IX.
Una pesadilla despertó a Vanessa, angustiada, cuando ya la luz del sol se infiltraba por la ventana. Estaba mirándose al espejo, y cuando abrió la boca para sonreír, feliz de ver una vez más su cuerpo hermoso, se percató de que sus dientes ya no eran blancos y perfectos, que no eran los suyos, porque alguien se los había cambiado por otros más grandes, de oro brillante, montados unos sobre otros. Vio en el espejo que su sonrisa se convertía en una mueca horrible, que no podía evitar porque los dientes distorsionaban su boca. Mientras se miraba horrorizada, los dientes empezaron a soltarse y a caer al lavamanos perdiéndose en el desagüe uno tras otro En el lugar de cada diente de oro que perdía aparecía un diente nuevo, como de carbón reblandecido, que la hacía verse aún más fea y despreciable. Despertó dando un grito ahogado.
Se levantó, fue a mirarse al espejo, y encontró que estaba linda como siempre, aunque soñolienta y despeinada. Trató de dormirse nuevamente pero no pudo. La pesadilla rondaba en su mente. Recordó que Andrea Rosmino, una compañera de su curso cuando estudiaba en el Instituto, estaba siempre interpretando los sueños que todos, por entretenerse, le contaban. Pensó en llamarla pero no tenía su número. Como recordaba donde vivía porque en más de una ocasión se había quedado a dormir en su casa, decidió ir a verla.
Andrea no estaba, pero una amiga con la que compartía el departamento le indicó que trabajaba en una empresa productora de perfumes y jabones, y que podría encontrarse con ella a la hora de la colación.
Cuando Vanessa llegó a la empresa la hicieron esperar en la sala de recepción. Y cuando Andrea salió, acompañada de varias empleadas como ella, corrieron las dos a abrazarse como las grandes amigas que habían sido. Vanessa la invitó a subirse a la moto y la llevó a almorzar a un restaurante elegante y exquisito en el barrio alto.
– Pero tengo que estar de vuelta en una hora – se lamentó Andrea.
– ¿Te gusta tu trabajo? – fue la respuesta de Vanessa.
– Para nada. Estudié Terapias Complementarias y me gusta la cosmetología; pero aquí no soy más que una que revisa cada producto para que cumpla el estándar de calidad. ¡Una lata!
– Entonces, no te preocupes de la hora. Si te echan del trabajo no te preocupes, porque yo quiero instalar un Centro de Cosmética y quiero contar contigo.
– Gracias amiga. Pero yo no puedo darme el lujo de perder la pega, porque tengo un hijo que alimentar, así que, por favor, llévame de vuelta a la hora. Pidamos algo rápido, un plato de lasañas ¿te parece? Recuerdo que te gustaban.
– ¡De acuerdo!
Vanessa llamó al mozo y le encargó dos lasañas y jugos de uva.
– ¡Cuéntame qué te hizo venir a verme?
– Te he echado de menos ¿sabes? Pero la verdad es que anoche tuve una pesadilla horrible, que me da vueltas y vueltas y que no me dejará, creo, hasta que sepa lo que significa. Me acordé de ti y aquí estoy.
– ¡Cuéntame! ¡Cuéntame qué soñaste!
Vanessa se lo contó y Andrea lo interpretó:
– El oro siempre significa riqueza. Tener dientes de oro significa que tienes mucho dinero, o que viene en camino, o que esperas recibirlo. ¿Es así?
– Sí, así es. Pero los dientes eran grandes, me llenaban la boca, y eran horribles.
– Que te llenaban la boca significa que es mucho, muchísimo dinero, incluso más dinero que el que quisieras tener, quizás.
– Los dientes se me caían. ¿Es que lo voy a perder todo?
– No necesariamente es eso. Puede ser, sí. Pero que se caigan los dientes significa otra cosa. Que los dientes se te caen significa que tienes mucho miedo de no poder realizar lo que quisieras. Puede ser una tarea, una misión, o algo que te propusiste y que temes que no puedes lograr. También puede ser miedo a quedar en ridículo delante de personas que te rodean, y que dejen de quererte, o algo así.
– Puchas, amiga, tú me dices todo lo que me pasa ¿sabes?
