13. LOS FINES Y LOS VALORES SUPREMOS

13. Los fines y los valores supremos.

 

El cambio climático había hecho estragos en la producción agraria de Brasil, Colombia, Centroamérica y el Caribe, y el transporte internacional de mercaderías se realizaba principalmente en pequeñas embarcaciones, por lo que a Matilde no le fue fácil proveerse de un buen café en las cantidades ofrecidas a sus amigos del IFICC. Pero lo logró, y con ese tesoro en sus manos la tarde del martes fue a recoger el audio de la primera sesión realizada por ellos.

Al entregarle la grabación Pablo Roblato le dijo:

—Nos entusiasmamos reflexionando sobre el tema y la reunión se extendió una hora más de lo previsto; pero ahí está todo registrado, incluyendo algunas bromas iniciales sobre el café colombiano que no nos había llegado.

Llegando a casa Matilde escuchó entera la grabación, al tiempo que el transcriptor le proporcionaba una versión escrita de lo que habían conversado Pablo Roblato, Teresa Cosmina, Ricardo Russo, Sandra Medina, Gabriel López, Juan Almeyda y Ambrosio, su hermano, que había querido integrarse al grupo.

Como eran todos ellos personas no solamente cultas sino también sabias, no le sorprendió que la reflexión y el análisis durante toda esa primera sesión se centrara en identificar la verdadera naturaleza del problema de la delincuencia, interrogándose sobre los fines que debiera proponerse alcanzar la sociedad en relación al mismo, y especificando los principios que deberían guiar su tratamiento.

¿Por qué debe la sociedad tratar de eliminar la delincuencia?” Gabriel López, el filósofo del grupo, había planteado la pregunta que a primera vista pareció a sus interlocutores que tenía una respuesta fácil; pero él demostró que no era suficiente la respuesta que había dado Juan Almeyda el informático. “No, Almeyda, no basta decir que la delincuencia hay que combatirla porque es un mal para la sociedad. Los delincuentes forman también parte de la sociedad, desde los comienzos del tiempo, como lo recuerda el mito bíblico de Caín y Abel. Es una realidad que hunde raíces en la biología y en la psicología humana. Muchas personas viven de la delincuencia y la consideran un bien para ellos. De manera que, lo primero es comprender el origen de la delincuencia: ¿por qué los hombres y las mujeres cometen delitos? ¿Cuál es la causa de que los humanos no siempre actuemos bien? Y ¿qué es lo bueno que se supone que debiéramos realizar, y qué es lo malo que tendríamos que evitar? Estas preguntas básicas – concluyó Gabriel – no las podemos soslayar si queremos abordar el tema seriamente”.

Matilde se regocijó al escuchar a su viejo amigo Gabriel, íntimo también de Ambrosio, cuando con la voz pausada propia de sus 74 años agregó:

Es necesario preguntarnos por qué podemos, o tal vez debamos, luchar contra la delincuencia, o terminar con ella. ¿No nos dice nada el Evangelio de Jesús, que muchos suponen que es la más elevada guia espiritual de la humanidad, cuando afirma que hay que dejar crecer juntos el trigo y la cizaña porque tratando de arrancar la hierba mala podemos arrancar con ella la buena? O aquello de que Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos y pecadores?”

Matilde detuvo un momento la grabación, sorprendida por el modo en que Gabriel formulaba el problema ante sus colegas. Habían conversado muchas veces Ambrosio, ella y Gabriel, y sabía que el filósofo no era un creyente cristiano. Volvió a pulsar, y fue ahora su hermano Ambrosio el que hablaba:

Me parece evidente, Gabriel, por el conjunto de las enseñanzas de Jesús, que lo que quiere decir no es que el bien y el mal se equivalgan, sino que todas las personas deben ser respetadas. Y esto es esencial no olvidarlo.”

Los derechos humanos” – acotó alguien de paso.

