VI. Florencia llegó ese día varios minutos antes de que empezara la clase.

VI.

 

Florencia llegó temprano ese día, varios minutos antes de que empezara la clase. Se había preparado especialmente para la ocasión. Voy a impresionarlo. Lucía seductora e irradiaba sensualidad con aquél ceñido vestido carmín de una pieza que destacaba todas sus formas. Al entrar a la sala se sorprendió de que ya hubiera seis o siete estudiantes sentados en los primeros bancos, leyendo. Pasó delante haciendo un saludo genérico y se sentó también en primera fila, justo frente a la mesa del profesor. Ellos se limitaron a responder brevemente y continuaron sumergidos en su estudio.

Las mujeres extremadamente hermosas y atractivas suelen provocar en muchos hombres y mujeres cierta inhibición y distancia que les hace difícil entablar relaciones cordiales. Es un problema que Florencia tenía desde hacía años. De hecho no tenía amigos que pudiera considerar verdaderamente íntimos. Pensó en todo esto mientras esperaba el comienzo de la clase, y esas ideas más bien tristes le hicieron desear intensamente establecer alguna relación de intimidad con el profesor.

De pronto con un brillo malicioso en los ojos se levantó del asiento y fue a instalarse al fondo de la sala. Desde ahí observó como poco a poco entraban los demás compañeros de clase, distribuyéndose de un modo que siempre le había parecido curioso: algunos se dirigían resueltamente a las primeras filas mientras un mayor número lo hacía a las de atrás, de manera que sólo al final se llenaron los puestos del medio. Son dos tipos de estudiantes, pensó. Los primeros, o quieren ser vistos por los profesores, o bien no perderse ninguna palabra y evitar toda distracción. Los de atrás no buscan pasar desapercibidos sino, tal vez, mostrar con su actitud un cierto fingido o real desapego respecto al estudio, siguiendo una costumbre que seguramente traían desde el colegio. En la secundaria ella había pasado en momentos distintos por ambas posiciones.

Pero esta vez sus motivos eran completamente distintos. Se había sentado en primera fila con la expresa intención de impactar y, si fuera posible, turbar al profesor. Se había preparado cuidadosamente para ello. El motivo del cambio de puesto que el brillo de sus ojos delató en un momento, fue la idea de una táctica distinta que cruzó por su mente y que sin pensarlo dos veces puso en práctica. Cuando entrara el profesor no se haría ver. Sintió curiosidad por observar la cara que pondría el profesor cuando no la viera. ¿Se daría cuenta de que no estaba? ¿La buscaría con la mirada o sería indiferente al hecho de no verla allí en primera fila como la otra vez? Tendría luego ocasión de hacerse notar y de acercársele. Pensó también que sentándose atrás le demostraría indiferencia, que sabía era a veces el mejor modo de despertar el interés del otro.

El profesor San Julián entró a la sala con la misma actitud que la vez anterior. Al menos eso aparentaba, porque en su interior estaba cruzado por la inquietud que sentía al saber que la volvería a ver después de toda una semana en que había esperado inútilmente encontrarla. ¿No vino? Una tenue sombra en sus ojos delató su decepción, que no pasó desapercibida para Florencia que con maliciosa atención lo observaba escondida detrás del compañero que tenía delante, levantando apenas los ojos por sobre su brazo.

El profesor había preparado cuidadosamente la lección: quería hacerla especialmente brillante. Recorrió la sala con la vista, fila por fila. Decididamente ella no estaba. Desilusionado se decidió finalmente a empezar. Fue entonces que ella se dejó ver, irguiendo la cabeza y el busto con aire indiferente, como si hubiera estado distraída.

La lección de ese día sería recordada por algunos de sus mejores alumnos como una clase extraordinaria. En toda la hora no fueron más de tres los alumnos que levantaron la mano para hacerle una pregunta o pedir alguna aclaración. Entre ellos se contaba Florencia, que fue la primera y la más desenvuelta en hacerlo, con una pregunta que el profesor estimó inteligente.

Para él había dos tipos de preguntas: las banales que no venían al caso y que se limitaba a responder escuetamente con una especie de gruñido, y las inteligentes, a las que dedicaba largas y profundas explicaciones que iban normalmente mucho más allá de lo que el alumno deseaba saber.

