VII.
Gustavo Cano encontró al monje budista que estaba cocinando en un pequeño y rústico fogón de piedras.
– Te vi venir y pensé que podíamos compartir un plato de sopa – le dijo el monje sin dejar de revolver la olla en la que había puesto todo tipo de hierbas comestibles del bosque.
– ¿Cómo te llamas? – le preguntó el Administrador de Campo. – Porque sólo sé que eres un monje budista.
– Puedes llamarme Tathagata.
–Tathagata, bien. ¿Tiene un significado, o es así no más?
– Tathagata significa “el que conoce las cosas como son”. Este nombre me lo pusieron hace dos años, cuando me consagré como monje después de estar tres años en un monasterio budista en España. Mi nombre civil es Esteban.
– ¿Cómo prefieres que te llame?
– Me da igual.
– Bien. Tathagata, voy a aceptar tu sopa. ¿Por qué te pusieron ese nombre?
– Creo que fue porque escribo Haikú.
– ¿Qué es Haikú?
– Es una forma de poesía de origen japonés. Un Haikú es un poema compuesto apenas de tres versos, de cinco, siete y cinco sílabas. Expresa una emoción filosófica que se siente al contemplar algo que sucede en la naturaleza. Los dos primeros versos describen lo que se observa. El tercero hace un corte y pasa a un plano más profundo.
Tathagata entró al domo y salió con un papel en la mano, que pasó al hombre que lo visitaba.
– Son dos Haikú, para ti.
Gustavo Cano tomó el papel y leyó:
Las codornices asoman corren vuelan. Sólo existen. El roble seco se mantiene erguido. La muerte dura.
El monje lo invitó a entrar al domo.
– Quisiera conocer su nombre, señor, si no tiene inconveniente.
– Me llamo Gustavo. Pero dime ¿cómo fue que te hiciste monje? Me dijeron que estudiaste arquitectura. A propósito, me gusta tu domo.
– Gracias. Cuando me recibí de arquitecto comencé a trabajar sin descanso, con un colega. Queríamos tener éxito y lo estábamos logrando, ganando dinero y relacionándonos con gente rica y poderosa. Trabajamos como condenados durante tres años y nada nos detenía en nuestra carrera ascendente. Un día discutimos, mi colega y yo, por quién iría a un programa en la televisión destinado a destacar profesionales exitosos. La invitación era solamente para uno y tuvimos que decidir quién de los dos iría. Me impuse. Después del programa todo seguía igual, sólo que algo se había roto en nuestra relación. Pero seguíamos trabajando sin parar. Dos semanas después íbamos en auto, en silencio porque ya no conversábamos como antes, a negociar un contrato por mucho dinero. Chocamos. Mi colega que iba manejando se quedó dormido debido a que preparando el proyecto casi no habíamos dormido durante tres días. Él murió. Yo quedé sólo con un hueso roto y unos cuantos moretones. La muerte imprevista de mi colega me deprimió y me hizo pensar en lo precario que es el éxito, logrado con tanto esfuerzo y sacrificio. Fue entonces que una amiga me recomendó hacer meditación budista; pero yo, en vez de meditar, empecé a leer libros de budismo. El conocimiento del budismo me llevó a rechazar mi modo de ser ambicioso, así que un día decidí que tenía que practicar el budismo y me fui a un pequeño monasterio en España. Pasé el primer año tratando de rechazar mi personalidad ambiciosa. Pasé el segundo año tratando de forjarme una personalidad ideal, de acuerdo con las enseñanzas del Buda. Me ordené como monje, después de pasar por muchos ejercicios y recomendaciones de mi Maestro. Un día decidí que me era imposible, tanto superar mi personalidad anterior como adquirir una nueva, mientras viviera en el monasterio. Decidí retirarme a vivir en un lugar apartado, solitario, esperando encontrar mi verdadera personalidad. Me preparé para sobrevivir en condiciones de aislamiento, y cuando sentí que estaba listo me puse a caminar. Fui un andante durante varios meses. Hasta que un día, caminando en esta dirección, sentí que aquí encontraría el lugar donde podría encontrarme a mí mismo, superando tanto mi personalidad ambiciosa como la búsqueda de una personalidad ideal. En eso estoy.
– Piensas quedarte mucho tiempo.