Gabriel comentó: “Sí, los derechos humanos, que en lo principal son una defensa de la libertad de las personas, de las libertades de pensamiento, de asociación, de creatividad, de emprendimiento. Libertad personal y libertades sociales que es necesario defender frente a los poderosos que quieren imponer su propia voluntad a los demás; frente a los que gobiernan el Estado, que tienden de manera casi irresistible a controlarlo todo reduciendo la libertad de las personas, lo que constituye una amenaza inminente, presente en todo momento. Libertad, que incluye la posibilidad de actuar mal. Y que, por tanto, si se eliminara la posibilidad de que las personas actúen mal, se cercenaría la libertad.”

Los delitos más graves – continuó Gabriel retomando su reflexión – son los que atentan contra la libertad de las personas, y esto incluye el asesinato que impide la libertad de vivir; el secuestro, la violación, el estupro y todos los que atentan contra la voluntad que tienen las personas de decidir sobre sí mismos. Incluso el hurto y lo que impide el libre dominio y uso de los bienes legítimamente poseídos por las personas, constituyen impedimentos para el ejercicio de la libertad que tenemos de perseguir nuestros objetivos y realizar proyectos empleando los medios que hayamos obtenido para cumplirlos. Si la libertad es tan importante, y privar a las personas de su ejercicio es un delito, hay que justificar muy bien que se prive a una persona de su libertad por actuar mal empleando su libertad.”

Matilde no supo distinguir cuál de sus amigos fue el que acotó: “Bueno, siempre se dice que la libertad de uno termina donde comienza la libertad de otro”.

Gabriel le respondió: —Esa frase que se repite tanto no aclara nada, más bien todo lo oscurece. Porque si yo decido ocupar un asiento estoy impediendo que otro decida ocuparlo. Las libertades de las personas interfieren y a menudo chocan unas con otras. Y si cada vez que un acto de libertad priva que otro realice el mismo acto se considerara que ese acto es ilegítimo, la libertad de todos se encontraría gravemente amenazada, reducida al mínimo. El respeto de la libertad nos exige convivir con los conflictos que el uso de la libertad genera. Pero, amigos, yo les pregunto: ¿por qué es tan importante la libertad, hasta el punto de parecer que es el bien supremo a resguardar en la sociedad?”.

Se produjo un silencio. Alguien respondió finalmente: “Porque la libertad es de la esencia del hombre. Porque está en la naturaleza humana ser libre”.

Matilde reconoció la voz de la abogada Sandra Medina. Y en seguida la del ingeniero informático que le replicó: “No es suficiente que la libertad sea propia de la naturaleza humana para que constituya el valor supremo a resguardar, porque también la envidia, el odio, la ira, la soberbia, son propios de la naturaleza humana y no por eso son valores positivos”. “Pero además —agregó la psiquiatra Teresa Cosmina—, hay que asumir que la soberbia, la envidia, el deseo de poseer lo ajeno, y las malas conductas de las personas, son efecto del ejercicio de la libertad; por lo cual habría que discutir la afirmación de Gabriel de que la libertad sea el bien supremo a resguardar sobre cualquier otro valor. ¿Cómo respondes a esto, Gabriel?”.

Matilde interrumpió nuevamente la grabación, queriendo pensar y encontrar por sí misma una respuesta. El tema lo había tratado en su última novela, pero en esa obra había representado el asunto en relación con una muy improbable intervención extreterrestre sobre la humanidad, mientras que ahora se trataba de encontrar una respuesta filosófica, razonada, que fuera convincente para el hombre contemporáneo.

Gabriel había planteado una pregunta que cuestionaba una afirmación que todos repiten: que si bien la libertad es fundamental, el delito es malo aunque sea resultado de la libertad, por lo que hay que combatir los delitos incluso impidiendo la libertad de los que actúan mal. Pero entonces ¿la libertad es buena cuando es empleada para el bien, y mala cuando lo sea para el mal? Si fuera así, lo que se valora no sería la libertad, que supone la posibilidad del bien y del mal. Y además ¿qué y quién determina que algo sea bueno y algo malo, si ambos son fruto de la libertad, y tanto el bien como el mal parecen ser propios de la naturaleza humana? Entreveía más de una contradicción en todo eso, y sus razonamientos procedían en círculo sin encontrar una vía de salida. Reactivó la grabación.

