XV. ​​​​​​​Vanessa recibió a Gustavo con un escotado y alegre vestido

XV.


Vanessa recibió a Gustavo con un escotado y alegre vestido de fiesta. Había pasado toda la tarde en un centro de belleza del que había salido resplandeciente. Se encontraron en el hotel Continental, el único verdaderamente elegante que había en El Romero y que se caracterizaba por ofrecer sofisticadas comidas y los mejores vinos. Las habitaciones eran lujosas y los huéspedes podían escogerlas con decorados sobrios o con motivos sensuales, según sus preferencias.

El Toñito se quedó en la granja, solo por primera vez desde que Vanessa se hizo cargo de cuidarlo; pero ella no estaba preocupada porque el mismo chico le había dicho que Antonella y Alejandro lo dejaban a menudo, no solamente de día sino también cuando iban a Santiago. No le dijo, sin embargo, que en las dos ocasiones en que ello sucedió les habían dado el encargo a don Manuel y la señora María, sus vecinos de enfrente de la granja, para que estuvieran vigilantes y que lo fueran a ver antes de dormirse. Vanessa estaba convencida de que no había peligro alguno, pues había personalmente comprobado que el niño se hacía cargo de todo con notable desempeño y que era él mismo el que se preocupaba cada noche de cerrar el portón de la granja y las puertas y ventanas de la casa.

Vanessa y Gustavo pasaron gran parte de la cena tomados de la mano y hablando de lo que imaginaban que harían durante el viaje que proyectaban a Venezuela, y que en la mente de Vanessa se iba convirtiendo poco a poco en un hermoso sueño que estaba a su alcance realizar.

Cuando la segunda botella del exquisito vino que Gustavo escogió para la ocasión comenzaba a hacer efecto en ella, el ex-teniente pensó que era el momento de cambiar de tema, antes de que ella decidiera que era el momento de irse a la cama. Tres días antes el jefe le había dado precisas instrucciones que había llegado el momento de cumplir, porque se le habían dado todas las condiciones para proceder en el siniestro plan.

Querida, tengo que contarte una novedad importante, que es necesario que sepas.

Vanessa lo miró poniendo cara de interrogación pero manteniéndose siempre seductora.

Sé que no te gusta hablar de este asunto – comenzó Gustavo.

Entiendo. Quieres hablarme de las Acciones famosas. Es verdad que no me gusta ni me interesa; pero por esta vez, cuéntame ligerito de qué se trata, para que vayamos luego a hacer el amor.

Es simple, pero es importante que lo sepas. Gajardo me nombró sub-director general de la Colonia, el mismo cargo que tenía Kessler.

Ajá! Te felicito. Pero eso no me emociona ¿sabes? Incluso te digo que no me gusta mucho, porque Gajardo no es un hombre bueno como tú.

Vanessa recordó cuando, frente a Kessler y Gajardo que las miraban libidinosos, ella y Danila los seducían con bailes eróticos, desnudas, desde el borde de la piscina.

La verdad es que no me gusta nada lo que me cuentas, Gustavo. ¡No me gusta nada!

Te entiendo querida; pero es mi trabajo. Pero lo que quería contarte es otra cosa. Gajardo me dijo que, como las Acciones tuyas eran de Kessler, las pondrá a mi nombre cuando las compre.

¿Y quién le dijo que voy a venderle, si no quiere pagar lo que valen?

Nadie, querida, nadie. Yo estoy contigo. Y te aconsejo que no le vendas si no quieres, o que le cobres lo que quieras. Te digo que yo tampoco estoy seguro de querer seguir para siempre en la Colonia.

¿Es verdad eso?

Sí. Tú sabes que fui marino, y que lo que me gusta es viajar, no quedarme encerrado en un campo por muy cómodo que sea vivir ahí. Por ahora debo seguir, pero estoy ahorrando y pienso que en tres o cuatro años más me iré a Santiago. ¿Te irías conmigo a Santiago?

Sí, me iría contigo y viajaría contigo por todo el mundo, porque te amo ¿sabes?, y porque a mi también me gusta moverme y conocerlo todo.

