19. Estudio
Al conocer la increíble difusión mundial que tendría su conferencia Matilde sintió la pesada responsabilidad de no equivocarse en sus análisis de los problemas ni en las propuestas de solución. Tomó entonces la decisión de concentrarse exclusivamente en el estudio de los temas durante los veinte días que faltaban para la fecha del evento.
Adoptó todas las precauciones para hacerlo: repletó su despensa y refrigerador con lo necesario para no tener que salir de compras. Desconectó todos los sistemas desde los cuales pudiera recibir llamadas e informaciones, dejando solamente abiertos los canales de comunicación con Ambrosio, Juan Solojuán, Gabriel y Tomás Ignacio. Compró y descargó de internet una amplia bibliografía sobre todos los temas que le interesaba profundizar, incluidos los correspondientes a la inteligencia artificial, la bio- ingeniería y la espiritualidad, porque no descartaba que pudiera también trabajar algo en su novela y así distraerse un poco de la pesadez de los problemas reales y actuales en los que pensaba concentrarse.
Con Gabriel estableció un procedimiento para recibir las grabaciones de las sesiones de trabajo que había encargado a los filósofos y científicos del IFICC. Ya con todo listo, ajena a cualquier preocupación que pudiera distraerla, salió a dar un último paseo por el barrio, en el cual pudo comprobar con satisfacción que no había nada extraño que la llevara a sospechar que continuaba la vigilancia sobre su persona. Al regresar se encerró en su casa.
Continuando con la línea de investigación que había iniciado en base a la lectura del segundo informe de los filósofos y científicos, y en conexión con el tema central de la conversación que tuvieron días después en la casa de Lucila y Ambrosio, Matilde se concentró en el análisis de las condiciones y de las causas que dieron lugar, primero al Levantamiento de los Bárbaros y en seguida a la Gran Devastación Ambiental. Porque era evidente que habían sido esos dos procesos destructivos los que, por reacción socialmente inevitable, llevaron a la instauración de la Dictadura Constitucional Ecologista, que se presentó como respuesta y solución eficaz frente al caos desatado. La dictadura había restablecido el orden público y social, pero lo había hecho sacrificando no solamente la institucionalidad democrática sino también las libertades públicas fundamentales de asociación, de organización social y de participación política.
El discurso oficial atribuía toda la responsabilidad de los hechos al populismo de los partidos y de los gobernantes elegidos en las urnas. Esto sin duda explicaba algunos aspectos del fenómeno. En efecto, la democracia había degenerado en demagogia y los gobiernos populistas se habían mostrado no solamente incapaces de mantener el orden público sino que incluso habían alentado el desorden y las protestas ciudadanas. El descontento social y la indignación ciudadana se habían exacerbado ante el incumplimiento de las promesas electorales que levantaban grandes expectativas en la población, pero que no era posible cumplir porque no existían los recursos económicos ni las condiciones políticas que lo permitieran. Eso abrió el camino a unas dinámicas de creciente desprestigio de la política y de los gobernantes, que vieron disminuir sus capacidades de orientar y dirigir a los ciudadanos. Reducido su prestigio y su autoridad moral, los gobiernos quedaron sometidos a las exigencias de los movimientos sociales de presión y de protesta, que llegaron a ser los efectivos conductores de los procesos políticos. Así se gestó el desorden y el caos social al que la dictadura debió poner término, contando con el apoyo de gran parte de la población.
Pero Matilde y los estudiosos del problema no se contentaban con esta explicación porque lo que en realidad había que explicar era ¿por qué se había llegado a esas situaciones? ¿Cuáles fueron las causas del populismo y de la demagogia? ¿Por qué los ciudadanos eligieron como legisladores y gobernantes a personas tan irresponsables? ¿Por qué se habían deteriorado la política y los partidos? Preguntas esenciales porque, a fin de cuentas, en una democracia los responsables últimos de la política son los ciudadanos. ¿Por qué los ciudadanos se dejaron engañar por el populismo y la demagogia?
El análisis que hacían los científicos, en perspectiva histórica y mirados los sucesos desde los años cincuenta del siglo XXI, llevó a Matilde a concluir que las causas principales del problema debían buscarse en tres tendencias que se habían originado hacía ya un siglo, que se acentuaron en las primeras décadas del siglo XXI, y que confluyeron en generar el clima cultural que finalmente dió lugar al deterioro de la convivencia civil, al Levantamiento de los Bárbaros y a la Gran Devastación Ambiental.
