11. UN DESCUIDO Y UNA TRAVESURA DE JUAN SOLOJUÁN

11. Un descuido y una travesura de Juan Solojuán.

 

Los días siguientes Matilde fue despertada reiteradas veces en las noches por disparos de armas cortas y sirenas policiales que supuestamente perseguían a los delincuentes. Como después de conversarlo con Ambrosio y con Juan Solojuán se había convencido de que era una táctica de la CIICI para amedrentarla y condicionarla en su pensamiento, decidió no darles importancia y continuar su vida normalmente.

Pero pensar en la CIICI le hizo recordar el fugaz encuentro que había tenido en la sala de espera con los jóvenes Arturo Suazo y Antonella Gutiérrez. Evocó la mirada suplicante de la muchacha cuando le dió sus nombres y le habló de su temor. Matilde decidió buscar en las redes sociales alguna información sobre ellos. Como era esperable, ambas identidades aparecieron en su buscador numerosas veces, tratándose de nombres y apellidos tan comunes. No le fueron de utilidad las pocas fotografías asociadas a esos nombres, porque después de la Gran Devastación Ambiental y de la instauración de la Dictadura Constitucional Ecologista las personas habían decidido retirar sus fotos personales de las redes, y se hizo costumbre especialmente entre los jóvenes proteger su identidad empleando nombres de fantasía e imaginativos apodos.

Se le ocurrió entonces buscar en su propia base de datos y en la de su empresa editorial. Allí apareció el nombre Antonella Gutiérrez que había adquirido y bajado de la red una de sus novelas, pagando con la tarjeta de crédito de la financiera CONFIAR. Decidió informar a Juan Solojuán con el objeto de investigar si fuera la misma persona que conoció en la CIICI. Sin esperar ni pensarlo dos veces partió en su automóvil hacia la Sede Central del CCC donde Juan tenía su oficina.

—Conozco a una muchacha llamada Antonella Gutiérrez— le dijo el anciano cuando Matilde terminó de contarle lo que había ocurrido en la CIICI. —Es la nieta de uno de los fundadores de la primera Cooperativa CONFIAR, Roberto Gutiérrez, un gran amigo, que fue muerto en un confuso episodio ocurrido durante la instauración de la Dictadura. A Roberto lo conocí una noche en que dormía a mi lado en la calle cuando yo era un vagabundo que recorría la ciudad, y él era un joven rebelde y desorientado que participaba en las marchas y desmanes estudiantiles. Esa noche lo cubrí con una manta, y él quiso después encontrarme. Por casualidad recogió uno de mis cuadernos de apuntes, y eso lo llevó después de una serie de curiosas circunstancias y sucesos, a formar parte del grupo inicial que defendió el sitio que conociste, donde se formó la cooperativa, cuando era un terreno eriazo de propiedad de Rubén Donoso. Roberto era un hombre inquieto, un rebelde libertario, y es posible que haya trasmitido ese espíritu a su nieta Antonella. Es preciso saber si se trata de la misma muchacha que conociste en la CIICI. La Antonella que conozco vive con su madre, Mayela, una mujer que trabaja como secretaria en una de las empresas del Consorcio. Su marido y padre de Antonella fue asesinado junto a Roberto, como tantos que murieron en esos episodios turbulentos.

Juan encargó a su secretaria Ximena que lo comunicara con Mayela Inostroza. Tres minutos después Mayela estaba al teléfono.

—Buenos días Mayela, te habla Juan Solojuán. ¿Es posible que vengas a mi oficina?

—Muy buenos días don Juan. En media hora comienza mi tiempo de colación y en bicicleta podría llegar hasta su oficina en unos pocos minutos. ¿Le parece bien?

—Perfecto Mayela. Te espero en mi oficina y tomamos juntos la colación.

Mientras esperaban a Mayela, Matilde y Juan intercambiaron informaciones adicionales sobre los preparativos de la conferencia. Los novecientos puestos disponibles para la actividad presencial se habían agotado en pocos días, por lo que el Centro Cultural del Consorcio estaba disponiendo dos recintos adyacentes al auditorio, donde los asistentes podrían mirar y escuchar la conferencia en grandes pantallas. Pero además, el evento sería transmitido por el Canal Multimedia del consorcio, al cual se podrían unir todos los canales externos que lo solicitaran.

