XVIII. Florencia interrumpió al profesor

XVIII.

 

Florencia interrumpió al profesor que le estaba enseñando las últimas teorías sobre las partículas subatómicas.

— Fernando, hace tiempo leí en una revista científica internacional un artículo muy interesante de un físico que parece bastante importante, un tal Pierre Gaudi. No sé por qué lo relaciono con lo que me estás explicando.

— Ah sí, Gaudi es un físico francés que escribe mucho y que tiene varios cargos en organismos internacionales dedicados a la educación y la ciencia. ¿Qué leíste de él?

— Un artículo. No recuerdo el nombre ni la revista en que estaba, pues me topé con él un día que hice un estudio bibliográfico en Valdivia, pero eso no importa. El autor sostenía una idea extraña pero que me pareció muy fascinante. En realidad, bastante loca, pero ahora, después de todo lo que he estado aprendiendo sobre la física actual, ya no me parece imposible. Me interesaría conocer tu opinión.

— Habla, vamos, que ya lograste despertar mi curiosidad.

— El autor sostenía que los físicos contemporáneos están confundidos con lo que les sucede en sus investigaciones. Decía que les ocurre algo sumamente extraño y sorprendente: cada vez que formulan como hipótesis la existencia de una micropartícula, de una onda o de algún otro componente cualquiera en la materia infinitesimal, la encuentran. Imagínate: postulan una cosa, lanzan una hipótesis cualquiera, y puestos a investigar su existencia, tarde o temprano terminan por encontrarla. ¿No te parece algo increíble?

Lo que a San Julián le pareció increíble fue el hecho de que Florencia le hablara de esto, que tan directa relación tenía con la nueva teoría que estaba formulando a partir de aquella idea que iluminó su conciencia hacía ya varias semanas en presencia de la joven.

— Es impresionante en realidad, porque efectivamente sucede más o menos como dice ese autor. Aunque debo decirte que no fue Gaudi el primero en exponer esa extraña paradoja, que hoy día circula ampliamente en los ambientes científicos. Y hay que advertir además, para que no se entienda mal, que los físicos no postulan hipótesis simplemente porque se les ocurren, sino fundados en modelos matemáticos, reflexiones profundas y análisis muy serios de los datos y experiencias científicas. Pero, si lo queremos poner en lenguaje simple, efectivamente así parece ser: cada vez más las hipótesis que formulan los científicos se verifican experimentalmente.

El profesor guardó unos instantes de silencio, pero justo cuando Florencia iba a decir algo agregó:

— ¿Sabes? Es muy curioso, porque la idea que estoy trabajando y que tú quieres conocer se relaciona precisamente con este extraño asunto.

— ¡No me digas! ¡Esto sí que es fantástico! Ahora estoy doblemente interesada, porque parece un verdadero misterio, y si tu teoría lo resuelve ...

Dejó la frase inconclusa pero agregó inmediatamente.

— Entonces, ahora sí que me lo vas a explicar, finalmente. ¡Ahora sí!

San Julián se quedó pensando en Florencia. Sí, ahora se lo diría. Pensaba en el notable cerebro científico que se escondía al interior de la hermosísima cabeza que tenía ante él. Un cerebro delicioso y penetrante que había sido capaz de adelantarse a sus explicaciones; que había relacionado una lectura científica del año anterior con lo que él le estaba explicando. Ella había dado —¡extraordinaria intuición científica!— un gran salto adelante en el curso de una explicación que él pensaba hubiera debido durar todavía varias sesiones antes de que ella pudiera entender el problema. ¡Pero se le había adelantado!

— Sí. Te lo explicaré inmediatamente, con palabras sencillas, tal como he podido apreciar que tú logras formular los complejos asuntos de la ciencia.

— Soy toda oídos —dijo Florencia, aunque fueron los ojos de esta fijos en los suyos y no sus oídos atentos a los labios de San Julián, los que más intensamente se hacían presente ante el profesor en ese momento. Florencia, sin embargo, escuchaba con los ojos y con los oídos, receptiva con la cabeza y el corazón.

— Entonces escucha. A partir del hecho de que cada vez que un científico postula como hipótesis la existencia de un microcomponente o de una relación nueva en la materia infinitesimal termina por comprobarla, los físicos han llegado a postular la idea extraordinaria de que la materia tiene algo de subjetivo, en el sentido de que no es enteramente independiente de su conocimiento y de la ciencia misma. Que la realidad y la conciencia el algún punto se confunden, puesto que el sujeto de la investigación encuentra en el objeto que estudia lo que él ha formulado como mera idea.

