6. Preparativos.
En la mañana siguiente, después de vestirse y desayunar, Matilde abrió el IAI que habitualmente dejaba en silencio durante la noche. Encontró dos mensajes que le había enviado desde París su hermano Ambrosio. Estaba por llamarlo de vuelta cuando recibió el aviso de que estaba nuevamente intentando comunicarse con ella. Encendió la pantalla y ahí estaba él, con su larga barba blanca y su cabello despeinado, que la miraba con afecto. Inmediatamente después de saludarse Ambrosio le anunció:
—Matilde, hemos decidido con Lucila regresar de inmediato a Santiago. Tuvimos suerte de encontrar un pasaje y estamos a punto de tomar un taxi al aeropuerto, así que no tengo mucho tiempo para conversar.
—Pero ¿por qué este viaje de improviso?
—Por tí, hermana querida. Ayer recibí el galardón, hice mi discurso y ya me festejaron bastante. Pero al llegar al hotel encontré entre mis mensajes la noticia de que vas a dictar una conferencia sobre la política y el orden social. Te llamé para saber más del asunto, y como no tuve respuesta me contacté con nuestro amigo Juan del CCC, quien me informó de que has sido citada por la CIICI para declarar o para ser interrogada. Me dijo que el asunto parecía serio, y no sé por qué me acordé de cuando eramos niños y te acompañaba cuando fuiste acusada de esos hurtos. Se me ocurrió que sería bueno estar nuevamente cerca tuyo, lo conversé con Lucila y decidimos volver. Llegaremos mañana en la madrugada, justo a tiempo para acompañarte, según la hora de la citación que me informó Juan.
—No debiste hacerlo, Ambrosio, pues ahora ya soy vieja y sé defenderme solita.
—Para mí sigues siendo mi hermana chica, Matilde; pero no hay nada más que decir. Tenemos los pasajes y el taxi nos está esperando, así que nos vemos allá. Un beso.
Matilde salió al jardín de su casa para pensar cómo debía enfrentar el interrogatorio al que sería sometida. Ella no estaba contra el régimen establecido después de la Gran Devastación Ambiental. Estaba consciente de que la Dictadura Constitucional Ecologista fue una necesidad histórica, indispensable para enfrentar el desastre, y que fue una decisión aprobada por la inmensa mayoría en un plebiscito legítimamente realizado, y con garantías suficientes para que la voluntad popular se expresara libremente. La democracia anterior había degenerado en la demagogia y el populismo, y era en gran parte responsable de los desastres que habían afectado al país, y de modo parecido a otras naciones del mundo. Para enfrentar los desastres ecológicos y la delincuencia de los bárbaros, fue necesario implantar un régimen autoritario, que en nombre de la mayoría de los ciudadanos restableciera el orden social y garantizara cierta recuperación de los equilibros ecológicos y la protección del ambiente.
Pero habían pasado ya casi veinte años y la situación había cambiado sustancialmente. Matilde creía firmemente que había llegado el momento de repensar la política, el sistema de gobierno y el orden social que se había establecido como una excepción histórica, y que no le parecía que debiera eternizarse. Era necesario, exactamente como había intitulado su próxima conferencia, repensar la política y el orden social. Y eso era lo que ella diría a quienes la interrogaran. No tenía nada que ocultar, su pensamiento era absolutamente legítimo, y además, compartido actualmente por muchas personas.
—Sí —concluyó en voz alta —responderé exactamente con la verdad de lo que pienso, y espero que lo comprendan, y quizás, incluso pudiera convencerlos, porque tengo razones importantes que explicar.
Lo que en cambio complicaba a Matilde era la actitud que adoptaría frente a un interrogatorio que, si se realizaba en la forma que Juan Solojuán le había dicho, le resultaba inaceptable y atentaba directamente contra su dignidad. Y su dignidad no estaba en juego.
—Me haré respetar. Sí, me haré respetar en mis derechos. Y en mi dignidad personal.
Decidió que el modo de hacerlo dependería de como ocurrieran las cosas realmente, y que en su momento sabría exactamente cómo comportarse. No era necesario predisponer alguna actitud que pudiera responder a una situación imaginaria que podría no ocurrir. Así, ya con claridad sobre lo que diría y cómo se comportaría el día siguiente ante los funcionarios de la CIICI, se dispuso a preparar la conferencia que había comprometido realizar.
—Deberá ser la mejor conferencia que haya dictado en mi vida. Debo estar a la altura del problema que vivimos en el país y en el mundo, y cumplir con las expectativas que podrá haber despertado en mucha gente, empezando por mi amigo Juan y sus compañeros del CCC.
