12. UN COMPROMISO

12. Un compromiso.

 

Antonella y Arturo Suazo fueron recibidos por el abogado Larrañiche tres días después de que Juan Solojuán le encargara su defensa.

—Deben explicarme ustedes, con todo detalle y absoluta verdad, cuál es el motivo por el que creen que la CIICI los vigila y los mantuvo detenidos.

Los muchachos se miraron en silencio, inhibidos por la presencia imponente y el vozarrón autoritario del anciano abogado que los observaba con mirada escrutadora. Tomás Ignacio comprendió que tenían miedo. Suavizando su voz y mirando a la joven con afecto agregó:

—Antonella, tu abuelo Roberto Gutiérrez fue mi amigo. Nos conocimos en extrañas circunstancias, en posiciones opuestas; pero después nos entendimos y juntos con Juan Solojuán y otros amigos y amigas, fundamos la primera cooperativa CONFIAR. También conocí a tus padres, Mayela y Segundo, y si la memoria no me engaña, te tuve alguna vez en mis brazos cuando eras bebé.

A Antonella se le iluminaron los ojos y exclamó con abierta emoción:

—Sí, empiezo a recordar. Usted vino a nuestra casa después de que mataron a mi abuelo y a mi padre. Lo recuerdo, sí, aunque yo tenía solamente seis años.

—Los mataron ¿dices? Yo también lo creo. Pero no hay indicios ni sabemos quiénes fueron. Buscando información encontré un expediente que afirma que la causa de su fallecimiento fue la caída accidental de un cable eléctrico de alta tensión durante una tempestad de viento y de lluvia. Habría ocurrido muy cerca de la sede de la Cooperativa CONFIAR.

—¡Yo no creo eso! Tampoco lo creía mi madre al comienzo. Yo le escuché decir muchas veces que los habían asesinado a causa de sus ideas rebeldes. Nunca entendí por qué un tiempo después aceptó la versión oficial de los hechos. Hace algunos meses encontré por casualidad una carta de mi padre que mi mamá guardaba en su velador. En ella le dice que teme por su vida y por la de su padre, o sea, mi abuelo. Eran los tiempos en que recrudecía la represión contra los partidos políticos y los agitadores sociales, antes de la instauración de la Dictadura Constitucional Ecologista. Cuando leí esa carta lo conversé con mi madre, que me dijo que lo olvidara, que eran cosas del pasado que no convenía revivir; pero al insistirle me reconoció que ella siempre había creido que su marido y su suegro fueron secuestrados y asesinados por la policía política. Entonces me puse a investigar. Tomé contacto con una organización civil que se ocupa de mantener la memoria histórica de las violaciones de los derechos humanos que ocurrieron en esos tiempos. Ahí conocí a Arturo, que es ahora mi novio, y juntos estamos siguiendo unas pistas que encontramos en antiguos periódicos clandestinos. No aparecen sus nombres, pero se habla de personas que aparecían muertas cerca de sus casas, y de muchas de ellas se dice que murieron a causa de cables eléctricos.

—Entiendo— les dijo el abogado. —Y ahora cuéntenme cómo fue que la CIICI supo que ustedes estaban hurgando e investigando, y cómo los trataron durante el interrogatorio y en los días que estuvieron detenidos.

Esta vez fue Arturo el que respondió lo que Tomás Ignacio quería saber:

—Cómo descubrieron que estábamos investigando sobre la muerte del abuelo y el padre de Antonella, no lo sabemos. En nuestra organización no somos clandestinos, pero nos cuidamos de no difundir nuestras actividades hasta que alcanzamos algún resultado importante que merezca ser puesto en conocimiento de la justicia o de la prensa, según el caso. Lo que nos sorprendió fue saber, por los interrogatorios a que nos sometieron, que la CIICI tenía información detallada tanto de Antonella como mía, desde que nacimos y hasta hoy. También nos dimos cuenta de que saben bastante más de lo que quieren aceptar, sobre la muerte de su abuelo y de su padre. En cuanto a los días en que nos tuvieron retenidos, esa fue la palabra que usaron, retenidos, no detenidos, no nos trataron mal. Nos tuvieron en celdas separadas, sin contacto con nadie, y nos alimentaron razonablemente bien. La verdad que es difícil estar en aislamiento total, una especie de tortura psicológica; pero resistimos. Lo más evidente fue que trataron de infundirnos temor, y nos amenazaron con que nos mantendrían vigilados si continuábamos investigando, y que no nos podían garantizar que no nos sucediera algo grave en el futuro.