—Eso es excelente— exclamó Matilde —pues permite que el canal multimedia de nuestra editorial también transmita ese día. Sólo me pregunto si existe la posibilidad de que la CIICI interfiera y bloquee las transmisiones.

—Esa posibilidad siempre está, aunque nuestros técnicos son buenos en lo suyo. De hecho ya está en curso una verdadera batalla virtual entre quienes están intentando interferir en nuestras transmisiones habituales y los sistemas de protección comunicacional del consorcio. Pero, mientras más amplia sea la red de transmisores y retransmisores que logremos configurar, más difícil será que nos lleguen a bloquear.

En ese momento Ximena anunció a Juan que la señora Mayeli Inostroza había llegado.

—Hazla entrar, por favor. Y solicita en mi nombre que nos traigan tres colaciones.

Cuando Juan le presentó a Matilde, Mayeli se emocionó visiblemente.

—¿Usted es la escritora Matilde Moreno? No sabe cuán agradecida le estoy, permítame que la abrace. Mi hija Antonella me contó que se había encontrado con usted en una sala de espera de la CIICI, y que ella creía que debido a alguna intervención de usted, ella y su novio fueron tratados en buena forma.

—¿Cómo está Antonella?— le preguntó Matilde.

—Ahora está bien. Estuvo detenida hasta anteayer, en que me anunciaron que fuera a buscarla a un lugar de reclusión en el centro. Estaba con Arturo, su novio, y los llevé a los dos a mi casa.

—¿Les dijeron por qué creían ellos que Matilde los había protegido? —le preguntó Juan.

—Me contaron que en el interrogatorio les preguntaron insistentemente por usted, qué relación tenían, cómo la habían conocido, si habían leído sus libros, y cosas así. Ellos piensan que fue debido a que usted dijo algo en favor de ellos que los trataron mejor de lo que pensaban en base a experiencias anteriores de compañeros que ellos tienen. Yo estoy muy preocupada. La verdad es que estos muchachos están en algo indebido y peligroso que no me quieren contar, y yo no sé qué hacer, porque ya Antonella es grande y piensa y decide con su propia cabeza, como me dice cada vez que le doy algún consejo. Es una chica muy buena pero se está poniendo rebelde.

—Pues, eso no siempre es malo, Mayela— le dijo Juan, que agregó: —Yo fui muy amigo del padre de su marido, el abuelo de Antonella. Era un hombre muy querido y fue un gran dirigente de nuestra organización en tiempos realmente difíciles.

—Sí, mi suegro, que era también un rebelde, como lo fue mi marido. Los dos murieron a causa de sus ideas. ¡No quiero que a mi Antonella le suceda algo igual!— exclamó sollozando.

Matilde se emocionó al escuchar este clamor maternal. Abrazó a Mayela y después le dijo:

—¿Puede usted darle un recado mío a Antonella y a Arturo?

—Por supuesto que sí. Dígame usted.

—Cuénteles que estuvo con nosotros, y dígales que están invitados personalmente por mí a la conferencia que daré el 23 de octubre en la Sede Social de CONFIAR. Dígales que yo confío en que ambos, hasta ese día, estarán muy tranquilos, sin participar en ninguna reunión ni realizar alguna actividad que pueda comprometerlos. Y que allí me gustaría saludarlos.

—Así lo haré, señora Matilde, se lo diré a ambos.

En ese momento se presentó un joven trayendo tres colaciones. Se las sirvieron en silencio, porque Matilde y Juan Solojuán comprendieron que no debían decir nada más. Habían cometido la imprudencia de invitar a Mayela, y cuando ella llegó fue tan inmediata y emotiva la reacción de ella al encontrarse con Matilde, que no alcanzaron y luego olvidaron recomendarle que apagara su IAI.

Cuando terminaron de comer Juan Solojuán pidió a su secretaria que le consiguiera un par de entradas a la conferencia, de las que habían reservado para los invitados especiales.

—Déselas a Mayela y después, por favor, acompáñela hasta su oficina.

