10. La complejidad de un problema.
Sentados alrededor de la mesa estaban Pablo Roblato, biólogo; Teresa Cosmina, psiquiatra; Ricardo Russo, sociólogo; Sandra Medina, jurista; Gabriel López, filósofo, y Juan Almeyda, ingeniero informático. Matilde y Ambrosio los conocían a todos, pues eran asiduos asistentes a las charlas y seminarios que se realizaban en el IFICC, y ella en varias ocasiones había acudido solicitando alguna información científica que necesitaba para sus novelas. Cuando ya todos esperaban sus palabras les dijo:
—Estimados amigos y amigas, ante todo les pido por favor que apaguen sus IAI y todos los sistemas de comunicación que pueda haber en esta sala. Que los apaguen, por favor, no solamente que los silencien.
Cuando vió que ya todos lo habían hecho les dijo:
—Les explicaré más adelante la razón de este extraño pedido.
—Para nosotros no es algo tan extraño, pues cuando queremos tratar un tema con total privacidad procedemos de igual modo; no se preocupe, que aquí podemos conversar sin interferencias de ningún tipo.
—¡Excelente!— Exclamó Matilde, que procedió en seguida a explicar el asunto por el que los había convocado.
—Como ustedes lo saben mejor que nadie, la delincuencia es un problema de alta complejidad, porque tiene causas múltiples y se relaciona con variadas situaciones. En cuanto hunde sus raíces en la naturaleza humana y se conecta con el misterio metafísico de la existencia del mal, es un problema que convoca la reflexión y el análisis filosófico. A este nivel se cruzan la antropología, la epistemología y la ética como disciplinas que tienen mucho que decir sobre el tema. En el nivel más próximo del comportamiento delictual de determinados individuos, son convocadas a entregar su visión la biología y la neurociencia, la psicología, la psiquiatría y la medicina. Sabemos también que la delincuencia se desarrolla con mayor intensidad y amplitud según los diferentes contextos económicos, sociales, políticos y culturales que condicionan los comportamientos humanos, tanto a nivel individual como de grupos y colectivos. La pobreza y la riqueza, la desigualdad excesiva, la incultura y la falta de integración social, marcan en relevante medida las cualidades y defectos, las virtudes y los vicios de las personas, y por ende sus acciones y comportamientos. De ahí que todas las ciencias humanas, económicas y sociales, están también involucradas en la comprensión de un fenómeno tan negativo como es la delincuencia.
Matilde recorrió con la mirada a los científicos que, atentos a lo que decía, mostraban su acuerdo moviendo más o menos imperceptiblemente la cabeza. Ambrosio la escuchaba absorto y encantado por la claridad y precisión con que su hermana exponía el asunto. Ella continuó:
—Y ¿qué han hecho las distintas sociedades a lo largo de la historia humana para reducir y controlar tan nefastos comportamientos y mitigar sus efectos sobre la vida social? Por un lado han actuado las religiones, que adquieren su fuerza de la afirmación de su propio origen divino, al que se asocian la amenaza del castigo infernal para inhibir los comportamientos dañinos, y el incentivo del premio celestial para estimular las acciones consideradas loables. Por otro lado se ha creado el derecho, que orienta los comportamientos, establece los límites de lo que está socialmente permitido, y fija lo que queda claramente prohibido a los individuos y a los grupos, estableciendo el castigo terrenal para controlar el delito. Forman parte también del esfuerzo social por reducir y controlar la delincuencia, por un lado la educación y por el otro las tecnologías de la información y las comunicaciones.
Matilde tomó un respiro. Miró al grupo de académicos y científicos que la escuchaban con atención y que continuaban asintiendo a sus palabras. Retomó el discurso para formular lo que esperaba de ellos:
—Por todo lo expuesto, pienso que no hay un lugar mejor para estudiar este tema con rigurosidad y para proponer soluciones eficaces, que un Instituto como el vuestro, que engloba la filosofía y las ciencias, y que asume la complejidad de lo real como centro organizador del conocimiento inter y trans-disciplinario. Pues bien, lo que necesito y necesita nuestra sociedad, y les pido me colaboren a pensar, es una propuesta orientada a enfrentar con eficacia el problema de la delincuencia que está creciendo actualmente en nuestro país y en el mundo. Una propuesta que, fundada en la experiencia histórica y en los saberes filosóficos y científicos, responda a la pregunta sobre cómo podemos en nuestra sociedad disminuir y controlar la delincuencia, empleando para ello el derecho y la ética, las ciencias, la educación y la tecnología, considerando los notables avances experimentados por ellos durante las últimas décadas.
Matilde recorrió con la mirada al grupo que la escuchaba alrededor de la mesa y concluyó diciendo:
—¿Qué me dicen, mis distinguidos pensadores y científicos?
