XX. ​​​​​​​Los trabajos en la montaña

XX.


Los trabajos en la montaña continuaron aceleradamente. Quedaba solamente una semana de los dos meses previstos, y Eliney Linconao calculaba que se había realizado un sesenta por ciento de lo proyectado. Con mucha suerte y si no se desencadenaba el mal tiempo, podrían ejecutar otro diez por ciento. Algunos mapuches ancianos que sabían leer en las plantas, en los insectos y en el cielo los signos que anunciaban las lluvias, granizadas y nevazones, anunciaron que los próximos días estarían serenos pero que enseguida tendrían un invierno inusualmente rudo.

Linconao, que cuando era niño escuchaba a su abuelo pronosticar el tiempo con notables aciertos, recorrió toda la zona y programó los últimos trabajos intentando que los daños previsiblemente mayores fueran al menos mitigados.

Llegó el domingo. Era el último que pasarían en la montaña y el ECO solicitó al padre Anselmo que oficiara una misa para todos los que quisieran asistir. Éste fue su sermón:

Queridos amigos y amigas, queridos hermanos:

Estamos terminando unos trabajos que nos han permitido dar lo mejor de nosotros mismos. En estas semanas hemos compartido esfuerzos, alegrías y penas, en un ambiente de fraternidad y compañerismo. El trabajo y la solidaridad que hemos empeñado en esta montaña, en estos bosques y en este río, nos han convertido en compañeros, en amigos y en hermanos. Decía Antoine de Saint-Exúpery, el autor de El Principito, que si a las gentes les reparten dávidas y regalos se pelearán unos con otros; pero que puestos a construir una torre, una obra grande, se convierten en hermanos. Creo que así ha sucedido entre nosotros. Mañana volveremos cambiados a nuestras casas, diferentes a como salimos de ellas. Volveremos mejores, más fuertes, crecidos, y sobre todo, más deseosos de continuar trabajando y viviendo en amistad y solidaridad.

Estos días hemos reflexionado sobre la naturaleza en que vivimos y lo que realizamos en ella los seres humanos. Durante años estos bosques fueron maltratados. Se cortaron árboles centenarios, vivos, sin preocuparnos de reemplazarlos por otros que ocuparan su lugar y quedaran a disposición de las generaciones futuras. Después, toda la cuenca fue abandonada; no nos interesamos en limpiar los cauces, ni en ordenar los troncos de los árboles secos, ni protegimos las colinas y las quebradas de la erosión que producen la lluvia y las nieves. Ocurrió lo inevitable. Porque si bien los procesos biológicos tienden hacia la organización y el equilibrio ecológico, en esos procesos es todavía muy fuerte el condicionamiento de las estructuras y dinámicas físicas de la materia, que introducen en los procesos vivos la dispersión, la desorganización y la muerte. La vida que surge de la materia oponiéndose a esas tendencias al desorden, está todavía muy marcada por esas fuerzas naturales ciegas. Por eso, dejada a su suerte, sin nuestros cuidados, sin nuestros cultivos, sin nuestra protección, los ecosistemas biológicos son desbordados por la acción de las leyes físicas en que la inercia y la entropía natural tienden a llevarlo todo hacia el caos y la dispersión. La ecología es una palabra muy hermosa que nos habla de equilibrios y de armonía, pero no la debemos endiosar, ocultando el hecho esencial de que los procesos biológicos no son guiados racionalmente sino que proceden ciegamente, condicionados por la materia y con fuerte intervención del azar.

El ecologismo radical es una ideología que distorsiona la realidad y que atenta contra la humanidad. El ecologismo radical es, tanto como el materialismo, una expresión del naturalismo que reduce el ser humano a la naturaleza, que no reconoce el valor de la conciencia racional y de la libertad personal, y que niega la dimensión espiritual del ser humano.

¿Por qué la civilización moderna, fundada en el materialismo y el naturalismo, con su gran industria, su notable tecnología, su inmenso poder concentrado en los Estados, terminó dando lugar al levantamiento de los bárbaros, a la gran devastación ambiental, al derrumbe del poder y a la dictadura ecologista? Mi respuesta, clara y fuerte, es que la causa del crecimiento desordenado y de la decadencia de esa civilización, fue que olvidamos que los seres humanos no somos solamente materiales, biológicos, emocionales y competitivos, sino también seres racionales, libres, morales y espirituales. Seres que hemos surgido de la naturaleza material, biológica y animal. pero que somos más que puramente naturales. Somos seres espirituales, que como tales, estamos llamados a trascender la naturaleza, a cultivarla, a perfeccionarla, a transformarla, a ponerla a nuestro servicio, y a ponernos nosotros mismos al servicio de fines superiores, espirituales.

Esta tarde miraba las águilas y los cóndores volar y planear por sobre las montañas y los campos. Mientras admiraba sus vuelos majestuosos pensaba que la naturaleza había evolucionado hasta vencer incluso la fuerza de gravedad que todo lo atrae hacia abajo, y lo había logrado, además, con esa belleza, gracia y naturalidad con que las aves recorren extensas distancias y se mantienen largo tiempo en las alturas. Siguiendo un curso evolutivo distinto, la naturaleza nos generó también a nosotros, los humanos capaces de pensar, de actuar con libertad, de crear belleza, de conocerlo todo, de amar y de unir lo que se encuentra desaliñado y disperso. Conscientes y libres, nos guiamos por nuestra propia conciencia, nos ponemos libremente fines superiores a nosotros mismos.