– No soy yo, son tus sueños los que te hablan. Yo solamente los interpreto. Hay algo más. Que esos dientes de oro te deformen la cara puede ser porque ese dinero te está cambiando, o que tienes miedo de que te cambie tu personalidad y modo de ser. Dientes muy grandes significan, también, a veces, que tienes problemas de comunicación, que te cuesta mantener las amistades o que sientes que puedes perder a alguien muy querido.
Terminaron de comer. Andrea miró la hora y le pidió a Vanessa que la llevara al trabajo.
– ¡Vamos!
Cuando se despidieron a la entrada de la empresa de jabones y perfumes Andrea le dijo:
– ¡Ven a verme, amiga! Ven a verme aunque no tengas pesadillas ¿quieres?
– Volveré, te lo prometo Andrea, y no olvides que cuando tenga mi Centro de Cosmética vendré a buscarte.
La interpretación que su amiga le hizo de la pesadilla la llevó a recordar el consejo del padre Anselmo cuando fue a verlo y el sermón que dio en la iglesia el domingo siguiente. No voy a cambiar. Soy como soy. No me tentará el dinero, ni nada ni nadie me hará renunciar a como soy, a lo que tengo ni a lo que quiero. Siento que ya no soy una niña. Siento que he crecido. Y ya no tengo miedo. Nada me hará volver atrás, a cuando todo lo hacía para darle el gusto a los demás. Voy a aprender a amar como una mujer grande.
Se subió a la moto y sin pensarlo dos veces partió rumbo a El Romero. La esperaban varias horas de viaje, pero las carreteras casi vacías le permitirían correr como a ella le gustaba. A mitad de camino se detuvo un momento y llamó a Gustavo para asegurarse de que la esperara.
* * *
El llamado de Vanessa y el saber que en pocas horas estaría nuevamente teniendo sexo con ella remecieron a Gustavo Cano haciendo que volvieran a su mente los más confusos pensamientos y deseos. Él creía en Gajardo y en su proyecto, que se lo habían presentado como una alternativa real para salvar a la naturaleza y a la humanidad del desastre ecológico. Entendía que debían ser duros e inflexibles en la Colonia para evitar cualquier debilidad o desviación que retrasara el avance. Pero ¿por qué debía dañar a la chica que se le entregaba con tanta pasión, y sobre todo, por qué debía renunciar a ella?
Queriendo entender por qué el jefe le pedía que lo hiciera, no atreviéndose a interrogarlo a él, un día que se encontró con Benito Rosasco en la piscina lo invitó a compartir un trago y le preguntó directamente quién era Vanessa, cuál era su situación en la Colonia y por qué le habían entregado la casa en que vivió Kessler.
El cuadro de Vanessa que le pintó el abogado, despechado por no haber logrado nunca más acostarse con ella, fue implacable.
– Vanessa – le dijo – es una prostituta que llegó de Venezuela. De las mejores, te habrás dado cuenta. Fue durante varios años la amante de Kessler, hasta que él se aburrió de ella y la gestionó para pagar favores y otorgar premios. Yo me acosté muchas veces con ella. Cuando, después, Gajardo y Kessler perdieron el poder, ella se independizó. No volví a saber de Vanessa hasta que una noche la encontré vagando en un café en El Romero. Ahí supe que se había casado con uno de la Cooperativa Renacer. Ella lo abandonó, creo que porque él le exigía que le fuera fiel. El tipo murió en la peste, y ella heredó su parcela. Es una aventurera. Una aventurera que apuesta fuerte. Cuando Kessler cayó enfermo por la peste, ella lo cuidó, lo mimó, y antes de que muriera, lo convenció de que le dejara en herencia todos sus bienes. Kessler, el pobre, moribundo, hizo un testamento legándole a Vanessa tres propiedades, que no eran de él sino de la Colonia pero que estaban a su nombre, y lo peor, le dejó su participación en la Sociedad dueña de la Colonia Hidalguía. Resulta así, que la aventurera se hizo nada menos que de un diez por ciento de toda la Colonia. Piensa que ella tiene diez veces más Acciones que Bustamante y que Osorio. Obviamente Gajardo quiere zafarse de ella, pero el único modo es comprarle lo que recibió en herencia, porque si ella muere, todos sus activos pasarían a ser de propiedad del Estado, porque la aventurera no tiene herederos, por lo menos, hasta donde pude yo averiguar por encargo del jefe. Y si se mete el Estado, ahí sí que el proyecto Hidalguía se va a la mierda.