– No lo sé. Medito, sigo el sendero y espero la iluminación.
Gustavo Cano pensó en la pregunta que lo perseguía desde niño y que cuando era marino recurría en su mente en las noches en que se quedaba en cubierta mirando las estrellas. La planteó, aunque de modo indirecto:
– ¿Tú crees en Dios, verdad?
– Creer es un acto de la mente pensante. Creer es un deseo de la voluntad. Lo que el Buda nos enseña es a acallar la mente que piensa y que pretende inútilmente alcanzar el conocimiento; y nos enseña también a apagar los deseos de la voluntad, que es la fuente de todos los sufrimientos. El sendero consiste en sumergirse en la corriente de la vida, integrarse al todo, armonizar con la naturaleza, sin pretensiones de conocimientos y sin deseos de algo que perseguir.
– Pero ¿tú crees en Dios? No me respondiste.
– Respondí del único modo que puedo hacerlo.
– ¿Todos los budistas son como tú?
– No, el budismo es muy diferenciado, con muchas corrientes. En general los monjes viven en comunidad. Y no es necesario hacerse monje para ser budista.
– Entiendo. Bien. Debo volver a mi trabajo. Gracias por la sopa.
– Gracias por su compañía.
Ser budista no es para mí, se alejó Cano repitiendo varias veces.
* * *
Una de las primeras iniciativas de Eliney Linconao fue tomar contacto con campesinos de origen mapuche que vivían al sur-este de los Campos de El Romero Alto. Le extrañó que Rodrigo y sus compañeros no lo hubieran hecho antes, considerando los costos y el tiempo que perdían en buscar provisiones en la ciudad, cuando era obvio que los mapuches debían producir verduras, frutas, maíz, trigo, huevos, pollos, cabras y ovejas, que seguramente vendían a menor precio. Aprovisionándose con ellos no tendrían que bajar a la ciudad más de una vez al mes, para comprar lo que faltara. Conversando con los campesinos mapuches se enteró Linconao de que existía la Cooperativa Renacer, en la que participaban algunas familias de su pueblo.
En una de las noches serenas en que se reunía el grupo de la Reserva de la Biósfera a comer y conversar alrededor de una fogata, Linconeo planteó una idea que venía formándose en su mente y tomando cuerpo a medida que aumentaban sus conocimientos del territorio y de quienes lo habitaban. Decidió que era el momento de comunicarla a todo el grupo.
– Yo creo, compañeros, que es necesario pasar a un concepto físico-bio-socio-sistémico en vuestro proyecto. La verdad es que no es posible conocer y manejar adecuadamente la Reserva de la Biósfera y sus bosques, sin tener en cuenta, al menos, las actividades y procesos que suceden en Los Campos de El Romero Alto y también en la ciudad de El Romero. En otras palabras, se requiere un enfoque sistémico de la complejidad, que es lo que la ciencia enseña desde hace ya bastante tiempo. Este enfoque indica que es necesario trabajar integradamente el área silvestre, el área rural y el área urbana, que en conjunto constituyen un sistema ecológico altamente complejo en que todos sus elementos se encuentran conectados e interactuando dinámicamente. Las tres áreas constituyen lo que podemos entender como un territorio único, necesaria e inevitablemente habitado por grupos humanos asentados en él, y cuya subsistencia depende de que se puedan, no digo mantener, sino restaurar equilibrios ecológicos que han sido duramente afectados por muchos años de desconocimiento y descontrol anárquico de las interacciones que ocurren entre las actividades humanas y los procesos físicos, climáticos y biológicos naturales.
Linconao hizo una pausa, esperando preguntas. Fue Cecilia quien formuló la primera:
– ¿Qué es lo que integra y marca los límites de un territorio-sistema? O sea, ¿desde dónde y hasta dónde podemos considerar que se configura el territorio del cual nuestra Reserva de la Biósfera formaría parte?