Tales tendencias fueron: uno, el debilitamiento de los valores tradicionales y de los vínculos familiares y comunitarios; dos, la acentuación del individualismo consumista y competitivo generado por el modelo económico imperante en aquél tiempo, y tres, la difusión social de una ideología igualitarista y estatista que impregnó la política.
Los estudiosos del tema proponían como momento crucial del cambio al nivel de los valores y de los vínculos familiares, el movimiento conocido como hippismo, que nació en Estados Unidos y se expandió rápidamente por gran parte del mundo hacía un siglo. El hippismo significó la ruptura radical de una generación joven completa respecto de los valores tradicionales representados por sus padres y las generaciones anteriores. Uno de los aspectos más destacados del movimiento hippie fue la rebeldía como actitud general ante lo que se definía o pudiera entenderse como el status quo, implicando el rechazo de la familia, y en su reemplazo el establecimiento de nuevos vínculos en comunidades de jóvenes donde se practicaba el amor libre y la revolución sexual, el consumo de marihuana y alucinógenos, el desprecio del trabajo, de la disciplina y de la propiedad privada, el rechazo de las religiones institucionales, y la adopción de filosofías neo-paganas y de prácticas de sanación esotéricas.
El hippismo decayó como movimiento contracultural, absorbido en parte por el sistema político y económico y desprestigiado por ciertos hechos que provocaron escándalo social; pero mantuvo durante décadas una gran influencia cultural que se expresó en potentes movimientos musicales, en el cine, en la literatura y en las artes. Sus orientaciones culturales llegaron a tener gran influencia en las universidades, en las instituciones educativas y en los organismos internacionales, incluidas varias dependencias de las Naciones Unidas.
De todas las instituciones tradicionales, la que resultó más afectada fue la familia, que durante siglos y milenios, y probablemente durante toda la historia de la humanidad, había sido el pilar fundamental de la vida económica y social. La familia tradicional ya había experimentado una fuerte transformación reductiva con la instauración del industrialismo, que separó el trabajo del entorno familiar y comunitario desplazándolo hacia las fábricas y empresas que se regían por relaciones mercantiles. El golpe de gracia a la familia vino después, en una secuela de transformaciones que terminaron con la institución del matrimonio de por vida y lo sustituyeron por pactos formales o acuerdos informales de convivencia en pareja, independientemente de las preferencias sexuales de los individuos que ponían en común y de modo transitorio algunos aspectos de sus vidas. Los pactos o acuerdos de convivencia regían las relaciones económicas entre los contrayentes, y las legislaciones que hacían equivalentes las parejas casadas y las no casadas, que no hacían distinción entre las relaciones hetero y homosexuales, y que suprimían toda distinción entre los hijos nacidos dentro o fuera de esos pactos, hicieron que la institución del matrimonio y la familia quedaron reducidas a mera formalidad, en la minoría de casos en que aún se mantenían.
El hippismo fracasó como movimiento generador de nuevos vínculos comunitarios; pero no se retornó a las costumbres, los valores y las instituciones tradicionales, las que terminaran por diluirse en un proceso acelerado. Como resultado de ello las personas quedaron, por decirlo de algún modo, huérfanas, desprovistas de las redes familiares, de comunidades permanentes que proporcionaran identidad y sentido de pertenencia, sin vínculos estables con las asociaciones culturales, educacionales y religiosas en las que pudieran encontrar un sentido trascendente a sus vidas, y quedaron carentes de protección ante las enfermedades, las necesidades económicas, las emergencias y desastres naturales, y desconfiadas de que al llegar a la vejez inevitable encontrarían los indispensables cuidados y protección.
Por todo ello, debiendo enfrentar los avatares de la vida en las nuevas condiciones que se habían creado, desorientadas, desprovistas de identidad y de vínculos de familia y de comunidad, las personas se encontraron desamparadas y se volcaron masivamente a encontrar aquello que necesitaban, por un lado en el consumismo, tendiendo a proveerse de cuanto producto y novedad les ofreciera el mercado, endeudándose para asegurarse al menos un pequeño apartamento donde vivir; y por otro lado en el Estado, exigiendo al poder que les garantizara seguridad y bienestar. El mercado los hizo individualistas, competitivos, consumistas y económicamente dependientes, mientras el Estado los fue estandarizando, convirtiendo en masas anónimas, demandantes de soluciones a los problemas que no podían resolver autónomamente y en comunidad.
