XXXVI. ​​​​​​​San Julián se fue recobrando de a poco.

XXXVI.


San Julián se fue recobrando de a poco. El trabajo y la poesía lo fueron curando, no de la trizadura del alma pero al menos de las otras heridas que había recibido. Dedicaba las horas del día a trabajar con las manos. Aplicaba sus energías a cavar alrededor de los árboles y a regarlos con el agua que da vida y a limpiar de piedras y de malezas el terreno. Se concentraba tanto en la tarea que su cuerpo se cubría de sudor y de ese modo lograba por algunos minutos olvidarse de Florencia. La tierra generosa le iba transfiriendo sus fuerzas y volvió algo de color a su rostro. El fiel Quarz lo acompañaba todo el día. Y también se instalaba a su lado cuando al llegar la oscuridad de la tarde iba a sentarse ante el balcón de la estrella fugaz, donde releía los libros que lo habían acompañado en distintas etapas de su vida.

Era medianoche cuando tomó un antiguo libro de poesías que le hizo recordar su adolescencia. Su madre al regalárselo había puesto un marcador para señalarle una página y allí se había quedado por más de treinta años. Eran versos de Rudyard Kipling. Los leyó en voz alta:

Si puedes no perder la cabeza cuando a tu lado

los demás están perdiendo la suya y te acusan;

si puedes mantener la confianza en ti mismo cuando todos desconfían de ti, pero ser indulgente con sus dudas;

si puedes esperar sin cansarte

y siendo calumniado no caer en mentiras,

o siendo odiado no dar curso al odio,

sin creerte por ello bueno o sabio.

Si puedes soñar sin dejarte llevar por tus sueños,

si puedes pensar sin aferrarte a tus ideas,

si puedes encontrarte con Triunfo y Derrota

y tomar distancia de ellos como de dos impostores;

si puedes soportar la verdad que tú has dicho

en boca de malvados convertida en engañosa trampa,

o mirar destruidas las cosas a que entregaste tu vida

e inclinarte a construirlas otra vez con las viejas herramientas.

Si puedes poner todas tus ganancias en una canasta

y arriesgarlas todas en una sola partida

y perder y comenzar otra vez desde el principio

sin suspirar ni decir una palabra sobre lo perdido;

si puedes forzar el corazón, el nervio y el músculo

para cumplir tu tarea mucho tiempo después que los demás la dejaron

y mantenerte en pie cuando no quede en ti

sino la voz que te dice: ¡Resiste!

Si puedes participar con las multitudes sin perder tu virtud

o caminar entre reyes sin perder tu sencillez;

si ni los enemigos malos ni los amigos amorosos pueden herirte;

si todos pueden contar contigo, pero ninguno más allá de lo justo;

si tú puedes llenar el minuto decisivo

con sesenta segundos concentrados, intensos;

entonces poseerás la tierra y lo que hay en ella

y aún más, hijo mío: serás ¡un Hombre!


 

Cerró el libro, levantó la vista: allí estaban las estrellas fieles. De tanto mirar la ausencia de aquella que se había ido, había descuidado la presencia innumerable de las que seguían siendo leales. Las fue reconociendo de a una, todas tenían nombre. Pero no dejaba de dolerle en el alma aquella ausente, la sin nombre, la fugaz. Pero él, que seguía siendo un científico tenía derecho a ponerle el que quisiera. Tú te llamas, te llamarás, te llamaste Florencia.

 

A muchos kilómetros de distancia, a esa misma hora, Marcel se encaminó al departamento de la otra, la verdadera Florencia. Con las manos en los bolsillos, mirando el suelo iba chuteando las hojas y papeles que encontraba en la acera. Era la medianoche del viernes. Estaba seguro de que la encontraría, que estaría allí, esperándolo ansiosa de placer.

Por la rendija de la puerta no se veía luz. Se habrá ido ya a dormir. Mejor así. Golpeó con fuerzas. Nada. Volvió a golpear, varias veces, cada vez más fuerte con la mano empuñada. Se convenció de que no estaba. Puta. Volvió a golpear para descargar su rabia. Decidió esperarla: lo que había decidido hacer no podía esperar hasta otro día. Había decidido que esa noche completaría su obra y lo haría. Se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la puerta. Las cenizas y colillas de cigarrillos se fueron acumulando a su lado. Y no sólo eso.

Eran las tres de la noche cuando sintió pasos en la escala. Era Florencia que volvía de una fiesta que habían organizado sus compañeros de la universidad. Ella había querido ir, deseosa de pasar una velada alegre que la hiciera olvidarse de San Julián y de Marcel. Estaba contenta: había sido una fiesta agradable, sana como las que recordaba de Valdivia.

Se sobresaltó al ver un bulto apoyado al muro cerca de su puerta. Reconoció a Marcel. Tenía en la mano una botella de pisco a medio consumir. Instintivamente quiso huir pero ya era tarde: Marcel la llamaba con el dedo índice hacia arriba mientras la miraba torvamente y le decía en un tono de voz que no le conocía:

— ¿Son horas de llegar? ¿Qué andabas haciendo por ahí, me lo puedes decir?