Ya no existe la naturaleza ‘natural’, ni a nivel del macro-clima del planeta ni de los microorganismos; ni de la flora ni de la fauna. Todo lo hemos transformado a través de milenios de actividad humana, orientada a servirnos de la naturaleza y de sus recursos y energías. Lo que hay que hacer es continuar cumpliendo el mandato y la bendición divina: “Y los bendijo Dios diciéndoles: – Crezcan y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra”. Debemos también dominar el clima, así como dominamos los virus y bacterias que nos enferman. Dominar no quiere decir destruir, deteriorar, sino humanizar, introducir en la naturaleza niveles de conciencia, de racionalidad y de espiritualidad; significa desarrollar y poner en el mundo arte, ciencia, belleza, paz, armonía, equilibrio, guiados por la conciencia, la razón y el espíritu.

Con esa naturaleza que nos dio la vida y a la que hemos transformado, tenemos responsabilidades inmensas y trascendentes, que nos cuesta comprender y asumir en su profundo significado. Ante todo, somos responsables de nuestro planeta, de la vida en la exuberancia de su diversidad y en la armonía y equilibrio de su ecología.

Somos igualmente responsables de extender y profundizar el conocimiento de las realidades física, biológica, consciente y espiritual, y de aplicar ese conocimiento para preservarlas, desarrollarlas y perfeccionarlas. En ese sentido tenemos la tarea del conocimiento, que nos ha planteado el universo al generarnos – después de 13 mil millones de años de evolución de la materia – como órganos capaces de conocerlo.

Somos responsables de nosotros mismos, de cada uno de los hombres y mujeres provistos de tan magníficas potencialidades, y de la sociedad que formamos entre todos y que necesitamos organizar de los modos más justos y solidarios, para que podamos desplegar nuestras experiencias y búsquedas, nuestros sueños y creaciones, en armonía y en paz. Los modos en que hemos organizado hasta ahora la sociedad mantienen a demasiados seres humanos en condiciones tales que apenas logran sobrevivir, impidiéndoles desplegar sus potencialidades creativas y aspirar a la felicidad.

Cuando empezamos a comprender el lugar que ocupamos en el Universo nos percatamos de estar llamados, e internamente motivados, a evolucionar y a realizar un cambio cualitativo en nuestros modos de vivir y de sentir, de pensar y de conocer, de relacionarnos con la naturaleza y entre nosotros, de comunicarnos y de actuar.

Comprendemos que lo que hemos realizado los humanos hasta ahora no ha sido sino una laboriosa preparación hacia algo que vislumbramos como decididamente superior a lo que hemos experimentado y conocido.

Como humanidad hemos realizado obras notables. Un logro magnífico es el dominio de aquellas energías y ondas electromagnéticas que nos permiten comunicarnos trascendiendo los límites del espacio y del tiempo que nos tuvieron por siglos limitados en nuestras capacidades de coordinarnos a nivel planetario. Sobre las bases de la conciencia planetaria, del conocimiento científico, de las nuevas formas de comunicación, de la solidaridad humana y de las energías morales y espirituales que hemos desarrollado y que podemos expandir y perfeccionar, tenemos la posibilidad de crear una nueva y superior civilización. Pero hacerlo requiere subordinar nuestra propia materialidad, nuestra propia biología, a la conciencia, a la razón y al espíritu. Subordinar e integrar nuestras dimensiones biológica y psíquica a nuestra dimensión espiritual.

Nuestras responsabilidades son tan grandes como nuestras potencialidades, y ambas constituyen la que podemos entender como la misión que nos incumbe, asumiendo que somos, en la tierra y quizás si en el universo, lo más reciente y nuevo, lo último que ha sido generado, la más avanzada realidad que ha surgido en el proceso evolutivo universal.

Si lo comprendemos, asumiremos que nuestra misión evolutiva principal es hacer surgir en cada uno de nosotros el espíritu, desde el cual y con el cual podremos realizar todo lo demás: salvaguardar la ecología y el planeta, reorganizar la sociedad, crear una civilización superior que facilite el más pleno desarrollo humano, desplegar el conocimiento, las artes y el amor en todas sus formas y manifestaciones.

En esta perspectiva ¿sigamos la misa?

Onorio Bustamante, Juan Carlos Osorio y Rigoberto Sandoval se miraron uno a otro. Habían escuchado atenta y respetuosamente el sermón, pero los conceptos emitidos por el padre Anselmo contradecían fuerte y directamente la ideología ecologista radical a la que adherían y en base a la cual mantenían un fuerte y decidido apoyo a los proyectos de Ramiro Gajardo. Bustamante decidió manifestar su molestia retirándose del lugar, atravesando entre la gente que continuaba en misa, seguido dos pasos atrás por Osorio. Sandoval en cambio se quedó, pensando.