Cuando se despidieron Juan susurró al oído de Mayela que, por favor, no comentara con nadie la conversación que habían tenido, y que se limitara a dar el recado que le había encargado la escritora.

—Estoy seguro— comentó Juan a Matilde cuando estuvieron solos —que en la CIICI ya están informados de esta conversación que acabamos de tener. Conociendo como actúan, no me cabe duda de que han instalado algún adminículo que Mayela lleva consigo, y que han intervenido su IAI, que descuidé pedirle que desconectara.

—En fin, amigo Juan. Tal vez sea mejor así, pues si en algo sirvió a esos muchachos que en la CIICI supieran que yo me preocupaba por ellos, con mayor razón ahora se cuidarán de no hacerles daño.

—Tienes razón, amiga mía, tienes razón. Y no te pregunto por qué los invitaste a la conferencia. Para que aprendan algo sobre la política ¿verdad? Y para aconsejarlos.

—Una siempre tiene la esperanza de servir, amigo Juan.

 

***

 

Dos días después Ximena anunció a Juan Solojuán que la doctora Roberta Morgado, de la CIICI, había llegado y que solicitaba entrevistarse con él. Le daré un poco de su propia medicina, pensó Juan maliciosamente. A sus ochenta años tenía derecho a divertirse un poco.

—Dígale que la atenderé. Acompáñela a la sala de reuniones y que me espere, porque en este momento estoy muy ocupado.

Cuando la secretaria fue a cumplir lo encomendado por su jefe, Juan tomó el teléfono y llamó a Tomas Ignacio Larrañiche, el abogado principal del consorcio.

—Amigo Larrañiche ¿está usted por aquí cerca, con unos cinco minutos disponibles para mí?

—Voy en seguida, Juan.

Cinco minutos después la secretaria le anunció la llegada del abogado.

—Por favor, Ximena, condúzcalo a la sala de reuniones y pídale que me espere un minuto.

Conociendo al abogado y sus modales exquisitamente formales, Juan Solojuán sabía que Tomás Ignacio se presentaría al encontrarse con la psiquiatra.

Cuando Ximena entró a la sala acompañada del abogado la doctora Morgado se levantó del asiento creyendo que iba a ser conducida donde Juan; pero la secretaria le dijo que debía esperarlo todavía un poco, porque el señor Pedro Juan Iriarte estaba sumamente ocupado.

El abogado aprovechó que ella estaba en pié y le tendió la mano, presentándose:

—Buenas tardes, señora. Mi nombre es Tomás Ignacio Larrañiche, abogado y doctor en derecho penal.

—Mucho gusto en conocerlo. Soy la doctora en psiquiatría Roberta Morgado, de la Central de Información, Inteligencia y Control Ideológico.

No había pasado un minuto que se presenta otra vez la secretaria. Nuevamente la doctora se levantó de su asiento; pero Ximena se dirigió al abogado diciéndole:

—Señor Larrañiche, don Juan lo espera en su despacho. Inmediatamente después la recibirá a usted doctora Morgado.

Juan recibió a Tomás Ignacio preguntándole:

—¿Recuerdas a Roberto Gutiérrez?

—¿Cómo podría olvidarlo, si estuvimos juntos fundando nuestra primera cooperativa?

—El asunto es, amigo estimado, que su nieta Antonella Gutiérrez tiene problemas con la CIICI. Su madre trabaja con nosotros en CONFIAR, y está sumamente preocupada de que su hija pueda ser detenida, lo mismo que el novio de ella, que fueron citados y retenidos ya una vez por la CIICI. Mi pregunta es, Tomás Ignacio, si estarías dispuesto a defenderlos en caso de que exista alguna acusación contra ellos.

—Mi muy respetado amigo Juan, ahora entiendo qué hace en la sala de reuniones la doctora Morgado de la CIICI. Tu sabes que soy un hombre de derecho y que no me gustan las actividades que generan desorden público y que amenacen el orden establecido. Pero sabes también que creo que toda persona tiene derecho a defensa judicial, y que no me gusta cómo actúa la CIICI en el control del orden público. Además, tengo muy gratos recuerdos de Roberto Gutiérrez, que en paz descanse, y de su hijo también, que murieron en extrañas y sospechosas circunstancias. Puedes decirle a la joven Antonella y a su madre que se comuniquen con mi secretaria y que estoy dispuesto a atender su caso.

