XI. Para urdir el nuevo plan

XI.


Para urdir el nuevo plan que elucubró después de escuchar la conversación entre Vanessa e Iturriaga, Gustavo Cano tenía que cambiar completamente el sentido en que tenía que aconsejar a la joven en la negociación con el jefe. Si antes le había entregado información para convencerla de que no vendiera, llevándola a creer que las acciones valían muchísimo más que lo que Gajardo le ofrecía por ellas, ahora debía orientarla a que vendiera. Pero como su interés era que Gajardo lo pusiera a él como testaferro en la compra, debía lograr algo bastante más difícil, a saber, convencer al jefe de que Vanessa no estaba dispuesta a vender, o a hacerlo a muy alto precio, excepto si se le aseguraba que la compra se hiciera a su nombre.

Pasó largas horas armando la estrategia, hasta que estableció en su mente los siguientes objetivos: 1. Convencer a Gajardo de que no sería fácil que Vanessa redujera el precio que había exigido, y que incluso era renuente a vender. 2. Convencer a Vanessa de que en cualquier circunstancia le convenía vender, pero manteniéndose firme en el precio que había exigido, no para obtener dicha cantidad sino como táctica a aplicar en una negociación con Gajardo y sus abogados. 3. Convencer a Gajardo de que en base a la relación amorosa que había establecido con la putita, podía lograr que vendiera sus acciones a precio vil, siempre que la compra se hiciera a su propio nombre. 4. Convencer finalmente a Vanessa de que le vendiera a Gajardo a precio vil, pero condicionando ella la venta a que las acciones quedaran a nombre de él mismo, su amante enamorado.

Todo muy retorcido y difícil de lograr, porque requería le complicidad de Vanessa para lograr cada uno de esos objetivos, mientras comprobaba diariamente que era una chica honesta que no se prestaría para tantos engaños. El único camino que tenía era apuntar a la ingenuidad de Vanessa y aprovecharse de su inocente simpleza.

Si en algún recóndito lugar de su conciencia el ex-teniente sentía un tenue remordimiento por haber decidido ejecutar tan perverso plan, lo apagaba pensando que de todos modos Gajardo tenía la decisión y poseía los medios suficientes para someter a la chica. Y quizás, con su propio astuto plan, pudiera incluso estar salvando a la putita de que algo mucho peor le sucediera. Pensar siempre en ella como “la putita”, también contribuía a tranquilizar su conciencia, porque una mujer así no merecía disponer de tanta riqueza. Pero debía ser extremadamente cuidadoso al hablar con ella del asunto. Tampoco debía mostrarse muy interesado en el tema para no despertar las sospechas de Vanessa ni del jefe.

Decidió tocar el tema al despertar una mañana, después de una noche de sexo en que la había dejado plenamente satisfecha.

– ¡Qué feliz soy contigo, Gustavo!

– ¡Qué suerte he tenido en conocerte, amorcito! – replicó Gustavo, notando que Vanessa se había despertado alegre y confiada en que la vida le sonreía como nunca antes.

Le dio un beso cariñoso y fue a la cocina para prepararle un desayuno, en un gesto que sabía que a ella la pondría aún más contenta. Exprimió varias naranjas dulces, preparó un café fuerte que emitía un aroma intenso, y frió huevos revueltos con delgadas lonjas de tocino y jamón crudo. Pensó que al terminar de servirse el desayuno y estando ella aún desnuda en la cama sería el momento ideal para tratar el asunto. Si cometía un error, o si ella por alguna razón se disgustaba, sabría hacer que lo olvidara y perdonara proporcionándole una nueva ración de placer y sexo ardiente.

– ¿Has sabido algo nuevo del asunto de tus acciones?

– Nada especial. Iturriaga me ha llamado dos veces, pero no le doy bola.

– Claro, él quiere que vendas para ganar su comisión.

– Imagino que es por eso. Pero yo sigo tu consejo. Ellos me quieren engañar, pero no me dejaré.

– Por supuesto, querida, esas acciones valen mucho más de lo que te ofrecen.

