XXVI. ​​​​​​​La celebración del cumpleaños de Antonio

XXVI.


La celebración del cumpleaños de Antonio fue una ocasión de encuentros y de entretenidos juegos en la granja. Compañeros de la escuela e hijos de algunos campesinos que el muchacho había conocido en sus paseos en bicicleta por el campo, formaban un grupo bullicioso de más de veinte niños de entre doce y diesiséis años. Estaban también presentes además de Antonella y Alejandro, Vanessa y Eliney, don Manuel y doña María con sus cinco hijos, Josefina la profesora del curso del Toño, Andrea Rosmino, amiga de Vanessa a la que ésta delegaba la gestión de su Centro de Cosmética, Terapias Alternativas y Bio–danza; el novio de Andrea que ella presentó como "mi negro" y que nadie supo a qué se dedicaba. Y llegó también el padre Anselmo, que Alejandro aceptó de mala gana que fuera invitado ante la insistencia del Toño.

Mientras los niños jugaban al fútbol en un sector despejado del campo donde habían instalado improvisados arcos enterrando estacas, los grandes conversaban en el living de la casa sobre la situación del país y del mundo. Pero había dos excepciones en esta división etárea. El padre Anselmo y el novio de Andrea se habían integrado al juego de los niños, uno por cada equipo. Alejandro de vez en cuando se levantaba a observar el juego desde la ventana, comprobando que a medida que avanzaba el partido los jugadores varones se fueron desprendiendo de sus camisas quedando con el torso desnudo. Antonella intuyó que había algo que inquietaba a su marido.

De vez en cuando se oían las algarabías correspondientes a los goles que metían los equipos. Alejandro presenció uno de ellos desde su puesto de observación, y lo que vio esta vez lo llevó a salir de la casa y acercarse rápidamente a la cancha de juego. Lo que había visto fue un gol metido desde media cancha por el padre Anselmo, luego del cual el Toño y varios que formaban parte de su misma escuadra se abalanzaron sobre él, que cayó al césped, lo que hizo que fueran muchos los niños y niñas que lo abrazaron poniéndose encima del cura, mientras él celebraba el gol como un niño igual que ellos.

Alejandro se quedó a mirar el partido. Le gustó ver que el Toño era un excelente delantero, que metió dos goles que fueron muy celebrados por su equipo. Menos le gustó percibir que cada vez que el cura Anselmo, que jugaba en defensa, tomaba la pelota, buscaba con la vista al Toño y le hacía un pase adelantado, que el muchacho casi siempre sabía aprovechar. Aunque para cualquiera que entendiera del juego resultaba evidente que era esa una excelente manera de iniciar un contraataque, Alejandro creyó percibir cierta complicidad entre su hijo y el cura, y eso le molestaba.

La celebración del cumpleaños continuó sin incidentes que merezcan ser relatados, exceptuando el hecho de que, mientras todos reían y conversaban alegremente, Alejandro se mantuvo malhumorado. Y que cuando se instaló a partir y servir la torta dejó al padre Anselmo sin pedazo.

Vanessa se dio cuenta de que el cura había quedado sin torta y le llevó su plato.

Recíbeme esto, Anselmo, que yo prefiero cuidar mi figura.

Tu no debieras temer que un simple trozo de torta pueda alterar tu figura – le respondió sonriendo el sacerdote, aceptando sin embargo el plato que Vanessa le ofrecía.

Tengo una pregunta, Anselmo, como tu eres cura. ¿Está bien o está mal que yo cuide mi figura y que quiera ser siempre bella y sexy? ¿Qué dice de eso la iglesia?

Lo que yo creo, Vanessa – respondió Anselmo sonriendo – es que si no cuidaras tu hermosura ¡sería un pecado mortal!

Yo también lo creo, Anselmo – confirmó Vanessa feliz, tomándolo del brazo y agregando: – ¿Bailarías conmigo?

¡Uy! Quedé molido con el partido que jugué con los niños. No me lo pidas, por favor. Además, en verdad no se bailar.