 

* * *

 

Tres días después comenzaron en la montaña los preparativos de todos los grupos para regresar a sus casas y trabajos normales. El ECO realizó una evaluación general estableciendo un logro del setenta y cinco por ciento de lo planificado. La conclusión fue que, a menos que el invierno que comenzaba se mostrara particularmente complejo, la probabilidad de un gran desastre era pequeña, aunque no podían descartarse eventos graves no catastróficos.

En la evaluación grupal fue destacado, coincidiendo en ello todos los responsables de los grupos, la convivencia y el espíritu solidario que se vivieron durante los dos meses, así como la creatividad con que muchas tareas difíciles y diversos obstáculos imprevistos fueron enfrentados.

Juan Carlos Osorio, Director de Personal de la Colonia Hidalguía estaba preocupado de lo que pudiera suceder cuando los cuatrocientos trabajadores que participaron en la montaña se reintegraran a sus labores normales, donde el clima humano era tan diferente al que habían conocido y experimentado esos dos meses. Le preocupaban especialmente los vínculos de amistad y compañerismo que se habían establecido entre los trabajadores y con los campesinos de la Cooperativa Renacer, que podrían dar lugar a quizá que tipos de conductas y comportamientos solidarios e incluso a organizaciones. ¿Qué pasará con ellos al regresar a la Colonia? ¿Exigirán que se elimine la vigilancia y se termine el clima de sospechas que allá impera? ¿Qué harán para que su dignidad sea respetada? ¿Aceptarán el trato autoritario que impone el jefe? ¿Protestarán? ¿Pretenderán organizar un sindicato?¿Se asociarán a la Cooperativa?

Vanessa también estaba inquieta, pero por muy diferente motivo. No había logrado acercarse a Eliney Linconao y todo entre ellos había consistido en intercambios de miradas a la distancia. Miradas seductoras de su parte y miradas de admiración y arrobamiento de él. Pero estaba por cerrarse la posibilidad del encuentro íntimo que deseaba. Mañana regresaré a El Romero y él ¿adonde irá?

La mañana siguiente, antes de dar por concluidos los trabajos y autorizar la partida de los grupos, Eliney Linconao los convocó a todos en la gran explanada donde se habían instalado los campamentos y que ya habían despejado y limpiado de escombros y residuos. Cuando todos estuvieron reunidos tomó el megáfono y con voz emocionada comenzó diciendo:

Amigas y amigos, compañeros y compañeras, hemos concluido un gran trabajo y ha llegado la hora de partir. Pero no podemos hacerlo sin antes felicitarnos por la obra que realizamos aquí entre todos. Quiero pedir, en primer lugar, a los compañeros de la Reserva de la Biósfera, que pasen aquí adelante.

Rodrigo y Cecilia, que estaban al fondo tomados de la mano, se miraron sorprendidos. No esperaban ser llamados a pasar. Se habían instalado atrás porque pensaban despedirse de cada grupo que, al retirarse, pasaría frente a ellos. Se abrieron camino, seguidos por su grupo. Cuando llegaron adelante Eliney Linconao continuó:

A este pequeño grupo de jóvenes entusiastas y amantes de la naturaleza, debemos agradecerles muy especialmente, porque fueron ellos los que nos llamaron a todos, preocupados por los peligros que nos amenazaban. Debemos felicitarlos por su decisión de restaurar y conservar esta cuenca y estos bosques de los cuáles dependen las vidas de todos nosotros, sea que trabajemos en el campo o que vivamos en la ciudad. Ellos son verdaderos héroes, que se quedarán aquí todo el invierno, y por muchos años, cuidando lo que todos necesitamos para vivir. Ellos merecen todo nuestro reconocimiento, nuestra admiración, nuestro cariño y nuestro apoyo.

Un cerrado aplauso, con vítores y exclamaciones diversas se elevó desde la explanada, se extendió por los bosques y resonó en la montaña. Linconao agregó:

Hemos podido comprobar, todos, que los trabajos y obras que es necesario realizar y mantener de modo permanente en este lugar, son inmensos. Pero estos amigos de la Reserva de la Biósfera no son más que treinta valientes. Yo he calculado que, para realizar los proyectos que se han planteado, se necesitan al menos cien personas decididas a trabajar duramente veranos, otoños, inviernos y primaveras. Lo conversé con ellos, y están dispuestos a acoger e integrar a su proyecto, a jóvenes entusiastas y decididos que quieran compartir aquí, con ellos, estos trabajos y sus vidas. Así que ya saben, quienes se sientan con la vocación de hacerlo, podrán realizarse compartiendo este modo de vida. Pero además, es importante que todos comprendamos que este grupo partió con un apoyo económico del gobierno, el que es insuficiente para lo que debe aquí ejecutarse. Por eso, todos tenemos una obligación con ellos. Tenemos el deber de apoyarlos, de aportarles los alimentos que necesitan, las herramientas e insumos para que puedan trabajar mejor, y también algún porcentaje de nuestros ingresos en dinero. Debemos, entre todos, sostener estas obras que nos benefician a todos y que hacen posible que continuemos viviendo por mucho tiempo en nuestras casas y en nuestros campos. ¿Sellamos nuestro compromiso con ellos mediante un gran aplauso?