Es el punto al que quería llegar —escuchó Matilde decir a su amigo Gabriel después de un momento de silencio. –¿Por qué la libertad es un valor superior y constituye un derecho fundamental que respetar, resguardar y promover, aunque tan a menudo dé lugar a acciones nocivas e incorrectas? Muchos son los que afirman y creen firmemente en el valor de la libertad; pero nadie sabe dar una buena razón de esa creencia. Ni siquiera los filósofos han dado una explicación clara y convincente. Creo tener una respuesta, que por lo menos a mí me convence. En realidad, es la conclusión a que llegamos hace ya bastantes años Ambrosio y yo. ¿Lo recuerdas, Ambrosio?”.

Matilde supuso que la respuesta la dió su hermano con un gesto, porque no se escuchó su voz. Gabriel continuó diciendo: “No sé si todos lo saben, pero Ambrosio, que hoy nos acompaña, es hermano de Matilde, y además de ser historiador de las civilizaciones, es un profundo buscador espiritual, diría incluso que es un místico. Cuando éramos jóvenes tuvimos muchas conversaciones sobre el sentido de la vida. Leíamos textos de autores de todas las tendencias filosóficas, teológicas, místicas y científicas. Un día nos encontramos con algo que había escrito Nicolás de Cusa, un filósofo, teólogo y místico del siglo XV, que es considerado por algunos como el que dió inicio a la filosofía moderna. Si me dan un minuto busco la cita en mi computador.”

Matilde sonrió, complacida por el recuerdo de aquellas conversaciones en las que a veces también había participado. Ella misma había recordado hacía poco una de esas conversaciones cuando empezó a pensar en su próxima novela. Pero la grabación la sacó de aquellos tan gratos recuerdos al escuchar nuevamente la voz de Gabriel:

—“¡Lo encontré! Dice Nicolás de Cusa al comenzar su obra La Docta Ignorancia. Está en latín. Lo traduzco. Comillas. Observamos que en todas las cosas naturales hay cierta tendencia a existir de un modo superior al que manifiesta la condición o la naturaleza de cada una de ellas, y con este fin actúan las cosas y poseen los medios adecuados. Es ésta una tendencia a alcanzar la plenitud por el peso o inclinación de la propia naturaleza. Si acaso tuviera lugar lo contrario, eso ocurriría por accidente, de modo parecido a como la enfermedad engaña al gusto y la opinión engaña a la razón. Cierre de comillas.

Se escuchó un sonido que Matilde interpretó como efecto del cierre del aparato donde Gabriel había encontrado la cita y continuó:

Mi amigo Ambrosio, que es creyente en Dios, sostenía que esa tendencia que habría en todas las cosas naturales a existir de un modo superior al que se manifiesta en su condición natural es debida a que las cosas naturales son creadas por Dios, que es la finalidad a la que aspira toda la creación, el fin último hacia el cual se orientan todas las dinámicas de la realidad. Yo, que soy agnóstico, me limito a observar que, efectivamente, en todas las cosas, desde el mundo físico al biológico y al humano consciente, existe esta tendencia a ser más, a crecer, a alcanzar cierta plenitud, cierto equilibrio superior”.