Florencia no respondió. vio en el suelo una jeringa. Está drogado. ¿Qué hago? Pensó que podía entrar y cerrar la puerta dejándolo fuera. Pero Marcel alcanzó a pescarla de un pie cuando estaba entrando.

— ¡Te pregunté qué andabas haciendo!

— Estuve en una fiesta con mis compañeros de la universidad.

— Estuve en una fiesta con mis compañeros de la universidad —repitió Marcel remedando el tono de su voz vacilante. Luego agregó recobrando el suyo dominante: — ¿No se te ocurrió pensar que esta noche yo quería estar contigo? ¿Acaso no tenías ganas de mí?

— No es eso —se atrevió ella a replicar. —No sabía que vendrías, Marcel. Te esperé el otro día ...

— Pues ya no tendrás más que esperar —dijo él con una voz que la hizo estremecer. Y agregó cambiando nuevamente el tono de la voz, queriendo ponerlo dulce pero saliendo de su boca un sonsonete falso:

—Pero esta noche gozaremos más que nunca, muñeca, ya verás. Ven, se me ha ocurrido una cosa fantástica.

Marcel se puso de pie y la empujó hacia dentro. La arrastró hasta el dormitorio y la desnudó con fuerza, a tirones, sin tocarle la piel.

— Ahora te toca a ti —le dijo plantándose delante suyo con los pies ligeramente abiertos y los brazos caídos a su lado.

Florencia, asustada, acercó sus manos para empezar con la camisa, pero Marcel la detuvo.

— No. No así. Esta vez deberá ser algo especial, novedoso, creativo. No olvides que soy un poeta. Sólo debes hacer lo que te diga y alcanzarás esta noche la cima misma del placer.

— ¿Y qué quieres que haga?

— Hazlo con la boca.

Florencia pareció no entender. Fernando dijo:

— Sí, con la boca, con los dientes, con la lengua, como quieras, pero sin usar las manos. Será entretenido, ya verás.

Florencia comprendió que él estaba fuertemente drogado. Se asustó, pensó en escapar. Marcel la agarró de un oreja y la obligó a acercarse.

— ¡¿Qué esperas?¡ ¡Empieza ya!

Florencia intentó desabrochar un botón de la camisa de Marcel con la mano.

— ¡Dije con la boca! Ahora espera.

La dio vuelta y juntándole las manos por la espalda las amarró con fuerza empleando una lienza de la cortina de la ventana, que dejó abierta.

— ¿Te volviste loco?

El hombre la tomó del cuello. A Florencia le costaba respirar.

— ¡Suéltame ya! Lo intentaré; pero deberás ayudarme.

Marcel la tomó de la nuca y acercó la cara e Florencia hasta su pecho. Florencia, aterrada, empezó a tirar de los broches de la camisa uno a uno hasta dejar su pecho descubierto.

— ¿Ves que es fácil y exquisito?

Él tendió los brazos hacia adelante y ella empezó a soltarle los puños de la camisa. Después tomó en sus dientes la manga y empezó a sacarla del brazo.

— ¡Ahora los zapatos! Los calcetines también — le ordenó Marcel mientras se sentaba en la cama.

Florencia se arrodilló obediente y contorsionando el cuerpo empezó a tirar los cordones del zapato. Marcel la observaba pensando que ese cuerpo era magnífico en cualquier posición y que el ángulo desde el cual la miraba ahora era completamente inédito y que él lo estaba inventando en ella, original como su poesía.

Cuando Florencia hubo terminado Marcel la tomó entre sus manos y levantándola la depositó bruscamente sobre la cama, y entonces la fue penetrando, implacable, por delante, por atrás, mientras ella gemía y gritaba de dolor. Dolor del cuerpo y sobre todo mucho dolor del alma.

Cuando acabó con todo aquello Marcel se levantó.

— No te muevas, quédate ahí. ¡Mírame! ¡Mírame dije!

Marcel se bajó de la cama y empezó a pasearse por la pieza, desnudo, gesticulando. Florencia tendida de espaldas con los pies hacia la cabecera y las manos amarradas a su espalda, estiraba el cuello hacia atrás y levantaba la barbilla para mirarlo al revés mientras él daba grandes pasos de un lado a otro a los pies de la cama.

— ¿Tú querías conocer mi teoría poética, verdad?

— Sí —balbuceó Florencia en un hilo de voz.

— Pues ya la conoces. ¿No te has dado cuenta? Mi poesía eres tú.

Y continuó hablando fuerte y seguro, a ratos casi gritando, sin dejar de pasearse por la pieza. La droga lo mantenía todavía acelerado.

— Vicente Huidobro —empezó decir Marcel mirando al techo —desarrolló una teoría poética que suena muy bonita pero que es una mierda. Una mierda que, sin embargo, es mejor que todas las ideas que sobre la poesía se habían pensado antes de él y que hablaban de belleza y de estética y de la relación entre la naturaleza, el amor y la poesía. La llamó el creacionismo.

