Don Rubén Donoso llegó a su propiedad acompañado por Tomás Ignacio. El abogado le había informado sumariamente lo ocurrido días antes; pero estaba preocupado, porque a los que había descrito a su mandante como un grupo anarquista mostraban ahora una imagen muy diferente, y temía que don Rubén pudiera engañarse. En todo caso, él había logrado el objetivo de la restitución del terreno y el propietario tendría que reconocer la dificultad que ello implicaba “en un país donde a menudo los delincuentes tienen mayores garantías que las víctimas”.
Juan Solojuán había esperado pacientemente este momento, sin haber abandonado el lugar de día ni de noche. Estaba ahora sentado, apoyando la espalda en el muro. Al ver acercarse a don Rubén y a su abogado se puso de pié y saludó cortesmente. Don Rubén correspondió su saludo. Con un gesto Juan le indicó el mensaje que estaba pintado en el muro. Don Rubén, después de leerlo y observar atentamente los grafitti se volvió al abogado diciendo:
─Esto es muy diferente a lo que me informó.
Tomás Ignacio no supo qué responder. Pensó que su mandante estaría aún más sorprendido al entrar al sitio. Sin decir palabra abrió el candado y la puerta del terreno.
La sorpresa de don Rubén fue mayúscula. Lo primero que vió fue una casa sencilla, de madera, limpia y barnizada. Juan y sus amigos no solamente habían reconstruido lo que el abogado y sus obreros habían desmontado, sino que la habían ampliado, instalado un baño y habilitado con mesas, sillas y camas. Recorrieron después el huerto que estaba en plena producción de hortalizas y plantas medicinales y aromáticas. Habían incluso instalado un sistema de calefacción solar que les permitía ahora ducharse con agua caliente.
─Como ha estado cerrado, hace cinco días que no hemos podido regar las plantas. ¿Me permite hacerlo?
Don Rubén asintió. Juan fue hasta el fondo del sitio y abrió la llave del agua, dando así comienzo a un riego por goteo que se fue extendiendo surco tras surco. Cuando volvió donde estaban el dueño del sitio y el abogado don Rubén le dijo:
─Me gustaría conocer el ofrecimiento que quiere hacerme.
Entraron a la casa, se sentaron, y Juan comenzó su explicación. Le contó que eran ocho personas, a las que había conocido en el tiempo en que había vagabundeado por las calles de Santiago. Que los había invitado a participar en un proyecto que les cambiaría sus vidas, lo que realmente habían logrado. Y que tenían la idea de formar una empresa de producción ecológica. Le mostró un plano en el estaba diseñado todo lo que habían imaginado que podrían instalar y realizar en los dos mil metros cuadrados del terreno.
─La propuesta que nos atrevemos a hacerle – explicó Juan – es que Ud. participe en la empresa como socio, aportando como capital el valor del arriendo del sitio por un período de cinco años. Terminado ese tiempo, la empresa tendría una opción de compra del terreno. Mientras tanto, le depositaríamos en la cuenta que nos indique el porcentaje de las ganancias que le correspondiera a Ud. por la participación en la empresa.
Don Rubén lo escuchó con atención. Se quedó pensativo, y le dijo:
─Déjeme conversar con mi abogado.
Juan salió de la casa y del sitio. Esperaría fuera.
Media hora después Tomás Ignacio Larrañaga lo llamó, diciéndole que el propietario quería decirle algo.
─Podemos llegar a un acuerdo, sí. Lo que han hecho aquí me gusta, y no me sentiría bien si se destruye.
Tomó entonces la palabra el abogado:
─La propuesta que don Rubén aceptaría es que se cree una Sociedad de Responsabilidad Limitada, en la cual don Rubén tenga el 50 % de la propiedad y de las utilidades.
─Su abogado no es tan bueno como él cree – replicó Juan dirigiéndose a don Rubén-. Piense lo fácil que sería para nosotros hacer que la empresa no obtenga utilidades. Bastaría que nos subamos el sueldo a medida que la empresa aumenta sus ingresos.
─El 51 % entonces, y cláusulas de controles estrictos, y garantías al propietario de ingresos que como mínimo sean equivalentes al valor del arriendo- retrucó irritado Tomás Ignacio.