Una educacion escolar controlada por el Estado, igualitarista y estandarizadora, que inhibía la creatividad y la curiosidad de los niños, y que se orientaba a preparar ciudadanos dependientes del Estado y trabajadores subordinados para las empresas capitalistas, reforzada por una televisión que difundía la mediocridad y que banalizaba la vida, vinieron a consolidar la incapacidad de las personas para pensar con su propia cabeza y dirigir sus vidas con autonomía. Los ‘bárbaros’ que destruyeron la economía y generaron el caos social eran hijos de aquella educación y de esa televisión.
Como natural consecuencia de su atrofia mental y moral, las personas y las masas delegaban en las empresas y en el Estado la satisfacción de sus necesidades. Se suponía que la solución de los problemas sociales y ambientales recaía enteramente en las empresas y en el Estado. Individuos dependientes se convertían en individuos irresponsables; no siendo autónomos no asumían la responsabilidad por los efectos de su actuar antisocial y antiecológico.
Mientras hacía estos análisis Matilde pensaba también en su propia experiencia, que había seguido un curso diferente, favorecida por circunstancias muy especiales y por su propia fortaleza moral. En aquél contexto económico, político y cultural, mantenerse independiente era algo que muy pocas personas lograban porque requería una fortaleza personal y moral realmente excepcional. Huérfana a los catorce años, Matilde había tenido el apoyo y la compañía permanente de su hermano, y la suerte de integrarse primero a la familia pobre pero fuertemente unida de sus tíos y primos, y un año después tuvo la fortuna de ser adoptada por un matrimonio de clase alta que le facilitó estudios, relaciones sociales, desarrollo cultural y suficientes medios de vida para no pasar necesidades económicas. Matilde nunca se casó, y cuando fallecieron sus padres adoptivos vivió sola. No formó una nueva familia pero se mantuvo estrechamente unida a su hermano y a un grupo de amigos selectos. Sus estudios literarios y la profesión de escritora la llevaron a profundizar su creatividad, su autonomía personal y los valores espirituales.
Matilde comprendía que su experiencia era enteramente diferente a la de la inmensa mayoría de sus contemporáneos, que no alcanzando un especial desarrollo personal, solamente podían superar la soledad y el aislamiento, la masificación y la dependencia, si se orientaban a crear pequeñas empresas familiares y cooperativas, o desarrollaban nuevas maneras de vivir en comunidad, y con base en ello, lograban encontrar nuevos sentidos de la vida a través de búsquedas espirituales más profundas. Era lo que habían logrado hacer realidad para varios miles de personas, Juan Solojuán y sus compañeros organizadores del CCC.
Y así hoy, para la masa de individuos temerosos, dependientes y empobrecidos como consecuencia de la Gran Devastación Ambiental y de la Dictadura Constitucional Ecologista, la única salida que podía vislumbrarse era la creación progresiva de una nueva socialidad, de una economía más solidaria, de unas formas políticas integradoras, y en la base de todo ello, el desarrollo de una ética personal y comunitaria abierta a la trascendencia. En síntesis, transitar hacia una nueva civilización. Éste era el desafío del presente, y era el mensaje que Matilde pensaba fundamentar, explicar y mostrar que era hoy posible, en la conferencia que estaba por dar.
***
Mientras Matilde estudiaba y reflexionaba sobre los problemas del mundo, Tomás Ignacio Larrañiche buscaba iniciar una investigación sobre la muerte del padre y el abuelo de Antonella. Era muy poca la información que la ONG de Arturo Suazo había logrado compilar, y no era fácil encontrar algo más habiendo pasado tantos años desde que ocurrieron los hechos. Además, las actividades que debía cumplir como jefe del equipo jurídico del CCC no le permitían dedicarle el tiempo necesario para avanzar, por lo que encargó el asunto a Benito Rosasco, un joven e inquieto abogado que lo ayudaba en las causas penales.
Y mientras esto hacía Tomás Ignacio, Mariella su mujer se preparaba para la conversación que tendría con Antonella y Arturo, esta vez juntos los dos, en la que intentaría ayudarlos a reflexionar sobre sus vidas y sus proyectos personales. Se había formado la idea de que muy difícilmente los dos jóvenes formarían una pareja estable, considerando lo diferentes que eran sus sueños y aspiraciones; pero ella no debía interferir en sus relaciones, lo que hubiera sido contraproducente para su propósito principal que era llevarlos a profundizar en el conocimiento de ellos mismos y a desarrollar la capacidad de introspección, tan importante para el desarrollo personal.
