I. LANZAMIENTO

I. Lanzamiento.

Cada vez que uno de sus admiradores le presentaba el libro para que se lo dedicara, Matilde Moreno lo miraba a los ojos, le preguntaba su nombre y le hacía algún comentario. Ella quería saber a qué se dedicaba la persona que tenía enfrente, cuáles eran sus gustos y opiniones sobre ciertos temas, y si había leído alguna de sus novelas anteriores. Si la respuesta a esta pregunta era positiva se iniciaba entre la autora y el lector o lectora una conversación que podía extenderse por varios minutos, versando sobre alguno de los personajes o sobre los hechos, las emociones y pensamientos que despertaron el interés por su obra en la persona que estaba ante ella. Lo que de este modo Matilde llegaba a conocer le iba proporcionando las palabras con las que formulaba después la dedicatoria, en la que tenía también en cuenta si se trataba de un hombre o de una mujer, su edad, su vestuario, su actitud o sus modos de hablar y de relacionarse con ella. Porque la escritora, solamente después de haberse formado una idea o cierta intuición sobre la persona que había adquirido su libro, lo abría en la primera página y escribía una dedicatoria que de ese modo resultaba personalizada. Al terminar de escribirla tomaba el libro con sus dos manos y acariciando su portada lo devolvía a su dueño, que solía cogerlo con actitud reverente, como quien se apropia de un pequeño tesoro.

Este modo de proceder hacía que frente a la mesa donde atendía a los lectores interesados en su firma se extendiera una larga fila de los que esperaban pacientemente su turno.

Matilde Moreno había cumplido setenta años. Su primera novela se había publicado hacía ya cuatro décadas, en aquél agitadísimo año 2028 en que Santiago había sido sacudido por graves disturbios vandálicos en que turbas enardecidas saquearon farmacias, supermercados y negocios de productos electrónicos, e incendiaron bancos, escuelas y edificios públicos. Los únicos locales que no habían sufrido el asalto de los bárbaros habían sido las pocas librerías que entonces quedaban en Santiago. Los libros no eran en aquél tiempo algo que atrajera el interés de los vándalos, porque obtener de ellos algún dinero les resultaba prácticamente imposible dado que en esa época los autores de libros mediocres eran más abundantes que los buenos lectores.

Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. La tarde en que se había realizado el lanzamiento de la que era ya su quinta novela, la industria editorial era una actividad económica floreciente. El lento proceso de recuperación cultural después del agitadísimo período llamado “Levantamiento de los Bárbaros” se manifestaba en un notorio incremento del interés por la literatura, la poesía y las obras de sabiduría. Los libros se distribuían por internet a través de un mecanismo muy sencillo, en que cada obra que se bajaba de la red implicaba el registro automático del descuento de su valor en la cuenta única de ingresos y gastos que tenía todo ciudadano, y el dinero se abonaba por un sesenta por ciento en la cuenta de la editorial y por un cuarenta por ciento en la del autor.

Los libros y las obras culturales que se distribuían por internet eran muy baratos y estaban exentos del pago de impuestos. Eran leídos o escuchados, en el idioma que cada uno escogía, en los Intercomunicadores Audiovisuales Integrados, los famosos IAI que estaban al alcance de todos. Por el contrario, las ediciones en papel estaban reservadas a las obras que podían despertar un gran interés, pues eran de muy alto costo y se limitaban a un máximo de mil ejemplares, según un convenio suscrito por las casas editoriales en el marco del Acuerdo Mundial en Defensa del Ambiente, que se había establecido después de la llamada “Gran Devastación Ambiental”. El costo del papel era altísimo, porque la producción de celulosa se había restringido desde que los bosques de pinos, eucaliptus y otros árboles en que se basaba la producción del preciado material estaban siendo reemplazados por la regeneración de bosques ricos en diversidad biológica, de plantas y de animales.