La respuesta de Eliney no se hizo esperar:
– Son muchos los elementos y factores que considerar, porque las interacciones son múltiples, y se dan en diferentes escalas espaciales y temporales; pero podemos entender que el elemento principal que unifica un territorio-sistema es el agua, el sub-sistema hidrológico. Sin agua no hay vida. Ni bosques, ni granjas, ni ciudad. Por eso el concepto básico con el que se trabaja es la Cuenca. Una Cuenca es toda la superficie del terreno por el que transita una fuente de agua, que comienza en la montaña y baja siguiendo la topografía, que es como un embudo formando vertientes, arroyos, riachuelos y ríos, que van a dar en el mar. En el recorrido por el valle el agua se separa y subdivide en corrientes menores, por obra de la acción humana que busca su aprovechamiento en la agricultura y para el consumo animal y humano. El sistema hidrológico se forma con las precipitaciones de agua en forma de lluvias, nieves y granizos. El agua escurre y se infiltra en los terrenos, percolando hacia niveles más profundos; pero no toda se infiltra, pues en parte el sol la evapora, y en parte el agua que es captada por la vegetación vuelve a la atmósfera.
Linconao levantó un brazo indicando el bosque:
- Un árbol grande como estos, transpira y lanza diariamente a la atmósfera entre veinte y treinta litros de agua, de modo que un bosque es como una especie de riachuelo al revés, que mueve el agua desde la tierra hacia la atmósfera en grandes cantidades. El funcionamiento de un ecosistema está, así, organizado en base al flujo de las aguas, y en él son importantes los bosques, la agricultura y las ciudades que configuran un territorio complejo. Por eso las cuencas son las unidades de manejo ecológico fundamentales, y componentes de ellas, como este río y estos bosques que conforman la Reserva de la Biósfera en que ustedes trabajan, son esenciales, pero constituyen sólo una parte del todo, insuficiente si se la considera aisladamente.
La conversación y las explicaciones de Eliney Linconao continuaron hasta avanzada la noche. La conclusión a que llegaron fue que debían tomar contacto y convocar a la Colonia Hidalguía, a la Cooperativa Renacer, al Municipio y a las escuelas de la ciudad de El Romero, para trabajar unidos en la restauración del ecosistema cuyo deterioro los amenazaba a todos. Linconao y Rodrigo se encargarían de establecer comunicación con todos ellos.
* * *
Wilfredo Iturriaga presentó a Benito Rosasco la propuesta que les dijo que había conversado con Vanessa. No era verdad que lo había hablado con ella; pero era su modo de proceder para comenzar a negociar en su nombre.
- Lo que la señorita exige por cada una de sus propiedades en Los Campos de El Romero Alto es el doble de lo que le ofreció el señor Gajardo; y por las Acciones de la Sociedad controladora de la Colonia Hidalguía la señorita Vanessa pide treinta millones de Globaldollars.
Benito Rosasco lo escuchó y se limitó a informar a Gajardo. Éste, con un gesto despectivo, le instruyó:
– Dile a Iturriaga que venga a conversar conmigo.
Dos días después, cuando los dos abogados llegaron a la oficina de Gajardo, éste pidió a Rosasco que se retire.
– Esta conversación, señor Iturriaga, es solamente entre usted y yo. La propuesta que me trae de parte de la chica Vanessa es inaceptable. Le diré francamente que no creo que usted la haya conversado con ella.
– La asesoro en este asunto. Aquí puede ver el contrato con la firma de la señorita Vanessa Arboleda, en que me encomienda hacerme cargo de las negociaciones.
Gajardo lo tomó, lo leyó y se lo devolvió diciendo:
– Veo que usted sabe hacer bien las cosas, don Wilfredo. Que ella se reserve el derecho a la decisión final es normal; pero me pregunto si fue iniciativa suya, para usarlo en la negociación conmigo, o es que realmente ella desea tener la última palabra.
– Piense usted lo que quiera. Las dos cosas pueden ser ciertas.
– Mmm! Creo que me sería más fácil convencerla a ella que a usted. De modo que, abogado, no exagere en su posición. Pero quiero hacerle una propuesta a usted. Imagino que Vanessa le pagará el dos por ciento del precio de la compraventa, como es lo acostumbrado. Es para usted una cantidad importante. Pero yo quiero hacerle una propuesta mejor. Mantengo mi oferta inicial, que no es mala. Pero agrego un veinticinco por ciento sobre el total de la venta, para usted, si el negocio se realiza antes de noventa días.