Gustavo dejó pasar un rato para no mostrarse él también interesado. Le tomó la mano y se tendió a su lado. Después, como si el tema no le interesara mayormente, comentó:

– Tal vez no sea malo que vendas.

– ¿Por qué me dices eso?

– Sé que no tengo por qué meterme en tus asuntos, amor mío. Es sólo que pienso que no se me ocurre que tú te sientas bien como socia de esa gente. Gajardo es un hombre duro que puede llegar a ser muy malvado.

– Lo sé – confirmó Vanessa sentándose y mirándolo a los ojos. – Yo también he estado pensando que no quiero ser parte de esa Colonia ¿sabes? No entiendo lo que son ni lo que quieren, y la verdad es que no me interesa encontrarme nunca más con Gajardo. Me dan ganas de venderle luego esas acciones aunque me pague menos de lo que valen. Total, yo no hice nada para tenerlas y las recibí como un regalo inesperado.

Esa respuesta preocupó a Gajardo porque si la putita aceptaba la oferta y vendía sin poner resistencia, todos sus planes se iban al tacho.

– Te comprendo, Vanessa, te comprendo. Pero ¿no crees que debieras darle un buen castigo a ese hombre malo, en vez de premiarlo vendiéndole a huevo?

– Mmm. No sé. No me gusta castigar a nadie y ¿sabes? yo no lo odio. No me gusta, pero no lo odio ni le deseo mal. A nadie le deseo mal ¿sabes?

– Lo sé, querida, lo sé – replicó Gustavo, atreviéndose a decir algo que pudiera molestarla: – Eres demasiado buena, pero no debes ser ingenua.

Efectivamente Vanessa se molestó, replicando con énfasis:

– Me dices ingenua pero estás pensando que soy tonta ¿no es así?

– No, por el amor de Dios – argumentó el hombre sentándose también y mirándola a los ojos. – No creo que seas ni tonta ni ingenua; todo lo contrario. Lo que pasa es que ese hombre es muy astuto, lo conozco bien, y es capaz de engañar a cualquiera. Y yo te amo, Vanessa, y no quiero que nadie te engañe, que nadie te haga daño.

Vanessa le sonrió y lo besó con amor. Enseguida continuó, dispuesta a conversar sobre un tema sobre el cual hubiera preferido hablar con Antonella o con el padre Anselmo y no con Gustavo; pero era a éste a quien tenía al lado.

– Está bien, haré como tu me aconsejas. ¿Qué crees que debo hacer?

Gustavo Cano comprendió que había conseguido uno de los más importantes objetivos que se había propuesto; pero no debía ser demasiado explícito en aconsejar a Vanessa según su propia conveniencia y plan. Después de pensarlo unos segundos argumentó del mejor modo que pudo:

– Pienso que no debes apurarte en decidir. Pero tampoco mantenerte sin hacer nada. Me convence lo que dices, de que tú no eres como ellos y que te conviene salir de la Colonia. Pero, de verdad, creo que debes negociar para obtener, si no todo lo que valen tus acciones, por lo menos un precio aceptable. No me gustaría que te engañen, amorcito. Yo que tú, a ver ¿qué haría yo? Trato de ponerme en tu posición.

Gustavo se llevó un dedo a la frente como si estuviera pensando concentrado. Vanessa lo miró y le sonrió. Finalmente él continuó:

– Lo que haría, de ser tú, es decirle claramente a tu abogado Iturriaga, y al abogado Rosasco de la Colonia, y al mismo Gajardo si te encuentras con él, que estás disponible a vender tus acciones, pero que no vas a aceptar nunca que te engañen. Mantén por el momento el precio que les dijiste, pero dales a entender que podrías negociar y vender en algo menos. ¡Eso haría yo en tu caso! – concluyó asertivamente.

– Eres muy inteligente, Gustavo. Eres muy inteligente y bueno conmigo. Haré como me dices. Llamaré a Iturriaga y se lo diré. Pero ahora no quiero hablar más del asunto. Y me está empezando a dar frío así que voy a darme una ducha caliente.

