16. EL DERECHO Y LA SABIDURÍA

16. El derecho y la sabiduría.

 

En el mundo real, Lucila y Ambrosio recibieron a sus invitados con el cariño y la sencillez que se da entre viejos amigos que se quieren como hermanos. Temprano en la mañana había llegado Gabriel acompañado por Rosalía, una escultora bastante más joven que él, con la que convivía desde que murió su esposa hacía veinte años. Llegaron con dos grandes bolsas que contenían todo lo necesario para preparar el almuerzo. Pronto se presentó Matilde, aportando una botella de vino y una bolsa de café colombiano, por lo que fue muy celebrada. A la hora en punto que habían acordado encontrarse se anunciaron Tomás Ignacio y Mariela, que traía una torta preparada por ella misma y que dejó en el refrigerador. Los últimos en llegar fueron Juan Solojuán y su hija trayendo verduras y frutas de su huerto, con los que Chabelita preparó en seguida una ensalada y el postre.

Tomás Ignacio y Mariella se habían conocido hacía más de treinta años cuando por una curiosa coincidencia se encontraron en el Cementerio Parque del Recuerdo. Tomás Ignacio había ido al funeral de un sacerdote jesuíta al que admiraba mucho y con el que se habían hecho amigos cuando participaban en un grupo católico de reflexión. La muerte inesperada del sacerdote a causa de una enfermedad incurable lo había dejado meditando ensimismado, pensando en la precariedad de la vida. Se paseaba distraido y con los ojos nublados por la tristeza cuando tropezó con Mariella, que estaba sentada sobre el cesped en posición del loto y con los ojos cerrados, después de asistir al entierro de un anciano Gurú de la comunidad Hare Krishna de la que era una devota entusiasta. Tomás Ignacio cayó sentado al lado de la joven y se pusieron a conversar compartiendo sus tristezas e inquietudes espirituales. Así estuvieron hasta que al llegar la noche fue anunciado el cierre de las puertas del cementerio. Al despedirse intercambiaron sus números telefónicos y volvieron a encontrarse varias veces en distintos lugares, él atraído por la belleza, la espontaneidad, la alegría y la sonrisa encantadora de Mariella, y ella seducida por la inteligencia, la firmeza de convicciones y la seguridad sutilmente autoritaria que Tomás Ignacio evidenciaba en sus relaciones sociales y profesionales. Alto él y menuda ella, él un católico conservador y ortodoxo y ella una buscadora espiritual fácilmente seducida por comunidades religiosas y esotéricas a las que adhería no por sus creencias sino por las emociones que le despertaban sus rituales y por la amorosidad de sus comunidades. Al final sus inquietudes y búsquedas espirituales la llevaron a practicar el budismo zen.

Mariella y Tomás Ignacio pensaban tan diferente sobre casi todos los temas que si alguien los hubiera escuchado conversar y discutir no imaginaría nunca que pudieran mantener por tan largos años la amistad que llegaron a establecer. Al comienzo, como los dos compartían una rigurosa moral formada desde sus familias y reforzada por sus religiones que los inhibían de cualquier manifestación de afecto que tuviera alguna connotación sexual, pasaron varios meses encontrándose sin ir más allá de tomarse de la mano y abrazarse. Pero al final se casaron, aceptando Mariella sin dificultad participar en la ceremonia católica que para él tenía un sentido sagrado y para ella constituía una hermosa expresión social del amor que se tenían. Nunca se separaron, respetándose mutuamente en sus particulares modos de ser, de pensar, de sentir, de relacionarse y de comportarse socialmente.

Cuando varios años después se dió la circunstancia de que Juan Solojuán presentó a Ambrosio al abogado del consorcio y a su esposa, Ambrosio no tardó en darse cuenta de que Mariella era la muchacha de sonrisa encantadora que había conocido cuando tenía apenas 18 años, durante un almuerzo dominical en el ashram de la comunidad Hare Krishna a donde había llegado por casualidad y curiosidad, y donde se había encontrado con Gabriel que sacaba fotografías. “Cómo es pequeño el mundo”, habían comentado depués tantas veces.

Cuando ya todos los invitados se saludaron y sentaron en los sillones y el sofá de la sala de estar, mientras Gabriel servía un aperitivo, Juan sugirió que desconectaran sus IAI; pero tanto Ambrosio como Tomás Ignacio opinaron que no era oportuno ni conveniente, aduciendo que ninguno de los presentes tenía nada que ocultar, mientras que el hecho de desconectarse podría interpretarse mal y convertirlos en sospechosos.

