21. La delincuencia y algo más sobre el futuro remoto.
Los estudios de Matilde, los informes que recibía de los investigadores del IFICC, las conversaciones que mantenía con Ambrosio y sus propias reflexiones, la llevaban a postular que era ya tiempo de transitar desde la Dictadura Constitucional Ecologista a un nuevo ordenamiento político de carácter democrático, que implicara la recuperación de las libertades políticas y la participación de los ciudadanos en la solución de los problemas sociales y en la gestión de los recursos públicos. Pero era evidente que no se trataba de volver a las viejas estructuras partidistas y estatales que habían fracasado y conducido al Levantamiento de los Bárbaros y a la Gran Devastación Ambiental.
Con su memoria privilegiada Matilde recordó palabra por palabra la última conversación que había tenido con su hermano.
—La tarea histórica del presente— había sentenciado Ambrosio desde su elevada comprensión del pasado histórico y mirando hacia un futuro deseable y posible —es concebir, establecer y desarrollar una nueva política, esto es, crear nuevas formas de organización social y nuevos modos de realizar las transformaciones que las personas y la sociedad necesitan para avanzar hacia su plenitud. En otras palabras se trata de crear una nueva política para transitar aceleradamente hacia una nueva civilización.
Pero Matilde observaba el presente, y lo que veía la inquietaba sobremanera. Le parecía que estaban en curso tendencias muy fuertes hacia el crecimiento del tamaño y del poder del Estado, junto a un no menos evidente aumento de la delincuencia y del desorden social. Comprendía que tales dinámicas incubaban un retroceso hacia las situaciones que había vivido en el pasado y que terminaron causando el Levantamiento de los Bárbaros. En efecto, el crecimiento del aparato del Estado, que la economía y la sociedad debían sostener con impuestos crecientes, reducía las posibilidades de que pudieran destinarse a obras sociales y a la solución de los problemas que afectaban a toda la sociedad los recursos, siempre limitados, que podía recaudarse considerando la debilidad de la economía después de la Gran Devastación Ambiental. Si para sostener el aparato del poder se incrementaban los impuestos y no mejoraban los servicios a los ciudadanos, se incubaría un creciente descontento social, acentuado por la percepción de que la sociedad estaba dividida entre quienes participaban en el aparato estatal, a los que la gente había comenzado a llamar los ‘enchufados’, y los ciudadanos que debían obedecer y producir.
Ambrosio había agregado:
—Quienes tienen el poder siempre querrán que su poder aumente. Quienes ocupan algún puesto en la burocracia estatal es inevitable que traten de aumentar sus salarios y de incluir en la nómina a sus esposas, hijos, parientes y amigos, incrementándose así el costo del Estado.
—¿Por qué los ciudadanos lo aceptan, o se resignan a ello?— le preguntó Matilde.
—La historia del siglo XX y comienzos del XXI enseña que el Estado crece con el apoyo de los ciudadanos. Esto sucede por tres motivos principales. Por inseguridad, por miedo, y por comodidad. Por inseguridad, porque demasiadas personas, familias y grupos no han desarrollado las capacidades para sostenerse a sí mismas, con autonomía, por lo cual esperan que sea el Estado quien les garantice empleo y subsidios. Por miedo, porque se teme al desorden, y sobre todo se teme a la delincuencia, que parece que solamente el Estado pudiera controlar. Y por comodidad, porque es cómodo transferir al Estado la responsabilidad de resolver los problemas y satisfacer las necesidades.
—Es cierto— confirmó Matilde. —Y cuando el Estado pesa demasiado sobre la economía y sobre los ciudadanos, y no logra resolver los problemas y satisfacer las necesidades y demandas sociales, se incuba la protesta y cunde la indignación.
—Por eso sostengo— insistió Ambrosio —que es necesario transitar hacia una civilización donde las personas sean más creativas, las familias y comunidades sean más autónomas, y los ciudadanos recuperen el control de sus condiciones de vida a partir de un incremento de la solidaridad comunitaria.
—Mirando nuestra presente sexta década del siglo XXI — comentó Matilde —lo que aprecio es que la supresión de la educación escolar que formaba en la pasividad, y su reemplazo por el autoaprendizaje y el incremento de la lectura y el estudio independiente, están desarrollando personas mucho más creativas y autónomas, que se hacen crecientemente capaces de atender sus necesidades y realizar sus proyectos asociándose solidariamente. Por otro lado, la magnitud de los problemas ecológicos y ambientales, y la conciencia de que todos debemos empeñarnos en superarlos, lleva también a que las personas asumamos más responsabilidades y no deleguemos al Estado lo que podemos hacer personalmente, en nuestros barrios y comunidades. En esos dos aspectos se han producido avances notables. Lo que, en cambio, no se está superando sino al contrario volviendo a crecer, es el miedo. El miedo a la delincuencia especialmente.