– ¿ Quieres que te acompañe, querida?

Vanessa dudó, lo pensó y decidió:

– No. Estoy feliz así. Hoy quiero ir a encontrarme con Antonella en la escuela. No puedo estar siempre contigo ¿sabes?

– Te entiendo, querida, te entiendo. Me encanta que seas así, independiente y libre – mintió el Administrador de Campo de la Colonia, mientras pensaba que la tenía comiendo en su mano.


 

* * *


 

Ramiro Gajardo reunió a su equipo de colaboradores más cercanos. Estaban allí el Administrador de Campo ex-teniente Gustavo Cano, el Jefe de Personal ex-coronel Juan Carlos Osorio, la Directora de Finanzas, Contadora Informática Susana Rosende, el Director jurídico abogado Benito Rosasco, el Director de Obras Ingeniero Rigoberto Sandoval, y el Director del Recinto-9 Rudolf Kurnov. Estaba también el ex-capitán Onorio Bustamante que fue el anterior Director de Campo hasta su reemplazo por Cano, y que actualmente no detentaba ningún cargo directivo. Los había reunido para organizar la participación de la Colonia en los trabajos de restauración de la Cuenca en la montaña y cumplir los compromisos que asumió con los organizadores de la Reserva de la Biósfera y las demás entidades involucradas en la emergencia.

Ante todo les informo – comenzó el jefe – que he designado al ex-teniente de la Marina Gustavo Cano como segundo hombre en la dirección de la Colonia Hidalguía. Él asumirá las responsabilidades que tenía mi amigo Conrado Kessler, lamentablemente fallecido.

Gustavo Cano fue el primero en sorprenderse pues no tenía la menor idea de que el jefe lo ascendería a tan importante cargo. Se puso de pie y fue a tenderle la mano al jefe, que aceptando el saludo pero sin mirarlo le indicó enseguida que volviera a tomar asiento. Gajardo observó de reojo la reacción de Osorio y de Bustamente, imaginando que al haber ostentado los grados de coronel y de capitán del Ejército, superiores al de Cano, probablemente resentirían su decisión. Pero ellos se limitaron a mover la cabeza asertivamente, demostrando conformidad y sumisión. El jefe continuó:

Les informo también que he creado una nueva Sección en la Colonia, encargada de Imprevistos y Emergencias, y nombro como su director a Onorio Bustamante.

Bustamente se levantó, imitando lo que había hecho Gustavo Cano; pero Gajardo le indicó que se sentara antes de que se le acercara a estrecharle la mano.

El motivo principal de esta reunión – continuó Gajardo – es informarles que se ha detectado una grave amenaza de carácter ambiental, que podría destruir gran parte de la Colonia Hidalguía y poner en peligro la continuidad de nuestro proyecto. Existe evidencia, que he comprobado personalmente, de que la Cuenca de aguas que alimenta nuestra represa, nuestros cultivos y nuestra energía está a punto de colapsar, por el riesgo inminente de un enorme aluvión de troncos y piedras si no se toman las medidas oportunas. Si no se hacen urgentemente grandes obras de contención y encauzamiento en la montaña, el desastre ocurrirá inevitablemente en la primera de las grandes tempestades habituales que suceden todos los años con la llegada del invierno.

Gajardo miró a sus subordinados que lo escuchaban impasibles. Pensó que les costaba asumir la gravedad del problema, y que era necesario enfatizar la gravedad del asunto, por lo cual continuó explicando el problema e ilustrando sus palabras con las fotografías que le había proporcionado Eliney Linconao.

Los hombres que lo escuchaban habían soportado en sus vidas numerosos desastres y catástrofes ambientales, y sin duda le creían e iban tomando conciencia a medida que les fue describiendo con más detalles la situación; pero habiendo también todos ellos sobrevivido y superado tantas situaciones complicadas, no terminaban de asumir la inminencia del peligro. Era el momento de acentuar la gravedad del problema y la urgencia de que el desafío de enfrentarlo fuera asumido por la Colonia en su conjunto, posponiendo otros proyectos y actividades, y poniendo todas las energías y recursos disponibles.