Nuevamente resonó la cuenca entera. Linconao agregó:

Comentábamos el otro día con los amigos del proyecto de la Reserva de la Biósfera, que estos bosques manejados con sabiduría pueden proveer madera muy importante para construir viviendas y producir muebles; y que este río trae desde la cordillera piedras y arena, que también son materiales de construcción necesarios. Algún día ellos decidirán cómo aprovechar estos recursos en bien de la población que habita el territorio en que todos vivimos.

Eliney hizo una pausa y continuó:

Ahora quiero que destaquemos al grupo de la Colonia Hidalguía. No los hago pasar porque son muchos; pero les pido que levanten la mano.

Cientos de brazos de alegres trabajadores se alzaron y agitaron adquiriendo rápidamente un ritmo y movimiento acompasado.

Porque son los trabajadores más disciplinados, porque sin su esfuerzo y sin los medios y recursos que la Colonia puso a disposición de todos, lo que hemos realizado aquí simplemente no hubiera sido posible, y porque cada uno de ellos se lo merece con creces, démosles un fuerte y gran aplauso.

Cuando los aplausos finalmente se acallaron Eliney Linconao exclamó:

¡Cómo quisiera que la Colonia Hidalguía se abriera al pueblo entero de esta zona! El río que la atraviesa, los bosques y campos que posee, constituyen recursos de inmenso valor productivo. La Colonia ha realizado allí grandes obras. Entre ellas, una represa y un sistema de canales que riega campos agrícolas de alta productividad. Mantiene unas turbinas que generan energía eléctrica de extraordinaria utilidad. Sostiene dos escuelas para adolescentes y jóvenes. Ha construido un interesante centro urbano en su interior. Dispone de instalaciones de la más moderna tecnología electrónica e informática. Todo eso y más, lo han desarrollado hacia adentro, consolidando sus propias instalaciones y estructuras. Me pregunto si será posible ampliar todo eso y ponerlo al servicio de los campos y de la ciudad. Tal vez algún día sea posible. Mientras tanto, aquí, la Colonia y sus trabajadores han realizado un gran trabajo, y merecen el reconocimiento y la gratitud de todos. Por eso, para ellos ¡otro aplauso cariñoso!

Cuando volvió el silencio a la multitud reunida en la explanada Eliney continuó:

Quiero ahora destacar a las comunidades mapuches que han sido tan importantes estos dos meses. Los hemos visto trabajar y los hemos visto convivir en sus familias y en sus comunidades. Nos han compartido sus conocimientos y hemos podido apreciar la sabiduría que aplican en el trabajo y en sus vidas. Ellos conservan las antiguas tradiciones. Ellos viven en armonía con la madre tierra y con los animales y plantas, cuyas cualidades curativas saben poner al servicio de la comunidad. Viven en comunión con los espíritus de sus abuelos fallecidos, y para ellos nada es solamente porque sí, sino que todo tiene un significado que hay que desentrañar. Este pueblo mapuche, que sólo quiere vivir en paz y en armonía en sus tierras ancestrales, ha sido maltratado y discriminado durante siglos; pero ahí se mantienen, defendiendo lo que les queda de su antiguo paraíso. Hemos también conversado, y ha surgido la idea de comunicar y proyectar esa sabiduría, esos conocimientos de la naturaleza, esos saberes médicos, hacia los sectores no mapuches que pueden así ver enriquecidas sus vidas, a través del diálogo inter-cultural. Yo estoy orgulloso de ser parte de este pueblo amable, sufrido, pacífico y sabio, y por eso doy comienzo a un aplauso que escucharán y al que se sumarán los espíritus que habitan estas montañas y campos sagrados.

Junto a los aplausos se escucharon las notas hondas y fuertes de las trutrucas, el rítmico golpeteo de los cultrunes y los silbidos dulces y penetrantes de las pifilcas, que se prolongaron varios minutos. Enseguida Linconao continuó.

Levanten ahora los brazos los campesinos y parceleros organizados en la Cooperativa Renacer. Ustedes se destacaron estas semanas por ser los primeros en levantarse y comenzar de madrugada los trabajos que les fueron encomendados. Así son los trabajadores del campo, que en sus parcelas y chacras cultivan las hortalizas, verduras y frutales, y crían las aves y el ganado, con que nos alimentamos diariamente todos. La Cooperativa Renacer tiene planes muy interesantes para expandirse desarrollando cooperativas de consumidores en la ciudad, y su sistema monetario propio de los llamados Alientos puede abrirse a toda la zona y más allá. Quiero destacar de estos granjeros y campesinos algo que los diferencia de todos los que hemos trabajado aquí manteniendo nuestros salarios e ingresos normales. Para ellos no ha sido así. Los trabajos y cultivos del campo se despliegan según las estaciones del año. Para trabajar en estas obras de emergencia, todos estos grajeros y campesinos dejaron sus granjas y sus huertos en manos de familiares, amigos y vecinos. Sus cosechas se verán seguramente disminuidas, y en consecuencia también sus ingresos, porque estos meses de otoño son muy importantes dentro del ciclo agrario. El sacrificio que han hecho viniendo a trabajar aquí merece nuestro más profundo agradecimiento. ¡Démosles el caluroso aplauso que merecen!