Entonces, querida, lo haremos, lo haremos. Comenzando con el primer viaje juntos a tu tierra venezolana.

Vanessa lo miró con amor. Lo pensó un momento y enseguida agregó:

Creo que ahora ya tengo ganas de vender esas Acciones. Mejor si te las deja a tu nombre. Pero que ese maldito me pague lo que valen. Ahora no hablemos más de eso, que no me gusta. Mejor vamos a acostarnos ¿ya?

Gustavo miró la hora. Eran las doce un cuarto.

Mmm! Se hizo ya bastante tarde.

¿Qué hora es?

Gustavo mintió:

Ya son casi las tres. Cómo pasa el tiempo, querida.

La habitación que habían escogido invitaba al sexo más apasionado. La cama era un enorme colchón de agua que acentuaba los movimientos que sobre él hicieran los amantes, y en el cielo había un gran espejo de cristal en que los cuerpos se reflejaban con perfecta nitidez.

Tuvieron sexo fogoso hasta quedar exhaustos.

Cuando ya se disponían a dormir, comprobando Gustavo que Vanessa ya estaba enteramente satisfecha y no quería otra cosa que dormir, hizo sonar su IAI en llamada entrante.

¿Sí? ¿Qué? – Simuló que escuchaba.

Un minuto después dijo a quien supuestamente lo había llamado:

¿Pero es necesario que sea ahora mismo? ¿No puede ser más tarde?

Escuchó todavía un minuto y colgó. Comenzando a vestirse dijo a Vanessa que tendida a su lado sólo esperaba que terminara de hablar para ponerse a dormir.

Querida. Debo irme. Se produjo un problema grave en la Colonia y me llaman de urgencia. No tengo opción. Debo irme.

Sí, te escuché. Lo siento por tí, que eres esclavo del jefe. Yo me quedo a dormir. ¿Qué hora es?

Gustavo miró la hora en su IAI. Eran las tres de la noche.

Son las cinco – mintió nuevamente. – Pero duerme, tu que eres libre, duerme y descansa, que te lo mereces. Y no te preocupes porque ya está todo pagado.

Está bien – replicó Vanessa girándose en la cama y cerrando los ojos.

Buenas noches.

Buenas noches.

Gustavo bajo al subterráneo, se subió a la camioneta roja, se cambió de ropa y partió a cumplir la parte más delicada del plan.

Era noche sin luna y estaba nublado, por lo que la oscuridad era completa en la granja. Para evitar que alguien pudiera ver la camioneta al llegar, Gustavo apagó las luces antes de detenerse frente a la granja donde dormía Toñito, y como el motor funcionaba con energía eléctrica era enteramente silencioso, por lo que podía esperar que los vecinos del otro lado del camino no se despertarían.

Se bajó de la camioneta, entró a la granja dando un salto y caminó hacia la casa mientras se cubría la cabeza con una capucha que le dejaba apenas mirar hacia adelante. Llevaba al hombro una manta que había cosido dándole la forma de un saco, en el que había dejado dos portillos para que Toñito pudiera respirar al encerrarlo dentro.

La puerta y las ventanas estaban cerradas, pero Gustavo se las había ingeniado la última vez que visitó a Vanessa, para dejar trabado el pestillo de una ventana. Fue directamente hacia ella pensando que se abriría al ejercer la menor presión; pero la ventana resistía. Algo la había trabado y no se abría. Encendió el IAI que iluminó la ventana y sonrió. El Toñito había amarrado la traba con un cordel. Sacó su cortaplumas, lo cortó y pudo entrar sin mayor dificultad.

Caminó hacia la habitación de Toñito, y mirando por la cerradura de la puerta vio que dormía plácidamente. Giró la manilla para abrir, pero algo desde dentro impedía que la puerta se abriera. Seguramente el muy bandido la apuntaló con una silla. Era un inconveniente inesperado, pero no afectaba sus planes porque le sería fácil abrirse paso con una fuerte patada.