—Que la policía, la CIICI y el Poder Judicial no logran eliminar ni hacer disminuir— acotó Ambrosio.
—O que no quieren hacerlo, querido hermano, porque de ese modo justifican mantenerse en el poder, y convencen a los ciudadanos de que es necesario perpetuar el régimen de la Dictadura Constitucional Ecologista.
—El problema es— rebatió Ambrosio —que la delincuencia es un fenómeno que siempre ha existido, bajo cualquiera de los sistemas económicos y políticos, porque está en la naturaleza humana, y se manifiesta, si no en todos, al menos en una elevada proporción de la población.
Matilde no compartía esa visión pesimista que Ambrosio se había formado estudiando la historia. Ella, como escritora volcada a imaginar y concebir el futuro, y formada en la más alta literatura universal, tenía una visión positiva de la naturaleza humana y de sus potencialidades. Estaba convencida de que muchísimos problemas que la humanidad había sufrido en el pasado, y los que hoy no lograba superar, eran causados por falta de inteligencia, conocimiento y comprensión de la realidad, y por carecer de claridad sobre cómo enfrentarlos y resolverlos. Pero la ignorancia podía superarse.
Convencida de aquello, Matilde se abocó a estudiar la cuestión de la delincuencia y los modos en que podría eliminarse o, al menos, reducirse sustancialmente. Era el tema con que había comenzado a reflexionar para la conferencia y que había encargado a sus amigos del IFICC que lo estudiaran y le formularan propuestas realistas y convincentes. Era el problema que la sociedad debía resolver para que pudieran recuperarse las libertades políticas y establecerse un nuevo orden social.
***
Matilde se preparó un café y se dispuso a escuchar la cuarta grabación de sus amigos científicos y filósofos. La pregunta sobre la que se había centrado esa tarde la conversación era crucial: ¿cuáles deben ser los objetivos que se proponga lograr un buen Derecho Penal?
En la primera parte de la reunión se intercambiaron conocimientos sobre las distintas concepciones del Derecho Penal y sobre los delitos y castigos que se habían ensayado en la historia. Así Matilde comprendió que cada civilización había enfrentado el tema de la delincuencia con base en diferentes concepciones del hombre y de la sociedad. Lo que la llevó a pensar que, en la perspectiva de una nueva civilización, era necesaria una concepción científica y a la vez espiritual que permitiera comprender las causas profundas que generan en los individuos la tendencia a cometer delitos, a fin de incidir sobre ellas para reducirlos o suprimirlos.
Lo que deseaba conocer para proponer un camino era sumamente ambicioso; pero siendo lo que debía saberse si se deseaba enfrentar realmente el problema, no podía echarse atrás o conformarse con menos. ¿Estarían ella y sus sabios amigos capacitados para poner los fundamentos conceptuales de un nuevo Derecho Penal, que correspondiese a las necesidades y proyecciones de la nueva civilización hacia la cual la sociedad debía transitar?
Para Matilde fue importante comprender que las primeras normas que en los comienzos de la sociedad civilizada se establecieron para regular las sanciones a que se hacían merecedores las personas que cometían crímenes y delitos, se crearon con la intención de encausar la voluntad de venganza que surge instintiva y espontáneamente en las víctimas. En las sociedades primitivas carentes de normas jurídicas, los agresores quedaban a merced de las víctimas o de sus familias que trataban de vengarse, castigándolos de modo desproporcionado, y generándose luchas interminables entre familias y clanes. El espíritu de venganza de las víctimas las inducía a infringir a los delincuentes y a sus familias daños aún mayores que los que ellas habían recibido.
Las primeras limitaciones a la venganza se establecieron con la Ley del Talión, consistente en hacer que el castigo fuera proporcional a la ofensa inflingida o al daño recibido por la víctima: “Ojo por ojo, diente por diente”. Para su época, era una norma civilizatoria, con la que se buscaba moderar la venganza instintiva e instalar un cierto criterio de equidad y justicia. Apaciguar la sed de venganza, concluyó Matilde, sigue siendo hoy necesario, qué duda cabe; y para ello es indispensable que no exista impunidad.
En su sentido original la Ley del Talión no era un principio jurídico sino de carácter moral, en cuanto su ejercicio o aplicación quedaba en manos de los propios afectados. Pero pronto se estableció la distinción entre los delitos públicos, que eran perseguidos, juzgados y castigados por el Estado o por quien fuera el representante de la autoridad, con la intención de cautelar un bien colectivo; y los delitos privados, sancionados por los particulares afectados o por sus familias, en función de su propio interés y resarcimiento.