Está bien, te perdono. Además, están todos en otra onda. Pero me gustaría un día enseñarte ¿sabes? ¿Sabes que tengo un Centro en que enseñamos biodanza?

¿Qué es eso? Nunca oí hablar de biodanza.

La biodanza es una forma de baile en grupo, en que se comparten vivencias y emociones integradoras, para el desarrollo de la energía vital que todos tenemos, por medio de la música, el canto y el baile, en experiencias de encuentro grupal. Es súper entretenido ¿sabes?

Me lo imagino. Quizás vaya algún día a tu Centro.

Sería justo, porque yo voy a tu iglesia.

La conversación continuó hasta que fue interrumpida por la llegada del Toño que se puso al lado del cura.

¿Sabes, Vanessa, que el Antonio es un campeón del fútbol?

No lo sabía, pero te creo.

Sí. Es astuto, driblea como un bailarín y tiene un chute fuerte y seguro con las dos piernas. Podría llegar a ser un futbolista profesional.

Pero no es lo que quiero ser cuando grande – rebatió Antonio muy serio dando una suave palmada al sacerdote en la espalda. Enseguida agregó mirando a Vanessa: – Él sabe lo que quiero ser.

La conversación terminó ahí porque varios niños que ya habían dado cuenta de la torta y de los dulces se acercaron y los rodearon.

Al ver esta escena Alejandro puso una cara tan evidente de disgusto que Antonella se le acercó y le dijo dulcemente al oído:

¿Sucede algo, cariño?

Nada que deba preocuparte, querida – le respondió él con un tono algo más brusco de lo que hubiera querido.

Anselmo fue el primero en despedirse, explicando que tenía que atender asuntos parroquiales. Vanessa ofreció llevarlo, pero el cura le dijo que prefería caminar, y que seguramente pasaría alguien por el camino que lo llevaría. El Toño lo acompañó hasta el portón de la granja.

Quiero hablar con usted, padre. ¿Cuándo puede ser?

Mmm. Si no me llaman por algo urgente, los miércoles en la tarde estoy siempre en la casa parroquial.

El miércoles, entonces, iré a verlo a la salida de la escuela, a menos que llueva muy fuerte o que mi padre me necesite para algún trabajo.

De acuerdo. Entonces, hasta el miércoles, si Dios quiere.

Anselmo partió a paso firme y se despidió de Antonio agitando la mano en alto.


 

* * *


 

El miércoles llovió en la mañana pero despejó en la tarde. Feliz por el cambio del tiempo, el Antonio llegó a la casa parroquial a su cita con el padre Anselmo. Como hacía frío, éste lo recibió en el living y le sirvió una taza de te. El muchacho, como era su costumbre, fue directamente al grano de lo que quería conversar con el cura.

Yo quisiera ser sacerdote, padre.

¿Por qué quieres eso?

Quiero ser como usted.

No, Antonio. Tú tienes que ser tú mismo, seguir tu propia conciencia. No debes imitar a nadie.

Pero es que yo también quiero ser sacerdote. Como usted ya es uno, vine a preguntarle cómo se llega.

Anselmo reflexionó antes de contestar.

Mira, Antonio. No está mal que quieras ser cura; pero eres muy niño para decidir sobre algo tan importante como tu vida. No tienes suficiente experiencia del mundo y de sus oportunidades como para tomar una buena decisión. Primero tienes que crecer, vivir, experimentar muchas cosas. Y tienes también que conocerte a ti mismo, lo que no es fácil. Mira que yo todavía estoy conociéndome y descubriendo cosas nuevas en mí.

El Toño se había imaginado que el padre Anselmo estaría feliz de que quisiera ser un cura como él. Sorprendido por la respuesta que había obtenido preguntó:

Y entonces, padre ¿qué me aconseja?