Gajardo no tenía dudas de que todos obedecerían sus instrucciones, pero sabía perfectamente, por su larga experiencia política y directiva, que es muy distinto obedecer órdenes que asumir las tareas por convencimiento propio. Concluyó argumentando la amenaza política incumbente, que podía ser mucho peor para la Colonia que todo lo que la naturaleza pudiera destruir.

Deben ustedes saber, además, que todo nuestro proyecto pende de un hilo, pues si no resolvemos el problema con nuestras propias fuerzas, el gobierno nacional ordenará el desalojo definitivo de todo el territorio, incluyendo la Colonia Hidalguía, las parcelas de Los Campos de El Romero Alto, y la misma ciudad de El Romero.

Gajardo percibió, por los gestos y las miradas inquietas de los que lo escuchaban, que finalmente habían comprendido y estaban asumiendo el problema en su verdadera magnitud. Decidió enfatizar:

Si eso llega a suceder, se acabaron no sólo nuestros grandes proyectos sino también el trabajo, y por tanto los sueldos de cada uno de ustedes. Ustedes saben muy bien que yo conozco por dentro cómo funcionan el Estado y los gobiernos. Ellos no dudan en tomar las más drásticas medidas ante cualquier amenaza, porque temen que si el desastre se produce tendrán que dar cuenta por no haber protegido a los ciudadanos adoptando las medidas adecuadas y oportunas. Y ustedes habrán comprobado que así actuó el gobierno cuando vino la peste. Nos aisló decretando cuarentena en esta zona, que por ser de provincia y poco habitada no le interesa, y nos dejó abandonados a nuestra suerte. Su prioridad fue proteger a las mayorías que votan. En resumen, señores, es el momento de ponernos en campaña.

Osorio y Bustamante levantaron la mano indicando con saludo militar que se cuadraban. Lo siguió Cano, y hasta Rosasco y la Susana Rosende terminaron haciendo el saludo militar y juntando los pies debajo de la mesa. Gajardo, satisfecho, siguió explicando.

En la gran campaña para controlar la Cuenca, despejar los cauces del río y sus afluentes, limpiar los bosques y evitar con todo eso el aluvión, no estaremos solamente nosotros. Además de la Colonia han comprometido su participación el Municipio de El Romero, la Cooperativa Renacer de los parceleros, un grupo encargado de una Reserva de la Biósfera que opera allá en la altura, las comunidades mapuches del sector sur, los bomberos, y hasta la parroquia católica. Todos entienden que sus vidas están amenazadas, de modo que creo que cada organización se esforzará por hacer lo más que puedan. Pero nosotros somos los más interesados, porque estamos más cerca del origen del problema y seríamos los primeros afectados, y porque lo que arriesgamos es mucho más. Con esto les digo que debemos realizar nuestro mayor esfuerzo, y destacarnos en las actividades como los mejores y los más eficientes. Ello, además de su importancia para salvar la Colonia, repercutirá favorablemente sobre nuestros planes porque habremos ganado una reputación que en el futuro puede llegar a ser decisiva. Y como ustedes saben, hay bastante gente que ya está empezando a protestar contra nosotros, debido a su ignorancia, obviamente.

¿Cuáles son las órdenes, señor? – inquirió Gustavo Cano asumiendo su nuevo rol de sub-jefe.

Debemos movilizar cuatrocientos obreros escogidos entre los más jóvenes y fuertes. Hay que instalar un campamento allá en la montaña, en carpas resistentes, para que sobrevivan incluso en condiciones climáticas adversas, que son probables en esta época del año. Hay que organizar toda la logística de mantenimiento, alimentación y protección. Es necesario disponer herramientas de trabajo para todos, incluyendo carretillas, palas, chuzos, cadenas, cuerdas y todo lo que se imaginen que pueda servir. Movilizaremos la retroexcavadora con todo el diesel disponible, y dos camionetas.

¿Quién estará a cargo de las obras? – preguntó Rigoberto Sandoval.

