algunos buenos consejos de sentido común, que sabía que no calaban muy hondo en Vanessa, que vivía del modo más espontáneo que pudiera hacerlo un ser humano, y que era la comprobación más evidente de que la realidad supera absolutamente a la ficción.

Quien estaba cada vez más inquieto por no haberse podido encontrar con Vanessa era el abogado Iturriaga, porque el tiempo le corría en contra. Habían pasado ya veinte de los noventa días que tenía para concretar la compra-venta de las propiedades y las Acciones, y no había señales de la joven. Impaciente, decidió ir donde Alejandro a preguntar por ella. Había evitado hacerlo, pues no quería informar a nadie que estuviera relacionado con el Consorcio Cooperativo CONFIAR, sobre la operación que le habían encargado realizar por fuera de sus tareas como empleado de la organización. Además, sospechaba que la Cooperativa Renacer pudiera tener interés en comprar o en hacerse cargo de alguno de los predios de Vanessa.

Lo llamó y concertaron encontrarse en la escuela de Antonella al terminar las clases. Alejandro al estrechar su mano le dijo:

Feliz de verlo, don Wilfredo. Hace días que pensaba en llamarlo, porque nuestra amiga Vanessa nos contó que usted estaba tramitando la posesión efectiva de su herencia.

¿Cuánto les habrá dicho Vanessa? Por lo que me dice pareciera que solamente saben del trámite de la posesión. Pero ¿cómo estar seguro?

Ah! Sí. Pero hace días que no la encuentro, y debo hablar con ella. ¿Sabes cómo podría encontrarla?

Yo no he sabido nada de Vanessa; pero tal vez Antonella la haya visto. Ella viene enseguida.

Antonella les contó que la última vez que la vio fue en la iglesia, pero de eso ya habían pasado más de dos semanas.

Ella tiene dos casas – agregó Antonella. – Arrienda un departamento el El Romero, y tiene la casa en la parcela donde vivió con Carlos. Allá a veces vuelve de visita, pero el predio está ahora a cargo de la Cooperativa Renacer. Sabemos que a veces se queda en la Colonia Hidalguía, donde conoció a una persona. Pero no sé más que eso.

Así supo el abogado que los amigos de Vanessa sabían de ella menos que él. Pensó en retirarse antes de que le preguntaran detalles sobre su trabajo; pero Alejandro se le adelantó.

El motivo por el que quería verlo, don Wilfredo, era saber si ya concluyeron los trámites y Vanessa tiene ya las propiedades heredadas.

Sí, está casi todo listo, parece que no hay problemas – dijo el abogado con cautela.

¡Qué bien! Tal vez más adelante la Cooperativa requiera sus servicios profesionales por alguna compra o arriendo que realicemos por alguna de las parcelas que heredó Vanessa. Si Vanessa y nosotros decidiéramos hacerlo lo llamaré.

Muy bien, estaré siempre a sus órdenes. No deje de informarme cualquier novedad sobre Vanessa, por favor.

El abogado se retiró preocupado, ahora no solamente porque no había sabido nada que le sirviera para encontrar a Vanessa, sino también al enterarse que cuando ella se apareciera por la Cooperativa conversarían sobre sus propiedades, y seguro que les contaría de la oferta de compra por la Colonia. Se fue temiendo que sus planes pudieran ser interferidos, aunque no pensaba que fuera posible que la Cooperativa dispusiera de mucho dinero y compitiera con la oferta de la Colonia.


 

* * *

Es curioso que a veces las cosas más obvias nos pasan desapercibidas, como si nuestra mente tuviera zonas oscuras de la realidad que no se ven. El hecho es que Wilfredo Iturriaga tardó dos días en pensar que si Vanessa no estaba en ninguno de los lugares que acostumbraba habitar o visitar en El Romero, lo más probable era que se hubiera trasladado a Santiago donde tenía dos propiedades importantes de las que hacerse cargo.

La encontró en el departamento, al que llegó a medio día. Solamente después de que tocó varias veces el timbre y cuando ya estaba por desistir, Vanessa se asomó a la puerta, soñolienta, con una toalla que mantenía con una mano sobre el pecho y que caía suelta cubriéndola apenas. Lo hizo pasar al living, le pidió que la esperara y pasando desnuda frente a él con la toalla al hombro se encerró en el baño.