Gabriel miró a sus amigos, que lo escuchaban con atención. Continuó explicando su idea:

De hecho el mundo físico dió lugar a la vida, y la evolución de la vida condujo hasta el fenómeno natural del conocimiento, de la conciencia y de la libertad. Esa tendencia a existir de un modo superior está también presente en el ser humano, en cada uno de nosotros y en el conjunto de la sociedad; pero en nosotros, los humanos, puesto que somos conscientes y libres, el que realmente avancemos hacia ese estado o condición de vida superior depende enteramente de nuestra conciencia y de nuestra libertad. Sólo porque somos conscientes y libres, y precísamente a través del ejercicio de nuestro conocimiento consciente y de nuestras decisiones libres, nos orientamos y nos aproximamos hacia una mayor realización y plenitud. Siendo, entonces, la conciencia y la libertad las expresiones más elevadas de la tendencia universal a ser más, y siendo la misma conciencia y libertad aquello que a los humanos nos mueve a alcanzar todavía mayor plenitud, nada hay más importante en la vida. Conciencia y libertad son, pues, como los valores supremos que debemos respetar, asegurar y perfeccionar. Conciencia y libertad en las que hay que confiar, porque naturalmente nos conducirán, tendencialmente y aunque sea muy de a poco y lentamente, hacia una mejor sociedad, hacia una vida humana más plena. Y la delincuencia, las tendencias al mal, a dañar y perjudicar tanto a los demás como incluso a veces a los mismos que a veces actuamos mal, en cuanto sean expresiones de la libertad y de la conciencia, las debemos tolerar, asumiendo que no son la tendencia principal. Son, como decía Nicolás de Cusa, algo que ocurre no esencialmente sino por accidente, como la enfermedad que engaña al gusto y la ilusión que engaña a la razón.”

Nuevamente se escuchó la voz que Matilde no supo distinguir de quien era:

Ahora entiendo eso de la cizaña y del trigo. No vaya a ser que por eliminar el mal suprimamos el mayor de los bienes que es la libertad”

¡Exacto! —acotó Gabriel. —Y porque, para caminar hacia un bien mayor hay que conocer y reprobar el mal, del cual hay que distanciarse. Así como para avanzar en el conocimiento de la verdad es útil conocer y distinguir el error, y para movernos hacia mayor belleza es indispensable disgustarnos con la fealdad”.

Matilde desconectó la grabación. Por el momento y por lo que quedaba del día tenía suficientes ideas sobre las que reflexionar. Esa visión positiva y esperanzadora expuesta por su amigo Gabriel López le gustaba y coincidía con su propia tendencia interior que quedaba de manifiesto en sus novelas. Quería reflexionar sobre todo ello, tanto en función de la conferencia que daría pronto como de la novela que había empezado a bosquejar.

 

***

 

Juan Solojuán luchaba contra el sueño. Le pesaban los párpados y las letras del libro bailaban ante él, hasta el punto de que apenas lograba comprender el sentido de lo que leía. Pero había decidido terminar ese capítulo antes de apagar la luz y caer en las redes de Morfeo. Acomodó las almohadas, apoyó la espalda en ella, ajustó sus lentes y continuó leyendo.

Los integrantes del Observatorio Intergaláctico que monitoreba los efectos del Plan de Rescate del Planeta Tierra estaban desconcertados. Los resultados de su intervención sobre los humanos no correspondían a lo esperado y deseado al planificarse el experimento En efecto, la inteligencia racional y matemática aumentada por efecto de los aretes, que había alcanzado ya a un nueve por ciento de la población, no estaba cambiando en profundidad el rumbo ni el sentido de la vida de las personas, y la sociedad humana continuaba encaminada hacia el abismo, aún más rápidamente que antes de iniciado el experimento.

El efecto más evidente de la incrementada inteligencia estaba siendo la aceleración de los procesos, pero no el cambio en la dirección en que avanzaban. Los adelantos científicos y tecnológicos se sucedían a un ritmo insospechado; la economía crecía a más del ocho por ciento anual, una cifra nunca antes alcanzada a nivel global; las comunicaciones habían logrado una velocidad inusitada, y ya no faltaba mucho para que las grandes potencias dieran por concluída la exploración de todos los planetas, lunas, cometas y asteroides del sistema solar, sin inquietarse mayormente por el hecho cercano de que el propio planeta continuaba deteriorándose.