Tomó impulso y golpeó. La silla cedió y la puerta se abrió de par en par. Escuchó al niño dar un grito. No tenía tiempo que perder. Fue Toñito el que se abalanzó contra él con la intención de pegarle, lo que no hizo más que facilitar su cometido. Lo aferró con sus fuertes brazos, le puso una mordaza en la boca, le amarró las manos y los pies y lo metió en el saco, que cerró con una cuerda.

Enseguida tomó una camisa y un pantalón que encontró a los pies de la cama. Le extrañó el peso de las prendas, por lo que revisó los bolsillos, sacando de ellos una honda, una cortaplumas, un puñado de bolitas, piedras de varios tamaños, una caja de fósforos, un imán y un trozo de soga. Cualquiera de esos objetos le hubiera servido al niño para intentar escapar. Por suerte se había fijado y cogió la camisa y el pantalón ya vacíos de todo objeto.

Gustavo estaba sorprendido de la sangre fría con que lo hizo todo. Se había imaginado que podría a última hora dudar de hacerlo, porque había tenido remordimientos cuando sólo pensaba en ello, y más de una noche la había pasado en vela, inquieto, pensando en cómo evitar cumplir las órdenes del jefe. Ahora, en cambio, estaba frío como el hielo, y ni siquiera dudaba de que si fuera el caso y recibía la orden de matar al muchacho podría hacerlo sin temor a su conciencia.

Cargó al hombro el saco con el muchacho que no dejaba de moverse y patalear. Lo tiró en la parte trasera de la camioneta, lo amarró con un alambre que había predispuesto para ello, y partió en dirección a la ciudad, hasta un punto en que se abría un camino rural hacia la izquierda, que conducía hacia donde tenía todo preparado para encerrar al muchacho.

Gustavo Cano había decidido el lugar donde encerraría a Toñito conforme a las instrucciones recibidas del jefe. Cuando tuvo todo preparado le había mostrado una serie de fotografías del lugar y sus alrededores, y obtuvo su aprobación. Se trataba de una vieja bodega de gruesos muros de adobe absolutamente imposibles de perforar. Tenía seis metros de anchura y ocho de longitud, por lo que el espacio interior era suficiente para que al chico no le faltara el aire y pudiera moverse sin que se sintiera demasiado estresado. Como era corriente en las antiguas estructuras campesinas, era alta de cuatro metros, oscura porque solamente contaba con dos ventanas de un metro de alto y metro y medio de ancho, que partían hacia arriba de los muros laterales a dos metros del suelo. El portón era una estructura metálica de dos metros y medio de ancho y tres de alto, cubierta por dentro y por fuera con láminas de acero de dos milímetros de grosor, imposibles de vulnerar sin herramientas. Tres grandes bisagras lo sostenían a un lado, y se cerraba al otro con una gruesa cadena cuyos eslabones extremos se unían por fuera con un antiguo candado. Como Gustavo no tenía las llave del candado, lo rompió y reemplazó por uno moderno, el más fuerte que pudo encontrar, que solamente quien conociera la clave de siete dígitos podría abrir. El piso de la bodega era de ladrillos antiguos, adheridos entre sí y al suelo con cemento, algo desgastado pero que por más que pudieran desprenderse algunos de ellos no daban acceso sino a la tierra pedregosa. El techo estaba hecho de dos capas, de madera de una pulgada por debajo, y de latas de zinc por arriba, debidamente clavadas a una estructura de cerchas de roble, que habían resistido durante décadas todas las inclemencias de los vientos, las lluvias, los granizos y la nieve. Los únicos lugares por donde el muchacho podría escapar eran las ventanas, que a pesar de la altura en que se encontraban no daban garantía de que el Toño no pudiera escalar y huir por ahí. En efecto, Gustavo lo había visto trepar a los árboles más grandes de la granja con ágiles saltos y agarrándose de las rugosidades de los troncos como un gato. Cano resolvió el problema tapando las ventanas por fuera con tableros de una pulgada de espesor, clavadas al muro con enormes clavos de ocho pulgadas, y él mismo comprobó que presionando sobre ellas con toda su fuerza no las pudo mover siquiera un milímetro. En ellas abrió varios portillos para que pudiera entrar algo de luz.

