9. Confusión mental.

Roberto Gutiérrez se levantó de la cama y fue a la cocina, abrió el refrigerador y tomó el tarro de cerveza que quedaba. Volvió a tenderse y se la tomó casi de un trago. Algo le decía en su interior que debía pensar, pero pensar ¿en qué? No se entendía a sí mismo, y eso, esa noche le resultaba muy desagradable.  Por su mente fueron pasando muchas ideas, recuerdos, sentimientos encontrados. 

Se vió en la marcha de los estudiantes rompiendo la señalética y escapando de los pacos, y se vió en el supermercado probándose ropas que no compraría. Se vió en la universidad tratando de comprender lo que decía el profesor, y se vió en la casa mintiéndole a sus padres sobre sus estudios. Se imaginó como un revolucionario, vestido como el Che Guevara, aleccionando a las masas a la lucha, y se vió como un ejecutivo de empresa, con traje sastre y con corbata, dando órdenes a las secretarias e instrucciones a los profesionales de su empresa. Se quedó dormido.

  Soñó que iba corriendo por una calle oscura, y que era perseguido por los pacos, pero también por los compañeros de la universidad. La calle terminaba en un muro elevado, que no podía escalar. Se volvió a sus persecutores, pero ya no estaban los pacos ni los estudiantes. Eran ahora los profesores que lo reprendían por tonto y flojo, y sus padres que lo miraban con desencanto. Pasó entre ellos, caminando. Se encontró solo, ahora en un parque, siempre caminando lentamente. A su lado pasaban muchachas hermosas, vestidas algunas de fiesta y otra vestidas apenas, sus senos al aire, desafiantes, provocativas; pero a él no lo miraban, no lo veían. Pasaban  su lado sin darse cuenta de su existencia, como si fuera un  fantasma invisible. Había llegado y estaba  de nuevo al final de un pasaje cerrado por altos muros. Se le acercó una vieja, sucia, desdentada, con una sonrisa horrible, que se levantaba el vestido y le mostraba sus piernas flacas y torcidas. Se sintió paralizado, ella lo manoseaba, lo acosaba, y él no podía moverse. Ella acercó su fea boca entreabierta a la suya para besarlo. Roberto se despertó, angustiado.

viendo tvEncendió la tele, e hizo zapping buscando cualquier cosa que lo distrajera.  Se quedó mirando un partido de fútbol entre dos equipos europeos. Le gustaba mirar partidos aunque no era hincha de ningún equipo; pero curiosamente cada vez que se ponía a mirar un partido, a los pocos minutos se decidía inconscientemente a favor de uno de los contendientes, sin saber por qué. Casi siempre prefería al que jugara un fútbol más rudo en defensa y más decidido al ataque. Por supuesto, casi siempre ganaba el equipo que había preferido.

Pero él, claro, las pocas veces que había jugado un partido, casi no había tocado la pelota. Aunque se ubicaba bien, siempre en el lugar que le parecía el mejor para avanzar hacia el gol, sus compañeros de equipo no lo percibían, no le daban bola. Obviamente, era malo en el manejo de la pelota y todos lo sabían.

Mientras miraba el partido una idea clara se había ido formando lentamente en su cabeza. Cerró los ojos tratando de encontrar las palabras precisas para expresarla. Después de varios intentos llegó a una formulación que le gustó: “Defenderse con rudeza y atacar con decisión”. Lo repitió varias veces, convencido de que finalmente había encontrado respuesta a la pregunta sobre cómo vivir, que siempre se había planteado. Se daba cuenta de que ésa era la filosofía deportiva de un comentarista reconocido como el ‘gurú’ del futbol, y él quería asimilarla, apropiarse de ella. No le importaba que el ‘gurú’ hubiera fracasado no obstante haber sido consecuente con esa doctrina. Pero estaba claro que en la vida hay que defenderse con rudeza y atacar con decisión. No se le ocurría cómo pudiera traducirlo en los hechos; pero lo tenía clarito, era lo que había que hacer.

 

Tengo diecinueve años ─se dijo Roberto interiormente─ ¿Qué va a ser de mí, qué voy a hacer en la vida, en la vida real, como dice mi padre? ¿Qué podré hacer? A la universidad ya no vuelvo. Seguir estudiando no es una opción. Y no por no haberlo intentado, sino porque lo que me enseñaron en el colegio no me daba base para entender las ecuaciones de matemáticas y las fórmulas de química, y poco entendía de las otras materias. Me lo dijo clarito el profe cuando le pregunté que cómo debía estudiar. Recuerdo cada palabra que me dijo el puto profe: “¿Cómo estudiar? ¡Estudiando! ¡Estudiando!”, y luego la frase lapidaria: “No tienes las bases suficientes para seguir en la universidad. Lo que no aprendiste en el colegio no te lo podemos enseñar acá”. Trabajar, ponerme a trabajar, eso debiera hacer. Pero ¿dónde? y ¿en qué? En los doce años que pasé por el colegio no me enseñaron nada que me sirva para algún trabajo, todo era estudiar para la prueba de selección universitaria. ¿Cómo se busca trabajo? Durante el verano intenté trabajar de mozo de restaurante, pero a todos los que entré a preguntar me dijeron que ya tenían y no necesitaban a nadie mas. Una vez fui a la Vega Central y se rieron de mí porque  no pude cargar el saco de sesenta kilos que para probarme me dijeron que llevara del camión al puesto de verduras. La verdad es que soy un inútil. Las drogas, recibirlas de los despachadores y venderlas en la calle da buena plata, pero mi madre me advirtió tantas veces que no me metiera en éso porque terminaría muerto o en la cárcel. Capaz que termite igual que el barbudo durmiendo en la calle y comiendo los restos de comida que quedan en los tarros de la basura. En verdad no sé qué hacer, mejor no pensar, mejor no pensar.

 

Necesitaba una cerveza. Le había parecido que se había tomado la última, pero igual fue a revisar el refrigerador, donde al fondo, detrás de unas verduras, encontró dos cervezas bien frías que se llevó a su pieza.

Encendió el computador y se puso a mirar, una vez más, una película porno que había comprado en la calle varios meses atrás.