— Sí, recuerdo que eso mismo decía el profesor Gaudi en su artículo.

— Efectivamente, esa es la idea que ha empezado a circular entre los científicos, cada vez más asombrados y confusos. Confusos, porque al pensar así, la materia que estudian se les escapa como realidad objetiva para reaparecer, de algún modo, como forma a priori de la conciencia. ¿Recuerdas a Kant, el que te enseñaron en la secundaria, supongo, en filosofía?

— Sí, vagamente. ¿Era el que negaba que la realidad pudiera ser conocida tal como es, porque el sujeto que conoce distorsiona la percepción con sus propios sentidos e intelecto?

— El mismo. El de las ideas a priori, que sostenía que la realidad en sí misma es como un caos infinito y sin forma que nosotros ordenamos en nuestra conciencia, mediante las categorías que tenemos naturalmente en la razón. Relaciones como las de causa y efecto, contenido y forma, tiempo y espacio y otras más, no estarían en el orden de las cosas tal como ellas son, sino que serían parte de nuestra propia razón cognoscente, conceptos y categorías presentes solamente en nuestro intelecto, que "atribuye" ese ordenamiento a la realidad. Con el resultado, pues, de que no conocemos las cosas en sí sino que las conoce el sujeto nada más que tal como son para él, para sí.

— A ver, a ver si entiendo bien. ¿Significa esto que la realidad física y material depende completamente de nuestras propias ideas y conciencia para ser como es?

— La existencia de la realidad física no se pone en discusión; pero qué y cómo sea eso, dice Kant que no tenemos la menor idea, ni siquiera la posibilidad de llegar a saberlo. Lo que es para nosotros depende de nuestras ideas.

— ¿Y tú crees que es así?

— Eso es lo que siempre me he resistido a creer. Porque, aunque los argumentos de Kant son consistentes, coherentes en todo su desarrollo, las conclusiones a que llega contradicen lo que para mí es una evidencia anterior a cualquier razonamiento: que las cosas existen independientemente de nuestra conciencia, que están ante nosotros con esas formas y relaciones determinadas que les llegamos a conocer. ¿Cómo dudar de que las cosas tienen formas y contenidos definidos, que son independientes de nuestra conciencia? ¿Y cómo dudar de que nosotros podemos llegar a conocerlas tal como son, al menos con algún grado de aproximación? Sí, porque las distorsiones que pueda tener nuestra percepción del mundo las podemos corregir metódicamente y, además, porque podemos comprobar nuestras conclusiones a través de experimentos objetivos. Esta ha sido la convicción fundamental de las ciencias, que pretenden ser objetivas, no subjetivas.

— ¿Y entonces?

— Pues, que toda esta confianza de la ciencia en su objetividad, e incluso en la objetividad de la realidad que investiga, pareciera desvanecerse completamente ante el hecho a que hacía referencia Gaudi: los científicos encontrarían en la materia lo que primero han pensado o hipotizado en su conciencia. ¿Te das cuenta de que si fuera así, todo ocurriría en realidad dentro de nuestra conciencia, o en la interacción de nuestra conciencia subjetiva con otra conciencia subjetiva, porque no otra cosa tendría que ser la materia?

— ¿Y entonces?

— Pues, yo me resisto a caer en ese subjetivismo. La ciencia, el último bastión de la objetividad, caería por su propio peso en el más completo relativismo. La física se asemejaría más a la poesía que a una verdadera ciencia que conoce lo que es y no lo que se nos pasa por la cabeza. Yo me aferro, entonces, a lo que me dice la experiencia y la intuición inmediata de las cosas, que existen y son como son, conozcámoslas o no, existamos los científicos o no existamos.

— ¿Y entonces?

— Y entonces, este misterio, esta contradicción increíble, se me aclaró, o me pareció que podía aclararse aquél día de mi iluminación...

— ¡Tu orgasmo intelectual!

— Si insistes en llamarlo así...

— Bueno, tu iluminación científica. Pero ¿cuál es finalmente la solución del enigma? ¿Cómo es que los científicos encuentran en la realidad lo que formulan como hipótesis en su propia cabeza?

— Te lo digo de una vez: lo que llegue a hipotetizar que sucede, es que los científicos han empezado a crear realidades nuevas, partículas, relaciones, ondas, fenómenos físicos que no existían. La ciencia, provista de ciclotrones, aceleradores de partículas y de los más poderosos instrumentos que le permiten desencadenar reacciones subatómicas y neutrónicas, está hoy en condiciones de actuar en la materia como un pequeño dios. Un dios que no crea de la nada pero que puede subdividir los elementos más pequeños, dándoles formas nuevas y estableciendo entre esas realidades infinitamente pequeñas, relaciones e interconexiones que él mismo primero ha formulado como hipótesis posibles, y que recién entonces empiezan a existir realmente.