El lugar que Mariella había elegido esta vez para encontrarse con los jóvenes fue el restaurante Don Rubén, donde había un lugar reservado para encuentros privados, y que siendo una empresa familiar independiente, que formaba parte del sistema de empresas conectadas al Consorcio Cooperativo CONFIAR, pudiera favorecer la conversación sobre los proyectos de vida personales y sociales de los jóvenes.
Mariella los esperaba sirviéndose un té con limón. Miró la hora. Eran las cinco y veinte de la tarde. Habían pasado veinte minutos desde la hora convenida para el encuentro. Miró por la ventana que daba a la calle y los vió venir, Antonella adelante y Arturo siguiéndola con desgano. No conversaban, y Mariella se dió cuenta de que el joven venía con los auriculares puestos y movía rítmicamente la cabeza.
Cuando entraron al restaurante Mariella salió a la puerta del privado y los invitó a pasar. Antonella correspondió el saludo con una amplia sonrisa. Arturo lo hizo emitiendo unas palabras corteses casi inaudibles, manteniéndose con los auriculares puestos.
—Discúlpenos señora por el atraso.
—No hay problemas Antonella, lo importante es que están aquí y que podremos conversar con toda tranquilidad.
Arturo desconectó los auriculares y mirando hacia un lado dijo:
—Yo tuve la culpa del atraso. La verdad es que no tenía deseos de venir porque tengo mucho que hacer; pero Antonella insistió y, como puede ver, aquí estamos los dos, como usted quería.
—Te agradezco mucho, Arturo, por haber venido sacrificando otras actividades. Te lo agradezco mucho. Tratemos de que éste sea un encuentro agradable, empezando por servirnos algo que nos guste. Pueden pedir lo que les apetezca.
Cuando se presentó el mozo para recibir los pedidos Mariella lo saludó por su nombre. Arturo pidió una cerveza helada. Antonella dijo:
—Yo me aprovecharé de su generosidad, señora Mariella, y pediré un jugo natural de moras silvestres, que me gusta tanto y que hace mucho tiempo que no pruebo.
—Tenemos un jugo de moras realmente exquisito, señorita. Yo mismo recogí el domingo las moras en el campo.
Las miradas de Antonella y del mozo se encontraron y ambos sonrieron. Mariella se dió cuenta en ese momento de que algo muy especial tenían ellos en común y quiso ponerlo en evidencia.
—Los presento. Este apuesto joven que nos está atendiendo se llama Alejandro Donoso, pero todos le dicen Alejo. Es uno de los nietos de don Rubén Donoso, el que creó este restaurante hace unos cincuenta años. Es hermano de Florencia, la señora que está atendiendo la caja. Y esta hermosa joven es Mariella, nieta de Roberto Gutiérrez. Lo interesante y que ustedes no saben, es que Rubén Donoso y Roberto Gutiérrez, sus abuelos, eran íntimos amigos. Los dos participaron, junto con Juan Solojuán, con mi esposo Tomás Ignacio y con varios otros amigos, en la creación de la Cooperativa CONFIAR, que ha llegado a ser actualmente un gran consorcio de empresas cooperativas y familiares, el más grande del país. ¡Cómo es pequeño el mundo, no les parece!
—Sí— dijo Antonella mirando a Alejo a los ojos. —Es una hermosa coincidencia que nos encontremos aquí. A nuestros abuelos les hubiera gustado saberlo ¿verdad?
—Sí, me da mucho gusto conocerte — respondió Alejo.
—Te presento también a Arturo, amigo de Antonella.
—Compañero y novio de Antonella— corrigió Arturo, algo celoso al ver que Antonella y Alejo seguían mirándose.
—Bueno— dijo entonces Alejo —Iré a buscar sus pedidos, y a atender otras mesas, porque veo que han llegado bastantes clientes. A usted señora Mariella ¿que le apetece?
—Para mí otro té con limón. Y por favor, tráenos una bandeja con quesos y aceitunas, y otra con pastelitos dulces de varios tipos.
Cuando Alejo se alejaba seguido por las miradas de Antonella y de Arturo, Mariella les contó que el restaurante Don Rubén era una empresa familiar donde trabajaban ahora los dos nietos de don Rubén y varios de sus hijos. Una hermosa y próspera empresa familiar que formaba parte de la red de empresas del CCC.
—Forman una hermosa, grande y muy unida familia. ¡Como las familias de antes!— Exclamó al terminar.
—¿De antes? ¿De cuándo?— le preguntó Antonella, interesada en saber cómo eran aquellas familias antiguas.