Juan se había formado la convicción de que don Rubén era una persona honesta. Como vivía y se había formado en Australia, aunque era chileno, suponía que don Rubén tenía una cultura de los negocios y un sentido de la vida en que la ética jugaba un papel importante. Por eso formuló al abogado varias preguntas, intentando hacer ver a don Rubén que la idea que le había sugerido Tomás Ignacio presentaba varias dificultades. Al final dijo:
─La propuesta que nos hace su abogado –Juan evitaba cuidadosamente atribuir a don Rubén la propuesta que no podía aceptar- no sería justa con nosotros. Se lo explico. El arriendo de este sitio, según el valor actual del mercado, puede equivaler al salario de dos obreros especializados, más menos. Los que trabajaremos aquí somos ocho personas. Esto significa que si Ud. aporta el valor del arriendo de la propiedad, su participación medida por el equivalente al arriendo- correspondería al 20 % de los aportes de todos los que seríamos socios. Si formamos ...
Tomás Ignacio sonrió. Se dió cuenta que en el razonamiento de Juan había un error, que se apresuró a poner en evidencia:
─Eso que planteas no tiene en cuenta que se pagarían los sueldos de los trabajadores, de modo que el aporte de cada uno de ustedes sería sólo lo que exceda del valor de los salarios, o sea, cero, porque el valor del trabajo sería pagado y ustedes no habrían hecho ningún aporte de capital a la empresa. Y además, como tu mismo dijiste, sería bastante difícil controlar que no se suban los sueldos si tienen la mayoría de las acciones.
─Tiene razón en lo que dice –replicó Juan-, y es por eso que había empezado a decir, cuando Ud. me interrumpió, que lo que proponemos no es formar una Sociedad de Responsabilidad Limitada, que es una empresa de capital, sino una cooperativa, que es una sociedad de personas.
─Explíquese, terció don Rubén.
─En los estatutos de la Cooperativa, que de acuerdo a la ley chilena se permite que uno o varios socios mantengan porcentajes diferentes de participación en el capital social, según sus aportes, estableceríamos que los sueldos que sean pagados a los trabajadores socios no se entenderían como remuneración del trabajo, sino que serían contabilizados como anticipos sobre las utilidades de la empresa. Y así, esos montos no serían costos operacionales de la empresa sino parte de los excedentes. En tal foma, las utilidades de la Cooperativa incluirían los montos pagados por anticipado a los trabajadores, del mismo modo que el 20 % correspondiente al socio don Rubén. Lo correspondiente a don Rubén, cada mes, equivalente al anticipo recibido por dos socios trabajadores, serían depositados en una cuenta bancaria a su nombre. Don Rubén, igual que cada uno de los otros socios, recibiría esos montos como anticipos de las utilidades, y podría disponer de ellos igual como cada uno de los otros socios dispondríamos de los anticipos recibidos.
El abogado no sabía de cooperativas porque en la universidad no le habían enseñado nada sobre ellas. Trataba de pensar rápidamente en alguna objeción, sospechando alguna trampita en el razonamiento del barbudo.
─Ah! ¿Y qué pasaría si los anticipos pagados como salarios fueran mayores a las ganancias de la empresa? ¡Y si no hay utilidades, sino pérdidas!
─Lo que ocurre es sencillo- respondió Juan-. La Cooperativa no dispone de dinero como un monto de capital inicial, por lo cual, si no hay ganancias no hay como pagar anticipos, y si las ganancias son bajas, los anticipos que recibirán los trabajadores serán también bajos.
─Pero ─replicó el abogado- los trabajadores querrán siempre aumentar sus salarios...
─Sí, para lograrlo tendremos que esforzarnos más, y si la Cooperativa tiene más ganancias y puede adelantar montos mayores a los trabajadores, en igual proporción don Rubén obtendrá anticipos mayores.
A Tomás Ignacio no se le ocurría nada más que objetar. Se quedó pensando, hasta que encontró un nuevo argumento en contra de la propuesta cooperativa.
─Hay otro problema. Si todas las ganancias se reparten como anticipos, no quedará nunca nada para invertir y hacer crecer el capital de la empresa. Por ejemplo, comprar mejores herramientas, hacer nuevas instalaciones...
Juan Solojuán tenía también una respuesta para esa duda, que tenía sentido:
─Miren ustedes lo que hemos hecho aquí, todas estas instalaciones. Aquí hemos invertido, y sin tener capital, sino sólo en base a los ingresos que hemos obtenido. Y los obtenemos, porque como el negocio es de nosotros, trabajamos duro, nos esforzamos, y entendemos que invirtiendo mejoraremos nuestros resultados y beneficios futuros.
─Pero ─replicó todavía el abogado- ¿de quién será la propiedad de toda la inversión realzada?
─Pues, obviamente, de la Cooperativa, en la que cada uno de los socios tiene un porcentaje de participación. Pero lo invertido, que será capitalizado por la Cooperativa, no generará utilidades especiales, porque una Cooperativa no es una sociedad de capitales, sino una sociedad de personas.