Mira, Antonio. Lo que puedo decirte es lo que yo pienso, y te lo voy a decir con toda sinceridad; pero lo que yo pienso y creo, no es necesariamente la verdad de las cosas. Como cualquier persona, puedo estar equivocado. Tú tienes que pensar con tu propia cabeza. Me contaste el otro día que querías ser santo. Eso creo que está muy bien. Pero uno puede ser santo como mecánico, agricultor, cura, escritor, científico, bailarín, profesor, o cualquier profesión, oficio o actividad a la que se uno dedique. Lo importante es que eso que uno entiende que es la propia vocación, la realice en plenitud, creciendo personalmente, siendo feliz en ella, entendiendo que es un servicio a los demás y un camino hacia el encuentro con Dios. Poco a poco irás conociéndote más, conociendo el mundo, y descubriendo tu vocación. Yo no te sé decir nada más.

Pero al menos dígame qué cosas podría hacer para ir avanzando hacia la santidad que quiero.

Anselmo reflexionó antes de responder.

La santidad, Antonio, supone el aprendizaje, el conocimiento, el desarrollo personal. Por eso, estudiar, leer, es importante. Leer novelas, leer a los grandes autores. Escuchar música. Apreciar el arte. Leer biografías de personas notables, hombres y mujeres, filósofos, científicos, inventores, artistas, viajeros, santos, pintores, creadores, deportistas, gobernantes. Los grandes hombres son los que nos muestran caminos de crecimiento personal, y nos ayudan a comprender cual puede ser la vocación y el camino de uno. Esas personas íntegras y perfeccionadas en sus comportamientos, actividades y obras, son santos si viven con amor a los demás y a Dios. Si viven con Dios en su corazón, en unión con Él.

Anselmo miró al Toño con cariño y agregó: – Pero es muy importante, Antonio, te lo vuelvo a decir, que pienses con tu propia cabeza y decidas por ti mismo. Que por algo Dios nos dio conciencia, razón y libertad, y tenemos cada uno nuestra personalidad y vocación.

Antonio tomó la taza caliente del te con sus dos manos para calentarlas. Bebió un sorbo, dejó la taza en la mesa y sin dejar de mirarla dijo en voz tan baja que Anselmo apenas escuchó.

En la clase de religión la señorita nos explicó sobre la confesión. Dijo que era un método para borrar los pecados que hemos cometido. Estuve pensando que me podría confesar, padre.

¿Qué más te dijeron en esa clase?

Nos hablaron de los pecados, padre, que son las cosas malas que hacemos. Y que para confesarnos, lo primero es hacer un examen de conciencia, que consiste en revisar todo lo que hemos hecho, lo que hemos pensado o imaginado que sea impuro. Y después arrepentirnos, y al final tenemos que decirle a un sacerdote todo lo malo que hicimos. Que solamente así Dios nos perdona y borra nuestros pecados y quedamos otra vez limpios.

Anselmo miró con cariño al niño a los ojos y le dijo:

Mira, Antonio, escúchame bien lo que voy a decirte. Lo que te diré te lo digo como un papá que quiere mucho a un hijo.

Antonio se dispuso a escuchar con atención. El sacerdote continuó:

Antes de nada te voy a asegurar que no voy a escucharte ninguna confesión. Yo tengo un principio: no confieso a nadie menor de dieciocho años. Y excepto en casos muy especiales, como puede ser si alguien está muy enfermo o en peligro de muerte, no acepto confesar a nadie, a menos que se encuentre desesperado por haber hecho algo tan terriblemente malo que se encuentre muy gravemente perturbado, y que el recuerdo de eso muy malo que hizo lo mantiene atado al mal.

El Toño asintió con la cabeza, aliviado por no tener que contarle a Anselmo todas las travesuras que había hecho en su vida. El sacerdote continuó explicando:

La persona que te enseñó sobre la confesión está equivocada, pienso yo. Ella no tiene la culpa, porque no hizo más que repetir lo que aprendió antes de algún otro en la Iglesia. Pero la Iglesia se ha equivocado muchas veces, y sobre la confesión, a lo largo de la historia, ha cambiado muchas veces lo que enseña. Y lo va a cambiar otra vez más, espero que pronto.

