El profesor Farías no sabía qué hacer con el cuaderno. No tenía sentido devolvérselo a la niña. Pero como era un escrito interesante que pudiera su autor querer recuperarlo, pensó que tal vez debiera buscarlo y con algo de suerte encontrarlo. Se le ocurrió fotografiar una página con el celular y publicarla en Facebook, con el siguiente mensaje:
Economía mata a familia.
Si saben de alguien que haya escrito esto en un cuaderno, y que quiera recuperarlo, llegó a mis manos sin quererlo”.
Imaginó que el escrito pudiera ser de alguno de sus más de mil amigos de facebook, la mayoría ex-alumnos que habían mantenido con él una buena amistad y que vivían probablemente en las cercanías del colegio y de la calle donde Chabelita lo había encontrado.
Esa noche Consuelo Pedreros abrió su cuenta de Facebook con la intención de comunicar a sus amigos que había terminado la última de las entrevistas que había estado realizando durante dos meses para la Municipalidad, y que ahora se encontraba nuevamente buscando trabajo porque lo necesitaba con urgencia.
Esa tarde Joaquín, su compañero en las encuestas, la había invitado a tomar un café, y habían conversado sobre la experiencia de las entrevistas. Fue casi un monólogo, porque Joaquín tomó la palabra y se puso lentamente a analizar la realidad que habían conocido durante las entrevistas, haciendo amplio uso de las teorías de los más variados autores del pensamiento sociológico contemporáneo, especialmente de los franceses que eran sus preferidos. Obviamente Consuelo se dió cuenta de que él quería impresionarla por su inteligencia y sus conocimientos, pero ella no estaba interesada en él. Lo oía hablar, sin prestar mucha atención a lo que decía, pensando que en verdad Joaquín era un latero presuntuoso.
Ella se interesó en la conversación solamente cuando Joaquín aludió al barbudo del cuaderno, que no habían vuelto nunca a ver y que, se lo repitió dos veces, ciertamente era un resentido social. La verdad era que Consuelo había vuelto a leer varias veces ese cuaderno que decía que “Política mata a ciencia”, y en cada ocasión le había encontrado más razón. Pero no quizo decirle nada a Joaquín para no molestarlo.
Consuelo tenía muchísimos ‘amigos’ en Facebook. Durante varios meses se había dedicado a contactar y mandar una ‘solicitud de amistad’ a todas las personas que había conocido, y su cuenta contaba con casi dos mil nombres. Al comienzo Consuelo seguía a diario los mensajes de todos, y los respondía. Pero después se había aburrido, porque encontraba poco interesante lo que contaba la mayoría de las personas, y se limitaba a dar un rápido recorrido por las fotografías. Así fue que esa noche tuvo un verdadero sobresalto al reconocer en la fotografía que había puesto su antiguo profesor de lenguaje, Humberto Farías, la misma letra enmarañada que ella había aprendido a descifrar muy bien en el cuaderno del barbudo.
Leyó el mensaje del profesor, pero antes de responderle fue a ver su perfil. Lo recordaba, por cierto, al profe Humberto y sus clases de lenguaje en Tercero Medio. Había sido el profesor más joven que había tenido en el colegio y el único que le había gustado, no sólo por lo que enseñaba, sino también porque lo encontraba lindo y atractivo. No se lo había dicho a nadie, pero Consuelo había estado enamorada de él durante casi todo ese año. Al terminar el año no lo había vuelto a ver, porque el profesor se había cambiado de colegio, y poco sabía de él por facebook porque Humberto utilizaba su cuenta para postear solamente noticias y videos que le interesaba que fueran conocidos, y no para contar lo que hacía o lo que pasaba en su vida. Consuelo abrió y recorrió rápidamente el ‘muro’ de Humberto Farías, después de lo cual empezó a escribirle un mensaje personal:
“Estimado profesor. Ud no me debe recordar, pero fui su alumna en segundo medio. Leí lo del cuaderno y que quiere encontrar al dueño. Le cuento que es un barbudo, un mendigo pero muy inteligente. Lo conocí al entrevistarlo para un estudio de la Municipalidad de Independencia”.
Consuelo borró eso que había escrito. Pensó que le encantaría encontrarse con el profesor, por lo que era mejor no darle toda la información, y ser también menos formal. Después de ensayar y corregir varias veces el mensaje lo envió.
El que esa noche leyó el profesor decía lo siguiente:
“Hola profe, soy Consuelo Pedreros. Tal vez me recuerde, porque fui su ‘mejor alumna’ en tercero medio, claro que hace como 10 años... Por coincidencia tengo yo también un cuaderno que está escrito por la misma persona. Le mando una foto para que vea que la letra es igualita. Sé quien es el autor, pero es medio misterioso. Si quiere podemos encontrarnos, y podríamos ver juntos cómo hacer llegar los cuadernos a su dueño. Con afecto, Consuelo”.
Inmediatamente después de enviar el mensaje Consuelo cambió su fotografía de portada en facebook. Sacó una en que aparecía andando en bicicleta, en pantalones y con lentes oscuros, y puso otra en que se veía muy atractiva, con minifalda, que le habían tomado el verano pasado en un viaje que había hecho a Viña del Mar.
Humberto Farías estaba encantado. No solamente había tenido éxito con su mensaje buscando al dueño del cuaderno, un mensaje que había lanzado como el náugfrago que lanza una botella al mar esperando que pudiera llegar a alguien, sino que se le abría ahora la oportunidad de leer otros escritos del mismo autor que tanto le había interesado, y que podría pronto conocerlo. Pero sin duda lo que más alegre lo puso, hasta el punto de ponerse a entonar una vieja canción que en sus clases dictaba y enseñaba a cantar cada año a sus alumnos, era que la respuesta viniera de Consuelo, la alumna que sí recordaba, aunque hubieran pasado diez años. Se recordaba de ella porque había sido una alumna especial, siempre atenta en clases, que le hacía preguntas inteligentes y pertinentes sobre la materia que enseñaba, y a la cual un día le había dicho que era su mejor alumna. Ella misma lo había mencionado en el mensaje.
Abrió el ‘muro’ de Consuelo y se quedó mirando largamente su fotografía. ¡Qué hermosa y atractiva estaba! La recordaba como una niña bonita y siempre bien presentada. Pero ¡cómo había cambiado! Aunque los rasgos de su cara eran los mismos de antes, ya no era una niña sino una joven mujer realmente atractiva.
Escribió y desechó varios mensajes, en los que siempre ponía alguna frase para destacar la belleza y atractivo que mostraba en la foto; pero no los encontraba adecuados y temía que Consuelo pudiera pensar mal de sus intenciones. Al final se limitó a decirle que la recordaba como la mejor alumna de su promoción, que le encantaría encontrarse con ella y conversar sobre los cuadernos, y le daba su número de celular para que lo llamara y pudieran ponerse de acuerdo sobre cuándo y dónde verse.