—Te lo agradezco mucho Tomás Ignacio. Descuidé decirte que Antonella tiene un novio, Arturo Suazo, y que ambos fueron detenidos juntos.

—No hay problema, siempre que vengan juntos a verme y que me informen todo sin mentir.

—No te preocupes. Les aseguraré que no deben esperar de tí otra cosa que la mejor defensa que podrían imaginar. Ahora debo recibir a la funcionaria de la CIICI, que ya debe estar furiosa por haberla hecho esperar.

—Pues, sí, ya lo estaba cuando me encontré con ella en la sala de reuniones. Si quieres voy yo mismo a decirle que ya la esperas.

—No, aún no. Lo hará luego mi secretaria. Hasta pronto, Tomás Ignacio. Y gracias, muchas gracias. Te contaré lo que me diga la funcionaria.

Juan Solojuán dejó pasar otros quince minutos. Sólo entonces indicó a Ximena que avisara a la psiquiatra que él la esperaba.

—Buenas tardes don Pedro Juan Iriarte. ¡Me ha hecho esperar bastante!

—Buenas tardes, doctora. No han sido más de treinta minutos. Comprenderá usted que soy un hombre ocupado y que no me había pedido una cita. Por favor ¿me recuerda su nombre?

—Doctora Roberta Morgado, de la Central de Información, Inteligencia y Control Ideológico.

—Me dirá usted en qué puedo serle útil.

—Iré al grano, pues ya he perdido mucho tiempo. Como usted sabe muy bien, todo ciudadano responsable tiene la obligación de informar a nuestro Servicio cualquier información relativa a personas o circunstancias que se sospeche que puedan atentar contra el orden público y las instituciones del Estado.

—Es una ley vigente, lo sé; pero no sé de nada que ponga en peligro el orden o las instituciones, tan sólidamente establecidas y resguardadas por la policía. A menos que usted se refiera a que en la última semana han recrudecido los disparos y las alarmas cerca de mi casa, de lo cual supongo que ustedes deben estar suficientemente informados.

—Nada de eso, señor. El motivo de mi visita es pedirle que me informe con detalle todo lo que pueda usted saber sobre las actividades sospechosas de una tal Antonella Gutiérrez, hija de una funcionaria del Consorcio Cooperativo que usted preside.

—¿Y por qué piensa usted que yo pueda saber algo sobre ella?

—Porque su madre vino hace dos días a hablar con usted, pidiéndole su ayuda para proteger a la joven, que sospechamos participa en actividades subversivas.

—¡Vaya! Veo que usted está muy informada de lo que hacen nuestros funcionarios, lo que no deja de sorprenderme. Le confirmo que, en efecto, vino a verme la madre de Antonella, una joven a quien yo quiero mucho por ser la nieta de uno de los fundadores del CCC, que fue un gran amigo mío. Me dijo que su hija y el novio de ésta habían sido interrogados y detenidos unos días por la CIICI, y que no sabía el motivo de ello, pero que estaba muy preocupada. Como no sabemos nada más al respecto, y como la madre de la muchacha es una leal funcionaria de nuestro Consorcio Cooperativo, del asunto se ha hecho cargo nuestro Departamento Jurídico, que dirige el doctor don Tomás Ignacio Larrañiche. Él mismo acaba de informarme que asumirá personalmente el caso, porque fue también íntimo amigo del abuelo de la muchacha, cuando los tres participamos en la fundación de CONFIAR, hace cuarenta y siete años. De modo que, no teniendo yo nada más que informarle, le ruego que para cualquier información o trámite que desee realizar al respecto se dirija directamente a nuesto abogado don Tomás Ignacio Larrañiche, cuyas capacidades y prestigio sin duda usted conoce bien.

La psiquiatra Morgado echaba chispas de rabia por los ojos, pero se controló y no dijo nada. Se levantó, saludó cortésmente y se encaminó a la puerta. No se volvió para mirar la cara de Juan Solojuán que a sus ochenta años sonreía con la felicidad que podía sentir un niño después de realizar una travesura exitosa.