Hasta antes que ella levantara su mano para preguntar San Julián la había mirado solamente de pasada, de reojo, evitando distraerse. Había notado que esta vez la joven tomaba extensos apuntes como una alumna aplicada. ¿Por qué entonces se habría sentado tan atrás? Pero al responder la pregunta que ella tan bien había formulado, y desde ese momento hasta el final de la clase, no tuvo más ojos que para ella. Hizo la clase enteramente dedicada a Florencia, concentrado en sus deliciosos ojos azules, que ella llevaba alternadamente de los del maestro al cuaderno donde escribía, de manera que sus miradas se cruzaban apenas unos segundos antes que ella la volviera sobre su cuaderno para hacer cuidadosas anotaciones. Verdaderamente, pensaba para sí San Julián, Florencia es también una muy buena alumna.

Ese "también" pensado por el profesor expresaba que la admiración de San Julián por la joven estaba experimentando un notable ensanchamiento: a sus cualidades femeninas que ya había apreciado ampliamente había añadido una opinión tal vez demasiado generosa sobre sus dotes intelectuales. Opinión que será muy importante para el desarrollo de los acontecimientos que pronto habrían de desencadenarse.

La clase terminó como siempre:

— Hasta el próximo martes —sentenció el profesor mientras internamente pensaba que esa despedida dirigida genéricamente a todos los estudiantes tenía esta vez una excepción.

Esperaba en efecto San Julián que Florencia, como había hecho el martes pasado, se quedara en la sala mientras los demás abandonaban el lugar. No le había pasado siquiera por la mente que así no fuera, recordando el acercamiento de la joven en aquella clase y la conversación que habían sostenido después. Contaba también con la íntima confianza que provenía del haber dictado esa excelente lección enteramente para ella. Fue grande por tanto su decepción cuando la vio levantarse junto a los otros y salir de la sala sin siquiera dirigirle una última mirada. No fue suficiente para animar su rostro ensombrecido, el verla cruzar el umbral de la sala con cierta exagerada ondulación de su cuerpo perfecto que se alejaba lentamente. Sus ojos adquirieron más bien una extraña tonalidad opaca.

Un acendrado pudor académico le impedió seguir el impulso que lo empujaba a mezclarse con los alumnos en su rápido abandono del aula, en cuya puerta de salida se producía cierta aglomeración. Recogió sus cosas y apenas terminaron de retirarse los alumnos más rezagados salió tras ellos con rápido paso. Sucedió entonces algo completamente inesperado. En el momento mismo en que cruzó el umbral de la puerta se estrelló estrepitosamente con alguien que volvía a la sala corriendo. El profesor perdió el equilibrio y dando un paso atrás cayó al suelo, dentro de la sala, sentado muy poco académicamente, desparramados sus libros y dándose cuenta que la causante del choque había sido Florencia.

Ella, apenas por un instante confundida, se encuclilla a su lado y lo sostiene cariñosamente del cuello acercando su cara a la suya como si fuera a besarlo.

— ¡Perdóname Fernando! Perdóneme, profesor San Julián —se corrige al instante. —¿Le pasó algo?

— Nada, nada. No se preocupe —responde él mientras un estremecimiento lo recorre entero al sentir ese delicioso cuerpo ceñido por el insinuante vestido rojo tan cerca de su cara, y esas piernas doradas desnudas que rozaban las suyas.

— ¿Pero qué te hace volver de este modo a la sala? —le pregunta mientras hace ademán de empezar a levantarse.

Ella le ofrece en ayuda sus manos que él rechaza orgulloso.

— Déjeme ayudarlo ¡como yo dejé que usted lo hiciera conmigo cuando me caí al agua en el arroyo!

El argumento terminó por convencerlo. Ella siguió con sus dos manos tomadas a las suyas después de ayudarlo a ponerse de pie, mientras respondía a su pregunta, mirándolo siempre a los ojos.

— Se me ha quedado el bolso bajo el asiento. Soy tan descuidada, a menudo lo olvido —mintió ella que lo había dejado escondido con muy clara intención. —¿Cómo haré para que me perdone? ¿Podría invitarlo al casino a servirse un café? ¡Me encantaría! Tengo un par de preguntas que quisiera hacerle sobre la materia de hoy.