A Tomás Ignacio se le ocurrió todavía una objeción:
─¿Y si la empresa quiebra, o tiene que cerrar por algún motivo?
─En ese caso, pues, se vende todo lo que se pueda, y lo recabado se reparte entre los socios en las proporciones correspondientes. Como don Rubén seguirá siendo el dueño del sitio, lo recuperará y podrá venderlo o hacer con él lo que desee.
El abogado, insistiendo:
─¿Y si la Cooperativa tiene deudas que pagar? ¿Quién responde?
─No hay problema, por dos razones. La primera es que, de acuerdo a la legislación chilena, una Cooperativa de Trabajo, como sería ésta, es de responsabilidad limitada. La Cooperativa responde solamente con lo que tiene.
─¿Y la segunda razón? –Esta vez fue don Rubén, que había estado escuchando muy atentamente la conversación, quién formuló la pregunta.
─ La segunda razón –enfatizó Juan- es que por ningún motivo tomaremos un crédito. Nosotros no queremos trabajar para el capital, por eso, por principio, nosotros no tomaríamos nunca dinero prestado. Y me gustaría dejar establecido en los estatutos la prohibición a endeudarse.
Don Rubén se quedó pensando. Esto último no se lo esperaba, y le parecía lo más raro de todo. Intervino nuevamente, con una frase que hizo sonreír a Juan porque indicaba que don Rubén ya se había convencido de la propuesta:
─Podríamos dejar una puerta abierta, estableciendo que para endeudarse la Cooperativa requiere el acuerdo unánime de todos los socios.
─Estoy de acuerdo, dijo Juan, pero le adelanto que yo me opondría.
Don Rubén se había ido convenciendo de las bondades de la propuesta de Juan. El se beneficiaría del espíritu emprendedor y de la motivación de los socios trabajadores, y sus riesgos serían muy bajos porque la propiedad continuaría siendo suya. Además, en Australia había muchas Cooperativas que funcionaban muy bien, y aunque no era él un socio activo, participaba en una Cooperativa de Ahorro y Crédito que en más de una ocasión le había sido útil.
Después de unos minutos de silencio, de reflexión, don Rubén extendió la mano hacia Juan:
─De acuerdo, acepto su propuesta. Formemos una cooperativa en que yo tenga el 20 % de participación. Pero pondremos una cláusula que establezca que, de común acuerdo usted y yo, podremos disolverla si las cosas no funcionan como esperado. Pasados cinco años decidiremos en conjunto qué hacer. Lo de que la cooperativa tenga una opción de compra también me parece correcto.
Se dieron un fuerte apretón de manos. Don Rubén agrego:
─Tomás Ignacio se ocupará de la parte legal. Y me gustaría conocer a todos el grupo que ha trabajado aquí y que serán nuestros socios.
─Por supuesto, cuando usted diga nos juntamos.
El abogado, entendiendo que las palabras de don Rubén incluian un reconocimiento de su trabajo y lo reafirmaban como su abogado se inspiró, recordando algo de sus estudios de derecho comercial y de legislación laboral
─Hay muchos aspectos que hay que analizar y precisar. Pienso que no será tan sencillo aplicar varios puntos de lo planteado. Por ejemplo, la previsión social de los trabajadores. También está la cuestión tributaria.
Se quedaron conversando. En un momento en que el abogado se alejó y fue a mirar el huerto Juan le dijo a su reciente socio:
─Su abogado no sabe de cooperativas. Además, ha sido muy hostil con nosotros. ¿Sería posible que lo cambie por otro?
─No, replicó don Rubén después de pensarlo un momento. El seguirá representándome, y representará mi 20 % de participación en la cooperativa. Él es inteligente y honesto, cuenta con mi confianza, y ya aprenderá con ustedes.
Quince minutos después se despidieron. Fijaron el día y la hora del que llamaron ‘encuentro de socios’. Quedaron en que el abogado prepararía una pauta para discutir los temas que debían quedar establecidos en los estatutos de la Cooperativa.
─Debe hacerse todo muy rápido, pues en quince días tengo mi vuelo a Australia. Y si todo concluye bien, organizaré un asado para festejar juntos en este mismo lugar.
Esa noche Tomás Ignacio se preguntaba: “¿quién será este hombre que dice llamarse Juan, que conocí tirado en la calle como un vagabundo, que escribe verdaderos manifiestos anarquistas en cuadernos escolares, que sabe tanto de leyes, y que muestra poseer tanta capacidad de liderazgo? Sí, es bastante misterioso el hombre. Esperemos que no sea un alcohólico o un drogadicto”.