El paso siguiente, con el cual se constituyó propiamente el Derecho Penal se dió en el Imperio Romano, que estableció que todos los delitos debían ser perseguidos y castigados por el Estado, juzgados por jueces competentes en conformidad a normas previamente establecidas y conocidas, y castigados de manera pública. Los particulares fueron excluidos del derecho a ejercer justicia y castigo por su cuenta, quedando la venganza convertida en delito penalizable. El objetivo principal del Derecho Penal así constituido era conformar los comportamientos de los ciudadanos al orden jurídico vigente, en función del mantenimiento del orden social y público. Tal era el bien jurídico que el Derecho Penal debía cautelar.
Especial interés despertó en Matilde la concepción del Derecho Penal en el Islamismo. En el Corán y en las varias fuentes de que se nutre el derecho islámico se plantea un objetivo nuevo y original, que debe ser buscado a través de las leyes que regulan los castigos a que son merecedores los que cometen pecados, crímenes y delitos. Aparece por primera vez, como el bien a lograrse mediante el juicio y el castigo, la transformación de los delincuentes en mejores personas. Este objetivo debe lograrse, según lo establece el Derecho Penal Islámico, sin negar la aplicación de la justicia necesaria para apagar la sed de venganza de las víctimas y para garantizar la paz y el orden social.
Con estos fines, las penas previstas en el Derecho Penal Islámico para castigar los crímenes eran muy fuertes, con el propósito de disuadir a quienes desearen cometerlos; pero en la aplicación de esas penas se establecían criterios que tendían a evitar su aplicación. Por ejemplo, se establecían exigencias muy estrictas respecto a los medios de prueba de los delitos, y se garantizaba la presunción de inocencia mientras las pruebas no fueran plenamente convincentes. Se buscaba también la mitigación de la aplicación de los castigos valorando el arrepentimiento, la reparación del daño causado y la corrección del comportamiento del inculpado, y también fomentando el perdón, la compasión y la misericordia de la víctima. Así se buscaba evitar el encarcelamiento y la segregación de los delincuentes, intentando más bien el cambio de conducta de los delincuentes y su reinserción pacífica en la sociedad.
Antecedentes de este modo de entender y enfrentar la delincuencia los había abundantes en las tradiciones de sabiduría oriental, en la Biblia y en los Evangelios cristianos, que recomendaban el perdón y la misericordia. Pero esta orientación se mantenía en el plano de la ética y de la moral personal, y no se traducía en normas de Derecho Penal vinculantes socialmente. Esta fue la novedad que trajo el Islamismo, a saber, un Derecho Penal que integraba en las normas jurídicas los criterios éticos que hasta entonces se mantenían en el terreno de la conciencia personal.
Otro aspecto importante del Derecho Penal Islámico, que en la mente de Matilde adquiría un valor especial considerando su orientación a reducir las atribuciones del Estado y apuntando a la recuperación del control de sus vidas por las personas y la sociedad civil, era la indicación del Corán en cuanto a que no corresponde exclusivamente a la autoridad judicial el establecimiento de la justicia. Como la ley islámica se guía por el principio que “ordena hacer el bien y prohibir el mal’, todas las personas están involucradas en la instauración de la justicia y la paz. Es lo que afirma explícitamente el Profeta: “Quién de vosotros presencie un mal debe combatirlo con su mano; si no puede, con su lengua, y si no puede, debe condenarlo en su corazón, que es el grado más débil de la fé”.
Pero todo esto se fundaba en una concepción religiosa que tendía a unificar la religión y el Estado, y en consecuencia la moral y el derecho. Esta confusión entre la religión y el poder estatal, y entre la moral y el derecho, había degenerado en horribles arbitrariedades en la medida que, empleándose la fuerza del Estado para imponer la moral, se eliminaba la libertad de las personas. Libertad sin la cual la moral carece de todo sentido. La civilización moderna, que había predominado en Occidente durante cinco siglos, estableció la separación de la religión y el Estado, de la ética y el derecho, instaurando la autonomía del Estado y de la autoridad política.
En la sociedad moderna el derecho y las leyes eran fijados por la autoridad política sin aceptar revelaciones divinas ni derechos naturales. La única guía aceptada eran las ciencias positivistas, las que sin embargo tampoco eran vinculantes ni obligaban a la autoridad política a seguir sus orientaciones. Lo que enseñaban las ciencias se consideraba como meras indicaciones y ayudas técnicas, pues las decisiones recaían directamente en quienes detentaban el poder de fijar las leyes. Éstas, aunque siempre eran explicadas en función del interés y beneficio para la sociedad, demasiado a menudo perseguían solamente la mantención de su propio poder y autoridad, estimado como uno de los bienes jurídicos a ser garantizados por la ley.