Entró a la casa y se sentó en su sillón favorito. Tomó el transcriptor de voz y encendió la pantalla; pero desistió, recordando las recomendaciones de Juan Solojuán. Desconectó el aparato y fue hasta su escritorio donde guardaba algunas hojas de papel y un lápiz de tinta, disponiéndose a escribir al modo antiguo, que nadie menor de sesenta años sabía emplear.
Tres horas después, cuando ya la hora de almorzar había pasado hacía rato sin que se diera cuenta, Matilde disponía ya de un esquema muy claro del diagnóstico de la situación política y del orden social existente. Ello fundamentaba de manera que le pareció absolutamente convincente, la necesidad no solamente de repensar el régimen político y social sino la urgencia de transitar hacia un nuevo orden, un nuevo sistema de gobierno y de organización social. Pero mientras preparaba su almuerzo comprendió que no podía quedarse en ello. Se dió cuenta de que si se quedaba en el diagnóstico no haría un aporte realmente significativo. Era necesario pasar del diagnóstico y de la formulación del desafío político y social, a la formulación de propuestas que fueran realistas, posibles de implementar, y que significaran una efectiva superación de los problemas y de la situación histórica y política en que se encontraban el país y el mundo.
***
Después de almorzar se tendió en su cama y se quedó profundamente dormida. Una hora después la despertó el intercomunicador. Era Juan Solojuán que quería saber cómo estaba, y que le contó que su hermano Ambrosio lo había llamado, preocupado por no haberse podido comunicar con ella.
—Estoy estupendamente bien, amigo Juan. No sé qué le habrás dicho a mi hermano, pero el hecho es que a esta hora estará ya cruzando el Atlántico, anticipando su regreso.
—Me alegra mucho saberlo, Matilde. Precisamente te llamo para preguntarte si quieres que mañana te acompañe hasta la CIICI.
—No te preocupes, amigo, me acompañará Ambrosio, aunque no pienso que necesite su apoyo, si bien su compañía me resulta siempre tan grata
—Entonces, Matilde, no hay nada más que decir. ¡Hasta pronto!
—¡Hasta pronto, amigo Juan!
Matilde continuó trabajando en la preparación de su conferencia. A un cierto punto, habiendo llegado a identificar con precisión las preguntas reales y actuales sobre las que era preciso encontrar respuestas y formular caminos de acción, decidió que debía pedir la colaboración de sus asesores, los mismos que le ayudaban en los temas científicos e históricos que aparecían en sus novelas.
Tomó el IAI y contactó a Pablo Roblato, biólogo, director del Instituto de Filosofía y Ciencias de la Complejidad – IFICC; a Teresa Cosmina, psiquiatra, a Ricardo Russo, sociólogo, a Sandra Medina, jurista, y a su viejo amigo Gabriel López, filósofo, fotógrafo artístico, e íntimo amigo de Ambrosio, de su esposa Lucila, y de ella misma desde que era muchacha.
No les explicó el asunto sobre el que necesitaba sus asesorías para no alertar a la CIICI, dejándoles creer que sería sobre temas que necesitaba aclararse en relación a una nueva novela que estaba empezando a escribir. Todos aceptaron su invitación, quedando en encontrarse en la sede del IFICC el miércoles de la semana siguiente en la tarde.
Media hora después de que Matilde apagara el IAI el coronel Ascanio Ahumada era informado detalladamente de todas las conversaciones que ella había tenido ese día. Quedó muy preocupado al saber que la escritora se había comunicado no solamente con su hermano Ambrosio Moreno y con el viejo zorro Juan Solojuán, sino también con un grupo de connotados académicos especialistas en biología, derecho, psiquiatría, sociología y filosofía, todos miembros del Instituto de Filosofía y Ciencias de la Compleidad.
En conocimiento de todo esto el coronel Ahumada convocó al equipo de expertos que estaban a cargo del caso de la escritora. Les explicó la situación, les dijo que debían estar presentes durante el interrogatorio junto a los dos jueces de oficio, y les recomendó que tuvieran el máximo cuidado al relacionarse con la investigada Matilde Moreno, teniendo en consideración la importancia de su persona y la de todos aquellos con los que se había contactado ese día. La psiquiatra Morgado, hablando en nombre de todo el equipo, le dió las garantías que pedía.
—No se preocupe usted, coronel, pondremos todo el cuidado que merece un caso tan delicado e importante. Las preguntas serán, naturalmente, las que establece el protocolo, y agregaremos aquellas que nos aconsejen las respuestas de ella y el curso que siga la sesión.