He decidido que participen en la Campaña, Juan Carlos Osorio, que en su calidad de Director de Personal queda responsable de la selección, movilización y organización de los obreros que serán transportados a la zona de las obras. Rigoberto Sandoval que estará a cargo de las obras en terreno. Y Onorio Bustamante, que atenderá la coordinación general y la conexión con las otras entidades participantes.

Gajardo esperó unos segundos para apreciar la recepción de las designaciones. Seguro de la conformidad de todos y no previendo que surgieran especiales dificultades, concluyó las instrucciones explicando que la Campaña en su conjunto estaría a cargo de un tal Eliney Linconao, un indio mapuche, conocedor de la zona y experto en el control de Cuencas, con elevada formación universitaria.

Él será el jefe allá arriba, y corresponde que ustedes tres, con todos los recursos que ofreceremos, se pongan y mantengan a sus órdenes. Él será el jefe porque tiene las capacidades y los conocimientos para enfrentar un asunto tan delicado como éste. Nos ponemos a sus órdenes ¿entendido?

¡Sí, señor! – respondieron los tres al unísono.

Una última cosa importante que deben tener en cuenta para preparar y organizarlo todo. Allá, en el lugar de las obras no hay señal, de modo que no les será posible comunicarse por sus IAI. Eso significa que durante dos meses estarán aislados del mundo, de modo que deben estar preparados para enfrentar cualquier emergencia, bajo su completa responsabilidad. ¿Entienden bien lo que significa eso?

¡Sí, señor!

Bien. ¿Alguna pregunta?

¿Cuándo comenzamos, señor? – inquirió Bustamante.

¿Cuándo, preguntas? ¿No dije que estamos contra el tiempo? La Campaña comienza en este momento. Deben prepararlo todo cuidadosamente y partir apenas estén listos, lo antes posible. Les daré las instrucciones de cómo llegar al lugar de las obras en un mensaje que tendrán esta noche en sus IAI. Allá encontrarán a Eliney Linconao y su gente, que ya están trabajando y que los están esperando. ¿Alguna otra pregunta?

Nadie se atrevió a decir nada más, por lo que Gajardo se levantó y caminó hacia la puerta murmurando como si hablara consigo mismo:

¿Está todo claro?

¡Sí, señor! Replicaron siete voces simultáneas.

Al llegar a la puerta se volvió y dio una última orden:

Gustavo y Benito, los espero en quince minutos frente a la piscina.


 

* * *


 

Gajardo, distendido en una chaise longue de jardín vió a Cano acercarse. Se me va a cuadrar. Era lo que esperaba del hombre con formación militar al que había ascendido al cargo que tuvo Kessler en la jerarquía de la Colonia. Ese joven que había sido teniente de la marina le caía bien, valoraba su eficiencia en el trabajo, y había comprobado su disposición a acompañarlo tanto en sus intrigas como en sus tardes de placer con las mujeres. Pero no lo conocía tanto como para confiarle de hecho todas las responsabilidades y acciones que antes encomendaba a Kessler.

Se trataba de dos personas muy diferentes. Kessler fue durante muchos años General del Ejército, mientras que Cano había alcanzado solamente el grado de teniente en la Marina. Cuando necesitaba algo complicado, que tuviera el carácter de un delito condenado por la ley y que debía realizarse sin que nadie se enterara, le bastaba insinuar a Kessler el resultado que esperaba obtener, como aquella vez que se limitó a encomendarle que despejara las tres casuchas que estaban habitadas por indeseables en los Campos de El Romero Alto. Kessler, además, era implacable. Torturó personas para obligarlas a entregar información, secuestró a Antonella y la mantuvo encerrada, estando dispuesto a amputarle las manos y los pies si hubiese sido necesario. Gajardo nunca llegó a saber que en la operación ‘despejar las casuchas’ hubo cuatro individuos que fueron asesinados por Kessler en cumplimiento de su orden; pero sospechó que algo así pudo haber ocurrido.