¿Dónde encontrar, se preguntó Matilde, fundamentos teóricos y prácticos para un nuevo Derecho Penal que lleve a los delincuentes a ser mejores personas, y que conduzca la sociedad hacia la justicia y la paz social?
En la novela futurista que estaba elaborando había imaginado profundas transformaciones de los seres humanos, resultado de tres poderosas fuerzas: las tecnologías de la información y las comunicaciones, las ciencias de la vida y de la mente, y las sabidurías espirituales. ¿Serían éstos los medios que en la civilización emergente pudieran establecer los fundamentos de un nuevo Derecho Penal, de un nuevo modo de abordar la delincuencia?
***
Con estas reflexiones y preguntas Matilde retomó el diseño de la novela, ambientada en el siglo XXXI, que continuaba tomando forma. Habiendo ya imaginado el contexto ecológico, demográfico, económico y político, y ya caracterizados los tres tipos humanos hacia los que había evolucionado la especie humana, el paso siguiente era identificar el conflicto que constituiría el nudo argumental del relato.
Activó el transcriptor de voz, leyó lo que había ya escrito y comenzó a dictar:
“Identificación y planteamiento del conflicto histórico: Entre los adolescentes y jóvenes del grupo social de los Full Informatizados (FI), que constituían la mayoría de los seres humanos en el siglo XXXI, habían comenzado a aparecer anomalías psicológicas que preocupaban seriamente a sus familias y amigos. Tendían a encerrarse en sus cubículos de interconexión durante días enteros, pero en vez de conectarse activamente a las redes para acrecentar su información, aprender los nuevos descubrimientos científicos y ejercer el poder consecuente, o de operar sobre las realidades virtuales que estaban a su disposición para obtener placeres visuales, auditivos, olfativos, del gusto y del tacto, pasaban muchas horas del día en silencio, en extraños estados de introspección, y cayendo a menudo en depresión. Prestaban escasa atención a las novedades informáticas y a las nuevas aplicaciones y desarrollos de softhardware que aparecían cada día, e incluso eran indiferentes a los notables avances científicos que periódicamente abrían a la humanidad nuevos ámbitos de dominio de la materia, de la vida y de la mente. Era como si no les satisficiera el mundo en que vivían, no obstante las increíbles potencialidades creativas y las extraodinarias satisfacciones fisiológicas y mentales que podían lograr empleando los medios que tenían a su disposición.
En el grupo de los Potenciados Vitales (PV), el segundo más numeroso de la población, se estaban también manifestando anomalías en el comportamiento de los adolescentes y jóvenes. A muchos de ellos se los veía caminar desganados por las calles, con los brazos caídos, o sentados durante horas en los bancos de los parques mirando al vacío. Decían estar sin ánimo para participar en deportes y competencias atléticas. Ni siquiera el sexo los motivaba, decaídos como estaban. Cuando se les preguntaba cuál era la causa de su desgano repetían que las actividades que entusiasmaban a los adultos les aburrían o las encontraban sin sentido. Y lo que los adultos encontraban más grave, era que se resistían crecientemente a tomar las medicinas, nutrientes y complementos alimenticios que se distribuían con el propósito de asegurar durante más largos años el buen funcionamiento de los potenciados órganos principales del cuerpo.
El grupo de los Espíritus Cordiales (EC) tenía también sus problemas internos. En sus generaciones jóvenes había surgido cierta tendencia inconformista, un movimiento espiritual crítico de lo que consideraban como el inmovilismo apostólico que caracterizaba al grupo desde hacía al menos dos siglos. Eran particularmente críticos con la indiferencia y despreocupación de los espíritus místicos que buscaban la paz interior, pero que no se preocupaban de las personas que habían optado por desarrollarse personalmente a través de las TIC y de la BIG. Estos jóvenes tendían a salir durante días enteros de sus comunidades, abandonando los cultivos, las lecturas espirituales y los ejercicios de meditación, y se los veía a menudo instalarse en los ciberdispositivos públicos que había por doquier en las ciudades, o entablar conversaciones con grupos de jóvenes que hacían deportes y mostraban sus destrezas físicas en los parques, piscinas y centros de recreación.
Mientras escribía estos apuntes Matilde se entretenía imaginando los personajes, las situaciones y los hechos que formarían parte del argumento de su próxima novela. Gozaba mucho más en esta actividad creativa que en la tarea intelectual que se había impuesto al asumir el compromiso de dictar la conferencia. Pero siendo ésta una tarea que tenía una fecha impostergable, decidió apagar su transcriptor de voz y continuar estudiando el tema que pensaba abordar en el cada vez más próximo evento académico-político.