Desde que supo todo eso Cano oscilaba entre, uno, ser fiel a Gajardo y a La Colonia, cumpliendo estrictamente las instrucciones del jefe, o dos, ganarse el amor de Vanessa y algún día casarse con ella, pasando así a controlar, si no a tener en propiedad, el diez por ciento de la Colonia, convirtiéndose definitivamente en el segundo hombre, con el nivel de poder e influencia que antes tenía Kessler. Él, que solamente había llegado a ser teniente de la Marina, llegaría a ser igual que el que fue General del Ejército. O, quizás, si sabía jugar bien, lograr con paciencia y astucia las dos cosas. Sí, se ganaría la confianza de Vanessa, sin perder la confianza que en él había puesto Gajardo.
Pero esa noche en que regresó Vanessa después de no haberla visto durante tres semanas, Gustavo Cano cometió el primer error. Como buen marino que había sido, distinguía bien lo que era tener sexo con una prostituta y hacer el amor con una jovencita a la que seducía. El hecho es que, teniendo a Vanessa ya desnuda en la cama le vino a la mente que no era la muchacha alegre y sencilla que había creído, sino la prostituta aventurera que le había dibujado Rosasco. Entonces, excitado por el cuerpo delicioso de Vanessa comenzó a tratarla como lo había hecho antes muchas veces con las prostitutas. La agarró con fuerza de un brazo y la obligo a girarse poniéndola boca abajo.
La posición en que Gustavo la puso hizo recordar a Vanessa los tiempos en que trabajó como acompañante. Ella no quería eso, nunca más,
– ¿Qué haces? ¡Así no me gusta! ¡Para!
El ex-teniente se dio cuenta del error que estaba cometiendo y le pidió disculpas. Trató de explicarle que era por la pasión de su amor después de tantos días sin estar con ella. Vanessa aceptó su explicación, lo perdonó e hicieron el amor como ella quería. Pero el sentimiento que estaba empezando a sentir por Gustavo quedó trizado.
Cuando en la mañana despertaron él le llevó el desayuno a la cama y se la jugó entero. Se puso a su lado y le confidenció:
– Gajardo me contó que heredaste unas Acciones que eran de Kessler y que eso lo complicaba en la dirección de la Colonia. Me dijo que primero trató de integrarte, que te sintieras bien y a gusto. Pero que había cambiado de idea. Que ahora quería sacarte de la Colonia. Que quiere obligarte a que le vendas tus Acciones, y que para eso quiere hacerte la vida imposible aquí.
– ¿Poniendo ratones en mi casa?
– Sí, eso fue parte del plan. Perdóname, Vanessa, yo di la orden de que lo hicieran. El jefe me obligó. Yo me resistí todo lo que pude, pero me amenazó con despedirme. Pero esa noche me quedé cerca de tu casa para ayudarte si te asustabas.
– Yo no me asusto así no más. He vivido cosas mucho más duras ¿sabes? Pero sigue contándome.
– Gajardo tiene un plan macabro para sacarte de la Colonia. Tengo que contarte que ahora me pidió algo mucho peor. Me pidió que soltara las amarras de la montura cuando fueras a cabalgar, para que te cayeras. También me dijo que no debía atenderte.
– ¿Atenderme?
– No, sí, lo que me dijo es que debía dejarte sola, no acompañarte más, y que diera la orden de que nadie te hable.
– ¡Ley del hielo!
– ¡Eso mismo! Para que te aburras, para que te asustes, y que termines pidiéndole tú a él que compre tus Acciones.
– ¿Y tú qué vas a hacer? ¡Dime!
– Tengo un plan, siempre que estés de acuerdo.
– A ver. Cuál es tu plan. Porque a mí se me ocurre ir a cantárselas claras ¿sabes? No le tengo miedo ¿sabes?