La bodega se encontraba al borde norte de los Campos de El Romero Alto, a unos trescientos metros del pedregoso camino que llegaba, seis kilómetros más arriba, a los primeros bosques de la Reserva de la Biósfera. Estaba en un terreno abandonado y descuidado durante tantos años que se había cubierto enteramente con espesas y entrecruzadas ramas de zarzamoras y espinosos tebos, que hacían impenetrable el lugar. Para acceder a la entrada de la bodega Gustavo tuvo que despejar un delgado sendero, que ocultó de la vista de quienes pudieran pasar por el camino, con ramas de los mismos arbustos. No había ninguna vivienda ni lugar de trabajo a un kilómetro a la redonda, de modo que era imposible que el chico, por más que gritara pidiendo socorro, pudiera ser escuchado.

Gustavo había barrido el piso de la bodega en que se habían acumulado fecas de ratones, arañas, baratas y lagartijas, e instalado un viejo colchón de lana de oveja y dos frazadas grises. Había dejado al lado del colchón tres bidones plásticos de agua, una bolsa con galletas, cajas de leche y de yogurt, otras de lentejas y porotos preparados, un trozo de queso, otro de mortadela, seis huevos cocidos y algunas verduras y frutas. Era más que suficiente para que el Toñito se mantuviera durante cinco días, sin que fuera necesario proveerlo nuevamente.

Gustavo entró a la bodega con el saco a cuestas. Lo abrió y sacó al Toñito tirándolo con fuerza de los brazos, sin preocuparse del grito ahogado que dio el muchacho al sentir que algo en los tendones de sus muñecas se rompía. Le quitó las amarras de las manos y lo depositó sobre el colchón. Era suficiente, pues con las manos libres el niño no tendría dificultades muy grandes para sacarse la venda de los ojos y las amarras de los pies.

Gustavo Cano caminó a paso firma hacia el portón mientras escuchaba los gritos destemplados del Toñito pidiendo socorro. Cuando ponía el candado a la cadena el chico dejó de gritar. Pero cuando ya se alejaba le escuchó gritar:

¡Gustavo, ¿por qué me haces esto?!

Cano quedó paralizado. Maldito niño. ¿Cómo supo que soy yo? Peor para él. Tendré que pensar cómo deshacerme de él; si no, estoy perdido.

Sacudió la cabeza como alejando un mal pensamiento, regresó a la camioneta y partió de regreso con destino a la Colonia.

Estuvo tentado de llamar a Gajardo para decirle que todo lo había hecho bien, pero desistió, no sólo por la hora sino porque el jefe le había dicho que por ningún motivo se comunicara con él. Debía esperar que él lo llamara. Además, no estaba nada contento. En el camino de regreso una sola cuestión lo turbaba: ¿Cómo supo? ¿En qué me equivoqué? No encontraba respuesta. Maldición.


 

* * *

 

Vanessa se despertó pasadas las tres de la tarde. La buena comida, el buen vino, el excelente sexo y el suave mecerse del colchón de agua mientras dormía la habían relajado enteramente. Estiró los brazos y se dio una larga ducha caliente. Recién cuando comenzó a retocar su desvanecido maquillaje se acordó del Toñito, al que había dejado solo en la granja. Hizo una rápida pasada por el comedor del hotel para servirse un capuchino y bajó al subterráneo en busca de su moto.

Apenas entrando a la granja lo llamó gritando:

¡Toñitooo! ¡Lleguéee!

Le extraño que el muchacho no saliera a su encuentro, como hacía siempre cuando llegaba. Corrió a la casa y la recorrió rápidamente. Se sorprendió que la cama del Toñito estaba deshecha, lo que era algo raro porque acostumbraba poner su pieza en orden cada mañana después del desayuno y antes de iniciar las tareas de la granja. Miró la silla caída. Pero no le preocupó mayormente, pensando que estando solo y sin vigilancia el niño podía haberse relajado. Recorrió la granja, y recién entonces comenzó a preocuparse, porque las cabras y ovejas balaban demostrando que no habían recibido su ración matutina de alimentos. Lo mismo observó en el gallinero, donde las aves estaban todavía encerradas. Lo habitual era que muy temprano recibieran su dosis de maíz y que antes del mediodía fueran soltadas para que continuaran escarbando en el campo encontrando su propio alimento.