Cuarenta minutos después se presentó en el living, bien peinada y maquillada, cubierta con una bata blanca. Se sentó frente al abogado.

¿A qué se debe esta sorpresa? Ya tomé posesión de todo. ¿Algún problema?

Problemas no, señorita Vanessa. Recuerde que me encargó negociar la venta de sus propiedades a la Colonia.

Ah! Sí. Fue tu idea, por una oferta que me hicieron. ¿En qué está eso?

Iturriaga, previendo que Vanessa pudiera exigirle que negociara todavía, decidió indicarle cantidades algo menores que las que había conseguido para ella con Gajardo.

No podría estar mejor, señorita. Después de negociar duramente con ellos, que eso lo sé hacer, le hacen una oferta inmejorable. Le ofrecen seiscientos mil Globaldollars por cada parcela y cinco millones ochocientos mil por las Acciones.

Al ver la cara impávida de Vanessa agregó: – Es mucha plata ¿se da cuenta?

Lo sé, no soy tonta ¿sabes? Pero estoy segura de que tú puedes conseguir más.

Puede ser, no lo niego. Pero le aseguro, señorita Vanessa, que la oferta que le hacen es muy buena.

Vanessa lo pensó un momento. Luego, como hablando consigo misma, tan bajito que Iturriaga no alcanzó a oirla, agregó:

Sí, conozco a don Gajardo. Me pagó muy bien mi trabajo de modelo, y antes nos daba buenas propinas.

Ahora con voz segura y dirigiéndose al abogado.

Está bien. Justo anoche estuve hasta muy tarde sacando cuentas, y con el dinero que gané trabajando no me alcanza para el proyecto que tengo. Creo que aceptaré vender las parcelas. No las Acciones, al menos no por ahora. Las parcelas sí; pero antes tengo que hablarlo con mis amigos de la Cooperativa.

¿Por qué tiene que hablar con ellos? Las parcelas son suyas, y eran del señor Kessler, un socio del señor Gajardo, de modo que si las vende, la Cooperativa ni nadie se verá afectado.

Bueno, creo que tienes razón, pero igual hablaré con mis amigos, porque no quiero que se vayan a enojar.

Hay un problema – le dijo entonces Iturriaga.

¿Qué problema?

Lo que pasa es que el señor Gajardo me dijo que su oferta era por todo o nada. No le interesa solamente una parte. Además, le da sólo sesenta días para que todo quede firmado y pagado.

Ah! Entonces, nada.

¿Cómo que nada?

Nada. Que tengo que pensarlo.

Pero señorita, podría perder una oportunidad tan buena, que no se repetirá nunca.

Iturriaga insistió varias veces sin conseguir que Vanessa le diera el visto bueno para proceder a la compra-venta. Ella finalmente, ya molesta por tanta insistencia, exclamó:

¡Te dije que tengo que pensarlo! No me gusta que me presionen. Ni Gajardo, ni tú, ni nadie.

Está bien, está bien. Lo decía sólo por su conveniencia, señorita Vanessa. Pero, dígame ¿cuando tendrá una decisión?

Vanessa sin pensarlo respondió:

En unos diez días.

Bien. ¿Dónde va a estar, para poder encontrarla? Mire que la estuve buscando durante casi tres semanas.

¿Cómo puedo saber ahora donde voy a estar en diez días? Llámame.

Pero señorita, lo hice decenas de veces y nunca me respondió.

Ah! Es que dejé mi IAI en la casa de una amiga. Pero lo iré a buscar.

Vanessa se levantó, caminó hacia la puerta y le tendió la mano. En algún momento había pasado por su mente tener sexo con el abogado; pero lo desechó. No le gustaban sus formalidades, no le gustaba que le dijeran “señorita Vanessa”, y no le gustaba que la presionaran. Además, no le habían dado ganas de hacerlo.

Hasta luego, señorita Vanessa.

Chao, abogado.


 

* * *


 

Esta noche no hay luna, porque aparecerá recién de madrugada. El cielo está enteramente despejado. Apagando todas las luces tendremos una noche maravillosamente estrellada, como pocas personas en el mundo tienen la oportunidad de ver en la vida.