El que se asustó ahora fue Gustavo. Si ella lo delataba perdería el trabajo y, quizás, hasta su vida corría peligro. Conocía lo implacable que podía ser Gajardo.
– No, por favor, que si le cuentas lo que te dije me va a echar, me va a matar. Y de verdad creo que tú corres peligro. Mira, mi plan es que le hagamos creer que yo estoy cumpliendo sus órdenes, y que tú te asustaste.
– ¿Cómo así?
– Pensé que hoy en la tarde podríamos salir a cabalgar. Al regreso, simulamos una gran caída. Te embarras la ropa y llegas cojeando. Y cuando pasemos frente a la piscina me empiezas a gritar y acusar de que yo tuve la culpa.
– ¿Y entonces?
– Entonces te vas a El Romero. Yo puedo ir a verte cuando quieras. Yo te quiero ¿sabes? Nos encontramos allá sin que nadie sepa. Y cuando después, Gajardo te contacte para negociar la compra de tus Acciones, te pones firme antes de venderle, y le sacas lo más que puedas. ¡Así de simple!
Vanessa se quedó pensando. Gustavo no sabía que las negociaciones ya estaban en marcha. Finalmente le dijo:
– ¡Me gusta tu plan! ¡Me gusta! Lo engañaremos, al muy maldito. Pero tienes que prometerme que nunca le dirás nada y que irás a verme cuando te llame.
– Te lo prometo, Vanessa! Te lo prometo. Tu sabes que te quiero mucho. Sabes que contándote todo esto estoy arriesgándome mucho, por tí, Vanessa, por ti, porque te quiero. No vayas a decirla nada a nadie, por favor.
En la tarde Vanessa y Gustavo hicieron una buena representación teatral al pasar frente a Gajardo, que los miraba y se reía. Se reía satisfecho de que todo se estuviera cumpliendo tan bien.
* * *
El plan de Gustavo Cano requería dos cosas. La más importante era que Vanessa confiara plenamente en él, para lo cual tenía que enamorarla y hacerla depender, estableciendo con ella una relación estable. Si, idealmente, llegaban a casarse, sería perfecto. La condición urgente era que Vanessa no vendiera sus Acciones, pues si lo hacía, él no podría representarla en la Sociedad Hidalguía, y solo casándose podría acceder a su dinero. Es una aventurera. Le daré de su propia medicina.
Vanessa se instaló en el departamento que arrendaba en El Romero, donde Gustavo empezó a visitarla todas las noches. Para convencerla de que no vendiera, lo primero que pensó fue explicarle que el valor de las Acciones de Hidalguía que poseía tenían un valor inmenso,
– Te lo digo porque estoy seguro de que Gajardo pretenderá comprar a un precio vil. Pensará que eres fácil de engañar, y que te conformarás con unos pocos millones de Globaldollars.
– ¿Por qué piensas eso? Él no es mezquino con la plata. Me pagó bien por mi trabajo.
– Lo conozco más que tú, Vanessa. Él siempre está engañando. ¿No has pensado que el pago por tu trabajo lo fijó el señor Kessler, que te quería? No olvides que Gajardo quiso que te accidentaras cabalgando y que su plan es asustarte. ¿No lo odias por eso?
– Lo entiendo. Sí, él es malo. Pero yo no sé odiar ¿sabes? Nunca he odiado a nadie. Aunque sí me enojo, a veces me enojo mucho, y ahora estoy muy enojada con él.
Después de pensarlo un momento le preguntó:
– ¿Cuánto crees que valen mis Acciones?
– ¡Mucha plata! Piensa que son ocho mil seiscientos hectáreas, y cada hectárea vale como trescientos mil. Saca la cuenta. Pero te aconsejo que no vendas, porque esas tierra con todo eso que se está construyendo van a valer cada vez más.
– Está bien, sacaré la cuenta; pero después. Ahora no quiero hablar de plata. Mejor vamos a mi pieza, que tengo algunas cosas ricas que decirte al oído.
Gustavo la tomó en sus brazos, la llevó al dormitorio y la puso suavemente en la cama.
* * *
Dos días después Vanessa decidió llamar a Wilfredo Iturriaga.