Con la escasez de ediciones físicas los libros llegaban a valer una pequeña fortuna, y sus compradores eran las grandes universidades y centros culturales del mundo, los bibliófilos y coleccionistas, y personas de edad que no se acostumbraban a la lectura de textos digitales y que estaban dispuestas a pagar ingentes sumas de dinero por una obra que les interesaba leer. De cada edición física se reservaban veinte ejemplares que debían ser consignados en las bibliotecas nacionales y en los depósitos de conservación de obras literarias que se habían creado en varios lugares del mundo con el propósito de garantizar para las generaciones futuras la trasmisión de los principales saberes y obras de arte, ante el temor de que algún colapso magnético o una explosión de radiaciones solares pudiera destruir gran parte de la información mantenida en formatos digitales.

Matilde estaba consciente de que el interés y el numeroso público asistente al lanzamiento de su quinta novela se debía en gran parte a esa circunstancia del mercado editorial, que hacía que muchos bibliófilos estuvieran presentes en el evento que era cultural, social y económico a la vez. Pero sabía también que si su libro había podido ser publicado en papel era porque existía un público culto que valoraba la calidad de su obra y el cariño que había despertado en muchos seguidores fieles de sus novelas, y que estaban dispuestos a invertir una importante suma de dinero esperando también obtener su firma y dedicatoria personalizada.

El evento estaba siendo todo un éxito. El público asistente casi alcanzaba doscientas personas y un tercio de los asistentes había comprado un ejemplar. Los comentaristas del libro no habían escatimado los elogios entusiastas, y Matilde había estado brillante en la explicación de su obra. Ahora, en la actividad de las dedicatorias, estaba radiante. Había firmado casi cincuenta ejemplares y todavía quedaban unas veinte personas en la fila. A su alrededor se conversaba en pequeños grupos mientras se servía el cocktail que era atendido por un grupo de jóvenes que la editorial había contratado para la ocasión. Los jóvenes paseaban entre los asistentes bandejas de vidrio repletas de guindas, uvas, frambuesas, trozos de tomates, hojas de lechugas, de berros, de rúcula y de otras verduras preciadas, junto a ensartados que los combinaban con especial cuidado y gusto, todo producido con las más puras técnicas de la agricultura orgánica.

Que todo resultara perfecto, desde la afluencia de público, los comentarios de los escritores invitados, las palabras de presentación del libro por la autora, la venta de ejemplares, la firma de las dedicatorias y el ambiente que se creaba en la ocasión, era muy importante para el éxito de la novela, pues el clima en que se desenvolviera el evento influiría mucho en las reseñas y comentarios de la obra que aparecerían en los próximos días en los periódicos, en los medios digitales de comunicación y en las redes sociales.

Matilde alzó la vista cuando frente a ella se presentó un hombre anciano, alto, de larga barba blanca, apoyado en un bastón de mano y acompañado por una mujer de mediana edad que a su lado lo tomaba del brazo. El anciano le pasó su ejemplar del libro en espera de la dedicatoria. Matilde alzó la vista para verle la cara y reconociendo al anciano se puso de pié y lo saludó con efusión:

—Mi querido amigo Juan Solojuán, o Pedro Juan Iriarte, para que veas que me acuerdo de tu verdadero nombre que pocos conocen. ¡Qué honor me haces viniendo hasta aquí!

Mientras se daban un cálido abrazo el anciano exclamó:

—¡Qué alegría encontrarte, Matilde! El honor y la alegría de este encuentro son míos. He venido aquí, acompañado de mi hija Chabelita ¿la recuerdas? por el gusto de verte y también cumpliendo una misión oficial, en nombre de nuestro Consorcio Cooperativo.

—Por supuesto que te recuerdo, Chabelita, me alegra mucho que estés aquí.

Chabelita se emocionó al sentir el abrazo de la escritora que admiraba tanto, pero inhibida se limitó a darle un saludo cordial.