¡Toñitooo! ¡Toñitoooo! ¡Toñitooooooo!

Los gritos iban asumiendo una tonalidad crecientemente alarmada e incluso algo histérica.

No obteniendo ningún resultado decidió ir a la casa de los vecinos de enfrente, donde a veces el niño iba a jugar con los hijos pequeños de don Manuel y doña María. Subió la colina corriendo a todo dar y entró a la casa jadeando, y sin saludarla preguntó a la señora María que estaba en la cocina.

¿Está con ustedes el Toñito? ¿Lo han visto?

¿Qué pasa Vanessa?

Pasa que no encuentro al Toñito. Yo salí ayer en la tarde y acabo de volver, y no lo encuentro por ninguna parte. ¿Lo has visto?

Por aquí no ha venido. Puede ser que Manuel lo haya visto. Ve a preguntarle, está cosechando papas y desde ahí tiene una vista de todo el lugar.

Vanessa corrió al huerto donde don Manuel le explicó que la última vez que lo vio fue al anochecer del día anterior dando vueltas en bicicleta; pero que seguramente regresó a casa porque vio apagarse la luz de su pieza como a las diez de la noche.

No te preocupes demasiado Vanessa. El Toñito es muy independiente y sabe cuidarse. Una vez lo ví enfrentarse a un serio peligro y lo superó con éxito. Fue cuando un dron vigilaba la granja.

¿Un dron? ¿Vigilaban la granja?

Sí. Toñito lo volteó con su honda. Después llegó un tipo de la Colonia Hidalguía preguntando por el aparato, y ahí tuve yo que enfrentarlo. Pero fue hace meses, y después no hemos sabido que continuara la vigilancia.

Mmm! ¡No me gusta nada eso!

Tal vez encontró que faltaba algo en la granja y fue a buscarlo a El Romero. ¿Viste si está su bicicleta?

¿La bicicleta?

Si fue a El Romero tiene que haber ido en bicicleta.

Iré a ver.

Vanessa corrió ahora cuesta abajo. En el trayecto tropezó con una piedra y sintió un fuerte dolor en el tobillo; pero continuó corriendo. Las tres bicicletas, la del Toñito, la de Antonella y la de Alejandro estaban en su lugar. Recordó que el niño acostumbraba subirse a los árboles. Pero ¿por qué no respondía a sus llamados? Puede haberse quedado dormido. Recorrió, cojeando y con un creciente dolor en el tobillo, todos los árboles donde pudiera haberse subido, y no solamente en la granja sino también los de la orilla del camino y sus alrededores.

La noche era sin luna y estaba nublado. La oscuridad lo envolvía todo. Para peor, comenzó a sentir un aire caliente proveniente del norte, presagiando un temporal de lluvia y viento. Intentó comunicarse con Vanessa y Alejandro por su IAI. Nada. Recordó que antes de irse a la montaña le advirtieron que allá no había señal.

Decidió vendarse el pie y continuar la búsqueda de madrugada. Pasó la noche en vela tendida en el sillón del living y con el oído atento al menor ruido, esperando que en cualquier momento el Toñito pudiera aparecer. Se levantó varias veces, pero se trataba sólo del viento que soplaba con creciente intensidad. Cuando finalmente el sueño comenzó a vencerla, sintió que sobre el techo caían las primeras gotas de la lluvia que temía que pudiera desencadenarse violenta poniendo en peligro la vida de su querido Toñito y dificultando su búsqueda.

El temporal de lluvia y viento no tardó en desatarse. Vanessa se levantó con la intención de lavarse la cara para despertarse bien y partir a El Romero a buscar ayuda. Se sentía mal, terriblemente culpable de la desaparición del Toñito por haberlo dejado solo en la granja mientras ella había ido a gozar de la vida con Gustavo. Pensaba en Toñito, y también en su amiga Antonella y en Alejandro, que se lo habían encargado poniendo en ella toda su confianza. Los imaginó desconsolados por la desaparición del niño. ¿Qué podría decirles si le hubiera pasado algo? De sólo pensarlo gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas.