Cuando el abogado llegó al departamento Vanessa fue directamente al grano. Ya no le gustaba su abogado. Algo que no sabía qué, le hacía desconfiar de él. Quizá su insistencia para que vendiera, o que le hubiera repetido tantas veces que era una oportunidad que no se repetiría, y que el precio era inmejorable. Ahora ella sabía por qué le querían comprar, se había formado una idea de lo que valían sus acciones, y sabía que Gajardo estaba muy interesado en comprar rápidamente.
– Sí. Puedes decirle al Gajardo ese, que voy a venderle las Acciones.
El abogado sonrió satisfecho.
– Es la mejor decisión, señorita Vanessa. Se lo diré, y creo que en pocos días estaremos firmando en la Notaría y recibirá su dinero.
Vanessa lo miró, ahora ya verdaderamente desconfiada. Sin mirarlo dijo:
– Sí, voy a vender; pero no al precio que quiere Gajardo y que tu aceptaste, pero no yo. ¿Cuánto me dijiste que ofreció Gajardo?
– Seis millones. Es mucha, mucha plata.
– No tanto como valen las Acciones. Mira, estuve sacando cuentas. Él me ofrece seiscientos cincuenta mil por parcelas de unas diez hectáreas. O sea, sesenta mil por hectárea. La Colonia Hidalguía tiene como ocho mil seiscientas hectáreas. Yo sé sacar cuentas ¿sabes? Mira.
Le mostró un papel en que había escrito:
8.600 x 60.000 = 516.000.000
516.000.000 : 10 = 51.600.000
– Pero señorita. No es lo mismo una hectárea agrícola que una hectárea lejos de la ciudad y en los cerros.
– De acuerdo. Pero yo conocí bien la Colonia, y no tiene nada de un lugar perdido. Pero digamos que una hectárea allá vale la mitad, treinta mil. Entonces, la mitad son, redondeando, veinticinco millones. Ese es el precio al que vendo mis Acciones. Veinticinco millones de Gloobaldollards ¿sabes?
– Pero señorita, el señor Gajardo se va a reír a carcajadas cuando le diga lo que usted quiere.
– No me importa. Que se ría no más. El que ríe último ríe mejor, dicen.
– Pero, señorita …
Vanessa lo interrumpió: – ¿No es que tu eres mi abogado? Si vendo mejor, tu también ganas ¿verdad?
– Bueno – balbuceó Iturriaga – iré a plantearle a Gajardo lo que usted me dice. Pero no se haga muchas ilusiones, señorita.
– No me hago ninguna ilusión ¿sabes? Estoy muy enojada con Gajardo ¿sabes? Y no quiero que me discutas porque conozco a otro abogado ¿sabes?
Ante la amenaza Wilfredo Iturriaga le tendió la mano diciendo: – Está bien señorita Vanessa. Iré donde Gajardo a plantearle su precio. Haré lo mejor que pueda.
– ¡Así me gusta!
* * *
El padre Anselmo recorrió con la vista las tres naves de la iglesia. La del centro estaba llena, pero en las dos laterales solamente algunas bancas estaban ocupadas, y nadie tuvo que quedarse en pie como había ocurrido los domingos anteriores. El ‘efecto peste’ está disminuyendo – pensó – y el buen tiempo del que hemos gozado en las últimas semanas está haciendo olvidar los peligros de morir que nos llevan a pensar en Dios.
Vio que Vanessa, el Toño y Antonella estaban sentados en la quinta fila. Les hizo un rápido saludo, que después extendió a todo el público, porque se había atrasado y no alcanzó a recibir a la gente en el ingreso.
Había preparado un sermón sobre los motivos que podemos tener los humanos para buscar la religión, y lo que estaba viendo le confirmaba que había escogido un tema realmente necesario de tratar con los feligreses, que iban quedando menos y que después del sermón que pensaba hacer continuarían disminuyendo. Pero él no estaba ahí para repletar iglesias, porque entendía la religión de otra manera.
Queridos amigos y queridas amigas, hermanos.