—Quiso acompañarme, dice que para cuidarme. Cree que porque ya soy viejo no me sé cuidar solo en esas calles peligrosas de Santiago que tan bien conozco. Pero ella es también una asidua lectora de tus novelas, y también por eso insistió en venir. Pero, sí, aquí estamos en misión oficial.

—¿Y qué misión es esa, amigo Juan?

—Lo que sucede, mi querida Matilde, es que el profesor Humberto Farías, socio eminente de nuestro Consorcio de Cooperativas CONFIAR, cuando supo que habías publicado un nuevo libro presentó en reunión de nuestro Consejo de Administración la solicitud de que compráramos un ejemplar para nuestra Biblioteca. Se hizo una rápida consulta a través de la red y la moción fue aprobada por unanimidad. Yo solicité ser el encargado de hacer la valiosa adquisición.

—Pues, es un honor demasiado grande el que me hacen, una organización de economía cooperativa y solidaria que aprecio y valoro enormemente por tanto Factor C que tienen y difunden.

—Si, un Factor C fuerte que nos ha permitido resistir frente a todos los embates sociales, ambientales y políticos y que nos ha permitido desarrollarnos hasta ser lo que hoy somos. Por eso escogimos para el Consorcio la sigla CCC, y me gusta que nos llamemos así. 1

Juan Solojuán se entusiasmaba cuando hablaba de su organización cooperativa, que tenía tantas facetas que, sobre cualquier tema que se conversara, encontraba siempre el modo de relacionarla.

—Hace años —continuó Juan Solojuán —el profesor Humberto empezó a formar la Biblioteca, que hoy cuenta con más de ocho mil valiosos ejemplares. Como sabes mejor que yo, los libros se salvaron de la Rebelión de los Bárbaros pero sucumbieron ante la Gran Devastación Ambiental, cuando las librerías y las bibliotecas, incluso las de los colegios y las universidades, fueron saqueadas por los grupos vandálicos que los robaban y vendían para usarlos como combustible de calefacción cuando el cambio climático se aceleró provocando agudas heladas en invierno y arrebatadores calores en verano. El profesor Farías empezó una campaña para salvar los libros, y así empezamos a formar esa Biblioteca que mañana contará con esta nueva novela que acabas de dar a luz.

—Sí, el cambio climático, y también el odio a la cultura y al conocimiento que se difundieron entre esas juventudes bárbaras que no habían sido educadas ni por sus padres ni por las escuelas ni por las iglesias.

Juan asintió moviendo la cabeza. Agregó:

—Pero tengo una segunda misión. Me han encargado extenderte una invitación formal —sacó del bolsillo de la chaqueta un sobre que puso en las manos de Matilde —para que visites nuestra sede cultural y nos regales una conferencia, sobre el tema que tú quieras exponer. Puedo asegurarte que nuestra gente ha leído y sigue fielmente tu obra literaria, que despiertas entre nosotros una gran admiración. Una admiración que es también muy profunda para con tu hermano Ambrosio, que consideramos un referente intelectual fundamental de nuestra obra económica, cultural y espiritual. A propósito ¿no ha venido hoy al lanzamiento de tu libro?

—No le fue posible, pues viajó a Paris para ser homenajeado con el Premio a los Grandes Creadores por sus estudios de la historia de las civilizaciones. Fue, acompañado por Lucila su esposa, que no se separa de él desde que han empezado a flaquearle las piernas por el peso de los años. Pero está muy bien de salud, en todo sentido, y le encanta viajar, conocer gentes y lugares y especialmente dialogar con personas cultas de todo el mundo. Como sabes, es un viajero empedernido, un viajero corporal y espiritual, que aprovecha cualquier ocasión para moverse.

Chabelita, que había estado escuchando la conversación pero que también estaba atenta a lo que sucedía a su alrededor se atrevió a decirle a su padre que los que esperaban su turno en la fila empezaban a impacientarse, porque se hacía tarde y salir a la calle cuando oscurecía se convertiría para todos en un peligro.