—Además— dijo Mariella —si algunas personas se interesan en escuchar la conversación de este grupo de personas sabias, pudiera ser que les sirva y que aprendan algo útil. Si es que llegan a comprender lo que dicen— agregó sonriendo.

Juan no tuvo más que reir junto a sus amigos y resignarse a que la conversación pudiera ser escuchada por los funcionarios de la CIICI que tenían el encargo de informarse lo más posible sobre los contenidos de la próxima conferencia de Matilde.

En la conversación de sobremesa fue el abogado Tomás Ignacio quien planteó abiertamente la cuestión que interesaba a Matilde y a Juan, relativa a las investigaciones y denuncias tendiente a identificar y a enjuiciar a los culpables en los casos de muerte y desaparición de actores políticos e intelectuales, que habían ocurrido primero hacía ya treinta años durante el Levantamiento de los Bárbaros y después durante las fases de instauración y de consolidación de la Dictadura Constitucional Ecologista.

—Casos que en ambas ocasiones fueron muchos miles, que afectaron a los diversos bandos que se enfrentaron, y que comienzan a ser investigados por los familiares de las víctimas y por pequeñas organizaciones civiles que los convocan y asocian, tanto de uno como del otro lado.

Concluyó el planteamiento del tema preguntando directamente a Ambrosio:

—¿Qué opinas sobre esto como historiador? Y ¿qué enseñanzas podemos extraer de la historia?

—Puedo decir algo al respecto— respondió Ambrosio. —Pero antes me gustaría conocer tu opinión como abogado.

Tomás Ignacio se acomodó en el sillón, limpió sus lentes y adoptando cierto aire solemne que no podía evitar cuando era requerido a ofrecer alguna explicación jurídica, dijo mirando primero a Ambrosio y luego a todo el grupo que lo escuchaba atentamente:

—Como jurista y hombre de derecho la respuesta que puedo dar es relativamente sencilla: hay que aplicar la ley vigente, con la prudencia y la inteligencia con que debe obrarse siempre cuando se trata de situaciones difíciles y controvertidas. Especialmente en casos como éste, en que hay conflictos entre leyes internacionales y leyes nacionales, y entre leyes de amnistía y de prescripción de los delitos y leyes que se refieren a delitos de lesa humanidad que según el derecho internacional no son amnistiables ni prescriben con el paso del tiempo. Para mí todo eso es claro y, con todo lo que sé del derecho y mis muchos años de experiencia judicial, creo saber discernir lo que corresponde de acuerdo a las leyes y al derecho nacional e internacional.

Tomás Ignacio tomó aliento y en seguida continuó:

—Pero el problema que tengo y por el cual he formulado la pregunta, es porque en casi cincuenta años trabajando con Juan Solojuán, y en más de treinta viviendo junto a mi bella, amorosa y compasiva Mariella, he aprendido de él y de ella que el derecho no es ni puede ser la última palabra ni el saber definitivo en cuanto a lograr el más elevado bien para las personas y para la sociedad. El derecho resume, qué duda cabe, cierta sabiduría histórica. Diría que es la expresión del sentido común y del saber práctico que en promedio ha acumulado históricamente la humanidad, en cuanto asumido e interpretado por los gobernantes, los legisladores y los juristas. Pero no es la más alta sabiduría humana que haya existido, ni es la expresión madura y plena a la que el ser humano aspira y se encamina en su búsqueda de relaciones humanas más perfectas. Consciente, pues, de los límites de la disciplina jurídica que aún a mis setenta y cinco años estudio y practico, quisiera comprender y resolver con una sabiduría superior, un caso que he asumido y tengo actualmente entre manos. Es la razón y el motivo de mi pregunta.

Matilde y Juan se miraron sorprendidos de que fuera Tomás Ignacio quien planteara el tema de conversación que les interesaba; pero no era la primera sino la enésima vez en que al encontrarse con los amigos de tantos años descubrían compartir, sincronizados, las mismas inquietudes y preguntas.

Ambrosio tomó tiempo para pensar antes de responder, y fue Mariella la que habló primero, sorprendiendo esta vez a todos que la conocían como una mujer que amaba escuchar y rara vez intervenía en las conversaciones intelectuales del grupo.

