XVII.
Temprano en la mañana Antonella, Vanessa y el Toñito fueron a presentar la denuncia por el secuestro del niño a la Policía de Investigaciones. El Toñito no quería ir, recordando que su padre y su hermano siempre le habían dicho que debían mantenerse alejados de la policía. Él estaba convencido, equivocadamente, de que ese hombre de a caballo, con botas y armado con un fusil que los había asesinado, era uno de ellos.
– Toñito – le explicó Antonella –, tenemos que denunciar a ese hombre que te secuestró, para que sea castigado por lo que hizo, y para que nunca más te persiga a ti, y que nunca más pueda secuestrar a otro niño.
Toñito escuchó sin decir nada. Se notaba triste. Antonella insistió:
– Denunciar un delito es una obligación de los buenos ciudadanos, y nosotros somos buenos ciudadanos Toñito.
Toñito asintió con la cabeza; pero era evidente que dudaba, que no quería hacerlo. Dándose cuenta de su reticencia le preguntó:
– ¿Tienes dudas de que debamos hacerlo? ¿Tienes algo que decirnos, que nosotras no sepamos?
Toñito miró a Vanessa y, compungido y casi llorando le dijo:
– Fue Gustavo. Fue tu hombre. Yo sé que tú lo quieres mucho.
Vanessa lo abrazó y levantó en sus brazos:
– Gustavo me engañó, Toñito. Nos engañó a mí y a ti, haciéndonos creer que nos quería. Yo también sé que fue él, y ya no lo quiero. Es un hombre malo, muy malo, que me engañó.
– Entonces ¡vamos!
En el cuartel de la Policía tuvieron que hacer fila de espera, y cuando les tocó el turno los atendió un policía que, desde el otro lado del mostrador les preguntó el motivo de la denuncia y les tomó los datos. Anotó en el cuaderno el número correlativo de la denuncia: 456.940. En seguida anotó:
Denunciante: Antonella Gutiérrez, casada, chilena, 24 años.
Motivo de la denuncia: Secuestro y encierro de Antonio Donoso, de 10 años, hijo adoptivo de la denunciante. Tres días.
Testigo: Vanessa Arboleda, viuda, venezolana, 23 años.
Observaciones: Presente en la denuncia el niño supuestamente secuestrado, que se encuentra sano y salvo.
El policía les dijo que era todo por el momento y que serían llamados a declarar.
– ¿Eso es todo? ¿No nos va a tomar declaración sobre los hechos y las circunstancias en que ocurrieron?
– No me corresponde, señora. Con su denuncia se abrirá un expediente que tendrá el número que aquí le dejo anotado. Si el fiscal lo decide se le comunicará el día y la hora en que se les tomará la declaración.
– ¡No puedo creer que sea tan burocrático! Se trata del secuestro de un niño, un delito gravísimo. Si no se hace algo de inmediato, el delincuente tendrá tiempo para borrar las huellas del crimen y para escapar.
– Es el procedimiento, señora. Si usted desea apurar la investigación, tendría que dirigirse directamente a la Fiscalía de la ciudad.
– Por supuesto que iré. ¿Puede indicarme, por favor, la dirección?
El funcionario la anotó en el papel donde había escrito el número del expediente.
Cuando ya se retiraban y era llamada la persona siguiente, Antonella se volvió y preguntó al policía:
– ¿Me podría decir el nombre del Jefe de la Fiscalía? ¿Por favor?
El policía dudó un momento, pero decidió ayudar a esas dos bellas mujeres:
– Creo que es el abogado don Héctor Morgado.
– Muchas gracias, señor.
En el camino hacia la Fiscalía, Antonella comentó:
– Conozco a un Héctor Morgado. Es el papá de uno de los niños de la escuela, y creo que es abogado. Ojalá sea el fiscal.
En la recepción de la fiscalía había unas ocho personas en espera de ser atendidas. Antonella tomó un número y esperaron el turno. Pero no pasaron tres minutos que un hombre alto, con un vistoso mostacho, se les acercó:
– Señora Antonella. ¡Qué la trae por acá! Por favor, pase, la atiendo enseguida.
Era el Fiscal jefe, apoderado de José Morgado, alumno del segundo nivel en la Escuela Renacer.
– Mucho gusto de verlo don Héctor. Vengo con mi hijo Toñito y mi amiga Vanessa, por algo muy grave que pasó.
– Pasen, por favor.
Ya en la oficina del Fiscal jefe, Morgado les pidió que le informaran el motivo de su denuncia.
