XXXII.
Raimundo Cuevas, Alejandro y el Toño viajaron el viernes en la noche a Santiago. Habían planificado que Antonio entraría a la Basílica y se sumaría al grupo de muchachos entre los que suponían que se encontraría Gerardo. Si estaba y el Toño lograba integrarse al grupo, se quedaría dentro, conversaría con él y trataría de acompañarlo hasta su casa al terminar la reunión. Si Gerardo no aparecía o se presentaba cualquier dificultad, el muchacho saldría a informar la situación. Alejandro y el abogado permanecerían en la camioneta estacionada al frente del templo y cerca de la casa parroquial, atentos y listos para seguir a Gerardo en el caso de que lo fueran a buscar en algún vehículo, que se subiera a un transporte público, o que saliera en bicicleta. Habían previsto lo que harían para seguirlo hasta su casa en todas las alternativas que imaginaron posibles.
Gerardo se alegró al ver a Antonio sentarse a su lado mientras esperaba su turno para confesarse. El Toño lo vio tan concentrado que decidió que no era el momento de hablarle. Terminadas las confesiones Antonio se sumó al grupo que salió por la sacristía y entró a una sala siguiendo al sacerdote confesor. Allí Gerardo lo presentó como un amigo al que conoció en el retiro. Antonio reconoció a varios que también asistieron.
La reunión comenzó con la lectura de la parábola del sembrador, después de la cual el sacerdote puso varios ejemplos de lo que significaba la semilla que cayó junto al camino y las aves se la comieron; la que cayó en los pedregales donde la tierra no estaba abonada y brotaron las plantas, pero el sol las quemó y murieron porque no formaron raíces suficientes; la que cayó entre las malezas, que terminaron ahogándolas; y finalmente la que cayó en tierra buena y bien abonada, en que las plantas dieron frutos abundantes.
Antonio no había escuchado nunca esa parábola, y siendo campesino y habiendo sembrado, visto morir y crecer a las plantas y cosechado sus frutos, comprendió a fondo la sabiduría contenida en el mensaje de Jesús expuesto de modo tan sencillo. A la hora de los comentarios por parte de los niños, el Toño agregó que a veces sucedía también que las plantas crecían bien, en buena tierra, pero que los temporales de lluvia y viento las destruían. Después agregó:
– También un exceso de riego puede enfermarlas e incluso hacer que las plantas se mueran, como que las raíces se ahogan. Me hace pensar que, quizás estar demasiado tiempo aquí en la iglesia confesándose y rezando, puede no ser tan bueno.
Algunos niños se rieron. El sacerdote lo miró severamente y dijo que por algo Jesús no se había puesto en ese caso.
Al terminar la reunión, por la puerta de la casa parroquial, salió Gerardo caminando acompañado por Antonio. Gerardo llevaba con la mano derecha una bicicleta. Caminaron dos cuadras conversando, siendo seguidos a prudente distancia por la camioneta manejada por Alejandro. Los dos hombres vieron que al llegar a una esquina Gerardo se detuvo y encaró a Antonio, aparentemente indignado por algo que éste le había dicho. Después de que los muchachos discutieron, Gerardo se subió a la bicicleta y se alejó rápidamente. Alejandro se detuvo para que el Toño subiera a la camioneta, y siguieron la bicicleta hasta que vieron a Gerardo entrar en una casa.
– No quiere reconocer nada – contó el Toño a su padre y al abogado cuando se detuvieron a cien metros de allí. – Gerardo insiste en decir que el padre Kádenas es solamente su confesor y que espera que lo siga orientando para llegar él también a ser sacerdote. Se enojó conmigo cuando le conté lo que te había hecho el cura a ti.
– Parece que fue un viaje inútil – comentó Raimundo Cuevas.
– Eso parece; pero no me doy por vencido. Trataré de hablar con el papá del muchacho. Ustedes espérenme aquí.
Caminó hasta la casa, tocó el timbre y esperó. Le abrió Gerardo.
– Buenos días. ¿A quien busca?
– Hola. ¿está tu padre?
– Espere un momento, que voy a avisarle.
Se presentó un hombre con músculos que denotaban que practicaba fisico-culturismo.
– ¿Es usted el papá de Gerardo?
– Si, ¿hizo algo malo?
– No, no. Es que, mire, hay en la parroquia que frecuenta su hijo un cura, el padre Hernando Kádenas, que hace años, cuando yo era de su edad, abusó sexualmente de mi. Un hijo mío es amigo de Gerardo y me contó que le parecía que el cura ese podía estar abusando de su hijo.
El hombre se volvió mirando hacia dentro de la casa y preguntó con un grito:
– Gerardo. ¿Hay algún cura que esté abusando contigo?
– No, papá. No. ¿Por qué?
El hombre dejó la pregunta de Gerardo sin responder. Miró a Alejandro de arriba a abajo y de abajo a arriba, y finalmente le dijo displicente:
– Ya lo oyó. ¿Usted también es marica?
– No, señor, no; pero ...
El hombre entonces, cerrando la puerta en las narices de Alejandro agregó:
– ¡Váyase! Váyase y no se aparezca nunca más por acá. Lo que le guste o no le guste a mi hijo, y si él quiere ser cura o monja, no es cosa en la que usted se tenga que meter.
Alejandro caminó hacia la camioneta. Pobre muchacho. Con ese padre y ese cura. Ay! Con razón el Toño está tan preocupado por él, pobrecito. Pero, sea como sea, ese cura lo tendrá que pagar.
* * *
El martes a la hora convenida tuvo lugar el tercer encuentro del Anselmo con Benito Orsini.
– ¿Cómo lo está pasando en Roma, padre Anselmo?
– Muy bien, monseñor. He recorrido gran parte de la ciudad, visitado museos, iglesias y parques. Roma es interminable. Claro, usted lo sabe mejor que yo.