—Si se trata de seguir la más alta sabiduría, creo que Etty Hillesum nos indicó el camino. Encerrada en un campo de concentración, con sus padres y hermanos deportados en Auschwitz donde fueron asesinados, con plena conciencia de que sufriría el mismo destino, dejó escrito en una carta que pudo enviar a una amiga, que sentía compasión por los jóvenes nazis que hacían atrocidades. Decía en su carta que lo criminal es el sistema que los utiliza; que lo aterrador es el sistema que supera a la gente y los atrapa como una garra satánica. Y que por estar la maldad en el sistema, también se introduce en nosotros. Pero lo podemos erradicar a través del conocimiento y del amor. Su mensaje a los judíos era que, los que sobrevivieran ilesos de cuerpo y alma, sin resentimientos, sin amarguras, sin odios, serían los que habrían ganado el derecho a hablar cuando terminara la guerra, y podrían transformar y mejorar el mundo. Pero si en vez de procesar el sufrimiento con la comprensión y la compasión, lo convertían en odio y deseos de venganza, sólo serían continuadores de la desgracia colectiva.

—¿No es demasiado idealista, demasiado difícil y por tanto irreal lo que dice Mariella? —preguntó Matilde mirando a su hermano.

Interpelado directamente Ambrosio respondió:

—Yo he analizado y reflexionado bastante sobre el holocausto del pueblo judío y sus secuelas históricas, y pienso que Etty Hillesum tenía razón. Después de la guerra los juicios de Nuremberg llevaron a la condena a unos pocos jerarcas del régimen nazi, y después, durante casi veinte años, Alemania cayó en una especie de amnesia social con la consigna “dejemos descansar el pasado’. La nación y el pueblo judío no tuvieron el bálsamo que hubiera aliviado sus heridas mediante el juicio y la condena a los culpables. Recién en 1963 y casi por azar comenzaron en Frankfurt los procesos a los crímenes de Auschwitz. El pueblo judío procesó mayoritariamente aquellos terribles sucesos como ‘víctimas’, lo que los llevaba a anclarse en el pasado horrible. No habiéndose sanado el alma de la nación y del pueblo judío, como indicaba Etty Hillesum, ellos no han sabido procesar con la debida comprensión y compasión sus relaciones con el mundo. Y no aprendieron a ser compasivos.

—Entonces, en tu opinión— inquirió Tomás Ignacio que había escuchado concentrado lo que habían dicho Mariella y Ambrosio —¿cuál es el modo mejor para enfrentar este tipo de situaciones, como la que estamos viviendo ahora con los sucesos que tan gravemente han afectado a casi todo el mundo en este siglo XXI? Porque, debes reconocer, Ambrosio, que hay muchas cosas distintas implicadas en lo que has dicho, y lo que dices no es exactamente lo que Mariella nos contó sobre aquella mujer judía.

—El espíritu es el mismo, o al menos es como lo interpreto. Pero veamos. Lo primero es el conocimiento histórico y la comprensión profunda de lo sucedido. ‘Dejar descansar el pasado’ es un grave error. Es fundamental tomar conciencia de lo sucedido y de sus causas. En la historia las cosas no ocurren por azar. Las guerras, las persecusiones, las atrocidades que involucran a las naciones y a los pueblos, son resultado de condiciones económicas, políticas, sociales y culturales, estructurales y complejas. Para que no se repitan, y más aún, para que no se prolonguen en formas más sutiles pero igualmente deletéreas, es indispensable comprender a fondo esas condiciones y esas causas que las han provocado.

—O sea que— lo interrumpió Matilde —respecto a las atrocidades y a la violación de los derechos humanos durante el Levantamiento de los Bárbaros y después en la instauración de la Dictadura Constitucional Ecologista, es de enorme importancia conocer a fondo y comprender las causas que condujeron a ellos.

—Así es, efectivamente— acotó Ambrosio. —Pero no basta el conocimiento y la comprensión. Es indispensable, a partir de esa comprensión, sanar el alma, tanto de las víctimas como de los victimarios, y también de los que fueron indiferentes, y de los que observaron sin intervenir, porque de un modo u otro todos somos afectados por estos fenómenos que son sistémicos. Y en la sanación del alma un rol importante le corresponde a la justicia y a los tribunales.

—O sea, el castigo de los culpables.

—La aplicación de la justicia, que no es exactamente lo mismo, como bien tu sabes. Y en mi opinión, dadas las circunstancias muy particulares de los hechos, la justicia debe ser aplicada de manera estricta y rigurosa atendiendo a la gravedad de los crímenes, pero también de modo comprensivo y compasivo, considerando las condiciones sistémicas en que se producían.