Iturriaga sacó rápidamente las cuentas. Nunca había recibido una oferta tan suculenta que le cambiaría la vida para siempre. El sueldo que recibía como abogado del Consorcio Cooperativo CONFIAR no era malo, pero lo que podía ganar con esta sola operación era más de lo que podría obtener en diez años de trabajo. La propuesta era irresistible; pero debía ser cuidadoso, porque negociar a dos bandas implicaba más de un riesgo. Por de pronto, podía perder el reconocimiento de su título de abogado. Pero ya la codicia se había apoderado de su mente.
Gajardo comprendió que había ganado, por el brillo que notó en los ojos de Iturriaga. Éste dijo, mintiendo, sólo para tranquilizar su propia conciencia con respecto a Vanessa.
– Señor Gajardo. Tendrá que aumentar en algo la oferta, porque ya se la informé a Vanessa y le aseguré que podría obtener algo más negociando con usted.
– Mmm! Está bien. Agregue cincuenta mil más por cada parcela, y un millón más por las acciones. Es mi última palabra. A usted le pagaré en efectivo. Le pasaré un maletín con el dinero en la Notaría cuando la chica firme. Pero recuerde que tiene un máximo de noventa días para concluir el negocio.
Gajardo extendió la mano a Iturriaga y así el acuerdo quedó sellado.
– Debo decirle – agregó el abogado – que es verdad que Vanessa no está decidida a vender. Cuando le hablé de su oferta explicándole que era bastante buena me dijo que no sabía si quería vender.
– Tengo una idea de por qué puede no querer irse de aquí. La hemos estado atendiendo demasiado bien.
Puedo hacer algo que la ayude a decidirse, lo pensó pero no lo dijo.
El abogado se retiró convencido de que estaba por hacer el negocio de su vida, y que también beneficiaría a sus dos clientes. A Vanessa porque ya le había hecho ganar casi un millón y medio de Globaldollars más que lo ofrecido por el jefe, y a éste porque le había ahorrado varios millones.
* * *
No sabía qué la había motivado a levantarse temprano, tomar la moto y salir de la Colonia Hidalguía rumbo a la iglesia. ¿La curiosidad de ver si el padre Anselmo efectivamente hablaría de las tentaciones? ¿O el deseo de verlo porque le gustaba, o porque había encontrado en él a un amigo comprensivo? ¿O quizás sentía interiormente la necesidad de religión? Tal vez un poco de todo eso; pero el hecho no dejaba de sorprender a Vanessa, pues la única vez en su vida que había asistido a misa fue el domingo anterior, invitada por Antonella.
Se había vestido con discreta elegancia, y aunque no dejaba ver mucha piel, igual todos, hombres y mujeres la miraron cuando avanzó hacia la puerta de la iglesia atravesando la plaza donde había estacionado la moto.
El padre Anselmo, que estaba en el atrio de la iglesia saludando a la gente que ingresaba, al verla venir le hizo una señal para que se acercara, después de decirle a la gente que lo rodeaba que entraran a la iglesia a prepararse para la misa.
– ¡Estás muy bella! – le dijo al oído después de saludarse con besos en las mejillas.
– ¿Tentadora? – replicó en el mismo tono Vanessa sonriendo y agregando enseguida una nueva pregunta: – ¿Hablarás hoy de las tentaciones? Mira que vine a escucharte hablar de eso, porque yo soy de verdad muy tentada, y siempre me dicen que soy tentadora.
Anselmo se limitó a sonreirle diciendo:
– Entra ya, que la iglesia está repleta y no encontrarás asiento. Hace un momento vi pasar a tu amiga Antonella.
Vanessa entró y vio a Antonella y al Toñito sentados en una de las últimas bancas; pero ella quería llegar hasta adelante y avanzó por la nave lateral entremedio de la gente que no había encontrado asiento. Se posicionó de pie apoyada en la primera de las grandes columnas que sostenían la nave central del templo. Un lugar que la mantendría fuera de la vista del público, mientras que ella podría apreciar desde muy cerca cada gesto del padre Anselmo.