– Tiene razón, Roma es interminable y eterna; pero ¿sabe? Es muy poco el tiempo libre que tengo y en verdad me gustaría dar unas vueltas por ahí, sin rumbo fijo y mirar a la gente. Casi no salgo del Vaticano, y si no estoy en ceremonias litúrgicas o cumpliendo mis tareas en la Congregación para la Doctrina de la Fe, me encierro en la biblioteca. Me fascina estudiar, padre Anselmo.
– Ah, la líbido del conocimiento, que es más fuerte que la líbido de los sentidos, según decían antes. También a mí me gusta mucho leer, sobre todo novelas y poesía. Pero en esta ciudad hay tanta belleza a la vista que se me ha despertado fuerte la líbido de los sentidos.
– Es así, padre Anselmo. Cuesta alcanzar el justo medio, el equilibrio. Pero, en fin, comencemos lo que debemos hacer. El tema de hoy es la Iglesia. Se lo pregunto todo de una vez. ¿Qué es la Iglesia para usted? ¿Cree que la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo, que conserva la fe revelada? ¿Cree que la Iglesia cuenta con la asistencia del Espíritu Santo?
Nunca Anselmo respondía sin reflexionar porque quería expresar con la mayor exactitud lo que pensaba. Respondió:
– Estas preguntas sí que son complicadas para mí, porque veo dos cosas muy distintas. Una es la Iglesia como comunidad espiritual de los que de alguna forma u otra se mantienen en unión con Jesús. Otra es la Iglesia como institución compuesta de cardenales, obispos, curas, religiosos y monjas, enteramente anquilosada, centro de poder. No creo que la Iglesia institucional haya sido o se parezca siquiera un poco al proyecto de Jesús.
Después de un momento Anselmo agregó:
– Imagino que los que convivieron con Jesús estuvieron tan admirados por su grandeza humana y espiritual, que aunque lo vieron morir en la cruz y debieron asumir su fracaso y la desilusión de no ver cumplidas sus esperanzas, igual se reunieron después y decidieron mantenerse vinculados en torno a su recuerdo y enseñanzas. Jesús había formado con ellos una pequeña comunidad, y se habían sentido tan bien en ella, tan apoyados unos por otros, tan alegres de compartir sus vidas, que decidieron mantenerse unidos a pesar de que ya no estaba con ellos el maestro.
Orsini, que hasta entonces se había atenido estrictamente a hacer preguntas, cumpliendo la norma de no argumentar ni rebatir lo que dijera el entrevistado, replicó:
– Pero Jesús resucitado se mantuvo con sus discípulos, los reunió, conversó con ellos antes de ascender al cielo, y en esos días fundó su Iglesia. ¿O no cree usted eso?
– Lo que pasa, monseñor, es que el relato de las apariciones de Jesús a los discípulos después de su muerte son bastante extraños y deben ser interpretados. Igual que tantos relatos de la Biblia, en los Evangelios y en el Nuevo Testamento hay narraciones que no deben ser entendidas literalmente, sino comprendidas en su sentido espiritual. Cuando los evangelistas narran esos encuentros con Jesús después de su muerte, repiten varias veces que "no lo reconocieron", "que no creyeron que fuera él", incluso que Mateo dijo que creería sólo cuando metiera sus dedos en las orificios de los clavos en sus manos. Lo que se me ocurre pensar es que esos hombres y esas mujeres sentían la presencia espiritual y moral de Jesús en su interior y entre ellos. Pero ¿cómo decirles a los demás que Jesús seguía vivo, que sentían su presencia, que ellos continuarían sus enseñanzas? ¿Cómo explicar eso a gentes rudas y pragmáticas, que creían solamente en lo que podían ver y tocar, aunque al mismo tiempo creían en fantasmas, en espíritus de muertos que persiguen a los vivos? Debían evitar que se creyera que hablaban de Jesús como de un fantasma, pues no sentían su presencia como la del fantasma de un muerto. Pero si no era el fantasma de un muerto sino su presencia viva en ellos y entre ellos ¿cómo explicarlo de manera que lo entendieran? Se me ocurre pensar que así fue elaborándose un relato creíble y verosímil, porque era hermoso y adquiría una forma artística, y que era verdadero en sentido espiritual. Un relato verdadero, pero que no podía ser realista. Había que hacer comprensible, verosímil, coherente en sí mismo, algo profundamente sentido y que para ellos era una verdad indiscutible: que Jesús seguía vivo en ellos y entre ellos. No podían decir que Jesús revivió, porque si revivió, tendría que estar vivo y tendrían que decir dónde encontrarlo, y todos podrían verlo y hablarle y seguir pidiéndole milagros. Era necesario evitar a toda costa que pensaran que se trataba de la aparición de su fantasma, como se creía que los espíritus de los muertos continúan rondando por un tiempo entre los vivos. No era un muerto que revivió, ni un fantasma que se les apareció. Había que inventar una palabra nueva, suficientemente fuerte y emotiva como para emocionar y convencer de que Jesús seguía realmente entre nosotros. Así comenzaron a hablar de que Jesús había 'resucitado'. Resurrección, fue la palabra que se adoptó para referirse al extraño fenómeno que les ocurría interiormente, lo que sentían íntimamente, que era que Jesús estaba vivo y entre ellos. No era una mentira, pues en verdad lo habían reencontrado espiritualmente.
– Dice usted, padre Anselmo, que hay que distinguir entre la Iglesia institución y la Iglesia comunidad espiritual. ¿No cree que exista una relación, un nexo verdadero entre ellas?
– Hmm! Si lo hay, es muy débil, fragilísimo, y casi invisible.
– ¿Cree usted que la Congregación para la Doctrina de la Fe tiene el poder de interpretar la doctrina de Jesús?
– ¿Qué le puedo decir? Poder, lo que es poder, lo tiene, pues aquí estoy respondiendo sus preguntas por una acusación que me hicieron. El poder sí lo ha ejercido, y con cuánta fuerza en el pasado. Otra cosa es si tiene la autoridad, que supone la capacidad de elaborar pensamiento, conocimiento, interpretación y proyecto. Y en este sentido diría que ha fallado muchas veces, y que está muy por debajo de ser capaz de interpretar los signos de los tiempos y el mensaje de Jesús para el hombre de hoy. Actualmente, monseñor, percibo en la Iglesia confusión y desorientación, y por cierto yo no estoy ajeno y libre de eso.
