4. Reencuentro con el barbudo.

A Tomás Ignacio le gustaba caminar por el Parque Forestal. Iba a menudo, cuando entre dos clases se producía un vacío horario que le permitía recorrerlo lentamente, o sentarse en alguno de sus asientos a estudiar. Desde la Pontificia llegaba al Parque en pocos minutos atravesando a pié el barrio Lastarria, reconocido como uno de los sectores más interesantes del centro de Santiago. Le gustaba caminar por sus calles serpenteantes, admirando la arquitectura de sus casonas antiguas convertidas ahora en restaurantes, museos, centros de arte y tiendas de modas. Los viajes que había hecho desde niño por Europa habían refinado su sentido estético, y así como había aprendido a gozar de lo bello sufría con lo horrendo que felizmente no estaba demasiado presente en los sectores de la ciudad en que se movía habitualmente.

confesionarioUna de las edificaciones que hacía que Tomás Ignacio valorara especialmente este barrio era la Iglesia de la Veracruz, donde se dice que se guardan fragmentos de la cruz de Cristo. En esa iglesia, administrada por sacerdotes del Opus Dei, acostumbraba Tomás Ignacio confesarse, manteniendo así sus pecados lejos de su parroquia, llamada de la Divina Providencia, que estaba cerca de su casa en la famosa Comuna de Providencia.

En aquellas ocasiones en que Tomás Ignacio pasaba a la Iglesia de la Veracruz no llegaba después al Parque Forestal sino que se dirigía a la Plaza del Mulato Gil, donde se sentaba a tomar un café con algún pastelillo, o recorría las librerías, galerías de arte y centros culturales que se llenaban de turistas. 

parque forestalOtras veces Tomás Ignacio llegaba al Parque Forestal bordeando el Cerro Santa Lucía, uno de los lugares más emblemáticos en pleno centro de Santiago. En el Parque, cuando tenía el tiempo suficiente se detenía a admirar la Fuente Alemana, hermosa obra escultórica que muestra a un hombre que extiende sus brazos como si dominara el mundo, un minero que representa el valor del trabajo, y una mujer criolla que simboliza la fortuna de Chile. Mirando esa obra monumental Tomás Ignacio sentía que sus energías morales se renovaban y expandían.

Caminando por los senderos del Parque había aprendido a reconocer los numerosos árboles de variados colores y formas: Peumos, Quiyalles, Araucarias, Palmeras, Ceibos, Acacias, Magnolios, y entre medio de los árboles, la escultura del Dios Pan, el Busto de Bartolomé Mitre, el Monumento a Rubén Darío, y a un costado, el Museo de Bellas Artes; todo lo cual, en su armoniosa composición paisajística, hace del Parque Forestal uno de los espacios de más alto valor estético y cultural de Santiago.

BarbudoFue en uno de sus paseos por el Parque que, varios días después, Tomás Ignacio ve de repente al barbudo del cuaderno, sentado en una banca de plaza, con la cabeza hacia atrás apoyada en sus manos entrelazadas, y con los ojos cerrados. A su lado una bolsa de plástico.

Al principio no lo reconoce, pues el hombre le parece más joven que aquél que había encontrado durmiendo  en la calle el día del temporal de lluvia y viento. Se le acerca y en voz baja le dice

─Juan...

El hombre se sorprende al sentirse llamar. Mira al joven y hace un gesto de interrogación. Ahora sí está seguro de reconocerlo:

─Juan, soy el que te llevó al Hogar de Acogida Cristiana el día del temporal.

El hombre lo miró en silencio como diciendo “¿y qué?”. Juan entonces agregó:

─Me quedé sin querer con tu cuaderno. Te lo llevé al día siguiente, pero ya te habías ido, y te he estado buscando para entregártelo. Lamentablemente no lo tengo ahora conmigo, pero mañana o el día que quieras te lo puedo entregar a la hora y en el lugar que me digas.

─Ah! El cuaderno. Sí, me ha hecho falta. Pero puedes quedarte con él si me compras uno nuevo.

─¿No te interesa lo que escribiste?

─No me sirve. Escribo para fijar mis ideas, para nada más. Por eso prefiero un cuaderno nuevo.

─Voy y te compro uno. Espérame. ¿Necesitas algo más?

─Sí, una lápiz de pasta.

─¿Algo más?

─Nada más, gracias. Tengo todo lo que necesito.

Camino a la librería y volviendo con el cuaderno pensaba en lo que le había dicho el barbudo “Tengo todo lo que necesito”. Alcanzó a imaginar miles de cosas que el pobre hombre seguramente no tenía y que eran absolutamente indispensables para vivir como persona normal.

─Leí lo que escribiste -le dijo al entregarle el cuaderno, el lápiz y una mochila de estudiante que le había comprado en la tienda.- Pude apreciar que te interesa la economía y la política...

─Mírame -le respondió el barbudo-. ¿Te parece que me interesa la economía y la política? ¿Para qué pueden servirme a mí la economía y la política?

─Pero escribiste...

─Lo que me interesa, lo único que me interesa, es el conocimiento. Pero dime una cosa. Tu padre ¿está en la economía o está en la política?

Tomás Ignacio se sorprendió por la pregunta.

─En la política -respondió.

─Es lo que pensé.

Tomás ignacio alcanzó a escuchar que el barbudo agregaba para sus adentros:  

─Un pié en la política, un pié en la economía.

¿Lo escuchó, o lo había imaginado?  

El barbudo se levantó de su asiento, guardó el cuaderno, el lápiz  y la bolsa de plástico en la mochila y comenzó a caminar diciendo:

─Ahora discúlpame, empieza a hacer frío y debo ir a protegerme.

─¿Tienes un lugar donde quedarte?

─Depende del día.

─¿Te acompaño?

─No. ─respondió secamente el hombre.

Tomás Ignacio lo miró alejarse lentamente.  Extraño personaje, extraño personaje, repetía. Y lo siguió repitiendo mientras caminaba hacia el estacionamiento donde había dejado su automóvil. Sí, un hombre huraño y desagradable. Pero había quedado inquieto con este nuevo encuentro con el barbudo.

Le costó dejar de pensar en él. Por su mente pasó la idea de su padre con un pié en la política y el otro en la economía; pero la desechó en la forma en que al entrar en la adolescencia un sacerdote le había enseñado a expulsar de su mente la tentación de una imagen obscena.