Los granjeros celebraron entonando el himno cooperativo. Al terminar Linconao dijo:

Los que vinieron de la ciudad, y me refiero a los católicos de la parroquia San Alberto y al grupito de funcionarios de la Municipalidad y a los bomberos, quizás no han sido los más eficientes en el trabajo, porque están acostumbrados a las comodidades de la vida y los trabajos urbanos. Los habitantes de El Romero son varios cientos de miles, y aquí han llegado poco menos de cien personas que viven en la ciudad. Es justo y es necesario decir que todos ellos son realmente admirables, porque han dado aquí lo mejor de sí mismos para contribuir a las obras de beneficio común. Especialmente los cristianos nos han animado a todos con su entusiasmo y su fe. El padre Anselmo con sus sermones y conversaciones nos ha ayudado a comprender muchas cosas esenciales de lo que somos los seres humanos y del sentido de nuestras vidas. Él, como también el monje Tathagata, nos hicieron pensar, tal vez como nunca lo habíamos hecho tan profundamente. A mí, en particular, me han llevado a entender que los seres humanos, desde niños y hasta la muerte, tenemos necesidad de religión. Por eso se me ocurre que sería un gran aporte si nuestro amigo Tathagata llegara un día a crear un monasterio en este territorio, y el padre Anselmo lograra conseguir quien lo acompañe en su trabajo pastoral y espiritual para llegar a toda la provincia. Por todo eso, nuestro último aplauso va ahora para agradecer y destacar los aportes y enseñanzas que estas personas venidas de la ciudad nos han regalado a todos nosotros.

Cuando todavía no se apagaban los aplausos se alzó un grito:

¡Viva el jefe! ¡Viva Linconao!

¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!, respondió el clamor de la multitud.

Eliney alzó nuevamente el megáfono y dijo con voz emocionada:

No, amigos y amigas, compañeros y compañeras. Desde este momento dejo de ser jefe; cada uno de ustedes y cada grupo es autónomo y se guía con sus propios criterios y liderazgos. Ya no soy jefe, de nadie y de nada; pero pueden contar con que continuaré al servicio de todos. Ahora solamente me queda pedirles que nos abracemos. Que cada uno abrace a los compañeros y compañeras que tenga a su lado, y que enseguida, sin perder tiempo porque el día está ya avanzado, iniciemos el regreso a nuestros hogares.

La emoción recorrió la multitud mientras todos se abrazaban. Eliney no supo por donde llegó ni cómo fue que apareció a su lado la dulce, la bella, la deliciosa Vanessa que se pegó a su cuerpo en un largo y apretado abrazo.

Sin soltarlo, ella acercó los labios a su oído y le dijo:

Ya no eres el jefe ¿verdad?

Verdad – respondió Eliney sorprendido de la pregunta.

Entonces ¿ya puedo darte un beso?

Sin esperar la respuesta Vanessa lo besó, lo besó, y se besaron tan intensamente que Linconao casi desfallece.

Una alegre aclamación surgida de la multitud los sacó del embelesamiento. Vanessa sonriendo les mandó besos a todos con la mano, mientras Eliney atinó solamente a extender los brazos, desconcertado.

¡Espérame aquí! – le ordenó Vanessa. – Tengo que hablar contigo. ¡Ya vuelvo!

Abriéndose paso atravesó corriendo entre la multitud. Iba a despedirse de Antonella, Alejandro y el Toñito que estaban aprestándose a partir con el grupo de Renacer Campesino. Les dijo:

Me quedo un rato. Regresaré después en la moto. Nos vemos pronto.

Se abrazaron. Vanessa se despidió jovialmente de todo el grupo y regresó donde la esperaba Linconao.

 

* * *


 

A esa hora Helena Videla ingresaba a la Colonia acompañado de cinco policías y provista de un detector de armas. Fue directamente a encontrarse con Ramiro Gajardo, que aconsejado por el abogado Romano Cardelino había continuado con sus actividades habituales en la Colonia Hidalguía, como señal de que era inocente y que nada temía.

– No se preocupe usted – le dijo la detective al ver que se levantaba inquieto por esta nueva intrusión en sus dominios.

– Pues, dígame en qué puedo servirles.

– No se preocupe – insistió Videla. – Lo que sucede es que detuvimos a Gustavo Cano, presunto autor del secuestro del niño, y hemos venido en busca de indicios o pruebas que pueda haber dejado aquí.

El rostro de Gajardo palideció. Había pensado todo el tiempo que si detenían a Gustavo Cano sin duda alguna lo incriminaría. Cardelino le había insistido de que no se preocupara porque sería sólo la palabra del inculpado contra la suya, y que él sabría cómo defenderlo y convencer al juez en ese caso. Pero Gajardo, sabiéndose culpable, estaba sumamente preocupado.