No se sorprendió ella cuando él accedió. El sorprendido de hacerlo fue en cambio el mismo profesor San Julián, que desde hacía años no acostumbraba tomarse tal confianza con ninguna alumna.

— Pero el que invita soy yo. Lo ocurrido está ya completamente olvidado.

Esta vez el que mentía era San Julián, que en verdad recordaría ese momento con secreto placer por el resto de su vida.

— He estado leyendo su libro con gran interés. Es fascinante.

— ¿Fascinante? No parece un calificativo muy apropiado en boca de una joven como usted para referirse a un libro abstracto lleno de complejas fórmulas matemáticas.

— ¡Ah no!, respondió ella. A mí el libro me está fascinando, aunque he leído hasta ahora nada más que la introducción y los dos primeros capítulos. Créame que lo estoy gozando de verdad.

Esto era más de lo que San Julián podría haber esperado. Para él la escritura de esa obra fue motivo de los más intensos gozos intelectuales que haya jamás tenido en su larga vida de investigador. ¿Será que Florencia es de aquellos raros espíritus privilegiados dotados de la capacidad de sentir el placer del conocimiento?

Florencia era una joven inteligente y cuando se lo proponía llegaba a ser una estudiante aprovechada. Es verdad que tenía un genuino interés en el conocimiento y en particular por la física; pero cuando decía "gozar" y "estar fascinada" con los productos superiores y abstractos de la ciencia, esas palabras no tenían el mismo sentido que San Julián les atribuía. Florencia los utilizaba corrientemente, muchas veces cada día, para referirse a tantas pequeñas cosas que le producían placer o simplemente le gustaban. Podía decir, por ejemplo: "Ví en la boutique una blusa fascinante. Gozaría pudiendo usarla este sábado".

La conversación en el café duró más de una hora. No le importó a Florencia perder una sesión de seminario, ni a San Julián dejar de atender a un tesista al que había dado cita en su oficina. Hablaron algo más sobre la materia del curso; pero ella se las ingenió muy pronto para orientar la conversación en muy distinta dirección. En efecto, hablaron largamente sobre caballos.


 

Los caballos eran una pasión que ambos compartían. Ella los había montado desde niña en el campo y no se perdía ninguna de las carreras huasas que se acostumbra hacer en el sur. Para San Julián en cambio la pasión se expresaba en las carreras, única frívola distracción que se permitía en su ordenadísima vida. Pero no era lo que se dice un jugador. Es cierto que a veces apostaba pequeñas sumas, lo que hacía más por justificar las asiduas tardes que pasaba en el Club Hípico que por verdadero interés en la apuesta. Lo que le gustaba eran los caballos mismos, sus formas y movimientos, su esbeltez y belleza. Como ambos sabían mucho de caballos, potros y yeguas, gozaron de verdad compartiendo opiniones y juicios. Si alguno de los profesores que conocían desde hace años al profesor hubiera escuchado la conversación, sin duda se hubiera llevado una sorpresa mayúscula.

Al final ella insinuó que le encantaría conocer el Club Hípico y él, entusiasmado, casi casi promete invitarla en alguna futura ocasión.

Florencia no podía estar más feliz. Sus expectativas se habían cumplido con creces. El acercamiento al profesor le había resultado muy distinto pero bastante más fácil de lo que había imaginado lograr ese día. ¡Creo que lo tengo, lo tengo!, musitaba un rato después mientras atravesaba los prados de la facultad dando pequeños saltitos, como bailando al ritmo de una música original que entonaba interiormente.

La verdad, sin embargo, era algo distinta. Que se estaba haciendo demasiadas ilusiones fue quedándole claro en los días siguientes. No podía ella sospechar por entonces las "contradicciones vitales" de Fernando San Julián.

 

​​​​​​Luis Razeto

SI QUIERES LA NOVELA COMPLETA IMPRESA EN PAPEL O EN DIGITAL LA ENCUENTRAS AQUÍ:

https://www.amazon.com/gp/product/B0753JSC6Q/ref=dbs_a_def_rwt_hsch_vapi_tkin_p1_i9