Monseñor Orsino lo escuchó sin pestañear. Era la primera expresión de Anselmo que mostraba descontento y rebeldía; pero también él, en alguna ocasión había experimentado similares sentimientos. Se limitó a decirle:
– Ya terminé las preguntas sobre el tema de hoy, padre Anselmo. Pero, fuera ya del interrogatorio, ¿quisiera usted decirme lo que piensa que debiera hacer actualmente la Iglesia para superar esta crisis grande que nos afecta desde hace ya demasiado tiempo?
– Con mucho gusto, monseñor. He pensado mucho en lo que me pregunta, porque aunque no lo parezca, quiero a nuestra Iglesia. Pienso que la Iglesia, entendida como comunidad humana y espiritual y no como institución sacralizada, necesita desplegar hoy cinco procesos fundamentales. El primero sería reelaborar la doctrina, el mensaje, para hacerlo comprensible y creíble al hombre de hoy, y acorde con los conocimientos que proporcionan las ciencias contemporáneas. Será un proceso largo, plural, que supondría algo similar a lo que realizaron hace siglos Tomás de Aquino y la Escolástica; pero realizado desde muchos centros de búsqueda, reflexión y elaboración, con pluralismo y apertura, con disposición a examinar críticamente las creencias consideradas más seguras y firmes.
– ¿Por qué considera tan importante esto que llama re-elaboración doctrinaria? Y ¿en qué nivel la piensa necesaria?
– Lo que veo, monseñor, es que el principal problema de los cristianos en general y de los católicos en particular, es la falta de fe, de convencimiento sobre las creencias de la religión. Durante mucho tiempo se obró en la práctica con la idea de que la fe es una cuestión del corazón, una adhesión emocional más que intelectual. Digo que así ha sido en la práctica, porque entiendo que teológicamente se afirma que la fe es una experiencia espiritual. Pero la experiencia espiritual es algo que tienen pocas personas que siguen caminos de contemplación. Y cuando se afirma que la fe es un don de Dios, no se asume aquello de que “al que tiene, se le dará”, que dijo Jesús. La fe requiere fundamentarse en la razón y en el intelecto, y ello supone elaboración intelectual de las creencias, defensa de las creencias frente a las negaciones supuestamente fundadas en las ciencias. Pero esa defensa debe fundarse en la razón y sostenerse en conexión a los conocimientos que las ciencias y la filosofía continúan proporcionando a la humanidad. Muchas de las creencias que difunde la Iglesia no parecen sostenerse frente a los nuevos conocimientos que la humanidad está desarrollando. No digo que haya que negar creencias esenciales, sino re-formularlas. Por ejemplo ¿cómo se sostiene el concepto del pecado original frente al conocimiento científico de la formación evolutiva de la especie humana?
– Entiendo. Decías que se requieren cinco procesos. ¿Cuáles serían los otros?
– Un segundo elemento sería contar en la Iglesia con una buena dotación de hombres y mujeres santos. Santos de verdad, vivos y actuando en el mundo, capaces de generar un profundo y amplio movimiento espiritual. Digo que hay que re-formular el sentido en que hablamos de la santidad, el significado espiritual de ésta. Un tercer aspecto sería, creo yo, comprometernos como comunidad humana y espiritual, en un gran proyecto de creación de una nueva civilización, que es lo que necesita hoy la humanidad; una civilización de personas y comunidades creativas, autónomas y solidarias. Lo cuarto, bueno, que es quizás condición de los otros procesos, es abandonar toda pretensión de tener y de ejercer poder. Y esto incluye terminar con esta división entre clero y laicado, que establece un orden jerárquico exterior, y estoy convencido de que no corresponde al proyecto de Jesús. Si alguna distinción pudiera hacerse en las comunidades cristianas, sería tal vez entre los dedicados intensamente a la misión, y los que siguen caminos de santidad en el mundo, en el trabajo, en la familia, en la ciencia, en el arte, en la política. Pero, todos igualmente en camino y búsqueda de santidad, peregrinos unidos en una comunidad de iguales. Los más avanzados abriendo camino, enseñando y atrayendo a los que vamos más lentos. Abandonar la pretensión de evangelizar mediante el ejercicio del poder supone dejar de concebir la Iglesia como una institución, y entenderla como una comunidad, o más exactamente, como una comunidad de comunidades, que se construye desde abajo hacia arriba, y desde cada comunidad hacia los lados, horizontalmente. Y lo quinto, avanzar seriamente hacia la unión ecuménica de los cristianos, y en la comunicación con otras religiones y espiritualidades. Unidad en la diversidad, construir comunión reconociendo las diferencias, que han de entenderse como caminos distintos hacia la unidad e integración del género humano en camino hacia Dios.
– ¿No ha pensado en escribir sobre esto?
– Tal vez lo haga algún día, cuando me sienta más seguro de que lo que pienso sea verdad y no solamente opiniones mías, subjetivas.
Hasta ahí quedó el tercer encuentro de Anselmo con Benito Orsini. La cuarta cita fue fijada para el jueves, dos días después.
* * *
Antonella y Alejandro se paseaban tomados de la mano por el camino frente a la granja, conversando. Ante el fracaso del intento que hicieron el sábado con el abogado Raimundo Cuevas para que el padre de Gerardo se hiciera parte o testificara en la denuncia contra Kádenas, la única opción que quedaba para evitar que fuera archivada era hacerla trascender públicamente a través de los medios de prensa.
– No me gusta el papel de víctima, no lo quiero asumir, menos aún públicamente – dijo Alejandro a su esposa.
– Lo que tu decidas está bien, mi amor. Te apoyo en todo lo que decidas. La verdad es que no sé siquiera que pueda opinar sobre eso, porque se trata de algo que solamente corresponde a tu intimidad. Sólo tu conoces lo que te mueve, en un sentido u otro.