¿Será Cano capaz de entender que mi voluntad se ha de cumplir a todo evento, sin miramientos y sin consideración de las leyes? Lo había probado encargándole, primero, que introdujera ratas en la casa en que dormía Vanessa, y luego haciéndola caer del caballo simulando un accidente indeseado. Ambos encargos Cano los había cumplido bien, o al menos así lo creía Gajardo, y eso lo llevó a pensar que podía encomendarle un asunto bastante más complejo y delicado que estaba ahora tramando; pero no lo conocía suficientemente, por lo que debía proceder con cuidado. Además, lo que estaba urdiendo era contra la chica que él mismo había puesto en las manos de Cano convirtiéndola en su amante, y no podía saber si en todo el tiempo en que habían estado practicando sexo se hubiera establecido entre ellos alguna relación sentimental que pudiera confundir al ex-teniente. La belleza y sensualidad de esa venezolana es capaz de hacer perder el sentido a cualquiera. Debía, por todo ello, asegurarse bien antes de dar el paso siguiente.

Cuando llegó a estar tres pasos frente al jefe Gustavo se cuadró con riguroso saludo militar. Buena señal, pero sólo eso, una buena señal, pensó Gajardo, que lo invitó a sentarse a su derecha, al tiempo que vio a Rosasco que se acercaba casi corriendo por temor de haberse atrasado. El abogado lo saludó limitándose a inclinar levemente la cabeza. Lo invitó a sentarse a su izquierda. Frente a ellos, una botella de whisky, un recipiente con cubos de hielo y tres vasos.

¿Qué novedades tenemos en el asunto de las acciones de la chica venezolana? – inquirió Gajardo sin dejar de mirar hacia adelante, dejando así que la pregunta pudiera ser respondida por cualquiera de los hombres que tenía a su lado. Si Cano es inteligente dejará que el abogado responda primero. Si en cambio se apresura en responder, estará demostrando ansiedad.

Pasaron cinco, diez segundos. Gustavo estaba ansioso debido a estar enteramente involucrado en el tema y tener su propia estrategia al respecto; pero había hablado el tema con Iturriaga y no sabía lo que éste pudiera haber informado a Rosasco, razón que lo llevó a dejar que fuera éste el que respondiera primero.

Supongo que soy el que debo responder – se justificó el abogado. – Pero no quería adelantarme por si nuestro nuevo sub-jefe hubiera querido decir algo.

Adelante Benito. ¿Qué novedades me tienes?

Me llamó el abogado Iturriaga, que representa a la contraparte. Me informó que Vanessa está dispuesta a vender sus acciones, pero que mantiene el precio. Sin embargo insinuó que ella pudiera estar dispuesta a negociar.

¿Y tu respuesta fue?

Rosasco pareció dudar, pero se repuso rápidamente.

Pues, yo intenté empezar una negociación, replicando que usted está muy firme en su oferta. Pero él no quiso adelantar nada, insistiendo una y otra vez en que el asunto lo trataría directamente con usted, sólo con usted, señor. Por supuesto que traté de explicarle que soy su abogado y que usted me dio atribuciones e instrucciones sobre el tema, y que poco tiempo tiene usted para dedicarse a negociar; que para eso estamos los abogados. Pero insistió y me despachó sin decirme nada más.

Rosasco y Cano esperaban una reacción dura e indignada del jefe; pero éste pareció más bien complacido. Rosasco no lo podía comprender. Cano, en cambio, sospechó que el jefe estaba ya en conversaciones con Iturriaga y que pudiera incluso habérselo comprado ofreciéndole una buena tajada del negocio.

Está bien Benito, no te preocupes del asunto, del que me encargaré personalmente, Entrégale los contactos de Iturriaga a mi asistente Graciela.

Pero … – trató de replicar el abogado.

Dije que yo me encargo. Ahora puedes retirarte.

Rosasco se levantó, y al despedirse del jefe se justificó:

En todo caso, señor, yo cumplí exactamente sus instrucciones, y no lo hice mal. El problema es que ese abogado …

Sé que lo hiciste bien y que cumples mis instrucciones, Benito. No te preocupes, no hay problema.