Desde hace días que me estoy preguntando por qué venimos, ustedes y yo, los domingos a la iglesia, y por qué nuestros abuelos construyeron este templo, y por qué los hermanos evangélicos hacen lo mismo, y por qué los islamistas, y por qué los hebreos, y por qué los hinduístas, y por qué los budistas, y por qué en todos los pueblos, de todas las culturas, de todos los tiempos, las gentes han creado sus propias religiones, igual como nosotros los cristianos creamos la nuestra.
Muchos pueden ser los motivos, y cada persona puede tener un motivo distinto. Pero lo que me pregunto no es por los motivos de uno y de otro, que tienen que ver con lo que nos pasa a cada uno y con nuestra psicología individual. Mi pregunta es más general: ¿por qué la religión, cualquiera ella sea?
Casi todas las religiones dicen que tienen alguna gran verdad que enseñar. Puede ser cierto o no; pero yo creo que en realidad son pocas las personas que buscan la religión porque les interese la verdad. Si fuera la verdad lo que deseamos ardientemente, creo que cada una de las religiones, incluída la nuestra, nos daría motivos para dudar de las doctrinas que profesamos, más que para creer que ellas son verdaderas. Porque convendrán ustedes conmigo que algunas de las creencias religiosas son bastante extrañas.
Algunos sostienen que las religiones ofrecen consuelo ante las adversidades y los dolores que nos afectan. Puede ser en muchos casos que sea esto lo que la gente quiere que la religión les dé; pero no es lo que las religiones ofrecen. Porque, en la realidad concreta de cada día, las religiones no son tan consoladoras, no son tan afectuosas y condescendientes. La mayoría de las religiones exigen sacrificios, plantean obligaciones y deberes morales que no son fáciles de cumplir, y amenazan con castigos a los que no sean fieles.
Pienso que a las iglesias de todas las religiones, mucha gente va a pedir a Dios que les haga algún favor, algún milagro, que les ayude frente a algún problema que tienen, o que les arregle una relación, o que les sane de una enfermedad, o que les favorezca en algún proyecto; incluso, en casos de guerra le piden a Dios que les ayude a matar a los enemigos. Ante la propia incapacidad de lograr algo, se pide refuerzo a Dios. Pero parece que Dios no se mete tanto en nuestras vidas. Las cosas, buenas y malas que nos suceden, o que según nuestro punto de vista las vemos como buenas o malas, ocurren por causas naturales, o son resultado de actividades que realizamos nosotros mismos, y de interacciones con otros, o suceden por casualidad. No niego que puedan existir milagros; pero todo indica que son pocos, muy raros.
Entonces ¿por qué y para qué son las religiones? Yo pienso que todos los seres humanos tenemos muchas necesidades. Una de ellas es la necesidad de religión. ¿En qué consiste esta necesidad? Y ¿cómo se relaciona y conecta con las otras necesidades humanas?
Si hay algo que nos hace diferentes a las otras especies animales son nuestras necesidades. Las necesidades de los animales son siempre las mismas, no cambian; una vez que las satisfacen, al poco tiempo vuelven a presentarse, pero siempre iguales a como se dieron anteriormente. La necesidad de alimentación, la necesidad sexual, la necesidad de moverse, están siempre ahí, iguales para todos los animales de la misma especie, y solamente cambian según van creciendo y luego envejeciendo. Pero, en general, presentada una necesidad, buscan satisfacerla del mismo modo cada vez. Los humanos no somos así, nuestras necesidades nos impulsan a cambiar, a querer siempre más y siempre mejor. Nos alimentamos todos los días, pero nuestro gusto se va sofisticando. Las necesidades sexuales, si las satisfacemos siempre igual, dejan de dejarnos conformes. Las necesidades de desplazarnos nos llevan a recorrer siempre caminos nuevos, a viajar hacia lugares desconocidos.
Además, tenemos otros tipos de necesidades. Necesidades que no son del cuerpo sino de la mente, del espíritu. La necesidad de conocer. La necesidad de comunicarnos y de ser reconocidos. La necesidad de diferenciarnos unos de otros, de individuarnos. La necesidad de crear, de inventar, de expresar nuestros sentimientos y emociones. La necesidad de ser útiles, de servir a los demás. La necesidad de amar y de ser amados. La necesidad de darle un sentido a nuestra existencia.