– Gracias, Antonella, sé que me apoyas en esto y en todo. Todavía no decido qué hacer. Y me interesa tu opinión. Déjame contarte lo que pienso.
– Te escucho, amor. Dime lo que quieras contarme.
– No siento odio contra el cura Kádenas. Después de que te conté lo que me pasó cuando niño, sentí un alivio muy grande, como si la paz hubiera vuelto a mi corazón y a mi mente. Ya no me duele, ni me afecta como cuando lo mantuve todos esos años oculto y en secreto. Hacer las denuncias en la justicia y en la iglesia era lo que debía hacer, y me tiene tranquilo y feliz de haber cumplido mi deber. Pero te confieso que, si hubiera sido solamente por mí, no las hubiera presentado. Lo que me movió fue pensar en el muchacho de Santiago, Gerardo, el amigo del Toño, y en otros niños que pudieran ser también víctimas inocentes. Lo único que quería y que quiero es librar a Gerardo y a otros niños de los abusos de ese hombre. Y ahora más todavía. Pero después de conocer al padre de Gerardo, un tipo despreciable, me pregunto si sería bueno o no involucrar al muchacho en un juicio en que deba testificar. Me da una pena inmensa ese niño, Antonella. Y si puedo hacer algo por él, lo voy a hacer.
Mientras Antonella y Alejandro continuaban caminando tomados de la mano, pasó a su lado, a gran velocidad, el Toño en bicicleta.
– ¡Ten cuidado! ¡Te puedes caer! – le gritó Antonella al verlo alejarse camino arriba.
– El Toño es increíble, Antonella, de verdad es un chico extraordinario. Lo hubieras visto cómo trató de convencer a su amigo. Y lo que nos contó cuando regresábamos en la camioneta. Ya no tengo ningún temor de que pueda pasarle algo así a él.
– Sí. Es una criatura adorable. Una mezcla de niño juguetón y de adulto pensador. ¡Qué suerte tenemos de haberlo adoptado y que sea nuestro hijo.
Siguieron caminando, recobrando el tema de la conversación.
– Si uno se queda anclado en el pasado, Antonella, queda atrapado y no puede avanzar. Si pude hacer lo que he hecho, primero en mi familia y en el CCC, ahora entre tú y yo, y en la Cooperativa, en la comunidad de El Romero, es porque puse aquello que me pasó con el cura, en una especie de nube del olvido.
Antonella se permitió comentar, pues Alejandro permaneció en silencio.
– Pienso que lo que nos sana definitivamente es perdonar. Perdonar y olvidar, para mirar hacia adelante y avanzar sin cargar pesadas mochilas.
– Yo no creo poder decir que he perdonado al cura Kádenas. Quizás lo perdonaría si me pide perdón, arrepentido de verdad, y me jura por lo más sagrado en que crea y que ame, que nunca más hará con nadie lo que me hizo a mi. Pero pienso que debiera recibir un castigo por abusar de mi, de Gerardo y de otros que hayan puesto su confianza en él. Yo me puse ante él, como Gerardo y como todos los que lo hemos llamado "padre", como un hijo. Un hijo no espera que su padre abuse de él. Y Kádenas lo hace.
– Estoy de acuerdo mi amor. La justicia, que es un valor trascendente, exige castigo del culpable. Una cosa distinta es que, como personas, podamos perdonar. Perdonar no nos impide continuar persiguiendo la justicia. El perdón no significa suprimir la acción de la justicia, sea la justicia civil, la de la Iglesia, o la divina, que no sabemos cómo es.
– Tienes suerte, Antonella, de creer en Dios. A veces pienso que el mayor daño que me hizo Kádenas fue hacerme perder la fe.
Antonella, creyente y amante de Dios como era, se emocionó al escuchar por primera vez que Alejandro nombraba a Dios sin expresar resentimiento y rechazo. Comentó:
– Tienes razón, mi amor. Creer en Dios me da una fuerza especial. Pero lo importante no es creer o no creer como idea que uno tenga en la mente, sino sentir la presencia de Dios, del amor, dentro de uno. Ese amor que tu y yo sentimos y que nos une y que nos hace trabajar, enseñar, crear, luchar, eso creo que es la presencia de Dios en nosotros.
– Uy, querida, no empieces a predicarme ¿ya? Pero tienes razón en que siento amor por tí, por la gente. Mira, allá lejos regresa el Toño. Veo que viene acompañado.
Eran dos las bicicletas que se acercaban a ellos. El Toño venía unos metros delante de la muchacha que lo seguía. Se soltaba del manubrio, levantaba los brazos, giraba de un lado a otro de la calle, se ponía de pié sobre los pedales.
– Es divertido – comentó Antonella. – El Toño le muestra todas las gracias que sabe hacer. ¿Se estará enamorando?
– Sí, el amor hace que también nos expongamos y que hagamos tonteras.
– Ah! Veo que te recuerdas cuando andabas veinte kilómetros en bicicleta para ir a verme en las vacaciones, y de todo lo que hacías para mostrarte.
– ¿Y tú? ¿Acaso olvidaste esa vez que te pintaste como mona? ¿Y cuando trataste de sorprenderme con ese guiso al que le pusiste dos cabezas de ajo, cuando la receta era de dos gajos?
Antonio llegó hasta ellos y dando un salto y desplegando su fuerza detuvo la bicicleta de golpe al lado de sus padres. La muchacha que lo seguía se detuvo a su lado.
– Les presento a Dominga. Es mi amiga. Vive más arriba.
Antonella la saludó dándole un beso en la mejilla.
– Hola, Dominga. Me alegra que seas amiga de Antonio.
– Conozco a tus padres, que son socios de la Cooperativa Renacer – le dijo Alejandro al extenderle la mano.
El Toño saltó a la bicicleta y partió, invitando a Dominga a seguirla
– ¡Vamos! Te quiero mostrar un lugar muy bonito que estoy seguro que no conoces.