Después de un momento, comprendiendo que el niño esperaba que continuara explicándole, Anselmo agregó:

Las personas no debemos pasar tiempo pensando en las imperfecciones que tengamos. Todos somos imperfectos, pero la manera de avanzar a la perfección no requiere detenernos a pensar y lamentar nuestras debilidades. Por el contrario, lo que debemos hacer es concentrarnos en las cosas buenas que hicimos, que deseamos hacer, y que queremos ser. Hay que mirar hacia adelante, Antonio, no hacia atrás. Hay que mirar lo bueno y tratar de olvidar lo malo. Todos somos imperfectos y hacemos y pensamos tonteras, cometemos errores, nos equivocamos. Y a pesar de eso, Jesús nos dice en el Evangelio que busquemos ser perfectos. Sí, debemos tratar siempre de ser mejores, más completos, más plenos. Ser personas buenas, acostumbrarnos a actuar bien, siguiendo siempre nuestra conciencia. En el evangelio leemos que Jesús no andaba pidiendo a la gente que confesara sus pecados ni que pensara en lo malo que habían hecho o que les pasaba. No quería penitencia, sino amor. Es bien terrible y doloroso para mí lo que voy a decirte, pero en nuestra Iglesia se han dado y todavía se dan muchas aberraciones.

Antonio lo escuchaba atentamente, y también reflexionaba sobre lo que el padre le decía. Como el hombre parecía haber terminado la explicación y él tenía todavía preguntas, le planteó una que hacía días que lo inquietaba.

¿Qué es el pecado, padre?

Pecado – respondió Anselmo sin dudar ni un instante – es actuar de alguna manera que contradice nuestra propia conciencia. Pecado es contentarnos con ser inferiores a lo que aspiramos sanamente a ser.

Entonces – quiso saber el Toño – ¿qué hacemos con algún pecado que hayamos cometido, si no los podemos borrar confesándolos?

Anselmo sonrió. El muchacho tenía realmente una inteligencia privilegiada. Le dio su respuesta.

Cuando sintamos que hemos pecado, podemos volvernos hacia Dios y pensar en su amor. Poner en sus manos nuestras debilidades, lo malo que hayamos hecho, pedirle perdón a Él, y confiar en su amor y misericordia. Y después, continuar tratando de ser mejores personas.

Como Antonio lo escuchaba y miraba como pidiendo que continuara explicando, Anselmo agregó:

Cuando entres en tu interior y pienses en tí, no te detengas a examinar tus defectos e imperfecciones. Concéntrate en conocer y valorar las cosas buenas que has hecho y que hay en tí. Hace un tiempo hablamos de que Dios está en la naturaleza, y que ahí puedes encontrar las huellas de su presencia. Debes saber que Dios está también en tu interior, animando todo lo bueno, bello y verdadero que hay en tí. Conociéndote a tí mismo en positivo y en las tendencias que te mueven al bien, puedes descubrir esa presencia de Dios en tu interior. Descubre el amor que te tiene. Reconócelo a Él en todo lo bueno, bello y verdadero que encuentres que posees interiormente. Y sé todo lo feliz que puedas ser, porque Dios quiere tu felicidad, no tu dolores y remordimientos.

Anselmo pensó que ya había hablado demasiado a un muchacho que, aunque muy inteligente, no pasaba de ser todavía un niño de catorce años. Se levantó dando a entender que consideraba ya suficiente lo que habían conversado. Pero Antonio tenía todavía algo más que decir, y lo hizo.

Padre. Han empezando a pasarme cosas con el sexo.

Eso está muy bien, Antonio. Es normal. Significa que estás creciendo.

Como el padre no le decía nada más, el muchacho insistió:

¿Puedo preguntarle sobre el sexo, padre?

Anselmo respondió con decisión.

Mira, Antonio. Yo no soy la persona apropiada para hablar de sexualidad, por dos razones. La primera es que sé poco sobre el sexo. La segunda es que no estoy convencido ni muy de acuerdo con lo que la iglesia acostumbra decir sobre lo sexual. Es mejor que lo converses con tu padre, o con algún profesor. ¿Conoces a alguna persona mayor y buena con la que puedas hablar del tema?