—Tienes razón, hija, dejemos que Matilde continúe con su trabajo. Si los ‘lanzas’ supieron que hoy se hace el ‘lanzamiento’ de un libro estarán merodeando en los alrededores, esperando apropiarse de lo que ha llegado a ser un objeto de tanto valor económico y para el cual existe entre los coleccionistas un buen mercado ilegal.

—Bueno, así está la vida. Pero llámame —enfatizó, pasándole una tarjeta con sus datos —para ponernos de acuerdo, porque con gusto iré a visitarlos.

Se despidieron cariñosamente. Matilde continuó atendiendo a sus admiradores y Juan Solojuán y Chabelita Iriarte fueron a compartir el cocktail y la conversación con otros asistentes.

Quince minutos después se escuchó por los parlantes el anuncio de que era ya el momento de empezar a organizarse para retirarse del lugar, pues se acercaba la hora que se había coordinado con las autoridades para poner término al evento. Matide firmó rápidamente los últimos cinco libros que le fueron presentados.

El proceso de organización para el retiro fue realizado con eficiencia, pues casi todos disponían de la información necesaria en sus Intercomunicadores Audiovisuales Integrados, los IAI de cuarta generación. Estos diminutos aparatos que habían reemplazado a los antiguos celulares eran verdaderos canales de comunicación televisiva, que podían transmitir grabaciones audio y video, tanto pregrabadas como realizadas en vivo y en directo, no solamente a las personas a las que se quisiera llamar sino a todos los usuarios suscritos al número del emisor que quisieran conectarse. Por cierto, permitían captar todo tipo de señales audiovisuales, disponían de numerosas prestaciones educativas y recreativas, y variadas aplicaciones de realidad aumentada. Traducían los textos a cualquier idioma y podían también convertirlos en lenguaje hablado, en excelente dicción en voz de hombre o de mujer según se deseara, de modo que muchos preferían escuchar los mensajes y textos cómodamente tendidos y con los ojos cerrados. Pero el uso de los IAI era de alto costo e implicaba un elevado consumo energético, por lo que las personas los utilizaban con parsimonia y discreción.

Entre los asistentes solamente seis personas habían llegado en automóvil, todos a propulsión solar, entre los cuales estaban Juan Solojuán y Matilde. Se había informado a los asistentes al evento sobre los asientos que tenían disponibles y los recorridos que realizarían. La mayor parte había llegado en bicicleta; pero era necesario que se desplazaran en grupos según las zonas de la ciudad hacia donde se dirigirían, para protegerse mutuamente. Era muy peligroso circular solo o en grupos muy pequeños a esa hora. Además, debían contactarse con los GAC, o sea los Grupos de Autoprotección Ciudadana, que les informarían los sectores de la ciudad donde se habían detectado movimientos sospechosos que convenía evitar, y que los acompañarían en sus recorridos finales cuando debían separarse del grupo en que iban.

Cuando ya se disponían a retirarse organizadamente fueron informados por la Policía de que se habían detectado delincuentes en los alrededores del lugar y que incluso se habían escuchado dos disparos de arma corta. Era probable que alguna banda de ladrones se hubiese enterado de que muchos de los asistentes llevarían un libro con ellos. Por esta razón se anunció también que se había dispuesto que un pequeño bus, contratado por la Editorial, recogería a los catorce asistentes que no contaban con un medio propio de transporte.

Dos horas después de cerrado el evento todos habían informado a la organización de éste que habían llegado a sus casas sin mayores inconvenientes. Solamente al recibir la última comunicación Matilde pudo descansar, aliviada.

 

1 “Factor C” es un concepto acuñado por Luis Razeto en sus estudios sobre la economía solidaria. Se define como “la energía social que se genera por la unión de conciencias, voluntades y emociones tras un objetivo compartido”. Es entendido también como “la solidaridad convertida en fuerza productiva”.