Fue el director del Instituto el primero en tomar la palabra:
—El tema es sin duda muy interesante para nosotros. Compartimos el enfoque con que lo formula, porque lo hemos conversado, y nos complace y honra que haya pensado en nosotros para que contribuyamos a abordarlo. Es una distinción que le agradezco en nombre de nuestro equipo de investigadores. Pero esta vez no es igual que en ocasiones anteriores en que nos ha solicitado algún conocimiento puntual de una ciencia particular con el objeto de abordar alguna situación imaginaria de sus relatos de ficción. Por ello debo hacerle dos preguntas muy prácticas. La primera: ¿en cuántos años de investigación inter y trans-disciplinaria espera usted nuestro informe? La segunda: ¿Cómo vamos a financiar tan amplio y complejo tema de investigación, que requiere la colaboración intensiva de numerosos filósofos y científicos?
—Pues —respondió Matilde —la verdad es que tenemos como máximo un mes disponible, porque la propuesta la debo presentar en una conferencia que ofreceré a mediados de octubre en el Centro Cultural del Consorcio Cooperativo CONFIAR. En cuanto al financiamiento, lo que puedo ofrecerles es un muy buen café colombiano y excelentes aromáticas nacionales para que se sirvan durante las reuniones en que trabajen en grupo. Además puedo solamente asegurarles que, como espero que la conferencia tenga gran repercusión nacional e internacional, y como por cierto referenciaré a vuestro Instituto como autor de la propuesta, podrán ustedes beneficiarse, tal vez, de algún incremento del prestigio institucional. Sin que dejen de tener en cuenta, por el contrario, que existen riesgos y costos adicionales que con alta probabilidad deban asumir. Se los digo porque la conferencia ya anunciada en las redes ha dado lugar a la obstrucción activa por parte de la Central de Información, Inteligencia y Control Ideológico, la conocida CIICI, que ya está actuando en mi contra y en contra del CCC, manteniendo controlados mis movimientos, vigiladas mis relaciones e intervenidos mis medios de comunicación y los del Consorsio. No obstante, pienso que si ustedes mantienen reserva sobre el asunto, ninguna acción contra el Instituto podrá realizar la CIICI hasta el día mismo de la conferencia.
Los académicos reunidos en la sala se miraron unos a otros e hicieron gestos de asentimiento o de despreocupación. El director dijo al final, asumiendo el tácito consenso del grupo:
—Estimada señora Matilde, lo de la CIICI, la verdad es que no nos preocupa. Una característica de nuestro Instituto, que muy pocas instituciones académicas del mundo pueden actualmente sostener, es nuestra plena autonomía y libertad para pensar, investigar y publicar nuestros estudios. Esto es lo que nos reúne y motiva a trabajar en el IFICC, renunciando a mejores remuneraciones que podríamos obtener en otras entidades científicas y académicas. Trabajaremos con la debida reserva, por cierto.
Después de varias intervenciones y diálogos los académicos decidieron que la mejor forma de abordar la solicitud de la escritora considerando los exiguos tiempos exigidos, era reunirse a intercambiar ideas sobre el tema y elaborar para ella breves informes de resumen. Programaron dos sesiones de trabajo grupal por semana.
—Lo que salga de esto— concluyó el director —será lo mejor que podamos hacer con base en lo que cada uno de nosotros ya sabemos y que podamos compartir dialogando.
Matilde, sonriendo: —Dos sesiones semanales durante cuatro semanas serán, de acuerdo a mi experiencia, unos dos kilos de café y unas cien bolsitas de hierbas aromáticas. Me encantaría estar presente en todas las sesiones, pero creo que no es conveniente por aquello de la vigilancia de la CIICI.
El director: —Podremos grabar las sesiones para que usted pueda después escucharlas.
—¡Perfecto! En tal caso no es necesario que preparen informes de resumen. Pero no me envíen las grabaciones porque me encargaré de que alguien venga por ellas. No saben cuánto valoro y cuánto les agradezco su disposición a colaborarme en esto, que en verdad considero que es una de las cosas más importantes de las que me haya ocupado en mi vida.
***
A esa misma hora Juan Solojuán retomaba la lectura de la novela de Matilde, de la que ya había devorado los primeros 17 capítulos.
“Hu Siang Poh se esforzaba en comprender el sentido del interrogatorio al que estaba siendo sometido por los investigadores de la Universidad de Cambridge. Le habían dado asiento en la cabecera de una enorme mesa que ocupaba gran parte de un suntuoso salón en la Embajada de China en Londres. Sentados alrededor de la mesa había unos veinte hombres y mujeres que lo observaban con insistencia. Había sido llevado allí, por orden emanada de una alta autoridad del gobierno, con el pretexto de un intercambio científico-industrial que sería extraordinariamente beneficioso tanto para China como para el Reino Unido.