Benito Rosasco inclinó la cabeza y se alejó cabizbajo. Era la primera vez que el jefe lo dejaba fuera de un litigio. Cuando ya estaba lejos, Gajardo continuó tratando el tema con Cano.

¿Qué opinas Gustavo?

¿Qué opino yo? Pues, que usted, señor, sabe lo que hace y por qué lo hace. Me parece que Benito no quedó muy conforme, pero como decíamos en la Marina, donde manda capitán no manda marinero.

Bueno, pero mi pregunta no es qué opinas sobre mis decisiones, sino sobre la actitud de la putita y la de su abogado.

Me disculpo, señor, entendí mal su pregunta. ¿Qué le puedo decir, señor? Sobre el abogado Iturriaga, pues, me parece que se trae algo entre manos que quiere tratar solamente con usted. Puedo imaginar que, no sé …

Gustavo se calló, temiendo estarse sobrepasando con lo que estuvo por decir.

Habla, Gustavo, con confianza, que por algo te hice mi segundo de a bordo.

Es que … Bueno. Se me ocurrió que tal vez el abogado Iturriaga puede estarse disponiendo a negociar en su propio interés. Después de todo ¿por qué se la va a jugar tan firme por una putita a la que no creo que conozca mucho? Le contaré algo. El otro día cuando fue Iturriaga a pedirle instrucciones y aconsejarla, ella lo trató en forma bastante displicente, no como uno esperaría que una jovencita trate a un abogado respetable. Él pudo quedar resentido con ella ...

¿Me dices que la putita lo trató mal?

No diría que mal. O sí. Sólo es algo que me pareció. Ella y yo estábamos en su departamento cuando él llegó. El abogado le dijo que quería conversar a solas, dando a entender que yo me retirara. Me retiré; pero la conversación de ellos duró apenas dos o tres minutos.

¿Pudiste escuchar lo que hablaron?

Nada, señor. Después traté de que ella me contara algo, pero no quiso decirme y no insistí porque parecía molesta. Pero, señor, si usted quiere, puedo averiguar lo que ella espera y quiere en cuanto a las Acciones. Ella está confiando en mí, señor.

Bien. Eso harás. Y algo más. Quiero que te ganes la confianza de sus amigos. Me refiero a Antonella, Alejandro y el chico que vive con ellos. ¿Cómo me dijiste que se llama?

Antonio, creo. Le dicen Toñito.

Bien, eso harás. Debo resolver todo este asunto pronto, aprovechando que en los próximos dos meses habrá gran movimiento por lo de la Cuenca, y quedará menos gente en la ciudad y en los campos. Ahora estoy cansado.

Gajardo se levantó dando a entender que la conversación había terminado. Cuando Cano se alejaba lo llamó y le dijo:

Explícale a la putita que sus Acciones corren peligro de no valer nada por lo del posible aluvión, del cual seguramente también está informada.

Descuide, señor, lo comprendo. Lo haré como me dice.


 

* * *


 

Al llegar a la granja de sus amigos Vanessa se sorprendió con el ajetreo de personas, carretas y cosas de las más variadas que estaba allí ocurriendo.

– ¿Qué está pasando aquí, Toñito? – le preguntó al niño que al verla partió corriendo a abrazarla.

– Es por la cuenca – le respondió el muchacho.

– ¿La cuenca? ¿Qué es eso?

– No sé, parece que una bestia grande, o algo así, que puede provocar un desastre. Parece que se viene acercando desde allá arriba – explicó indicando con el brazo las montañas.

– ¿Un desastre?

– Sí, todos trabajan como locos preparándose para ir a enfrentar la cuenca. Yo estoy ayudando, y cuando pregunto nadie me explica nada. Me corren, dicen que soy muy chico; pero yo tengo mi honda y puedo romperle un ojo a cualquier animal que se me acerque.

Vanessa le sonrió, replicando:

– Voy a preguntar y después te cuento. ¿Vale?

– ¡Vale!

Encontró a Alejandro y a Antonella que, junto con don Manuel y sus hijos estaban cargando una carreta.

– ¿Se están yendo? ¿A dónde se van? – preguntó Vanessa.