– ¿Puedo grabar la conversación? – preguntó el Fiscal. – Puede ser útil.
– Por supuesto, don Héctor. Queremos hacer una denuncia y que se investigue a fondo.
El Fiscal instaló la grabadora y dictó:
– Denuncia número 456940. Denunciante, señora Antonella Gutiérrez. Adelante, por favor, cuénteme con detalle los hechos de los que usted haya tenido experiencia y conocimiento directo. Después declarará la señorita Vanessa, y finalmente el Toñito.
Antonella comenzó diciendo:
– Mi hijo Toñito, mi hijo adoptivo, fue secuestrado la noche del domingo 23 de Abril, cuando estaba durmiendo en nuestra casa.
– Disculpe. ¿Puede precisar la dirección de su casa? Es importante.
– Es la Granja número 181 en Los Campos de El Romero Alto.
– Gracias. Continúe por favor.
– El Toñito estaba solo, por encontrarme junto a mi esposo en las tareas de restauración de la Cuenca de El Romero, junto a numerosos socios de la Cooperativa Renacer. El niño estaba al cuidado de mi amiga Vanessa, que esa noche no pudo acompañarlo. Dejo constancia que Toñito se ha quedado varias veces solo en la casa y que es muy independiente y responsable.
– Sí – dijo el niño que escuchaba todo atentamente. – Sé cuidarme solo y no tengo miedo.
El fiscal Morgado sonrió, mirando al niño. Luego preguntó a Antonella.
– ¿Cómo supo usted los hechos?
– Estando en los trabajos en la montaña tuve una angustiosa intuición de que el Toñito estaba en peligro. Ayer a mediodía bajaba en una camioneta que llevaba una persona accidentada. En el camino nos encontramos con Vanessa que agitaba las manos. Nos contó que estaba buscando al niño. Lo llamamos, tocamos la bocina durante una hora más o menos. Finalmente el Toñito se asomó y al vernos corrió hacia nosotros. Estaba desnudo, embarrado y sangrando.
– ¿Sangrando? Eso es muy grave. Por casualidad ¿pensó en tomarle una foto?
Antonella meneó la cabeza.
– ¿No? Sería bueno tener un registro fotográfico de las heridas, si aún las tiene.
Luego, dirigiéndose al niño:
– ¿Te pegaron? ¿Te maltrataron?
– No, señor.
– ¿Por qué estabas sangrando?
– Es que me escapé corriendo entre las zarzas. Me enredé en las espinas y tuve que sacarme la camisa y los pantalones, que se rajaron. Pero fue para peor porque quedé todo arañado.
– Cuéntame, Toñito, cómo fue que te secuestraron.
– Yo estaba durmiendo. Me desperté cuando Gustavo me tiró encima una frazada o algo así. Yo traté de liberarme, pero no pude porque es muy grande y fuerte. Me amarró las manos y los pies y me puso una mordaza en la boca. Después me metió en un saco y me cargó tirándome a su camioneta.
– ¿Quién es Gustavo?
El Toñito miró a Vanessa. Se paró y le preguntó, despacito, al oído.
– ¿Le digo?
– Sí Toñito. Cuéntale todo. No tengas miedo.
– Gustavo – continuó entonces el niño – era el hombre de Vanessa. Decía que era su novio.
– ¿Lo viste cuando te amarró y te metió en el saco?
– No, no lo vi porque estaba encapuchado.
– ¿Encendió la luz cuando te agarró?
– No encendió la luz. Era de noche, estaba muy oscuro y no entraba luz por la ventana
– ¿Cómo supiste que era él, el novio de Vanessa? ¿Le reconociste la voz?
– No. No dijo una palabra; pero yo supe que era él, porque me cargó al hombro igual como jugaba conmigo cuando iba a la granja a encontrarse con nosotros. Claro que antes yo me reía, y ese día estaba ensacado. Pero lo hizo igual, y caminaba igual.
– ¿Tuviste otro modo de reconocerlo?
– Me tiró en su camioneta, atrás. La reconocí por un clavo que tenía y en que me pinché un pie. Era su camioneta, porque tenía un ruidito que era el mismo que oía cuando salíamos a pasear.
– ¿Nunca le viste la cara?
– No, no se sacó nunca la capucha.
– Mmm. Son indicios, pero el juez difícilmente los reconocerá como pruebas.
Vanessa entonces agregó:
– Pero fue él, Gustavo. Yo estoy segura.