Dominga lo siguió. Antonella y Alejandro, sonriendo, los miraron alejarse. Continuaron caminando en silencio tomados de la mano.
* * *
Anselmo encontró esta vez a Benito Orsini que estaba acompañado por dos sacerdotes vestidos de negro, con su faja morada que indicaba que, si no eran Obispos, al menos debían responder al grado de monseñores.
– Padre Anselmo – dijo Orsini apenas lo vio entrar. – Le presento a monseñor Luigi Ambrosecchia y a monseñor Bruno Arconti. Ellos deben formularle algunas preguntas. Después continuaremos con lo nuestro.
– Buenos días, monseñores. Estoy a su disposición – replicó Anselmo.
Ambrosecchia fue el primero en hablar.
– Usted, padre Anselmo, presentó una gravísima denuncia contra el sacerdote Hernando Kádenas. ¿Desde cuando conoce al padre Kádenas?
– Hernando Kádenas es muy conocido en la Iglesia chilena, monseñor. De él se comenta que es un gran motivador de vocaciones sacerdotales. Lo conocí personalmente hace muy poco, en ocasión de un retiro al que ambos fuimos llamados a predicar.
– ¿Vio usted personalmente al padre Kádenas pecando de algún modo contra el sexto mandamiento?
– No personalmente; pero tuve indicios indirectos, basados en el testimonio de un muchacho de mi parroquia, que me hicieron sospechar. Después, el padre adoptivo de este muchacho, me informó que había sido abusado por Hernando Kádenas. Lo que puedo decir es exactamente lo que puse por escrito en la denuncia.
– Entonces, usted no fue testigo presencial de ningún abuso que haya cometido el padre Kádenas.
– Pues, si lo hubiera visto abusar de un adolescente, créame que le hubiera dado un buen puñetazo, como mínimo.
– Veo que es usted muy agresivo.
– En realidad no recuerdo haber golpeado a nadie; pero en un caso así ¿no habría usted hecho lo mismo? El asunto es, monseñor, que no creo que esas cosas se hagan en público.
– ¿Por qué cree usted lo que le dijeron esas personas?
– Antonio es un muchacho extraordinario. Y su padre adoptivo es un hombre intachable, organizador de grandes obras de beneficio para la comunidad.
– ¿Es usted confesor del joven?
– No, monseñor. Pienso que la confesión no es una práctica buena para menores de edad.
– ¿Cómo dice? ¡Eso no es lo que enseña la Iglesia! ¿No cree usted en el sacramento de la confesión?
Benito Orsini intervino: – Esa no es pregunta de su investigación, monseñor Ambrosecchia, sino de la mía.
– Me disculpo. Es que me sorprendió escuchar tal barbaridad. Y a propósito tengo que preguntarle algo más. Usted, padre Anselmo, está acusado de herejía por el padre Kádenas. ¿No será que la acusación que le hizo usted a él, es en respuesta a la de él?
– Pues, mire usted, mi obispo no me informó quien fue el que me acusó, y aunque en verdad sospecho del padre Kádenas, no lo sabía hasta ahora.
– ¿No podría ser al revés? – dijo Bruno Arconti, Procurador de Justicia en el caso de Kádenas, tomando por primera vez la palabra.
– ¿ Cómo así? – preguntó Ambrosecchia.
– Pues, que sea el padre Kádenas el que habiendo sabido o sospechado de la denuncia del padre Anselmo, hubiera reaccionado denunciándolo a su vez. ¿Tiene usted aquí, monseñor Orsini, el expediente de su causa?
Luigi Orsini extrajo una carpeta de un matetín que mantenía al lado de la silla. Revisó varios papeles y afirmó:
– La causa contra el padre Anselmo fue presentada el 3 de Noviembre de 2064.
– Mmm! La de Anselmo contra el padre Kádenas es del 27 de Octubre, seis días antes.
– ¡Eso no quiere decir nada! – saltó Ambrosecchia.
– Tiene razón; pero fue usted el que insinuó la relación que pudiera haber entre las dos causas. ¿Tiene algo más que preguntar, monseñor Ambrosecchia, en cuanto Patrono de Hernando Kádenas?
– Sí. ¿No le da remordimiento presentar una acusación contra un sacerdote, un hermado suyo, en una época en que la Iglesia sufre tanta persecución y se dicen tantas falsedades?
– Todos los hombres son hermanos nuestros, monseñor. Como párroco, mi deber principal es proteger y defender a los que allá me llaman "padre". Cuando alguien me llama "padre", significa que de algún modo es también mi hijo. A los hijos, monseñor, se los defiende.
– ¿Alguna otra pregunta? – inquirió Bruno Arconti.
– No, monseñor. Por el momento no se me ocurre nada más.
– Entonces nos retiramos. Monseñor Orsini, padre Anselmo, que Dios los bendiga.
Cuando quedaron solos en la sala, Benito Orsini dijo:
– Mire, padre Anselmo. Lo que sucedió hoy es bastante singular. No me había ocurrido nunca ver que dos causas presentadas ante la Congregación para la Doctrina de la Fe se mezclaran. Pero le aseguro que siguen cursos enteramente independientes. Lo que se decida en una no tiene ninguna relación con lo que se decida en la otra. Pero, en fin, sucedió, y debemos continuar con lo nuestro.
– No se preocupe, monseñor. Para mi no es un problema, en absoluto. Aquí estoy listo para responder sus preguntas.
– Bien. Hoy concluiremos. El tema son los sacramentos. ¿Estaría usted de acuerdo en que los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia de Dios?
– Sí, aunque tendría que decir que esos siete sacramentos que reconoce la Iglesia no son los únicos signos sensibles y eficaces de la gracia de Dios.
– Por cierto, se refiere usted a los sacramentales, como las bendiciones, las procesiones, el santo rosario, el Vía Crucis, las peregrinaciones y visitas a Santuarios, ¿verdad?