El sacerdote comenzó el sermón con las palabras acostumbradas, y sin detenerse lanzó de corrido el sermón que había preparado cuidadosamente para que las feligresas más viejas y conservadoras no se escandalizaran demasiado:
– Queridos amigos y queridas amigas, queridos hermanos:
Hoy hablaré de las tentaciones, porque esta semana he pensado mucho en las tentaciones. En nuestra religión, las tentaciones son muy importantes. Piensen que en el padrenuestro que enseñaba Jesús decimos “No nos dejes caer en la tentación”. En el evangelio se cuenta que Jesús fue tentado tres veces, estando solo en el desierto. ¿Cómo pudo saber el evangelista que Jesús fue tentado, si él estaba solo en el desierto? Tiene que haber sido el mismo Jesús quien contó a sus discípulos que fue tentado, así como tiene que haberles contado los detalles de las tres tentaciones que tuvo. Entonces, si Jesús lo hizo, parece que no puede ser malo que uno cuente a los demás sus propias tentaciones.
Por ejemplo, esta semana que hoy termina, yo he tenido tentaciones bien reales y concretas. Me imagino que varios de ustedes están pensando que me tentó la atracción de una mujer, porque de esas tentaciones es que casi siempre se habla. Pero no esta vez. Les confieso que la tentación que tuve fue una mucho mayor. Pero antes de contarles mi tentación quiero explicarles qué son en realidad las tentaciones.
Pensemos en las tentaciones que contó Jesús a sus discípulos. Ninguna de las tres era el deseo o la incitación de hacer cosas malas. Convertir las piedras en panes y dárselos a los pobres no tiene nada de malo en sí. Entonces ¿donde estaba el mal al que Jesús se sintió tentado? Pienso que Jesús sabía que repartir pan entre los pobres no es el modo de sacar a las personas de la pobreza. Además, su misión, su vocación, no era convertirse en un benefactor social. Su misión era más alta, era enseñar la verdad, era ayudar a que las personas se comuniquen con Dios.
La tentación es siempre esa: renunciar a la misión o vocación que en algún momento sentimos, renunciar a un ideal, a lo que queremos y podemos llegar a ser. La tentación es conformarse con ser menos de lo que uno es. Ser inferiores a nosotros mismos, es a lo que tan a menudo nos sentimos tentados.
Les decía en domingos pasados que el espíritu es esa energía que nos hace ser más que puramente naturales, materiales y biológicos. Renunciar a esa energía, a esa voluntad y aspiración a ser más, esa es la verdadera tentación, ese es el mal, si caemos en ello. La tentación no es algo del cuerpo, de la biología, sino de la conciencia, del espíritu.
Esa ha sido la tentación que he sentido estos días. He tenido la tentación de dejar de pensar, de dejar de buscar, de no aspirar a comprender los misterios de la vida, del hombre y de Dios, y limitarme a predicar lo que me dice la Iglesia que diga cada domingo. Para eso hay manuales, muy fáciles, que nos guían a los curas. Entonces me decía: ¿por qué tengo que re-pensar, que buscar la verdad, que intentar comprender? Es más fácil aceptar pasivamente las creencias, y limitarme a cumplir las funciones de cura, predicar lo que me dicen. Aún más, la tentación fue mayor todavía: renunciar al sacerdocio, y buscar una vida tranquila, encontrar una mujer hermosa y buena y casarme. En fin, renunciar a lo que en mi juventud me llevó a entregarme a la verdad y al amor; ser inferior a mi mismo. Vivir de un modo menor a lo que he aspirado y creído que es mi vocación. Esta es la tentación de un cura, la tentación que creo que todos los sacerdotes en algún momento sentimos. Y creo que no solamente los curas tenemos la tentación de dejar de pensar, de dejar de buscar la verdad, de creer que ya la tenemos en el bolsillo. Esa es una tentación del espíritu, no del cuerpo.
¿Es malo querer vivir más tranquilo? No. ¿Es malo enseñar lo que te dice la Iglesia que digas? No. ¿Es malo querer vivir en paz? ¿Sería malo si yo buscara una mujer hermosa y buena y convivir con ella? No. Cualquiera de esas cosas sería mala solamente si es inferior a lo que yo he buscado y a lo que quiero todavía ser y hacer en mi vida.
El otro día una persona a la que yo respeto mucho, como si fuera un padre para mí, me dijo: “Deja de pensar tanto; deja de pensar por tu cuenta. Enseña lo que aprendiste en la Iglesia”. Pero yo superé esa tentación, al darme cuenta de que renunciar a pensar es renunciar a lo más grande que tenemos los seres humanos, a nuestra razón, a nuestro intelecto, a nuestra conciencia, a nuestro espíritu, a nuestra libertad. ¿Cómo podría Dios querer eso de mí?