– Ven que te explico – le respondió Antonella tomándola del brazo y llevándola a la casa. – Así descanso un poco, porque estoy exhausta. ¿No has sabido nada?

– Nada. Tú sabes que yo no tengo amigos y que me encuentro con muy poca gente. ¿Qué es lo que está pasando?

– ¿Y tu teniente de la Marina?

– No lo veo desde hace tres días. Me explicó que tenía mucho trabajo en la Colonia, pero mañana bajará a encontrarme.

– Entiendo. Seguramente se están también organizando para partir.

– ¿Partir? ¿A dónde? Dime ya, que estoy empezando a preocuparme. Algo de un desastre me dijo el Toñito.

Antonella le explicó todo lo que estaba pasando, y que se estaban movilizando para ir a trabajar en la cuenca del río, allá arriba en los bosques y roqueríos de la montaña.

– ¡Yo también quiero ir! – le dijo Vanessa.

– No, Vanessa. Esto es algo organizado.

– ¿Acaso no soy también de la Cooperativa? Yo no tengo miedo ¿sabes? Y quiero ayudar. Si tú puedes ir ¿por qué no puedo ir yo? No soy tan delicada ¿sabes? Tengo mi moto. Puedo ir por mi cuenta – replicó Vanessa.

Antonella la miró a los ojos. Su amiga era la solución al problema que tenía. Ella quería ir con Alejandro y todo el grupo de la Cooperativa; pero no podía, porque la instrucción era que solamente podían participar los mayores de dieciséis, y los menores serían un problema para todos. No podían llevar al Toñito y, además, alguien debía quedarse en la granja para que no se murieran los animales y se secaran los cultivos. Contra todos sus deseos Antonella había decidido quedarse. Pero ahora veía la posibilidad de que su amiga la ayudara y así poder acompañar a Alejandro y al grupo.

– Vanessa, necesito pedirte un gran favor. Un inmenso favor.

– Dime, amiga, cuenta conmigo en lo que quieras.

– ¿Te quedarías con Toñito? No lo podemos llevar. Y tampoco podemos dejar la granja abandonada. Yo me iba a quedar, pero ahora que te veo, se me ocurre que … Ya una vez te hiciste cargo de la granja y de la escuela. Ahora, de la escuela no, porque la hemos cerrado por dos meses, pues muchos padres también irán a trabajar en la cuenca.

Vanessa le dijo, mirándola con su más picara sonrisa:

– ¡Quieres ir con Alejandro para que no suba yo con él! Te juro, amiga, te juro que nunca más ..

– ¡Cállate tonta! No es eso – comentó Antonella con una sonrisa algo forzada.

– Estaba bromeando, amiga. Si te acabo de decir que cuentes conmigo en lo que quieras. Ya sé todo lo que hay que hacer en la granja, y el Toñito me encanta y te prometo cuidarlo igual que tú.

– ¡Gracias! Amiga, no sabes cuánto te agradezco.

– Si puedo ayudarles en algo dímelo. Tengo dinero, si quieres…

– No, ya tenemos todo organizado, y allá arriba no habrá donde comprar nada.

– Puedo prestarles la moto.

Antonella reflexionó un momento, tuvo una de esas extrañas intuiciones que le ocurrían a veces. Enseguida argumentó:

– No, Vanessa, gracias. Puede que la necesites aquí. No sé por qué, pero se me ocurre que puede servir para algo importante que tengas que hacer. No sé qué puede ser, pero prefiero que te quedes con la moto.

– Bien. ¿Puedo, al menos, ir a ayudar a Alejandro a cargar esa carreta? – le dijo sonriendo nuevamente.

Antonella le dio un abrazo y un beso.

– Te quiero mucho, amiga, aunque te rías de mí. Anda a ver si Alejandro necesita algo, mientras voy a preparar la ropa y mis cosas que me servirán allá arriba.

– ¿Lo que necesite?

– Sí, te doy permiso.

– ¿Lo que sea que necesite?

– Mmm! ¡No! Y ¿puedes decirte al Toñito que venga, para explicarle todo?


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