– Sí; pero no solamente a los que se realizan en la Iglesia. El nacimiento de un niño, el comienzo de la primavera, la vendimia, las cosechas de los frutos de la tierra, que celebran los pueblos agradecidos de los dones de la naturaleza, el descubrimiento de un nuevo conocimiento científico, las reuniones fraternas, la admiración que nos produce una puesta de sol en el mar, son todos signos visibles y eficaces de los dones y gracias de Dios.
– Pero ¿no hay diferencia entre sacramentos y sacramentales? ¿No le hace diferencia que sean administrados por la Iglesia, o que sean rituales o celebraciones simplemente humanas?
– La verdad, padre Orsini, es que la diferencia entre sacramentos y sacramentales me confunde bastante. En cuanto a si unos son adminitrados por la Iglesia y otros no, pues, pienso que las gracias y dones de Dios y de Jesucristo sobreabundan y no son exclusividad de la Iglesia Católica. Y esto es bien ortodoxo, usted lo sabe. Por ejemplo, entiendo que el bautismo de otras religiones cristianas es reconocido por la Iglesia Católica. También el matrimonio, ni siquiera debe ser con un ritual cristiano para ser auténtico. Como usted bien sabe, los ministros del matrimonio son los mismos novios.
– Comencemos, entonces, por el bautismo. ¿Cree usted que el bautismo nos introduce en la fe y borra el pecado original?
– Eso del pecado original es demasiado difícil de entender. Asumo que con el bautismo se ingresa formalmente en la Iglesia. Hasta ahí llega mi comprensión, monseñor.
– ¿Qué me dice de la confesión, o penitencia, o sacramento del perdón, o de la reconciliación, o de la sanación.
– Ya ve usted que la Iglesia le ha dado diferentes nombres, y a lo largo de la historia las formas que asume han sido muy variadas. Lo que yo creo es que Dios nos perdona siempre que nosotros también perdonemos. Y pienso que la propensión a perdonar, a reconciliarnos, a sanar las heridas que nos hacemos unos a otros, es algo que debe distinguir a los cristianos, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
– Pero ¿no somos los sacerdotes los que tenemos el poder de perdonar en nombre de Dios a los que nos confiesen sus pecados?
– Un poder tan mal usado, monseñor. Y unas formas de practicar la confesión que muchas veces son aberrantes. Pero, si me pregunta por el sacerdocio, le aclaro lo que pienso.
– Pues, dígame usted lo que cree sobre el Orden Sacerdotal, el sacramento que usted y yo recibimos.
– Empiezo por decir que eso de que el sacerdocio es un "Orden" es lo que confunde. Se habla del 'orden' para establecer la jerarquía entre obispos, sacerdotes, diáconos, y por debajo de ellos, los seglares, los laicos. De las mujeres, ni hablar. Pero, en fin, lo que creo es que el único sacerdote es Jesucristo. Él es el mediador, el dispensador de las gracias de Dios. Y de su sacerdocio participamos todos los cristianos; y esto, con un concepto muy amplio de lo que es ser un cristiano.
– O sea, todos los cristianos son sacerdotes, dice usted.
– Eso digo, sí. Y todos, hombres y mujeres, tenemos la capacidad de bautizar, de confirmar en la fe, de perdonar los pecados, de celebrar matrimonios, de compartir el pan y el vino en comunidad, en nombre de Jesucristo y haciendo que él se haga presente entre nosotros cuando nos reunimos en su nombre, como dicen los Evangelios que Jesús lo garantizó.
Benito Orsini guardó silencio largo rato. Había concluido el interrogatorio, sentía el peso de la responsabilidad de una decisión que le resultaba extremadamente difícil de tomar. Después de un largo silencio miró a Anselmo a los ojos y le dijo:
– Hemos terminado y debo meditar mucho antes de cumplir la misión que me encomendó la Congregación para la Doctrina de la Fe.
– Que no es otra que decidir si soy un hereje o no lo soy ¿verdad?
– Algo así. Pero quisiera hacerle dos, o tres preguntas personales. No es obligación que me responda; es sólo porque me importa saber algo más sobre usted. Pero, insisto, si quiere no me responde y todo bien.
– Pregunte usted con confianza, monseñor.
– Gracias. Mi primera pregunta es si usted desea volver a su parroquia y ejercer allá como sacerdote de la Iglesia.
– Sí, monseñor, lo deseo fervientemente. Pienso que estoy realizando una actividad cristiana razonablemente buena.
– Segunda pregunta: ¿se mantiene usted en comunión con su Obispo? Quiero decir si acaso usted reconoce la autoridad de él sobre su parroquia?
– Sí. La parroquia, el templo y todo lo que de un modo u otro administro en El Romero, es de la Iglesia como institución. Jamás me permitiría arrogarme atribuciones eclesiásticas que no tengo.
– Eso es todo, padre Anselmo. Creo que terminamos con las preguntas.
– ¿No eran tres las preguntas personales?
– Sí, pero desistí de hacerle la tercera.
– Apuesto que quería preguntarme sobre el celibato. ¿Es así?
– Bueno, sí. Era eso; pero ya no quiero preguntarle eso.
– Está bien. Pero puedo decirle que, hasta hoy no tengo problemas con el celibato. Hasta hoy, digo, porque ¿quién puede asegurar lo que puede sucedernos en cuestiones de amor?
Orsini sonrió. Anselmo quiso saber cómo continuaba el proceso y cuándo iba a conocer la decisión de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
– Estas cosas pueden durar meses, incluso años. Lo normal es que quien le comunique el veredicto sea su Obispo, a quien se le hace llegar el documento. Pero dígame ¿qué día regresa a Chile?
– Tengo pasaje para el viernes.
– Mire, padre Anselmo. Me gustaría pasear y conversar con usted antes de su viaje. ¿Podría venir el jueves en la tarde?
– Con gusto, monseñor. ¿A qué hora le conviene?
– A las tres ¿le parece?
– Perfecto. Aquí estaré el viernes a las tres.