Florencia escuchaba con la boca abierta, verdaderamente fascinada por lo que le explicaba San Julián, y sobre todo por el entusiasmo y convicción que el profesor trasmitía con sus palabras. Se atrevió a comentar:

— Si esto es así, la ciencia estaría abriéndonos a mundos insospechados, que ella misma estaría creando. El hombre podría llegar a hacer... cualquier cosa. Es fascinante. Me acuerdo de lo que te dije cuando entraste en tu estado de éxtasis. ¡Que la ciencia se había puesto aburrida! ¡Qué tonta fui!

— Al contrario. Fue esa observación tuya la que hizo tensar mi intelecto, que no podía tampoco estar satisfecho con las explicaciones que yo mismo te daba en ese momento. Pero sí, tienes razón. La ciencia está dejando de ser descubrimiento y conocimiento de la realidad tal como es, y pasando a ser creación de realidades nuevas, de realidades que construye de un cierto modo y que luego… conoce. No es que el físico descubra nuevos componentes y relaciones en la materia, sino que él mismo los establece con sus experimentos increíblemente sofisticados.

— ¿Cómo así?

— A ver. Todo empezó en el siglo dieciocho, cuando Leibniz, el matemático que inventó el cálculo diferencial, empezó a elucubrar sobre la composición de la materia. Partiendo de que la materia está compuesta de partes, que se pueden siempre dividir, pensó que aún las partículas más pequeñas tendrían que ser divisibles; pero como tendría que haber un componente último de la materia, la división no podría llevarse hasta el infinito, de donde concluyó que al final, en lo más íntimo de la materia, tendría que haber alguna sustancia simple, no compuesta de partes, no divisible. Donde no hay partes – decía -, no hay extensión, ni forma, ni divisibilidad posible. Pero si ese elemento, ladrillo elemental del que todo cuerpo está formado, tiene extensión igual a cero, por más que se agreguen conglomerados de esos ladrillos inextensos e indivisibles, no resultará nunca un cuerpo extenso.

Fernando levantó las cejas preguntando a Florencia con ese simple gesto si estaba entendiendo. Ella respondió demostrando que entendía muy bien lo que decía el profesor:

— Esa paradoja fue resuelta por las teorías quántica y de la relatividad.

— Bien. ¡Excelente! Por esas teorías sabemos que a nivel quántico y en términos relativistas la energía se convierte en masa y la masa en energía. Pero pienso yo que no todo está resuelto, porque todas las partículas, ondas, energías y lo que sea que descubrimos en la materia, tiene alguna extensión y algún movimiento. De allí que los físicos en los más sofisticados laboratorios del mundo siguen buscando partículas y componentes, dividiendo los ya descubiertas. Y por más que se avance en esa subdivisión de la materia siempre encontraremos alguna realidad que tenga alguna extensión, y por tanto, algo que de algún modo pudiera dividirse.

— Al infinito. Entonces, no habría un componente último...

— O sí, lo habría en la naturaleza dada y existente. Pero puede formularse una teoría diferente. Piensa en esto. Un físico formula como hipótesis la existencia probable de un nuevo componente, digamos, una partícula más elemental que todas las conocidas, y supone que podría descubrirla si fracciona una partícula conocida, actuando sobre ella de cierta manera en un experimento en el que debe aplicar una inmensa energía. El experimento da como resultado algo parecido a lo que había postulado; no siempre igual. A veces el resultado de su experimento es completamente distinto a lo esperado. Pero en todo caso, algo sucede, y el físico está entonces ante algo nuevo que ha aparecido ante él. Él cree haber hecho un descubrimiento, cree estar ante algo que su experimento se ha limitado a encontrar, a separar, y le da un nombre. Pero pudiera ser – y es mi idea, mi hipótesis - que ese nuevo elemento no pre-existiera como un componente real de toda materia, sino que él lo ha creado por única vez en ese experimento. Porque ¿qué es lo que sabemos realmente sobre ese elemento así descubierto? Lo único que sabemos realmente sobre ese componente, es que cada vez que una pequeñísima partícula de materia es hecha chocar con otra en tales o cuales condiciones, puede surgir una realidad igual o similar a la que se ha creado en el experimento. El científico cree haberse limitado a descubrirla y le da un nombre. ¿Existe objetivamente esa partícula? Sí, pero sólo en la medida que se la cree repitiendo esos mismos experimentos. Antes del experimento, esa partícula no existía realmente. ¡No existía! Esto significa que la ciencia participa ¡en la creación de la realidad!