Hu Siang Poh estaba decidido a colaborar en todo lo que pudiera, y no tenía razón ninguna para no responder las extrañas preguntas que le formulaban. Era solamente que no les encontraba sentido y, en realidad, apenas las comprendía. Ya había dicho, y lo había repetido varias veces, que no tenía la menor idea respecto a estimulantes psicotrópicos, psicodélicos o nootrópicos psicoanalépticos, o de ningún otro tipo, que pudieran encontrarse escondidos en los intersticios atómicos de los aretes que producía la muy próspera fábrica de joyas y accesorios personales que él dirigía en la provincia de Henan.
Empezaba a impacientarse y a sentir la creciente presión psicológica a que lo sometían los científicos; pero sobre todo le inquietaban las miradas adustas y amenazantes de los funcionarios de su Embajada, que lejos de defenderlo como suponía que debiera ser su deber para con un ciudadano de la República Popular de China, parecían secundar los esfuerzos de sus interrogadores por obtener su confesión, respecto a un delito que no tenía la menor conciencia de haber cometido.
Como era inteligente y en más de una ocasión había sido sometido a interrogatorios en China, se daba cuenta de que los científicos no tenían pruebas tangibles en base a las cuales acusarlo. Suponía que ellos habrían estudiado a fondo, hasta donde alcanzaban los conocimientos y los instrumentos de análisis de que dispusieran, la compocisión física de los engastes y de las incrustaciones metálicas de los aretes provenientes de su fábrica, que despertaban las sospechas; pero él estaba seguro de que no podían sino haber descubierto en ellos la típica estructura de los micrometeoroides y del polvo cósmico que distinguía a las acondritas metálicas provenientes de la mitad de la Vía Láctea. Hu Siang Poh se había limitado a confirmar lo que los científicos ya sabían: que efectivamente los aretes contenían pequeños enjambres de átomos y moléculas tomadas directamente del meteorito caído hacía tres años en Henan. Cada vez que le formulaban alguna pregunta que no llegaba a comprender plenamente, el gerente repetía una y otra vez que su fábrica había obtenido del Gobierno todos los permisos necesarios para ocupar en el negocio de los aretes la tercera parte del peñasco cósmico, y que la empresa estaba rindiendo, con total satisfacción de las autoridades, tanto las ganancias correspondientes a los accionistas como los impuestos que debían ser pagados al Gobierno.
Cuando le tocó el turno a los científicos que estaban sentados al lado derecho de la mesa, las preguntas cambiaron de contenido. Ya no versaban sobre aspectos propiamente científicos, sobre los cuáles era muy poco lo que sabía, sino sobre un tema en el que, por las características de su formación profesional, pensó que podría proporcionar las respuestas que se esperaban de él.
—Quisiera usted explicarnos, por favor, por qué motivo la publicidad de estos aretes hace referencia a “una nueva era de esplendor material y espiritual según el mensaje cósmico oculto en el meteorito caído en Henan”?
—No hay nada oculto y misterioso en ello. Es simplemente un mensaje publicitario destinado a incentivar las ventas en una población tan crédula en ese tipo de cosas como es la de ustedes, aquí en los países occidentales. Lo digo, créanme, con todo respeto y consideración, pero tratando de responder a la pregunta con total sinceridad.
—¿Y de donde sacó usted, o sus publicistas, esa idea de asociar el meteorito a una era de esplendor?
—Existe en algunas regiones de China, desde muy antiguo, la creencia en que ciertas piedras son portadoras de mensajes espirituales. Se dice que cada piedra, cuarzo, cristal o gema tiene alguna cualidad, alguna energía que puede ayudar a las personas en cuestiones de amor, de salud, de conocimiento, de riqueza o de espiritualidad. Se dice que las piedras tienen diferentes vibraciones, distintas energías, que se nos transmiten cuando una persona, con buena intención, nos la regala. Pues bien, cuando cayó ese meteorito en Henan dejando tras de sí una estela luminosa azulada, unos viejos monjes empezaron a decir que era un regalo directo de los dioses del cosmos, que nos mandaban un mensaje de esperanza y de prosperidad material y espiritual.
—Dígame señor Hu Siang Poh ¿usted cree en eso?
Hu Siang Poh miró de soslayo a los funcionarios de la Embajada China que no se perdían palabra. Después miró a los científicos que le habían hablado solamente de moléculas, átomos y partículas. Decidió finalmente dar una respuesta tajante, aunque esta vez no estuviera tan completamente seguro de que fuera verdadera, pues recordaba algunas raras historias que le contaba su abuelo cuando era niño:
—Yo pienso que son sólo supersticiones, señor.