Era cierto que el mejor conocimiento científico de la biósfera y de sus equilibrios ecológicos se estaba traduciendo en iniciativas cada vez más eficaces. También era verdad que las enfermedades estaban siendo mejor controladas, y que casi todos los tipos de sufrimientos de los humanos estaban siendo mitigados. Pero las desigualdades sociales se tornaban más dramáticas, y los movimientos ambientalistas no lograban el apoyo político ni los recursos económicos suficientes para que la humanidad pudiera encaminarse decididamente a poner fin al cambio climático y avanzar en la recuperación de las especies en peligro de extinción.

A los Observadores Intergalácticos les eran incomprensibles tres hechos principales.

El primero era que la incrementada racionalidad de los humanos no los estaba llevando a pensar en los fines que debían perseguir en sus vidas. Su perfeccionada inteligencia se aplicaba a perfeccionar los medios e instrumentos útiles para lograr aquellos mismos fines que se venían proponiendo desde antes, sin cuestionarlos, como hubiera sido lógico que hicieran.

El segundo hecho sorprendente era que, aún aquellos que llegaban a comprender la necesidad y la urgencia de cambiar de rumbo en sus actividades para evitar el colapso planetario, no modificaban de manera consistente sus comportamientos. Les resultaba curioso que los individuos atribuyeran la responsabilidad del destino colectivo, a una entidad abstracta que llamaban “sociedad”, sobre cuyas orientaciones no asumían las personas una responsabilidad particular.

Y el tercer hecho que les resultaba enteramente paradójico, era que el ‘bien común’ que favorecería a todos, lo subordinaran al ‘bien particular’ de cada uno. Esa era la causa de que los logros que los individuos alcanzaban mediante el uso de su mejorado intelecto generara un incremento de la desigualdad social, porque aquellos que no habían accedido al uso de los aretes quedaban cada vez más rezagados respecto a lo que iban logrando para sí mismos los que se habían provisto de esos instrumentos potenciadores. Pero ello constituía un serio problema y una grave amenaza para los mismos privilegiados.

El problema parecía residir, como lo repetían sin éxito algunos sabios y monjes a los que también había llegado la moda de los aretes, que los humanos no estaban adquiriendo una más elevada sabiduría, sino sólo un potenciamiento de su racionalidad instrumental.

La conclusión a que llegaron los Observadores Intergalácticos fue que los asuntos profundos relativos al sentido de la vida y de la existencia humana no parecían estar siendo suficientemente afectados por el despliegue del intelecto lógico y matemático. En cuanto a los fines que perseguían, los humanos se dejaban guiar por sus instintos, sus sentimientos y sus emociones más que por la razón, por más potenciada que estuviera ésta. Decidieron informar de todo ello al Consejo Supremo de Todas las Galaxias, recomendando realizar con urgencia una segunda intervención sobre el planeta.”

Al llegar a este punto Juan Solojuán no lograba ya mantener los ojos abiertos. Alcanzó a pensar que debía releer ese capítulo desde el comienzo. El libro se le cayó de las manos y, con los lentes puestos, se quedó profundamente dormido. Esa noche soñó con un mundo sumamente extraño en que convivían personas gordas de grandes cabezas redondas junto a otras muy delgadas de cabezas minúsculas y alargadas.

 

­***

 

La mañana siguiente Matilde retomó el audio de los académicos del IFICC. Al anochecer, después de escuchar varias veces algunas intervenciones y tomar apuntes de los aspectos que más le interesaron, disponía de un resumen de las principales conclusiones de la primera sesión del grupo de estudios que se había constituido especialmente a solicitud suya. El resumen que elaboró, centrado en el tema del Derecho Penal y dejando de lado otras muy interesantes reflexiones de los filósofos y científicos pero que no incidían directamente sobre el asunto, fue el siguiente:

La cuestión de la delincuencia debe abordarse desde la perspectiva de avanzar en el tiempo hacia el más elevado bien para las personas y el establecimiento de los valores más altos para la sociedad. Para identificar en qué consisten tales bienes y valores, nuestros sabios amigos recorrieron conocimientos provenientes de muchas tradiciones religiosas y filosóficas: el hebraísmo, el confucianismo, el cristianismo, el islamismo, la filosofia griega, el derecho Romano, la ética filosófica y la moderna ciencia del derecho.