— Lo que no entiendo es que a partir de esto se haya podido llegar a creer que la materia es subjetiva.

— Es que la cosa se fue haciendo cada vez más difícil de comprender para los científicos. Sus primeros "experimentos creadores" daban como resultado realidades que no se esperaban, porque esos experimentos eran exploratorios y no se controlaban todos sus complejos aspectos. Entonces, tratando de comprender esos resultados inciertos e insospechados, los físicos formularon la teoría de la incerteza. Creyeron que la materia infinitesimal es incierta en sus resultados. No existía la capacidad de predecir lo que iba a suceder. La única lógica que aparecía tras esos resultados era una lógica de probabilidades. Se sostuvo, así, que la estructura de la materia es... probabilística.

— ¿Y no lo es? ¿No es acaso eso, precisamente, lo que me has estado explicando todo este tiempo en las clases?

— Sí. Pero según mi nueva hipótesis, eso sería solamente una etapa en el desarrollo de la física, que se puede superar y que se estaría superando con la experimentación. Porque a medida que los experimentos han estado bajo un mayor control del investigador y de que sus hipótesis se han ido perfeccionando, habría empezado a suceder aquello de que partimos: que los resultados corresponden cada vez con mayor seguridad a lo que se hipotetiza. Y esto ha sido lo que a los científicos les ha parecido más sorprendente, porque no se lo pueden explicar... mientras persistan en su creencia de que esas nuevas realidades que aparecen están allí previamente y serían iguales en toda la materia.

— Creo que entiendo. ¡Fue por eso que creyeron que la realidad era conforme a lo que postulaban como hipótesis!

— Exactamente. No tenían otra explicación posible. Sólo cabía pensar que la anticipación conceptual de la existencia de una partícula daba lugar a la existencia de esa partícula porque la realidad y la conciencia fuesen igualmente subjetivas. Pero si lo que digo yo es cierto, si no es la hipótesis la que da lugar a la realidad sino el experimento el que crea esa realidad particular cada vez que lo hace, las cosas salen de la confusión y todo encuentra explicación. No es la formulación de la hipótesis en la conciencia del científico lo que da lugar a su existencia. Si así fuera, serían posibles tantos tipos de estructuras infinitesimales de la materia como capacidades de formulación de hipótesis tengan los científicos. Con mi hipótesis la materia vuelve a presentársenos como objetiva, en el sentido de que es anterior a nuestra conciencia; y no es que la hagamos conforme a la conciencia subjetiva, sino que la vamos modificando objetivamente en base a la acción que efectuamos en y con la realidad misma en nuestros experimentos. El sujeto interviene en la creación de realidades nuevas, pero no por pensar en ellas sino por el hecho de crearlas físicamente, experimentalmente. ¿Lo entiendes?

— Creo que sí. Pero ¿no sería más hermoso si fuera como dice Gaudi, que creamos con nuestro pensamiento?

— No sé si más hermoso. Pero creo que no es lo que hacemos los científicos.

Fernando no dijo nada más y Florencia se quedó pensando. Una pregunta asomó en su mente. Debía saber lo que pensaba San Julián al respecto. Se lo preguntó directamente

— ¿Tú crees que existe Dios?

El profesor suspiró. Era una pregunta que podía tener una respuesta fácil y otra difícil. Pero no alcanzó a decidirse por una de ellas porque en ese momento Cecilia, dando tres pequeños golpes en la puerta y sin esperar respuesta se asomó para recordarle al profesor que la reunión con el decano estaba por comenzar.

— Queda pendiente tu pregunta, para otra vez.

A la secretaria no le gustaban mucho esas largas reuniones en que el profesor se encerraba en su oficina con esa joven entrometida llegada recién ese año del sur.

San Julian se levantó de la silla y caminó hacia la puerta. Florencia no se movió del asiento, por lo que Cecilia le hizo un gesto con el brazo para que saliera también ella de la oficina, pero antes de que el profesor se retirara la estudiante exclamó:

— ¡Profesor! ¿Puedo esperarlo, aprovechando el tiempo estudiando?

— Está bien. No hay problemas.

Cecilia, molesta por el atrevimiento de la joven y por la condescendencia del profesor dijo:

— Entonces dejaré la puerta abierta.

Fernando, sin saber qué decir, levantó los hombros y se retiró.

 

Luis Razeto

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