—Y eso ¿no es contradictorio?

—Es un equilibrio difícil, pero posible. Reflexionemos sobre lo que decía Etty Hillesum. El objetivo es ‘sanar el alma’ de las víctimas y de los victimarios. Sanar el alma de las víctimas mediante la comprensión y la compasión, para no quedar atrapados en el pasado y poder avanzar con libertad interior en la construcción de un futuro mejor. De acuerdo con esto, la justicia, mediante el proceder prudente y sabio de los jueces, debiera mitigar el castigo a los culpables en proporción a la comprensión y compasión que tengan sus víctimas, y al nivel del arrepentimiento que demuestren los criminales.

—Es bastante utópico— exclamó Rosalía.

—Bueno, es cierto que no es fácil que una sociedad llegue a un nivel cultural y de sabiduría tan alto; pero a eso debemos aspirar. En todo caso, la pregunta de Tomás Ignacio apuntaba a cómo asumir con sabiduría un caso puntual que tiene entre manos, de unos jóvenes que tendrán nombre y apellido, y un alma más o menos sana, o más o menos dispuesta a convertir su sufrimiento en amor, y a liberarse del pasado que los pudiera atrapar, creciendo en comprensión y en compasión.

Tomás Ignacio cerró los ojos y se sumergió en profundos pensamientos, al cabo de los cuáles tomó la mano de su esposa y le dijo:

—Vas a tener que ayudarme, Mariella, con dos jóvenes idealistas que tienen serios problemas y están en una encrucijada. Tienes que ayudarme con ellos, querida, porque aquí se necesita el espíritu sanador de Etty Hillesum. Yo aportaré el derecho y tú pondrás la sabiduría, y entre los dos haremos lo mejor que podamos en este caso que, quizás, sirva de ejemplo y marque tendencia.

Rosalía no estaba conforme con la respuesta que había recibido su observación y lo expresó de esta manera:

—Puede ser que para algunos casos individuales y puntuales esté bien; pero en el plano social es distinto. Me temo que con tanta comprensión y compasión se esté dando el mensaje de que esas violaciones a los derechos humanos no son tan graves. Además, siempre se dice, y lo comparto, que hay que castigar muy duramente a los culpables para que hechos similares nunca vuelvan a suceder. Si queremos que esos crímenes no se repitan, el castigo y el escarmiento deben ser ejemplares, contundentes.

—Sobre eso— intervino Tomás Ignacio —la experiencia jurídica y penal enseña dos cosas. Una, que el escarmiento afecta fuertemente a la persona castigada, que tenderá a no reincidir; pero que influye poco en otras personas que no lo experimentan directamente. Dos, que el escarmiento es eficaz cuando el castigo es inmediato, o sea, cuando no transcurre mucho tiempo desde que se cometió el delito hasta que fue juzgado y penalizado. En estos sentidos, teniendo en cuenta que los que incurrieron en los delitos deben ya ser ancianos, y que han pasado los años desde el Levantamiento de los Bárbaros y la instauración de la dictadura, el escarmiento pierde eficacia.

—Además— agregó Gabriel a quien le gustaba contradecir a su esposa —para que los hechos no se repitan lo que hay que hacer es remover las causas, y que contextos y condiciones similares a los que llevaron a esos excesos criminales no vuelvan a establecerse. Entonces, pienso yo, lo de “sanar las almas” está muy bien y es esencial; pero también evitar que se reproduzcan las estructuras económicas y políticas que los motivan y favorecen. Y en este sentido, pienso que la situación que estamos viviendo, con el aumento de la delincuencia y con una dictadura que restringe las libertades ciudadanas, pudiera ser que nos estemos aproximando a situaciones que pudieran derivar en nuevos gravísimos fenómenos sociopolíticos.

Matilde tomaba nota mentalmente de todo lo que decían sus amigos. Todo pertinente para la conferencia que se había comprometido a dar. Tomaba conciencia de lo importante que era ser la portavoz del conociminto y la sabiduría que tenían no solamente sus amigos del IFICC sino también esas almas grandes que eran sus amigos de toda la vida.

Aprovechando que se produjo un momento de silencio Juan Solojuán, que había escuchado la conversación atentamente pero sin intervenir, se puso de pié y dando tres golpes con su bastón invitó a hacer un brindis en honor de Ambrosio por el galardón que le había otorgado la Academia Francesa de la Historia. Mientras Solojuán hacía un sentido y conmovido elogio del trabajo de su amigo, Lucila llenaba las copas, y luego, todos de pié, rindieron el cálido y emocionado homenaje.