El dolor del tobillo era agudo. Lo tenía muy hinchado a pesar de la venda que se había puesto. La cambió rápidamente, se puso el casco y una chaqueta de cuero, y cojeando visiblemente fue a buscar la moto, decidida a dar aviso de la desaparición del Toñito y a pedir ayuda a la policía, a los bomberos y al equipo de emergencias del municipio.

Partió a gran velocidad hacia El Romero. A mitad del trayecto no vio un bache en el viejo y deteriorado pavimento que se había cubierto de agua. La moto resbaló y ella salió despedida, con la suerte de caer sobre un montón de pasto seco. La moto cayó varios metros más adelante y quedó con las ruedas girando en el aire. El dolor del tobillo se agudizó hasta el punto de hacerla llorar de dolor.

En el momento en que intentó levantarse sintió la alarma de su IAI. ¿Será que alguien lo encontró y que me avisan? Lo abrió. Era un mensaje de texto escrito en letras mayúsculas. Palideció al leerlo:

TENEMOS AL NIÑO. SI AVISAS A LA POLICÍA O A CUALQUIERA PERSONA NO VOLVERÁS A VERLO VIVO. NO INTENTES COMUNICARTE Y ESPERA INSTRUCCIONES”

No había en el mensaje ningún número de referencia ni nada que pudiera indicarle quienes ni de donde lo habían mandado. Vino a su mente el recuerdo del encierro en que estuvo unos días con Antonella que había sido secuestrada por Kessler y Gajardo. Pensó que podía ser el mismo Gajardo o alguien de la Colonia; pero no podía saberlo. No obstante lo crudo del mensaje, se sintió algo más tranquila. Por lo menos sabía que estaba vivo, secuestrado, y que si le decían que esperara instrucciones era porque ella podría hacer algo para rescatarlo.

Se levantó y cojeando, sin que disminuyera el agudo dolor del tobillo, llegó a la moto. Logró ponerla sobre las ruedas y comprobó que el motor funcionaba. Regresó a la granja conduciendo con extremo cuidado. Allá podría pensar con más calma que hacer. Y esperar las instrucciones.


 

* * *

 

Toñito recorría una y otra vez la bodega. Estaba todo muy oscuro porque la luz entraba solamente por unos agujeros hecho en los tableros con que habían cubierto las ventanas, y por el pequeño espacio de apenas un centímetro que quedaba entre el marco y el borde de la puerta de fierro. Poco a poco sus ojos se habían ido acostumbrando a la penumbra y podía ver con algo más de precisión. Lo observó todo atentamente para descubrir cualquier fisura, cualquier punto débil, cualquier resquicio a partir del cual pudiera hacer algo por liberarse.

Mientras revisaba todo con la mirada no dejaba de pensar en Gustavo. ¿Por qué lo había maltratado, amarrado, ensacado y encerrado allí? No podía tener una certeza absoluta, pero no dudaba que fue él. Dos eran las cosas que lo llevaban a pensar que fue él.

El primer indicio era la camioneta. Gustavo en dos ocasiones lo había invitado a pasear en su camioneta roja. En una de ellas le había pedido ir en la parte de atrás. Allí se había hecho un rasguño en el pié a causa de un clavo que asomaba en el extremo trasero izquierdo. Ahora, cuando lo tiraron en la camioneta dentro del saco, había estirado los pies tratando de soltarse, y entre tantos movimientos que hizo se fue desplazando hacia el mismo lado donde estaba el clavo, y nuevamente lo había sentido con los dedos. Además, aunque la camioneta era eléctrica y el motor no hacía ruido, había notado un ligero roce en alguna parte, que se repetía periódicamente. Idéntico sonido lo había escuchado cuando lo llevaban al encierro. El Toñito no tenía dudas. La camioneta en que lo llevaron era la misma de color rojo en que se movilizaba Gustavo.