– Señorita, después tomaré su declaración – la paró el fiscal, que continuó interrogando al Toñito.
– Bien. Te tiró atrás de la camioneta. ¿Qué pasó después?
– Me llevó bien lejos. Yo traté de zafarme, pero estaba amarrado fuerte y no pude. Cuando se detuvo, me cargó otra vez al hombro y me dejó encerrado en una pieza grande, una bodega o algo así. Ahí me soltó las amarras de las manos y se fue, cerrando el portón de fierro. Con las manos libres me saqué la mordaza y me solté los pies.
– ¿Ahí pudiste verlo? ¿Cómo estaba vestido?
– No sé, porque estaba muy oscuro y estaba encapuchado. Había un montón de comida y agua.
– ¿Le dijiste algo?
Toñito trató de recordar. Después de un momento agregó:
– Creo que le pregunté que por qué me encerraba ahí si yo no le había hecho nada
– ¿Tuviste miedo?
– ¡Yo no tengo miedo! Pero no me gusta que me encierren, así que traté de escapar. Además, si me había dejado comida era porque no me iba a matar. No pensé que Gustavo fuera tan malo.
– Y escapaste. ¿Cómo lograste escapar?
– Hice un hoyo en la muralla de adobes, con un pedazo de lata que corté del portón. Me demoré una tarde y toda la noche, pero lo logré.
– ¿Qué pasó cuando escapaste?
– Él estaba cerca. Había hecho un hoyo con una pala. Me persiguió con una pistola en la mano. Sentí dos o tres tiros, pero no muy cerca de donde me escondí. Después, corrí y me alejé todo lo que pude. Hasta que sentí los bocinazos, me acerqué despacito, y ahí ví a mi mamá y a Vanessa que me estaban buscando.
– Una última pregunta, Toñito. Cuando lo viste con la pistola ¿lo reconociste?
– Seguía encapuchado. Pero era él, lo sé. ¿No me cree?
Héctor Morgado le sonrió afablemente.
– Te creo, Toñito, te creo. Lo que pasa es que necesito tener pruebas, y el juez te va a preguntar cómo supiste que era el tal Gustavo.
– Ya le dije.
– Bien, Toñito. Eres un niño muy valiente. Ahora tengo que escuchar la declaración de la señorita Vanessa.
– ¿Por donde empiezo? – preguntó ella algo nerviosa.
– Por el comienzo, señorita. ¿Dónde estaba usted la noche del secuestro?
– En un hotel en El Romero.
– ¿Estaba sola?
– No. Pasé la noche con Gustavo. Primero comimos en el restaurante y después nos fuimos a acostar.
– Hmm. ¿Con Gustavo? ¿Toda la noche?
– No toda la noche. Él recibió una llamada y tuvo que irse. Me dijo que había un problema en la Colonia Hidalguía que tenía que atender.
– ¿Recuerda a qué hora él salió del hotel?
– Cinco y media o seis, creo.
– ¿Recuerda a qué hora salieron del restaurante y se fueron a acostar?
– Eran casi las tres.
– Hmm. Y usted ¿qué hizo entonces?
– Seguí durmiendo. Me desperté pasado el mediodía. Ahí me acordé del Toñito y partí en mi moto hacia la granja, pensando en prepararle almuerzo.
– Antes de que siga, señorita Vanessa, cuénteme quien es Gustavo.
– Se llama Gustavo Cano. Fue teniente de la Marina. Ahora trabaja en La Colonia Hidalguía como Administrador de Campo. Lo último que me contó fue que lo pusieron de subjefe de todo.
– ¿Cómo lo conoció usted?
– Lo conocí en la Colonia. Lo había visto cuando trabajé allá como modelo, durante tres meses, pero en ese tiempo él no se me acercó. Después vino la peste. Ahí fue cuando Kessler, un amante que tuve hace tiempo, y que cuidé cuando lo agarró la peste, antes de morir me dejó en herencia sus Acciones de la Colonia. El 10 por ciento. Es mucha plata. Yo fui a la Colonia a tomar posesión de lo mío, y me instalé en una casa grande que me dieron allá. Ahí conocí a Gustavo. Teníamos sexo. Me contaba de sus viajes y era entretenido estar con él. Después me enamoré. Yo creía que era un hombre bueno. Cuando me quedé a cargo del Toñito y de la granja de Vanessa y de Alejandro, vino a verme muchas veces. Jugaba con el Toñito y lo sacaba a pasear.
– Bien. Siga. ¿Qué hizo usted después?