Más que el Derecho Penal y la delincuencia a Juan Solojuán le interesaba la economía, y sobre todo la creación y desarrollo de empresas, a lo que había dedicado gran parte de su vida. Por eso a todos resultó natural que cambiara el tema de la conversación preguntando:

—¿Qué piensan ustedes de la posibilidad de promover que las personas tengan en la ciudad cabras y conejos como mascotas?

Al escuchar la pregunta Chabelita hizo un gesto de disgusto y miró con enojo a su padre. Ella le había contado que era miembro del Jurado para un proyecto de empresa sobre mascotas vegetarianas; pero lo había hecho de modo íntimo y sin entregarle mayores antecedentes, pues los miembros del Jurado estaban comprometidos a no revelar los contenidos de los proyectos hasta después de emitir el veredicto que los autorizara, les exigiera modificaciones o los reprobara. Comprendió, sin embargo, que su padre había formulado la pregunta de modo genérico, por lo que se tranquilizó. Decidió escuchar en silencio lo que pudieran opinar esos hombres y mujeres a quienes admiraba.

—Conozco muchas personas que sufren por no poder tener mascotas— comentó Lucila mirando a Matilde. —Además, en la educación de los niños es muy importante el contacto con los animales, con los que siempre les gusta jugar, lo que no pueden hacer visitando los zoológicos, que les interesan tanto.

—La pregunta que hay que hacerse— dijo Gabriel —es si las cabras y los conejos pueden establecer relaciones afectuosas con sus dueños.

—¡Eso te lo puedo asegurar!— exclamó Juan Solojuán. —En nuestras crianzas he podido comprobar que las cabras tienen una inteligencia muy superior a lo que se cree, y aprenden tanto como pueden hacerlo los perros. Reconocen a sus amos, les son absolutamente fieles, y tienen manifestaciones notables de afecto y de amistad. Además son traviesas, entretenidas y mucho más alegres que los perros y los gatos.

Fue Lucila, que era bióloga de profesión y que se había especializado en la etología animal, quien agregó:

—Es cierto lo que dice Juan. Las cabras, además, a diferencia de los perros, son muy útiles. Dan una excelente leche, su carne es comestible y muy apetitosa, y hasta sus heces sirven porque, siendo vegetarianas, son un muy buen componente para hacer compost.

—Pero no hay que olvidar que si las dejas sueltas en el campo se comen toda hierba y toda planta que encuentren. Por eso no se las deja en tierras de valor agrícola— acotó Ambrosio.

—Pero si hablamos de mascotas— agregó Juan —el asunto es que hay que alimentarlas apropiadamente, y mantenerlas en lugares protegidos, y sacarlas a pasear igual como se hacía antes con los perros. Las hojas de los árboles que caen, las ramas que se podan, la parte de las verduras y de las frutas que no nos comemos, el pasto que hay que mantener, las malezas, todo les sirve. Por cierto, un fardo de la mejor alfalfa, con el que se alimenta a una cabra durante al menos quince días, tiene un precio que es mucho menor del que, según recuerdo, tenía un saquito de alimento para perros que apenas alcanzaba para una semana.

Chabelita escuchaba atentamente la conversación; pero no dejaba de estar disgustada con su padre, que una vez más se entrometía en sus cosas y trataba de influenciarla. Ella había sido llamada a evaluar y participar en el veredicto ciudadano sobre el proyecto de la empresa de las mascotas, y Juan no tenía por qué inmiscuirse en ello. Pero está ya viejo y debo comprenderlo, pensó para no enojarse demasiado con la persona que más quería en este mundo. Cuando ya no esté conmigo lo echaré tanto de menos.

Solojuán se dió cuenta de la molestia de su hija y decidió poner otro tema sobre la mesa:

—Imagino que ya todos han leído la última novela de Matilde...

El silencio y la mirada culpable que intercambiaron los comensales fue suficientemente elocuente.

—Ya veo, una vez más se comprueba que nadie es profeta en su tierra, y que no valoramos lo que tenemos muy cerca. ¿Quieren que les cuente de qué se trata?

Un “No’ rotundo y unánime fue la respuesta, acompañada de la promesa que repitieron todos, de que no dejarían pasar un día más sin ‘bajarla’ de internet y comenzar a leerla.