No pasó inadvertido a la detective el temor que ensombreció la cara del hombre. Esta vez se limitó a ordenar a los policías que lo acompañaban, que procedieran a los registros, comenzando en el mismo despacho de Gajardo. El detector de armas no dio señal de que allí hubiera alguna.

– ¿Qué es lo que buscan? – inquirió Gajardo.

– Una pistola Browning que usaba Gustavo Cano – respondió Helena.

– Hmm! No sé cómo ayudarles.

– Pero sí puede ayudarnos, si nos acompaña a la casa donde vivía Cano.

Ramiro Gajardo, después del primer allanamiento en que la policía no encontró el arma que le entregó Cano porque la había dejado en un casillero secreto de su escritorio, la había llevado al palacete de Cano, y no encontrando para ella un escondite apropiado la puso en una bolsa de plástico y la enterró en el jardín.

Media hora después, cuando se retiraban del palacete sin haber encontrado lo que buscaban, el detector comenzó a vibrar. La Browning que Cano había disparado cuando perseguía al Toñito y que el jefe le pidió que se la entregara, estaba allí, treinta centímetros bajo tierra, cuidadosamente envuelta.

– ¿Se le ocurre cómo pudo la pistola llegar aquí? – preguntó Videla a Gajardo.

– No tengo la menor idea. Supongo que Cano la enterró antes de irse.

– Mmm! Es lo más probable. Pero, bien, me la llevo como prueba del delito.

– Ha sido usted de mucha ayuda – le dijo la detective al despedirse.

Gajardo quedó muy alarmado. Seguramente encontrarían sus huellas dactilares junto a las de Gustavo. Nunca pensó que la policía podría encontrarla. Ahora debía pensar alguna explicación de que allí estuvieran sus huellas junto a las de Cano.

A la policía le fue fácil descubrir que el arma había sido disparada hacía poco tiempo, y sobre todo, lo que interesaba especialmente a Videla, que las huellas dactilares de Ramiro Gajardo estaban superpuestas a las de Gustavo Cano, lo que indicaba que el arma fue tomada por el jefe después de que Cano la había usado, de modo que el relato de lo acontecido que había hecho éste contaba con una prueba decisiva.

A media noche Helena Videla acompañada de diez policías entró con tres carros policiales a la Colonia Hidalguía, y despertó, esposó y se llevó detenido a Ramiro Gajardo.

Bustamante, Osorio y Sandoval, que justo en ese momento llegaban a la Colonia con los cuatrocientos trabajadores que estuvieron dos meses en la montaña, los vieron salir, sin entender nada de lo que había sucedido.


 

* * *


 

– Tengo mucho que hablar contigo ¿sabes? – dijo Vanessa a Linconao cuando volvió después de despedirse de sus amigos de la Cooperativa.

– Comenzando por explicarme qué fue eso.

– ¿Eso, qué?

– El beso, pues. ¿Por qué?

– ¿Tengo que explicarlo? Te besé no más. Me salió. Pensé que te gustaría. ¿O no te gustó? ¿Estás enojado conmigo?

– No estoy enojado, y sí, me gustó. Pero, niña, yo tengo el doble de años que tú.

– ¿Y eso qué? ¡No puedes negar que me mirabas!

– Es que eres muy bella, demasiado bella. Pero ¿te das cuenta de que podría ser tu padre?

– ¡Pero no eres mi padre! ¡Y ya tampoco eres mi jefe! Y ¿sabes? Me gustas mucho, y no solamente te besaría. Pero si no quieres, no te beso nunca más. Eres un hombre bueno y no quiero hacer nada que tu no quieras.

– Bien. Entonces, dejémoslo ahí. Me decías que quieres hablar conmigo …

– Sí. Tengo mucho que contarte. Mejor nos sentamos.

– Ya terminé mi trabajo por hoy, así que tengo todo el tiempo que quieras. ¿Te parece si caminamos por la orilla del río hacia arriba?

Empezaron a caminar y Vanessa comenzó a contarle su vida. Lo hizo a su modo, entremezclando en el relato los momentos cruciales que fueron dándose en su vida con anécdotas simples, tristes o divertidas de cosas que le sucedieron en diferentes circunstancias. Su vida sexual ocupó gran parte del cuento, siempre narrados los hechos de modo limpio, nunca empleando palabras soeces, dando a entender que para ella sexo con cariño era lo más natural del mundo, mientras que haber tenido que entregarse por deber le parecía, no algo malo sino desagradable y feo. Le contó todo, excepto que una vez se metió en la cama de Alejandro, porque había prometido no decirlo a nadie.

Escuchándola hablar con tanta desenvoltura Linconao muchas veces se sonrió y no pudo evitar incluso reírse, a pesar de que muchas de las cosas que la joven le contaba eran de hecho penosas y tristes. En un momento en que tuvieron que pasar sobre una roca para continuar subiendo, Vanessa le ayudó tirándolo desde arriba, y desde ahí en adelante continuaron caminando tomados de la mano.

– Y aquí estoy – exclamó Vanessa poniéndose frente a Linconao – Aquí estoy, en este lugar increíble, sola con mi ex-jefe Eliney Linconao, con unas ganas locas de besarlo otra vez.