Sobre esas bases, concluyeron fácilmente que, en cuanto a las personas, los valores principales a ser garantizados y promovidos son el conocimiento, la conciencia moral y la libertad. Pero ¿cuáles son los valores más altos para la sociedad? En este tema las posiciones se diversificaron y en el diálogo se confrontaron diversas posiciones. Cierto consenso se alcanzó finalmente en torno a la afirmación de que los principales valores a nivel de la sociedad son la justicia, la paz y la fraternidad. La justicia, la paz y la fraternidad como condiciones necesarias para que las personas puedan alcanzar su más plena realización individual, esto es, que puedan realizar sus más elevados fines en base a su creatividad, su conciencia y conocimientos, y su libertad y autonomía.

De allí el diálogo llegó a consensuar que, si esos son los fines, lo que debe buscarse no es solamente eliminar la delincuencia sino establecer la justicia, la paz y la fraternidad, de modo que las personas puedan realizarse plenamente desplegando sus valores y potencialidades. Lo que vale también para las personas consideradas delincuentes. Terminar con la delincuencia no significa eliminar o aislar de la sociedad a los individuos que delinquen, sino que las personas consideradas delincuentes se conviertan en buenas personas, conscientes y libres, respetuosas de la justicia, la paz y la fraternidad.

Pero, entonces, el Derecho Penal no debiera orientarse solamente a identificar los crímenes y a fijar las puniciones correspondientes, pues debiera referirse y atender cuidadosamente también a aquellas actividades loables que merecen ser premiadas socialmente. Esta idea provenía del Derecho Penal Islámico, reflexionando sobre el cual llegaron a clasificar las acciones humanas en cinco categorías, a saber:

Las acciones que son indispensables para que las personas y la sociedad logren sus fines superiores. Se considera que son deberes u obligaciones morales de los individuos, y en los casos en que sea absolutamente necesario que se realicen, la sociedad puede obligar que se cumplan.

Las acciones absolutamente nocivas, dañinas y contraproducentes para lograr los fines. La sociedad las prohibe y su ejecución es considerada un delito que puede ser castigado.

Las acciones que son loables y favorecen el logro de los fines; pero no son obligatorias sino recomendables y meritorias. La sociedad puede incentivarlas y premiarlas.

Las acciones que es conveniente y preferible evitar aunque no estén prohibidas. La sociedad puede desaconsejarlas y reprenderlas pero no castigarlas.

Las acciones que no favorecen ni dificultan los fines, siendo indiferentes a estos. La sociedad las considera permitidas.

Pero ¿qué es ser delincuente? Fue la pregunta que profundizaron después de una pausa de descanso. Convinieron en que no existen personas que sean delincuentes por naturaleza y otras que por naturaleza sean no delincuentes. Lo que existen son acciones y comportamientos delictuales. Pero ¿en qué consisten éstos? ¿Cómo y por qué algunas acciones y comportamientos se consideran delictuales?

La conclusión a que llegaron fue calificar como ‘delincuentes’ a las personas que de manera ocasional, reiterada o habitual, realizan acciones que caigan en la segunda de las categorías indicadas. Como la sociedad tiene necesidad de impedir esos actos, se establecen los procedimientos judiciales y penales para castigar a las personas que incurren en esos delitos.

Los estudiosos advierten que es importante tipificar con exactitud los delitos, y tener en cuenta al juzgar a quienes los realizan, que las personas poseen diferentes niveles de conocimientos, distintas capacidades de distinguir lo que es bueno y lo que no lo es, diversas capacidades de comprender las leyes, y que sus diferentes grados de libertad en la ejecución de sus acciones hay que examinarlos en cada caso.”