– Llegué a la granja y busqué al Toñito por todas partes. No lo encontré. Pregunté a los vecinos pero nadie sabía nada. Pensé que podría haber ido en bicicleta a El Romero y partí a buscarlo en la moto. En el camino me caí, porque estaba lloviendo y el suelo estaba resbaloso. Me torcí un tobillo.
– ¿Cómo supo que el niño había sido secuestrado?
– Estaba en el suelo cuando recibí un mensaje por el IAI que me decía que lo tenían secuestrado.
– ¿Guardó el mensaje o lo borró?
Vanessa sacó su IAI, buscó el mensaje y se lo mostró al fiscal, que leyó:
TENEMOS AL NIÑO. SI AVISAS A LA POLICÍA O A CUALQUIERA PERSONA NO VOLVERÁS A VERLO VIVO. NO INTENTES COMUNICARTE Y ESPERA INSTRUCCIONES.
– ¿Qué hizo usted?
– Nada. Esperé que me llamaran.
– ¿Por qué no fue a hacer la denuncia en la policía? ¡Era su obligación!
– Tuve miedo de que le pasara algo al niño, que lo mataran.
– ¿Qué más pasó?
– Me pidieron un rescate. Seis millones, y me dieron 48 horas para entregárselos, en billetes.
– ¿Y usted, señorita, tenía seis millones? Explíqueme cómo pudo el secuestrador pensar que usted podría llegar a tener esa enorme suma en 48 horas.
Vanessa entonces, interrogado por el fiscal Morgado que estaba cada vez más sospechoso, explicó que Ramiro Gajardo, el jefe de la Colonia, quería comprarle las Acciones. Que ella sabía que valían más de veinticinco millones, pero que Gajardo solamente le ofrecía seis. Le habló de su abogado Wilfredo Iturriaga. Explicó que decidió vender cuando el abogado le informó que las Acciones serían compradas a nombre de su novio Gustavo Cano.
– Y cuando me exigieron el rescate yo acepté vender las acciones en los seis millones, para pagar el rescate y salvar al Toñito. Pedí que me pagaran en billetes puestos en un maletín, que fue lo que exigía el hombre que tenía al Toñito.
– Y vendió usted las Acciones a Gustavo Cano por seis millones.
– No. Cuando estábamos en la Notaría para hacer la venta supe que el comprador sería Gajardo y no Gustavo.
– Y le vendió las Acciones en seis millones de Globaldollards…
– No las vendí. Porque cuando estaba firmando vi un mensaje de Gustavo en el IAI de Gajardo. Decía que el Toñito se había escapado. Entonces rompí los papeles del contrato y esparramé los billetes del maletín. Partí a buscar mi moto para encontrar al Toñito en el Camino al Alba.
– ¿Cómo supo usted que el niño se encontraba en el Camino al Alba?
– Allá tenía que entregar el maletín con la plata, dejarlo en un tambor de lata. El mensaje de Gustavo pedía a Gajardo que le enviara ayuda a ese lugar.
–¿Qué más, señorita?
– Allá nos encontramos con la camioneta en que venía Antonella, buscamos al niño hasta que apareció.
El fiscal se quedó varios minutos reflexionando. Después, llamó por interno a un policía y le ordenó:
– Espose a la señorita Vanessa.
Luego, dirigiéndose a Antonella y al Toñito les explicó:
– La señorita Vanessa Arboleda queda retenida como sospechosa de complicidad en el secuestro del niño.
– Pero no, ella no tiene nada que ver – quiso defenderla Antonella.
– Señora Antonella. Entiendo que Vanessa es su amiga y que confía en ella. Pero su relato de los hechos la convierte en la principal sospechosa. Dice que la noche del secuestro estuvo con el tal Gustavo Cano, con el que se fue a acostar a las tres, y que él salió cerca de las seis. Toñito afirma que cuando lo secuestraron estaba oscuro. No podían ser las seis. Eso me hace pensar que está inventando una coartada para cubrir a su novio y a ella misma. Además, todo ese enredo de las Acciones que ella le iba a vender al tal Gustavo, pero que a última hora supo que las compraría el tal Gajardo ¿no le parece que es totalmente inverosímil?
Toñito, que escuchó todo muy atentamente, miró a Vanessa con sospecha. Si Gustavo le había mentido ¿cómo saber que Vanessa no estaba de acuerdo con él? ¿Será que las mujeres deben obedecer a sus novios?