Quien decía esto era Jaime González, el más viejo de los integrantes del grupo que lideraba Rodrigo Huerta en la Reserva de la Biósfera. González tenía una Licenciatura en Física y era un fanático de la astronomía, disciplina que durante años practicó informalmente en conexión con un grupo de aficionados a mirar las estrellas.

Algo realmente fascinante – agregó – es mirar cómo las estrellas van apareciendo una a una a medida que oscurece, hasta que después de un par de horas el cielo queda enteramente iluminado por millones de pequeñas luces titilantes de varios colores.

Tomó una silla y fue a sentarse en un lugar despejado de árboles, a pocos pasos del campamento. Uno a uno se fueron colocando a su lado, en semicírculo, todos los compañeros. Apagaron las luces e incluso el fogón donde habían cocinado. González sabía hacia donde mirar, por lo que muy pronto dijo:

Allá, la primera.

Todos siguieron la dirección que indicaba el brazo del hombre que los había invitado a compartir esa inusual experiencia. Siguiendo el ejemplo de Jaime, varias manos se fueron levantando, cada vez que los ojos más finos empezaban a vislumbrar un punto que después de algunos segundos se convertía en planeta, en estrella, en galaxia, en nebulosa.

Dos horas después de que comenzaron a aparecer las estrellas y el cielo quedó enteramente iluminado, Jaime González comenzó a decir a los compañeros que todavía estaban a su lado:

Hace muchos años, cuando yo era un novato en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, conocí a un anciano profesor, investigador y doctor en física teórica, que ya no hacía clases porque estaba jubilado pero que continuaba realizando estudios y cálculos científicos. Fernando San Julián se llamaba. Por una casualidad me topé una tarde con él al salir de clases. Me invitó a su casa, donde se reunía una vez a la semana con un grupo de estudiantes que lo consideraban un verdadero maestro. Fernando San Julián había tenido un breve período de fama, nacional e internacional, al publicar en una revista francesa de física teórica, un paper que impactó algunos círculos científicos. En ese paper el doctor San Julián exponía una curiosa teoría, según la cual las partículas infinitesimales de la materia que cada cierto tiempo se descubrían en los aceleradores de partículas, no eran en realidad partículas existentes naturalmente en la materia, sino que eran creadas, producidas artificialmente por los mismos experimentos que supuestamente demostraban su existencia. Él sostenía que varias de esas partículas eran producidas en los aceleradores por efecto del choque que a altísimas velocidades se producía entre partículas que resultaban fraccionadas, en experimentos guiados por las hipótesis que preveían su aparición.

¡Qué interesante! – comentó Cecilia. – Pero ¿qué pasó después con esa teoría?

Nunca se pudo demostrar. Él sostenía que en realidad eran indemostrables tanto su teoría como la opuesta que suponía que las partículas pre-existían en la materia, porque de ellas sólo se tenía evidencia por lo que sucedía en los aceleradores. Lo que el doctor San Julián sostenía, era que los mismos cálculos matemáticos que se hacían en la teoría cuántica que llevaban a postular las micro-partículas, podían aplicarse y validar igualmente su propia teoría sobre la aparición artificial de ellas. Pero el hecho fue que los físicos no le dieron mayor bola y pronto su teoría quedó abandonada y olvidada. Ahora, lo más interesante para el grupito de alumnos que nos juntábamos en su casa, era otra teoría que nos fue explicando a lo largo del año. Una teoría tanto o más curiosa y extraña que la anterior, pero ésta vez no referida al mundo de las micro-partículas sino al del macro-cosmos. La recordé mirando aparecer esta noche las estrellas en el cielo.

Jaime González guardó silencio. A su alrededor se habían acercado las sillas y eran más de doce los compañeros que lo escuchaban con atención. Motivado por el interés que su relato había despertado continuó exponiendo las ideas del doctor Fernando San Julián que en los años de sus estudios universitarios tanto lo fascinaron.