Linconao extendió sus brazos, le dio un beso y la abrazó. Enseguida le dijo al oído:

– Tu me gustas mucho, y ya entendí que no eres una niña. Eres una mujer deliciosa. Pero tienes que darme tiempo y darte tiempo a ti misma. Han pasado apenas dos horas desde que dejé de ser el jefe aquí, y yo jamás me aprovecharía de tu respeto, admiración y cariño. Además, si algo tiene que pasar entre nosotros tendrá que ser mucho más que una aventura pasajera.

Vanessa lo miró a los ojos y, después de pensar unos segundos, replicó:

– ¿Sabes una cosa? No sé si pegarte un puñete o agarrarte a besos. Pero creo que te entiendo. Te doy veinticuatro horas para pensar. ¿Volvemos a vernos mañana?

– Veinticuatro horas está bien; pero prométeme que tu también pensarás en lo que te dije.

– Yo no tengo mucho en qué pensar, Eliney, a menos que, caminando de regreso al campamento, me cuentes todo sobre ti, como hice yo contigo.

Linconao le contó su vida en cinco minutos.

– Tengo 52 años. Viví con mis padres en nuestra comunidad mapuche hasta los veintitrés años. Me casé con Mailén, una muchacha de mi comunidad, por consejo de una tía. Lamentablemente Mailén falleció pocos meses después. Entonces me fui a Santiago, donde me dediqué a estudiar sin descanso ni distracción durante ocho años. A los 32 años, trabajando como investigador en la universidad, conocí a Carola, una estudiante muy linda. Viví con ella seis años. Como era muy inteligente se ganó una beca para estudiar en Francia. Partió. Un día recibí una carta en que me decía que había conocido a un profesor francés y que no regresaría. Desde entonces vivo dedicado al estudio, tratando siempre de servir a la sociedad. Como ves, Vanessa, he vivido muchos años más que tú pero nada muy emocionante me ha pasado.

Eliney dio por terminado el relato de su vida; pero Vanessa quería saber mucho más de él y lo sometió a un extenso interrogatorio, que él pacientemente respondió, sorprendiéndose de la multitud de asuntos y detalles que ella quería conocer. Supo, así, muy sorprendida, que Mailén y Carola habían sido las dos únicas mujeres con que él había estado. Supo también que la muerte de la primera y el abandono de la segunda le habían producido gran dolor y sufrimiento, y que el recuerdo de ellas permanecía vivo en su mente y su corazón. Supo, realmente muy extrañada, que Linconao no era un hombre que le diera mucha importancia a la sexualidad en su vida, y que había tenido muy pocas aventuras, las que siempre le dejaron un sentido de tristeza e insatisfacción. Se había enamorado, sí, varias veces; pero no había sido correspondido con igual sentimiento, lo que era también un motivo por el que evitaba involucrarse en relaciones, tanto ocasionales como duraderas.

Ya regresados al campamento Vanessa y Eliney prometieron encontrarse en la mañana después de desayunar.


 

* * *


 

Vanessa y Eliney se encontraron en el desayuno y salieron a caminar.

–Tú primero – le dijo Vanessa enfáticamente.

– ¿No es que las damas son primero? – replicó Eliney.

– Pero tu eres el mayor, así que te cedo el primer lugar.

– Bueno – aceptó Eliney comenzando a hablar. – Yo he estado pensando ayer toda la tarde y buena parte de la noche y, entre mis deseos de estar contigo y mis miedos y mis traumas debo confesarte que tengo sólo una gran confusión en la cabeza.

– Tus deseos los entiendo, creo, pero no tus miedos y traumas, así que por favor explícate mejor porque quiero entenderte ¿sabes?

– Bueno, tu eres joven y bellísima y deseable como ninguna mujer puede serlo tanto, y siento que me estoy enamorando, lo que es muy fácil porque eres la mujer más deliciosa y dulce y buena que he conocido, y todo eso me dice que te diga que sí y que si dijera que no soy un imbécil de remate; pero yo soy mucho mayor que tu, y feo y torpe, y siento que me estoy enamorando y tengo miedo de hacer el ridículo y de sufrir de amor cuando me dejes, y tengo traumas y me daría mucha pena no saber cómo satisfacerte; y todo eso me dice que mejor te diga que no, y que si dijera que sí soy un imbécil de remate. Y le doy vueltas y revueltas, y mientras más lo pienso más me enredo y me confundo, y créeme que para mí estar así enredado y confundido es algo muy raro porque casi siempre sé lo que quiero y tengo mi vida bastante clara. Pero ahora estoy en verdad confundido. Eso es todo. Te toca ahora decir lo tuyo.

– Yo lo tengo todo clarito. Estuve casi un cinco minutos pensando, y nunca en mi vida he estado tan clara y segura como ahora, y eso que, contrario a como eres tú, casi siempre estoy enredada y confundida.

– Ahá! Eso me alegra mucho ¿sabes? Cuéntame, pues.

– Es simple. ¡Quiero que tu seas mi jefe, y quiero ser yo tu jefa! ¿Entiendes?

– Más o menos. ¿Y eso qué significa?