El segundo indicio eran los pasos típicos de Gustavo, muy diferentes a los de las demás personas que conocía. Gustavo daba trancos largos, rítmicos, y le pareció esa noche sentirlos igual que aquella vez en que lo tomó al hombro en la granja. Además, Gustavo medía cerca de dos metros, y cuando lo alzaron al hombro para llevarlo a la camioneta, y después cuando lo llevaron a la bodega, le pareció que lo alzaban con la misma fuerza y a igual altura. Maldito Gustavo. ¿Por qué me hace esto? Es un hombre malo. Pobre Vanessa que lo ama tanto.

Mientras todo esto pasaba una y otra vez por su cabeza, continuaba buscando, explorando, tratando de encontrar por donde podría escapar. Después de largo tiempo mirando y buscando, un solo punto llamó su atención. El muro, un grueso muro de adobes igual a otros que había visto en el campo y que suponía pudiera tener casi un metro de ancho, mostraba pequeñas fisuras, minúsculas perforaciones en la capa de estuco que lo cubría.

Se instaló frente a una de esas pequeñas grietas y comenzó a raspar con la uña del dedo índice. Raspó, raspó y continuó raspando hasta que ya no le quedaba uña y el dedo comenzaba a sangrar. Continuó con los otros dedos, durante horas y horas hasta que no le quedaron dedos con uñas. Siguió entonces con los dedos del pié. Después de muchas horas de intentarlo, comprobó que el resultado era en realidad insignificante. Había logrado apenas penetrar unos cinco centímetros y formando un círculo no mayor que el tamaño de su cabeza. A ese ritmo demoraría semanas en abrir un boquete en el muro. Si tuviera mi cortaplumas lo lograría, lo lograría. Pero se la habían quitado. En los bolsillos de su pantalón encontró solamente una de sus bolitas de cristal, y no le servía. Si en las ventanas cerradas ahora con tableros hubiera quedado algún trozo de vidrio; pero no quedaban.


 

* * *


 

Vanessa no sabía qué hacer. La inquietud que tenía no la dejaba pensar. Se sentaba en el sillón del living pero no estaba quieta. Se ponía en pié, pero el dolor le hacía volver a sentarse. Mantenía el IAI en la mano, esperando en cualquier momento la llamada o el mensaje que le daría las instrucciones para rescatar al Toñito.

Pensó en llamar a Gustavo, y estuvo varias veces a punto de hacerlo. Pero se retenía, recordando la amenaza de que si se comunicaba con alguien el Toñito no saldría con vida. Además, Gustavo era de la Colonia, y ya le había entrado la sospecha de que pudiera ser alguien de allá. ¿Por qué no me llama? Mejor esperar, mejor esperar.

Dio un salto cuando sintió sonar el IAI que mantenía en su mano apoyada en la cara. Era Gustavo.

Hola, preciosa. ¿Cómo estás? Lamento haber tenido que dejarte en el hotel la otra noche. Me llamaron por un tremendo desborde del agua, arriba cerca de la represa, que empezó a inundar varias casas. Me demoré poco más de una hora en llegar al lugar, pero ya entonces, como a las siete de la mañana, hora en que llegué, estaba todo desbordado y tuve que hacerme cargo de controlar los daños. Estuve en eso hasta ahora y recién me desocupo. ¿Tú cómo estás, además de preciosa como siempre?

En todo el tiempo en que esperó su llamado Vanessa estuvo pensando si debía o no contarle del secuestro del Toñito. A ratos pensaba que sí, que él no podía estar involucrado porque lo había visto jugar con el niño y comprobar que los dos se querían. Pensaba, también, que la noche en que debió suceder el secuestro, él estuvo con ella hasta pasadas las cinco de la mañana. A esa hora ya aclaraba el cielo y comenzaban los trabajos del campo, y nadie intentaría un secuestro por temor a ser visto. No podía haber sido Gustavo, eso estaba claro; pero pudiera haber sido Gajardo, o alguien de la Colonia, y era peligroso para el niño si se llegaba a saber que ella no había obedecido el mensaje de los secuestradores.

Tuve un pequeño accidente en la moto y estoy con un tobillo hinchado. Pero ya se me pasará. Perdona que no podamos hablar más, porque estoy esperando una llamada importante. Un beso.

Un beso, cariño. Tengo muchas ganas de verte. Llámame apenas puedas.

Sí, te llamaré.


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