La cara de Antonio se iluminó.

Sí. Ya sé con quien voy a hablar.

Como ya no tenía nada más que decir, el Toño se levantó, se despidió del padre Anselmo y fue a coger su bicicleta, feliz por todo lo que había aprendido.


 

* * *


 

Estoy tratando de conocerme. Sigo el consejo del P. Anselmo y empiezo por anotar las cosas que me gusta hacer.

Me gusta mucho andar en bicicleta y recorrer los caminos alrededor de la granja e ir mirando los paisajes, las casas, las personas.

Me gusta acompañar a mi padre cuando trabaja y ayudarlo; darles comida a las cabras y a las gallinas; recoger los huevos y cosechar frutas y verduras.

Me gusta subirme a los árboles y mirar todo desde arriba, que se tiene una vista que alcanza más lejos.

También me gusta ayudar en la casa, hacer aseo y ordenar, pero no tanto.

Me gusta ir a la escuela, porque aprendo muchas cosas, y en los recreos jugamos a la pelota y otros juegos entretenidos. Pero hay cosas que me molestan, como que haya mucho ruido y desorden en clase. También me molesta que algunos niños se burlen de otros porque son más chicos o porque tienen algún defecto o porque les tienen envidia y cosas sí. A veces me da mucha rabia y me gustaría enfrentar y pegarle a los molestosos, pero la verdad es que no quiero pelear ni que me castiguen por eso. Y porque madre, que es dueña del colegio, se disgustaría y yo no quiero eso.

Me gusta que madre me haga cariño y conversar con ella. También me gusta ir con ella a misa los domingos, y rezar juntos antes de ir a dormir. No me gusta que mi padre se enoje porque voy a la iglesia, y que me controle demasiado y quiera saber siempre adonde voy cuando salgo. Quisiera que tenga más confianza en mí. No entiendo por qué le tiene tanto odio a la iglesia y a los curas.

Tengo muchos amigos en el colegio y en el campo. Me encuentran amistoso y entretenido.

Me gusta conversar con mi tía Vanessa, que no es mi tía sino amiga de mi madre y que es también mi amiga; y salir con ella a andar a caballo y bañarme en la piscina que tiene en la Colonia Hidalguía.

Me está empezando a gustar una niña que vive cerca de la granja y que a veces nos encontramos andando en bicicleta. Se llama Dominga. Me gusta como se ríe y como canta con su linda voz. Si pasan muchos días sin verla la echo de menos y entonces empiezo a pasar frente a su casa en bicicleta y a veces sale y otras veces no, porque no siempre le dan permiso.

Me gusta mucho leer, aunque tengo pocos libros; pero los consigo en la escuela y en la biblioteca de la ciudad. También me gusta escuchar música y navegar por internet cuando me dejan.

Me gusta también estar solo a veces, y pensar; e imaginar cosas que podría hacer o inventar yo mismo.

Me gusta en la noche salir a mirar la luna y las estrellas. De día me gusta mirar la cordillera, y cuando voy hasta el río me quedo mucho rato mirando el agua que baja y escuchando el ruido que hace.

Sigo pensando que quiero ser santo. Pero el P. Anselmo me dio a entender que no es una profesión o un oficio, sino un modo de vivir y de realizar cualquier oficio o actividad a que uno se dedique, haciéndola en unión con Dios. Entonces tengo que pensar en qué quiero ser cuando grande, qué es lo que me gustaría hacer, o sea, en mi vocación. Y estoy confundido, porque me gustaría ser muchas cosas, por ejemplo, me gustaría ser sacerdote, pero también agricultor, técnico inventor, futbolista, escritor, científico, astrónomo, profesor, viajero, cooperativista, abogado defensor, médico, veterinario, empresario, artista, incluso a veces también monje budista, detective, viajero y navegante. Por suerte no tengo que decidirme ahora.


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