En síntesis lo que el profesor decía era que los mismos cálculos y ecuaciones de campo de Einstein, así como los teoremas de Stephen Hawking y Penrose sobre la ocurrencia y geometría de los agujeros negros, que supuestamente demuestran su existencia y que se explicarían por el colapso gravitacional de estrellas y galaxias, no eran tales sino exactamente lo contrario: gigantescas cantidades de energía-materia que surgen, enteramente nuevas, como singularidades originales, en diferentes lugares del espacio-tiempo cósmico. No recuerdo nada de las ecuaciones, pero la cosa era más o menos así. La teoría de los agujeros negros se dio por demostrada científicamente cuando pudieron observarse y medirse ciertos efectos en los campos gravitacionales y determinadas emisiones de radiaciones, supuestamente originadas en y por los agujeros negros. Lo que el doctor San Julián decía era que esos mismos efectos gravitacionales y de radiaciones podían igualmente explicarse si, en vez de suponerse la existencia de agujeros negros formados de materia pre-existente colapsada, se hace el supuesto de que en esos determinados lugares del espacio-tiempo se hubiesen formado grandes masas de materia nueva. Por supuesto, la teoría de San Julián contradecía todas las teorías físicas conocidas, comenzando nada menos que con los Principios de la Termodinámica y la Ley de Conservación de la Energía, según la cual la energía no puede ser creada ni destruída, sino solamente cambiar de forma y fluir de un lugar a otro, por lo que el Universo debe entenderse como un sistema cerrado en el que no hay creación ni destrucción. Los científicos, por ello, se reían del doctor San Julián; pero eso no hacía mella en él, que sostenía que si las ecuaciones matemáticas eran correctas y explicaban los mismos fenómenos, eran las teorías y conceptos físicos los que debían ser superados por una teoría nueva, igual como han sido superados en la historia los modelos físicos anteriores.

¿Qué piensas tú de todo eso? – le preguntó Rodrigo cuando González pareció haber terminado.

¿Yo? Yo no sé nada. Soy apenas un Licenciado en Física, formado en las teorías generalmente aceptadas. Cuando conocí a San Julián yo estaba recién comenzando a estudiar, y comprendía sus ideas pero casi nada de las ecuaciones que escribía en la pizarra. Pero eso no era todo lo que decía el profesor. El decía que lo mismo pasaba en relación a la llamada “materia oscura”. En astrofísica se llama ‘materia oscura’, que correspondería a un 27 % de la materia-energía total del universo, a una supuesta realidad que no se ve ni puede detectarse porque no emite radiación electro-magnética ni interactúa con las radiaciones. El asunto es que la existencia de la materia oscura se infiere a partir de ciertos efectos gravitacionales en el cosmos, que no son resultado de la materia visible, por lo que se supone su existencia oculta. Lo que decía San Julián era que lo que se llama ‘materia oscura’ pudiera ser materia-energía normal, emergente, apareciendo en el universo desde la nada.

¿Alguna vez el profesor les explicó cómo pudiera ser que esa materia oscura y esa energía de los agujeros negros se formaba de la nada?

Lo que él decía era que, así como se supone que al comienzo del universo apareció la energía-materia que explosionó en el Big-Bang, ese fenómeno podría no ser único ni exclusivo, sino que siempre estarían ocurriendo Big-Bangs, y cosas así, que van generando lo que se supone que son agujeros negros y materia oscura, que en realidad serían energía y materia originaria creadoras de universos. Si hubo un Big–Bang ¿por qué no podría haber otros, muchos otros, mayores y menores, en una suerte de creación permanente? Así decía Fernando San Julián. Es lo que recuerdo de ese anciano que, más que física, aprendí de él a pensar con libertad y a imaginar que la realidad puede ser distinta y más interesante de lo que se piensa generalmente. A mí, por decir algo, me gusta creer que el universo no es un sistema cerrado sino que está siempre renovándose, de modo que, al final, no llegará a ser una masa inerte de materia infinitamente dispersa, fría y homogénea, como se supone que ocurrirá según los principios de la termodinámica y la entropía.

Por mi parte – comentó Rodrigo, – pienso que los científicos son demasiado presuntuosos y que afirman como verdades lo que no son más que ideas que pueden resultar erróneas, como lo demuestra la historia de las mismas ciencias.

 

SI QUIERES LA N OVELA COMPLETA IMPRESA EN PAPEL O EN DIGITAL LA ENCUENTRAS EN EL SIGUIENTE ENLACE:

https://www.amazon.com/gp/product/B07GFSKQS3/ref=dbs_a_def_rwt_hsch_vapi_tkin_p3_i1