—Controlar por el miedo— comentó Tomás Ignacio —es una vieja táctica, desde tiempos remotos. Y díganme una cosa. ¿Tienen miedo, ustedes?

—Sí— respondieron Antonella y Arturo al unísino. —Pero queremos continuar con la investigación que comenzamos— agregó Arturo —porque después de lo que supimos en la CIICI estamos más convencidos que nunca de que esos dos hombres fueron asesinados.

—Bien, les diré una cosa. El miedo es una reacción sana ante situaciones de peligro, y es importante tenerlo en cuenta para evitar imprudencias. Ahora bien, por lo que me cuentan, no se ha planteado hasta ahora ninguna acusación concreta contra ustedes, de modo que como abogado no tengo nada de qué defenderlos judicialmente. Sin embargo, en la misma condición de abogado y como director del Departamento Jurídico del CCC, les aseguro que continuaremos la investigación iniciada por ustedes, porque Roberto Gutiérrez fue socio fundador de CONFIAR, su hijo Segundo también fue socio y un funcionario destacado, y tu madre trabaja con nosotros. CONFIAR es nuestro lema, con el que convocamos a todos los que quieran participar en nuestra organización.

Antonella parecía encantada de lo que Tomás Ignacio decía. Arturo, en cambio, mantenía el seño adusto y parecía dudar. El abogado pensó que debía ser más explícito:

—Haremos la investigación, y si llegamos a tener alguna prueba de que las muertes de nuestros socios fueron asesinatos, presentaremos las denuncias correspondientes. Ustedes deben confiar. Confiar en mí, que se lo estoy asegurando, y en nuestro equipo jurídico. Conozco a Pedro Juan Iriarte, al que todos llaman Juan Solojuán, y no me cabe la menor duda de que como Presidente del Consorcio apoyará la investigación con los medios que sean necesarios.

Arturo ahora asintió. Tomás Ignacio no había terminado y continuó diciendo:

—Pero hay una condición que les debo plantear. Ustedes me entregarán toda la información que tengan, y después de eso se olvidarán del tema. Ninguna acción, nada, absolutamente nada. Si me entero de que han realizado cualquier gestión, cualquier búsqueda de nueva información, o tomado cualquier contacto con alguien que pudiera saber algo sobre el caso, dejaré todo hasta ahí. ¿Lo entendieron? ¿Alguna duda? ¿Alguna pregunta?

Arturo levantó la mano como un niño de escuela:

—Lo entiendo, señor, y le agradezco en el alma. Pero quisiera saber si la organización de la que formo parte puede colaborarle, porque alguna experticia tenemos sobre estos casos.

—Sólo si, llegado el caso, les solicito alguna colaboración. Deben dar por cerrado el caso, aunque manteniendo el expediente sin borrar, pues estoy seguro de que ya es conocido entero por la CIICI. Agregarán al expediente solamente una información final, en la que dejarán constancia de que el caso lo dieron por terminado en razón de haber sido asumido por el Doctor en Derecho abogado Tomás Ignacio Larrañiche. Y después de eso, nada más, absolutamente.

Antonella quiso saber si recibiría de parte del abogado alguna información de los avances y resultados de la investigación. Tomás Ignacio les explicó que no podía asegurarles resultados, que los tiempos que requerían estas investigaciones eran largos, y que solamente podía garantizarles el compromiso de hacer lo posible por llegar a puerto. Y en cuanto a información, se las daría solamente al final, o cuando haya algo relevante que deba ser conocido por ellos.

—Por mi parte— agregó—mantendré absoluta reserva, exceptuando la información que debo proporcionar a Solojuán, a nuestro equipo jurídico, y a la escritora Matilde Moreno quien fue la primera que se preocupó por ustedes y que querrá saber lo que suceda al respecto. Eso es todo, muchachos. Ahora, sólo falta que me indiquen la dirección de vuestra organización para mandar a alguien que reciba la información que tengan.

—Señor, la dirección de nuestra sede se encuentra en la Internet 5. Pero toda la información la manejamos en nuestros computadores, y se la podemos reenviar.

—Uhmm! Veo que son más ingenuos de lo que había imaginado. Impriman todo en papel y entréguenselo a la mamá de Antonella para que sea ella quien me lo haga llegar.

—Está bien, así lo haremos. No sabe cuánto le estamos agradecidos.

—¡Bien! Ustedes cuídense. Y no olviden de cerrar el expediente. Lo quiero ver escrito en la copia que me manden de vuestro registro.