— Sí, la conozco – se atrevió a decir Flrencia.

— ¡Cállate! No abras la boca y no te muevas si no quieres que...

Dejó en suspenso la amenaza. Florencia se quedó muda y apenas se atrevió a pestañar.

— Huidobro dijo que la poesía no tiene nada que ver con la realidad ni con el amor. Rompió con la poesía que dominaba en el mundo desde que el estúpido de Becker engrupió a las adolescentes haciéndolas soñar idioteces románticas. Huidobro dijo que la poesía debe crear una realidad completamente nueva, distinta a todo lo que existe en la naturaleza. "El poeta es un pequeño Dios". ¿Recuerdas?

Florencia asintió con la cabeza. En ese momento cruzó vagamente por su cerebro la teoría de San Julián sobre la física y la alusión que había hecho sobre la relación que hay entre la ciencia y la poesía.

— Pero Huidobro no era fiel a su manifiesto poético —continuó Marcel en un tono de voz cada vez más fuerte, como alucinado —y no pudo sustraerse a la subyugación del romanticismo. Era un poeta burgués que vivía en la mierda del mundo capitalista. Pero yo descubrí que si era necesario poner el mundo burgués de cabeza, había también que cambiar de dirección la poesía e inventé la poesía de anulación. Una poesía que ha de ser tan potente que destruya toda la falsa cultura y los supuestos valores e ideas burguesas y el sentimentalismo barato del amor y toda esa porquería. Y empecé a escribir poesía de anulación y logré anular al dictador; pero eso no es suficiente y por fin comprendí que la poesía misma es una mierda o mejor dicho que hay que hacer poesía de anulación pero no en el papel sino en la vida misma y no con palabras sino en la acción, en la praxis, en la praxis poética de anulación. Y tú eres mi primera perfecta obra poética ¿lo entiendes? que acabo de completar porque he anulado en ti toda esa mierda de los valores y los sentimientos burgueses que te han metido en la cabeza desde chica. Porque la poesía en vez de cantar al amor debe destruirlo porque el amor esclaviza ¿lo comprendes? Esclaviza al que ama y al que es amado porque no los deja ser libres y se crean deberes el uno para el otro ¿lo entiendes? Por lo que hay que destruirlo junto con cualquier idea y sentimiento estúpido y romántico en que nos hemos venido envolviendo los humanos desde el comienzo de la historia; destruir todo eso para dejar solamente lo natural, puro e incontaminado, la materia y el cuerpo sin ninguna idea moral que los restrinja, para que puedan gozar libremente como acabas de hacer tú esta noche que has experimentado la fuerza del sexo en su pura animalidad. Dejar a la vida natural que se exprese; pero eso requiere una obra poética de anulación ¿lo entiendes? una poesía no hecha con palabras porque las palabras ya son cultura y entonces no anulan sino que empiezan de nuevo a meternos ideas y sentimientos en la cabeza y por eso ¿lo entiendes? la poesía de anulación ha de ser construida sin palabras, en la praxis, sólo con gestos, pero no gestos poéticos que son culturales sino gestos y acciones puramente naturales, animales, incontaminados, perfectos ¿lo entiendes? ¿lo entiendes? No, no lo entiendes porque eres ahora peor que una puta, porque estás anulada y he terminado contigo mi poesía perfecta, y ya no puedes ni debes pensar ni sentir nunca más porque el día que vuelvas a pensar y a sentir empezarías otra vez a ser una miserable burguesa pero ya no tienes vuelta porque eres poesía pura, un cuerpo fantástico y puro, un puro cuerpo fantástico. Pero que ya no me interesa, así que me voy y no volverás a verme nunca más porque ya he concluido mi poesía y el poeta cuando termina una obra la lanza a rodar por el mundo y ya no es suya y yo te he dejado lista para que cualquiera pueda gozar de ahora en adelante de mi poesía perfecta.

Florencia lo escuchaba aterrorizada mientras lo miraba ir de un lado a otro de la pieza. Había finalmente comprendido el fondo de Marcel, su locura, su maldad. Le parecía poder tocar con la mano el mal en su expresión más patética.

El efecto de la droga se fue desvaneciendo. De la exaltación pasó Marcel a la depresión. Recogió la botella de pisco que había quedado tirada. La levantó para beber pero sólo sorbió unas gotas porque el licor se había derramado. Entonces hizo algo enteramente inesperado. Rompió la botella de un golpe contra el muro y saltó a la cama. Florencia dio un grito creyendo que la iba a matar. Pero él, tomando impulso y dando un salto se lanzó por la ventana. Pasaron cinco, diez, quizá quince segundos. Florencia oyó un golpe seco que venía de fuera. Apretó los ojos con fuerza.

Unos veinte minutos después golpeaban la puerta. Ella seguía tendida de bruces en la cama con las manos amarradas a la espalda. Sintió que abrían. vio al conserje del edificio que dejaba entrar a dos carabineros. La desamarraron y le pasaron una sábana para que se cubriera. Florencia les contó, sollozando, lo que había pasado.


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