—Uy, de antes de que yo naciera. Esas familias estables, compuestas de padres casados de por vida, con varios hijos que vivían con sus respectivas parejas y viviendo juntos con los nietos y, a veces incluso bisnietos, que existieron especialmente en las zonas agrarias hasta la mitad del siglo XX, o sea hace más de cien años.
—Me hubiera gustado tener una familia así— dijo Antonella. Y agregó: —Mi única familia es mi mamá.
—Pero podrías tú misma empezar a formar una familia así, como la que quisieras tener.
Antonella miró a Arturo. Este miraba hosco a Mariella y no se contuvo de decir lo que estaba pensando:
—¡Ya le está metiendo en la cabeza ideas raras a Antonella. Pues a mí no me parece en absoluto. Ni siquiera tener hijos, porque ya los desastres ambientales demostraron que la tierra no soporta tanta población humana. Y además, los que queremos luchar por cambiar el mundo no podemos darnos el lujo de criar hijos, que nos desvían de la acción y nos vuelcan hacia adentro de nuestras pequeñas casas. Nuestra familia no debe ser otra que la organización que lucha por la justicia social.
Antonella prefirió guardar silencio, pensando con tristeza que quizás Arturo no era el hombre con el que debía unir su vida, porque pensaban tan diferente y tenían tan dispares intereses y sueños.
De eso Mariella estaba ahora más que convencida pero no era el caso que dijera nada al respecto. Se limitó a mirar a los jóvenes y a invitarlos a servirse lo que Alejandro acababa de traerles. Finalmente dijo:
—¿No crees, Arturo, que el consorcio cooperativo CONFIAR es una gran iniciativa y una gran experiencia transformadora, que está creando una nueva economía, una nueva forma de vivir y de organizar la sociedad?
—Tal vez lo sea, pero en pequeña escala. Lo que se necesita es que todo el mundo sea como un gran Estado, una completa sociedad CONFIAR. Me parece egoísta conformarse con hacer una organización que no abarca a toda la sociedad, por muy justa y solidaria que sea.
Fue Antonella la que ahora reaccionó:
—¡Pero no se puede cambiar el mundo entero de un viaje! No es justo lo que dices, Arturo. El CCC ha crecido y continúa expandiéndose, integrando a nuevas empresas familiares y creando nuevos proyectos cooperativos. Lo sabe mi mamá que trabaja en eso.
—Pero las cooperativas no lucha por el poder, que es lo principal para cambiar el mundo. Lo que hay que crear no son familias grandes, ni cooperativas eficientes, sino organizaciones políticas fuertes y disciplinadas, capaces de enfrentarse a los enemigos y de conquistar el poder del Estado, para desde allí cambiar la economía, la cultura y la sociedad entera.
Arturo terminó de beber su cerveza, se echó a la boca un pastelito y no dijo nada más. Mariella pensó que era importante hacerlo reflexionar. Le preguntó:
—¿Qué es, para tí, el poder? ¿Cuál es el poder que dices que hay que conquistar?
—El poder— respondió Arturo después de pensar unos segundos —es la capacidad de destruir las estructuras vigentes, que son injustas, y de implantar estructuras nuevas.
—Pero ¿te has preguntado si las personas quieren dejar las estructuras actuales y vivir en las otras que quisieras imponer?
—La gente se ha acostumbrado a las estructuras viejas, y teme cambiar. Si lo quisiera, el mundo ya habría cambiado; precisamente por eso hay que conquistar el poder, para obligar a la gente que se resiste a los cambios, a que participe en ellos.
Matilde miró a Antonella y fue ella la que ahora respondió:
—Pero Arturo, eso es obligar a la gente a que haga lo que no quiere hacer.
Arturo le respondió:
—El poder es justamente eso, la voluntad de cambio que una vanguardia lúcida y consciente impone a la sociedad, para el bien de todos. Cuando ya el mundo haya cambiado, la gente lo comprenderá todo y adherirá al nuevo sistema.
Sintiendo que Antonella no estaba convencida de lo que él decía y no queriendo continuar siendo interrogado por Mariella, Arturo se levantó del asiento y dijo mirando a la mujer que los había invitado:
—Señora, yo le agradezco la cerveza y la conversación; pero debemos irnos porque tengo poco tiempo.
Tomó la mano de Antonella y la obligó a levantarse. La joven miró a Mariella y con voz afligida le dijo:
—Discúlpenos, señora, por favor.
—No te preocupes hija, está todo bien, no hay problemas.
—Le agradezco mucho, y por favor, despídame de Alejandro.
—Está bien, nos veremos. Y cuídense mucho el uno al otro. ¡Cuídense mucho!