Ese hombre bueno que me aconsejó mal fue el tentador. También me tentó, pero muy poco, una señorita muy bella y buena; pero esa fue una tentación menor, pasajera. Las tentaciones difíciles son las del espíritu.
Conocí un sacerdote que perdió la fe pero que siguió siendo cura. Se engañaba a sí mismo, y a los fieles que lo seguían domingo a domingo. Se convirtió en un burócrata de la religión. Se empequeñeció, fue menor a sí mismo. Si yo perdiera la fe ¿qué dirían ustedes de mí, si a pesar de no creer les siguiera predicando esa fe en la que ya no creo? Dirían, con razón, que soy un mentiroso, un engañador. Pero yo no he perdido la fe; es sólo que estoy tratando de comprenderla. Por eso sigo siendo sacerdote. Trato de entender la fe con mi intelecto, y dar cuenta de ella ante ustedes en base a mi conciencia. Es complejo lo que les estoy explicando, lo sé. Pero tengo que decirles la verdad, porque si no hablo con la verdad ¿con qué derecho me pongo delante de ustedes a predicar?
Ahora, piensen ustedes mismos. Los jóvenes, por ejemplo ¿han sentido esa tentación de no ser ustedes mismos, sino de limitarse a hacer lo que les dicen los papás? El Evangelio dice que Jesús vino a poner distancia entre los hijos y los padres. No es que quería romper las familias. Lo que quería es que cada adolescente y cada joven busque, piense, ame y decida por sí mismo. ¿Han sentido ustedes la tentación de no pensar, de renunciar a la libertad interior, a la creatividad, a la autonomía, a pensar con la propia cabeza?¿O la tentación de conformarse con ser mediocres?
La sexualidad es buena. La tentación ahí ¿cuál es? Tentación es contentarse con vivir la sexualidad en forma puramente biológica, sin amor, sin entrega, sin buscar el bien de la pareja, sin conciencia de las consecuencias de lo que hacemos, sin buscar unir la propia vida con la de la persona amada. Para los curas que hemos libremente decidido renunciar a practicar una vida sexual, por amor a Dios y a todas las personas, el asunto a veces se hace muy difícil. Porque un cura tiene mucho conocimiento de la psicología, y eso hace que para él resulte fácil dominar, usar a las personas. Es un pecado gravísimo.
Les cuento todo esto porque una forma muy eficaz que nos ayuda a vencer las tentaciones, es estar conscientes de ellas, y pienso que no está mal comunicarlas, para que la comunidad, los amigos y las amigas nos ayuden a vencerlas. Como hizo Jesús al contarle a sus amigos las tentaciones que tuvo.
En el padrenuestro decimos “No nos dejes caer en la tentación”. No nos dejes ¿qué significa. ¿Qué nos quite la libertad y nos obligue a actuar bien? No. “No nos dejes” es un llamado al propio ser interior de cada uno, porque Dios nos habla desde nuestra conciencia. Dios nos ama. Esto significa que quiere que seamos plenos, que nos realicemos en todas nuestras potencialidades.
El amor es atracción. Dios nos atrae a sí. Esa es la manera de actuar de Dios en nosotros. No impidiendo, no castigando, no amenazando, sino atrayéndonos. Cuando decimos “no nos dejes caer en la tentación” le estamos diciendo a Dios: atráeme con tanta fuerza, con tanto amor, que pueda yo avanzar hacia ti, superándome, siendo cada vez más, cada vez mejor, más pleno; menos natural y más espiritual.
Por eso yo puedo pedirles a ustedes: No me dejen caer en la tentación. No me dejen caer. Ayúdenme para seguir pensando, buscando la verdad, intentando comprender nuestra fe y así explicarla de la manera más clara posible. Porque, de verdad, quiero ser fiel a la vocación que sentí cuando era joven. Perdónenme si este sermón fue muy largo.
¿Sigamos la misa?
Cuando Anselmo terminó de hablar a Vanessa se le había nublado la vista y las lágrimas corrían por sus mejillas. No solamente Vanessa se había emocionado. También Antonella, y muchas otras personas que habían comprendido no sólo el sermón sino al padre Anselmo y sus tentaciones. El Toño sintió que el cura le habló directamente a él cuando se refirió a los jóvenes.
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