El jueves en la mañana Benito Orsini emitió su informe final ante la Congregación para la Doctrina de la Fe. En lo sustancial decía que, si bien no podría afirmar que el padre Anselmo fuera enteramente ortodoxo en las cuestiones esenciales de la fe católica, tampoco podía afirmar que fuera hereje. El informe concluía con la siguiente frase: "Se trata de un hombre honesto, un buscador espiritual, un sacerdote fiel a su obispo, y que posee una notable libertad de espíritu, como aquella que caracterizó siempre a los místicos".
* * *
Benito Orsini, vestido esta vez de civil y sin el maletín que lo acompañaba en sus actividades oficiales como Procurador de Justicia, esperaba en la plazoleta de la Casina Pío IV, bajo la escalinata de la Academia de Ciencias del Vaticano. Mas abajo los jardines relucían bajo un sol espléndido que anunciaba que la primavera estaba adelantando su llegada. Al ver venir al padre Anselmo, Orsini bajó a su encuentro por el terraplén que subía desde los jardines.
– Buenas tardes monseñor.
– Buenas tardes, Anselmo. Por favor dejemos ese trato de monseñor y de padre, que hoy no estamos de servicio. Démonos de tú y llámame Benito. Ayer emití el informe sobre tu caso y nada que hablemos hoy tendrá que ver con aquello. Para mí eso terminó. ¿Te parece que salgamos del Vaticano? A veces siento que aquí, aunque todo es tan hermoso e imponente, hay muy poca vida. ¿Sabes que en toda la Ciudad no somos más de seiscientos?
– Vamos, entonces, a caminar. Tu conoces Roma, te sigo.
Cruzaron la Piazza San Pietro, se detuvieron un momento a mirar el Castillo Sant'Angelo, atravesaron el puente sobre el Tíber, tomaron la Vía dei Coronari, llegaron a la Piazza di Tor Sanguigna, recorrieron la Piazza Navova y finalmente caminaron hasta el Pantheon. Durante el trayecto que hicieron a buen paso en poco más de treinta minutos, Benito Orsini fue explicando a Anselmo los particulares arquitectónicos y urbanísticos por donde iban pasando. El Pantheon les ocupó todavía media hora. Finalmente se sentaron en un restaurante cercano, en la Via del Pie di Marmo. Pidieron cervezas y una pizza mozzarella que dividieron en dos. Recién ahí Benito planteó el tema que le interesaba conversar con Anselmo.
– Dices que la Iglesia debe comprometerse en la creación de una nueva civilización. Me parece un buen lugar este para conversar el tema, mirando esta obra cumbre de la antigua civilización romana. Es interesante pensar que el Pantheon, templo dedicado a todos los dioses, fue construido en los mismos años en que se escribían los Evangelios y cuando recién comenzaba a hablarse de Jesús aquí en Roma. Esa inscripción en el friso del pórtico que dice: "Marcos Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez, lo hizo", es muy interesante. Agripa fue quien, según se relata en los Hechos de los Apóstoles, escuchó a San Pablo cuando éste apeló al Cesar para ser juzgado como ciudadano Romano. Recordarás que Agripa, después de escuchar el largo testimonio que le expuso Pablo en su defensa, respondió a la pregunta de éste si creía en los profetas. Agripa contestó a Pablo: «Por poco, con tus argumentos, haces de mí un cristiano.» Y Pablo replicó: «Quiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino todos los que me escuchan hoy, llegaran a ser tales como yo soy, a excepción de estas cadenas."
Anselmo lo escuchaba atentamente esperando que Benito llegara al tema que quería conversar.
– Dos siglos después, el Imperio Romano se encontraba en tremenda crisis, dividido políticamente, decadente económicamente, con las antiguas creencias abandonadas. Fue entonces que Constantino, llamado San Constantino por las Iglesias Ortodoxas Orientales y por la Iglesia Católica Bizantina Griega, comprendió la fuerza que estaba adquiriendo el cristianismo y las virtudes que propagaba. Devenido Emperador se declaró protector de los cristianos, orientó paulatinamente el Imperio hacia la Iglesia, le dio libertad de culto por medio del Edicto de Milán el año 313, legisló inspirado en la moral cristiana, y participó en el famoso Concilio de Nicea el año 325. Es así que podemos decir que la Iglesia, primero contribuyó decididamente a rescatar la antigua civilización Romana de la decadencia, haciéndola durar todavía dos siglos y medio, hasta la caída del Imperio Romano de Occidente el año 476. Y luego inspiró y en cierto sentido presidió la Civilización Medieval, entre fines del siglo V y fines del siglo XV, o sea, durante mil años.
– Sí – observó Anselmo. – Y ahí la Iglesia quedó atrapada en las tramas y redes del poder, perdiendo poco a poco el verdadero espíritu cristiano. Y en adelante, buscando conservar los poderes y privilegios conseguidos, no fue capaz de participar activamente en la creación y desarrollo de la civilización moderna. Una civilización en que, no estando iluminada por la fe, la esperanza y el amor, la economía se ha caracterizado por el capitalismo competitivo y carente de solidaridad; la política se concentró en las burocracias estatales y en los partidos políticos que luchan por el poder; y el conocimiento y el sentido de la vida fueron buscados al margen de la sabiduría y la espiritualidad, quedando la ciencia limitada a lo que se observa con los sentidos y se cuantifica matemáticamente, en una visión naturalista y materialista del mundo. Han sido cinco siglos de una civilización que ha mostrado grandes realizaciones económicas, tecnológicas y científicas; pero de muy baja tensión moral y espiritual. En esta civilización moderna la Iglesia se ha mantenido, en la medida que ha sido conservadora de las viejas instituciones educativas, congregaciones religiosas, devociones a los santos, peregrinaciones a los santuarios, y prácticas devocionales y litúrgicas, que florecieron durante el medioevo pero que cada vez están más distantes de la vida real de las personas y de las sociedades actuales. Esta civilización moderna finalmente colapsó con los fenómenos que conocemos como el Levantamiento de los Bárbaros, la Gran Devastación Ambiental, y el Derrumbe del Poder financiero, industrial, tecnológico y mediático.