– Significa que me estoy enamorando de ti, pues. Significa que me siento como si fuera sólo una mitad, pero quiero ser entera y por eso te necesito. Yo no sé qué voy a hacer con mi vida, porque he sido y soy como una veleta que el viento ha llevado de un lado a otro, y me han engañado mucho, y necesito un compañero con el que conversar y que me ayude a saber para donde ir. Y que tome un poco las riendas y sea mi jefe, pero un jefe que sea sabio y bueno y dulce y que me respete y que me quiera y me ame. Quiero que tu seas ese jefe. Y yo quiero ser tu jefa porque no puede ser que te quedes ahí, solo y con miedo y traumado. Y yo sé que si me dejas que sea tu jefa puedo hacerte feliz. Y te digo que no tengas miedo de no satisfacerme porque soy muy fácil de satisfacer, ya lo verás, porque me entrego y me derrito y me voy facilita. Ahora, como yo sería tu jefa tu no me puedes mandar, y si digo que no, es que no. Y como sería tu jefa, me pinto y me visto como yo quiera y voy donde quiera y si quiero me paseo desnuda porque me gusta que me miren y me encuentren bella. ¿Entiendes? Y si tu tienes que trabajar y estás cansado y tienes que viajar, harás como quieras. Y si me dices que no, es que no, porque tu eres mi jefe y yo no te puedo mandar. Claro que si me dejas durante un mes entero, voy y me busco uno que me deje tranquila, porque tienes que entender que soy así. Pero no es que necesite sexo a cada rato ni todos los días ni con más de un hombre, porque no soy enferma ni ninfómana como creo que se dice. Y yo quiero ser tuya, y quiero ser mía, y quiero que tu seas mío y que tu seas tuyo. Así de simple todo ¿lo ves? ¿lo sientes? ¿lo entiendes?

– Más o menos. Me siento algo mareado, la verdad; pero ¿sabes? ¡me encantas!

– Entonces, ¿quieres ser mi jefe y que yo sea tu jefa, en las buenas y en las malas, y hasta que la estupidez o la muerte nos separen?

Eliney cerró los ojos. Vanessa interrumpió sus pensamientos:

– Dí que sí, o callas para siempre.

– Si lo pones así, Vanessa, sí, te digo que sí, porque te amo.

– Yo también digo que sí, Eliney. Yo te amo también ¿Ves que es simple? Y entonces, como tu jefa que ya soy, te mando que me beses. ¡Para empezar!

Una inquietud que asomó en la mente de Vanessa interrumpió el largo pero tranquilo beso que se daban.

– Espera. Hay una cosa importante que no te he dicho.

– Dímelo, pues.

– Creo que yo no puedo tener hijos.

– ¿Por qué lo crees? ¿Te lo dijo un médico?

– No. Es que me he acostado con más de cien y nunca me cuidé. Nunca me enfermé, ni nunca quedé embarazada. Así que, si quieres tener hijos, tendrás que tenerlos con otra. A mi no me importaría ¿sabes?

Eliney se quedó pensando, hasta que preguntó mirando a Vanessa a los ojos:

– Si quedaras esperando un hijo mío ¿lo tendrías o abortarías?

– Lo tendría, seguro que sí, y lo quisiera tanto. Pero no quiero hacerme la idea porque creo que no puedo. ¿A tí te gustaría tener hijos?

– Me gustaría, sí; pero en verdad hace tiempo que dejé de pensar en eso.

– Tengo otra cosa que decirte, Elinay. Ayer, cuando despediste a todos los grupos y les dejaste tareas a todos aunque ya no eras el jefe, me di cuenta de que aquí en la zona se juegan cosas importantes. Y yo tengo que ver con todo eso porque, no sé si lo sabes, soy socia de la Cooperativa y accionista de la Colonia y hasta voy a veces a la parroquia a misa porque también necesito religión, y tengo propiedades y campos aquí, y no sé cómo hacer con todo eso, y pienso que tu me puedes ayudar a pensar.

– Me contaste ayer algo de eso. Sí, te puedo ayudar a pensar; pero solo eso, pues tu tendrás que tomar las decisiones sobre lo que es tuyo y de nadie más. Y si quieres te doy al tiro mi primer consejo sobre todo eso.

– ¡Dale!

– Mi consejo es que formes un comité de consejeros, con Antonella, Alejandro y conmigo, y si quieres agrega también al padre Anselmo, para que nos consultes cuando necesites una opinión para decidir algo que creas que es importante.

– ¡Buena idea! Entonces, querido jefe mío, como está ya todo clarito ¡tenemos que celebrar!

– Celebremos, sí.

– ¿Y si bajamos en mi moto y lo celebramos con Antonella, Alejandro y el Toñito?

– Si es lo que quiere la jefa ¡vamos! Pero tiene que ser al tiro, porque mira esas nubes oscuras que anuncian la llegada del primer gran temporal del invierno.

Fueron a despedirse de Rodrigo, Cecilia y los demás amigos de la Reserva de la Biósfera que se estaban preparando para enfrentar el temporal que se avecinaba. Les aseguraron que pronto regresarían, pusieron en sus mochilas las pocas cosas que habían traído, y partieron felices.

 

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