Gruesas lágrimas brotaron del rostro de Vanessa, profundamente adolorida, no tanto por ser considerada sospechosa del secuestro del Toñito por el que estuvo dispuesta a darlo todo para salvarlo, sino porque el mismo Toñito al que quería con toda su alma dudaba de ella.
El policía se la llevó esposada, mientras Antonella se deshizo en explicaciones para convencer al fiscal Héctor Morgado de que a Vanessa la conocía desde hacía mucho tiempo y que estaba segura de que era inocente. El fiscal, después de escucharla se limitó a decirle:
– No quiero adelantar juicios, pero hablando en confianza ¿no le parece que Vanessa puede no ser sino una aventurera que se relacionó con gente mala y quedó enredada, buscando enriquecerse fácilmente? Si es inocente, quedará demostrado. Por el momento debo mantenerla retenida como sospechosa porque podría escapar o intentar comunicarse con el tal Gustavo Cano, que fue quien seguramente secuestró materialmente al niño, con la complicidad de Vanessa a quien usted le encargó el cuidado de su hijo.
Antonella y Toñito salieron de la Fiscalía apesadumbrados y tristes. Antonella, sin la menor duda de que Vanessa era inocente, pensaba en lo triste y angustiada que estaría. El Toñito, angustiado pensando que quizás ella fuera cómplice de su novio Gustavo. El fiscal Morgado les ofreció protección policial, que Antonella desestimó con firmeza. Le pasó una tarjeta diciéndole que podía llamarlo a su IAI a cualquier hora.
* * *
Apenas despidió a Gustavo Cano, Ramiro Gajardo se abocó a destruir todas las pruebas e indicios que pudieran relacionarlo con el secuestro del niño. Lo primero fue eliminar de sus contactos en el IAI a Gustavo Cano y borrar todos los mensajes y conversaciones que mantuvo con él en los últimos doce meses. Después tomó los dos IAI que le entregó Gustavo y tratando de no ser visto salió a cabalgar, con la intención de alejarse suficientemente de su centro de operaciones, destruirlos y enterrar los pedazos en algún lugar donde nunca nadie pudiera encontrarlos.
Puso el primero de los aparatos sobre una piedra y tomó otra con la que lo golpeó hasta convertirlo en astillas de cristal y metal. Iba a hacer lo mismo con el segundo cuando éste comenzó a vibrar y a sonar. Vanessa. Qué tonta es esta putita, queriendo todavía encontrarse con su amante. Lo dejó sonar hasta el final sin responder.
Se le ocurrió entonces que tal vez no era tan buena idea destruir el aparato que tenía registrados todos los contactos de Gustavo. Era suficiente con dejarlo enteramente apagado y enterrarlo donde no pudiera ser encontrado. Apagado no emitiría ni registraba señal alguna. Solamente él podría recuperarlo y quizás le fuera de alguna utilidad, incluso para comunicarse con la putita que todavía era dueña de las Acciones que debía comprarle.
El IAI de Gustavo volvió a vibrar y sonar en la mano de Gajardo, llamado nuevamente por Vanessa. Lo dejó sonar. Cuando vibró por tercera vez le cortó, apagó el aparato y lo enterró cincuenta centímetros bajo tierra junto con los restos del que había destruido. Cubrió todo con ramas secas. Miró hacia todos lados. Nadie lo había visto. Montó nuevamente a caballo y regresó a su casa, bastante tenso por lo inesperado y sorpresivo de la llamada de la putita. Para relajarse decidió tenderse frente a la piscina, desde donde llamó a Graciela, su asistente, invitándola a pasar un rato juntos en la piscina.
Gajardo no podía saber que quien había llamado a Gustavo Cano por el IAI no era Vanessa sino Héctor Morgado, el Fiscal general de El Romero. Conocedor de los procedimientos de la burocracia policial, nunca pensó Gajardo que la investigación del secuestro pudiera haber comenzado tan pronto. El Fiscal, por su parte, convencido de que Vanessa Arboleda y Gustavo Cano eran cómplices en el secuestro del niño, había intentado comunicarse con éste desde el Inter-Comunicador Audiovisual de Vanessa. No es que se hubiera hecho demasiadas esperanzas de que él respondiera el llamado, porque no debían ser muy ingenuos y tendrían bien establecido el modo de volver a comunicarse. Pero valía la pena hacer el intento. A su lado Helena Videla, una mujer de unos cuarenta años, de rostro bello aunque algo rudo y cuerpo alto, esbelto, firme y de generosas curvas, que en opinión del fiscal era la mejor policía de investigación con que contaba en El Romero, comentó cuando el llamado había terminado.