Después de saborear un bocado de pizza y un sorbo de cerveza, Anselmo agregó:
– Sí, Benito. La tarea histórica del presente, que ya está en curso en diferentes lugares aunque en pequeña escala, es la creación de una nueva civilización, una civilización superior a todas las que han existido. Implica construir un nueva economía, una nueva política, una nueva cultura, nuevas ciencias, nuevas espiritualidades. Y en todo ello, los cristianos y la Iglesia tenemos un papel fundamental que cumplir.
– Es interesante que digas esto. Y en realidad me sorprende, porque tuve la impresión, a través de las respuestas que diste a las preguntas sobre la doctrina católica, que tu propones una Iglesia despojada de bienes económicos, de intenciones políticas, de expresiones materiales, institucionales, incluso de los aspectos prácticos de la liturgia y de los sacramentos. Y que aspiras más bien a una vida cristiana centrada en lo espiritual.
– Jesucristo es el Espíritu de Dios encarnado y viviendo en la historia. Lo que pienso es que la Iglesia debe despojarse de todo lo que la mantiene atrapada al pasado medieval, y a la modernidad capitalista, estatista y materialista. Pero eso no significa ponerse fuera de la historia. Al contrario, el cristianismo, igual que el judaísmo, es una religión esencialmente inmersa en la historia de la humanidad. El proyecto de Jesús no era una Iglesia, sino el Reino de Dios construyéndose en la tierra, en medio de la historia humana. Pienso que el Reino de Dios es el proyecto de un civilización en que los atributos trascendentes de Dios se han encarnado en las personas, en las actividades humanas y en la sociedad.
– Explícame.
– Si somos imagen y semejanza de Dios, nuestra plenitud humana se cumple realizando aquello que nos asemeja a Dios y que, desarrollándolo, nos aproxima a Él y nos une con Él. ¿En qué somos semejantes a Dios? Ante todo, en el conocimiento. Dios es omnisciente, conocedor de todo. Nosotros queremos conocerlo todo, alcanzar el conocimiento del universo material, de lo que somos nosotros mismos, del mundo humano en sociedad, de la realidad espiritual, y del mismo Dios. En este sentido, la plenitud es ser hombres y mujeres de conocimiento, buscadores de la verdad. El Reinado de Dios es, entonces, una civilización de personas y de sociedades de conocimiento, en búsqueda de la verdad.
– Entiendo. Continúa.
– Dios es Creador, y nosotros somos creativos, innovadores, constructores de lo nuevo, creadores de obras, especialmente en el campo de las artes. Creando lo bello, lo nuevo, lo mejor, los hombres y mujeres nos hacemos crecientemente como es Dios, nos acercamos a Él, que en cierto modo podemos decir que continúa la Creación a través de nuestra propia creatividad. El Reino de Dios predicado por Jesús, es una civilización de personas y de sociedades creativas, realizadoras, laboriosas, de artesanos y de artistas.
Anselmo bebió otro sorbo de cerveza y continuó explicando su idea de la nueva civilización.
– Dios es el ser absoluto, dice la filosofía. Absoluto, que significa que no depende de nada, que vive en y por sí mismo. Pues bien, la forma humana de esa cualidad de Dios es lo que llamamos autonomía. Autonomía es lo contrario de la subordinación y la dependencia. Autonomía es guiarnos por nosotros mismos. Autonomía es la forma superior de la libertad. Si Dios nos quiere semejantes a Él y que seamos su imagen en el mundo, significa que nos quiere libres en la mayor plenitud posible, esto es, crecientemente autónomos. Así, el Reino de Dios es una civilización de personas, comunidades y sociedades libres y autónomas.
Benito ya había dado cuenta de su trozo de pizza. Anselmo tomó el suyo y se lo echó a la boca. Cuando Benito vio que terminaba lo invitó a continuar.
– Sigue, pues, que te escucho con gran interés.
Anselmo continuó:
– Dios es amor ¿verdad? Pues, nosotros somos también amadores. Y amando desplegamos en nosotros eso que nos asemeja y nos une a Dios. El Reino de Dios en la tierra, en la historia es, pues, una sociedad de personas solidarias, unidas en fraternidad. En fin, resumiento, entiendo que la nueva civilización que estamos comenzando a crear, y que es la expresión actual del Reino de Dios, es una civilización de personas y sociedades de conocimiento, creativas, autónomas y solidarias. Eso entiendo que es el Reino de Dios en y con nosotros; pues la búsqueda del conocimiento, el despliegue de la creatividad, la conquista de la libertad y autonomía, y el desarrollo de la solidaridad, no solamente nos acercan a Dios y nos hacen mejores imágenes suyas, más semejantes a Él, sino que también todo eso lo hacemos en unión con Dios. O mejor dicho, es Dios que opera en nosotros. Al fin de cuentas, el conocimiento, la creatividad, la libertad y el amor, son la obra de Dios en cada persona, en la sociedad y en la historia. Diría que esto y sólo esto es lo que nos compete hacer como cristianos en la economía, en la política, en la cultura, en la ciencia. Y este es el camino que nos conduce, pienso yo, a la unión con Dios.
– Debieras escribirlo, Anselmo.
– Trato de vivirlo, Benito, y cuando sienta que lo estoy viviendo de verdad, puede que me decida a escribirlo.
– Pues, yo pienso que debes escribirlo ya, y comunicarlo, e invitar a todos a vivirlo contigo y con la Iglesia.
Benito miró la hora, Tenía compromisos que cumplir. Caminaron en dirección al Vaticano. Poco antes de llegar se despidieron, pues Anselmo tenía que prepararse para el viaje a Chile, que partía temprano en la mañana. Se dieron un fuerte y fraternal abrazo. En algún nivel profundo, más allá de sus diferentes creencias y modos de entender su fe, se sintieron hermanos.
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