—Nosotros pensamos lo mismo —acotó uno de los científicos del lado izquierdo de la mesa.
—Pues yo no pienso igual— dijo un joven que estaba al lado derecho de la mesa. —Carl Gustav Jung, uno de los grandes psicólogos modernos, sostiene con muy fundadas razones, que hay operantes en el mundo sincronías, símbolos, mitos y arquetipos, que provienen de muy antiguas culturas, y que influyen en el comportamiento, la fortuna y la vida de las personas. Entre esos saberes antiguos que mantienen vigencia, están los mensajes de que son portadoras las piedras preciosas. En el mundo hay mucho más de lo que puede verse con los ojos y entenderse con la razón. Y si no lo creen, explíquenme qué es lo que está pasando en las personas que usan esos aretes chinos con engastes de piedras venidas del espacio. Les repito: Hay en la realidad una dimensión profunda, que no podemos conocer con los sentidos, ni entender con el intelecto, a la que solamente nos podemos asomar con una actitud religiosa.
Un rumor reprobatorio acompañado de risitas nerviosas pero apagadas surgió de ambos lados de la mesa. El momento lo aprovechó Hu Siang Poh para esta vez ser él quien tomara la palabra para preguntar:
—Señores, son todos ustedes personas serias. Y no creo que mi gobierno me haya traído hasta aquí para hablar sobre ocultismo y supersticiones. ¿Pueden, por favor, explicarme de qué se trata todo esto?
Las miradas se volvieron hacia el anciano de barba que estaba en la cabecera de la mesa, el Decano de la Facultad de Ciencias que, después de pensarlo unos segundos comenzó a decir:
—Fue un descubrimiento casual, o mejor dicho, el resultado del espíritu de observación de una de las ayudantes de la docencia, una muchacha joven que, al parecer, se había propuesto enamorar a alguno de los estudiantes más talentosos de la Facultad. Una de sus tareas como ayudante de docencia consistía en colaborar en la evaluación de los exámenes que rendían por escrito los estudiantes. Ello, asociado a su interés por emparejarse con alguno que destacara por su inteligencia, la llevó a notar que todos los estudiantes que portaban en sus orejas esos aretes que usted, señor Hu Siang Poh produce, alcanzaban siempre calificaciones sobresalientes, muy superiores a los de quienes andaban por el mundo con sus orejas sin perforar. Lo encontró tan extraño que durante una fiesta contó a sus amigas lo que había descubierto, y eso, en un ambiente en que los jóvenes estudiantes empiezan a adquirir el hábito de hacerse preguntas y de buscarles respuestas basadas en la observación y el análisis, llevó a concluir que la que fuera inicialmente la observación de una relación casual, se convirtiera en algo que finalmente nos intrigó a todos. Eso es lo que ocurre, señor Hu Siang Poh. Sus aretes producen en quienes los usan, un notable desarrollo de sus capacidades de cálculo y de razonamiento, a lo cual no hemos encontrado explicación alguna.
Hu Siang Poh escuchó al Decano con los ojos y la boca abierta. No tenía la menor idea de lo que pudiera ocurrir en las personas que usaban sus aretes. Pero no pudo disimular una amplia sonrisa que le produjo la idea de que apenas pudiera comunicarse con el Gerente Comercial de la empresa, le ordenaría que desde ese mismo instante los aretes con engastes cósmicos incrementaran su precio en un mil por ciento. Pero, antes de ello, se comunicaría con su hijo para que comprara todas las acciones de la empresa que estuvieran en venta. ¡Sin fijarse en el precio!
Dos días después, en el Duty Free del Aeropuerto, antes de emprender el vuelo de regreso a China, compró un par de aretes que no dudó en instalar inmediatamente en los lóbulos de sus orejas. No podía imaginar que ese simple hecho le cambiaría enteramente su vida, la de su empresa y la de gran parte de la República Popular de China.”
La alarma del IAI distrajo a Juan Solojuán de la lectura. Era un llamado urgente desde su oficina, en que le informaban que habían llegado a revisar las cuentas del Consorcio unos inspectores de la Dirección Fiscal del Ministerio de Economía. Juan marcó la página donde había dejado la lectura, cerró el libro y tomó su bastón. Estaba seguro de que esa inspección sorpresiva tenía algo que ver con la conferencia; pero no había nada que temer, porque el CCC cumplía religiosamente con los impuestos y con todos los requerimientos legales. Eran esas las condiciones que había puesto don Rubén Donoso al grupo fundador de la primera cooperativa CONFIAR. Partió a su oficina pensando en Matilde, cuya imaginación, inteligencia y humor eran ciertamente excepcionales. Con razón los del gobierno la consideraban peligrosa.