– Al menos, don Héctor, por el tiempo que pasó entre su llamado y la recepción en el IAI de Cano, sabemos que no se ha ido muy lejos.
– ¿Se podrá rastrear el aparato?
– Difícil, señor, porque el llamado no emitió señal de respuesta, y se necesitan las dos direcciones, de ida y de regreso de la comunicación, para identificar con alguna precisión la dirección en que se encuentra el aparato receptor, Con la sola señal de ida podemos determinar la distancia pero no la dirección, lo que nos da una circunferencia que, en este caso, podría asegurar que no está más lejos de 50 kilómetros. Pero si lo desea puedo llevar el aparato al equipo técnico que podrá decirnos la distancia exacta.
– Hágalo, Helena. Este caso me interesa mucho resolverlo.
– ¿Puedo saber por qué, señor?
– La mamá del niño secuestrado es la directora de la Escuela donde estudian mis hijos. Todo indica que los secuestradores son altas autoridades y accionistas de la Colonia Hidalguía, que como usted sabe, nos ha dado mucho trabajo por la serie de denuncias que nos han llegado sobre ellos y que, lamentablemente, hasta ahora no hemos podido esclarecer.
– Lo entiendo, señor. Me empeñaré a fondo y haré todo lo mejor que pueda.
– Muchas gracias Helena. Sé que siempre usted trabaja así.
– ¿Cuáles son sus instrucciones, señor?
– ¿Ya escuchó la grabación de la conversación que tuve con la denunciante, su hijo y la sospechosa?
– Sí, señor. Y creo que realmente tiene usted razón. Esa jovencita Vanessa es realmente sospechosa.
– Bien. Ahora prepararé una orden general de investigación, con autorización expresa para que usted, acompañada de tres policías, vaya e ingrese lo antes posible a la Colonia Hidalguía y requise el IAI y el computador personal del señor Ramiro Gajardo. Después, quiero que interrogue cuidadosamente a la detenida, a ver si logra que confiese el crimen. En tercer lugar, irá a la granja y a la casa de la señora Antonella para ver si encuentra algún rastro o cualquier indicio que pueda ser útil en la investigación.
– A la Colonia Hidalguía podría ir esta misma tarde si me entrega las autorizaciones. El interrogatorio de la sospechosa tendría que quedar para mañana temprano.
– Está perfecto. Vanessa tendrá tiempo para sentir que su supuesto cómplice la ha abandonado a su suerte y quizás mañana esté más dispuesta a confesar.
– Déjelo por mi cuenta, señor.
* * *
Antonella llamó al chofer de la camioneta con el que se suponía que regresaría esa tarde a la Reserva de la Biósfera. Lo primero que había pensado después de hacer la denuncia del secuestro fue en volver arriba llevando esta vez al Toñito; pero prefirió quedarse. No podía dejar sola y desamparada a su amiga Vanessa, en quien confiaba y que no tenía duda alguna de que era inocente. Se limitó a escribir un mensaje a Alejandro en un papel en que le decía que el Toñito estaba bien y que no se preocupara de nada y siguiera tranquilo trabajando en la montaña. Ella tendría que quedarse y volvería apenas pudiera hacerlo. Le entregó el mensaje al chofer de la camioneta, pidiéndole que le cuente a Alejandro, pero solamente a Alejandro, lo del secuestro del niño y el encuentro con Vanessa que lo buscaba en el Camino del Alba. Antonella, después de informarse de que el joven malherido estaba mejor, bien cuidado en la clínica y acompañado de sus familiares, se despidió y regresó a la granja acompañado del Toñito.
Ya en la casa conversó largamente con el niño. Le aseguró que Vanessa era inocente, lo que el Toñito, que todavía estaba receloso, finalmente aceptó por la confianza que tenía en su mamá adoptiva y el cariño que le tenía a Vanessa.
– Te dije que los policías son malos. Detuvieron a Vanessa sin motivo – dijo el niño.
– No la detuvieron porque sean malos – le explicó Antonella. – Ellos creen que tiene algo que ver con tu secuestro; pero la van a liberar, estoy segura, apenas sepan que no es culpable de nada.
Después Toñito se desahogó contando a su mamá adoptiva, con minucioso detalle, todo lo que había hecho durante los tres días que estuvo encerrado en la bodega. Se quedó dormido en la cama de Antonella, que lo abrazó y se durmió también, a su lado.
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