Yo pienso que todo esto es por una motivación principal que todas las personas experimentamos. ¡Queremos ser felices! Buscamos la felicidad a través de todas las necesidades, aspiraciones y deseos múltiples que queremos satisfacer. Pero aquí hay una paradoja, porque, como siempre tenemos nuevas necesidades y queremos satisfacerlas de modos nuevos y mejores, nunca estamos plenamente satisfechos; o dicho al revés, siempre estamos insatisfechos, deseando, aspirando, necesitando más. Y entonces, la felicidad siempre se nos va alejando, como ocurre con el horizonte, que mientra avanzamos en su dirección siempre se aleja y nunca lo alcanzamos.
Yo pienso que esa búsqueda de la felicidad que no podemos alcanzar plenamente es lo que se expresa como necesidad de religión. Es una necesidad de perfección que tenemos, más o menos escondida, todas las personas. Es la necesidad de algo que, por lo menos algunos, pensamos que es Dios, un ser pleno, perfecto, eterno. Queremos unirnos a ese ser perfecto, que él nos absorba de modo que seamos también nosotros perfectamente felices.
Es porque buscamos la felicidad por sobre todo, que la necesidad de religión se acentúa, se hace más viva y acuciante cuando estamos más lejos de la felicidad, o sea, cuando nos enfrentamos a la enfermedad, al sufrimiento, al dolor, al miedo, a la muerte. Pero es también una necesidad que sienten y experimentan con mucha fuerza las personas que más han avanzado en la búsqueda y el encuentro de la felicidad, en cuanto hayan logrado más elevadas experiencia de la belleza, que sin embargo les hacen quererla más perfecta; que han ascendido más alto en la comprensión de la verdad, que sin embargo consideran incompleta; que han experimentado con más intensidad el amor y el deseo de hacer el bien, que sin embargo se entremezcla y contamina tanto con las pequeñeces de la vida.
Les dejo estos pensamientos. Los invito a reflexionar preguntándose, preguntándonos cada uno de nosotros, qué es lo que buscamos en la religión, y qué es lo que esperamos encontrar aquí en la iglesia. Y también ¿qué es lo que nos mueve? ¿El miedo, el sufrimiento, el mal que quisiéramos evitar, o el bien, el amor, la verdad, la perfección que deseamos? ¿O es que las dos cosas son lo mismo: buscar la felicidad, la plenitud, la perfección, desde cualquiera sea la situación en que nos encontremos?
Ahora, si les parece, sigamos la misa.
– ¿Sabes por qué estoy viniendo a misa? – le preguntó Vanessa a Antonella cuando salieron de la iglesia.
Pero no esperaba una respuesta, que se la explicó ella misma:
– ¿Sabes? Este padre Anselmo me hace pensar ¿sabes? Yo nunca antes había pensado en estas cosas de que él habla. Me parecen cuestiones importantes ¿sabes?
Después de un momento agregó: – Creo que recién ahora estoy dejando de ser una niña.
Antonella iba a decirle algo, pero Vanessa la interrumpió:
– ¿Y sabes qué más? Creo que me estoy enamorando. Enamorando de verdad, porque me doy cuenta que esto que ahora siento, no lo sentí nunca antes. ¡Me estoy enamorando Antonella! ¿sabes?
Antonella alcanzó a temer que le dijera que se estaba enamorando del padre Anselmo. Sintió alivio cuando ella le dijo:
– ¡Me estoy enamorando, Antonella! Me estoy enamorando de mi teniente, me estoy enamorando de mi marino, me estoy enamorando de mi amante. Estoy feliz ¿sabes? ¡Es divino! ¡Tienes que conocerlo! Lo convenceré que un día de estos vayamos a verlos. Si no es a ustedes ¿a quién podría yo presentarlo?
Se abrazaron, y estando todavía abrazadas Antonella le dijo al oído.
– ¡Cuando quieras! Vengan cuándo quieran. Me alegra tanto que estés siendo feliz.
Enseguida al despedirse añadió:
– Me alegra mucho que estés amando, que estés pensando, y que estés creciendo, amiga mía.
La siguió con la mirada mientras se alejaba a gran velocidad en la moto. Vanessa siempre la sorprendía.
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