Volvieron a encontrarse el sábado siguiente. Se habían dado cita a las tres de la tarde en el céntrico Parque Bustamante, donde llegarían cada uno en bicicleta porque, hablando dos veces antes por teléfono, se habían contado que compartían la afición de pasear y movilizarse en dos ruedas.
Beso en la mejilla, sonrisa, breve intercambio de saludos, ¿cómo estás?, muy bien ¿y tú?, súper. Se sentaron en una banca del parque, dejando a un lado las bicicletas que Consuelo tuvo la idea de encadenarlas una a la otra (“¿quién podría escapar con ellas?” Se refería por cierto a los ladrones, pero le gustó la idea de que también ellos quedaban de algún modo encadenados).
Esta vez sí se concentraron en los cuadernos, que sacaron cada uno de su mochila al mismo tiempo y sin haberlo mencionado. Lo primero fue comprobar que la letra de ambos era la misma.
─Me dijiste en el mensaje que conocías al que los escribió. ¿Es algún compañero tuyo de universidad?
─Para nada! Te extrañará saber cómo estas páginas llegaron a mis manos, y quién las escribió. Te lo cuento luego; pero me gustaría antes conocer lo que escribió en ese cuaderno tuyo, y que tu leas lo que escribió en éste.
─Éste cuaderno llegó a mis manos por casualidad hace una semana. Lo encontró en la calle una alumna del colegio. Bueno, leamos juntos, o mejor, léeme tú el que tienes y yo en seguida te leo éste.
─“Política mata a ciencia” –empezó a leer Consuelo, mientras el profesor se desplazó en el banco para poder mirar el cuaderno que ella mantenía sobre sus piernas. La asistente social leyó el texto hasta el final, sin hacer ningún comentario y sin que el profesor la interrumpiera.
No hubo tampoco comentarios al terminar la lectura. A ambos le parecía que dar una opinión sobre texto tan denso y ‘sesudo’ no era fácil y podría comprometerlos con alguna idea que luego tuvieran que desdecir. Humberto entonces tomo su cuaderno y comenzó a leerlo, siendo ahora Consuelo la que estiró el cuello y acercó su cara para ir leyendo en silencio mientras él lo hacía en voz alta:
─“Economía mata a familia”...
Al terminar la lectura, luego de casi un minuto de silencio:
─¿Qué te parece? ¿Quién crees que puede haber escrito todo esto?
─Dímelo pues, tú que ya conoces al misterioso autor.
Pero ella no le dijo nada. Pensando aprovechar durante unos minutos la abierta ventaja en que estaba ante el profesor, lo invitó a que dedujera por el contenido de los escritos lo que pudiera trasuntarse sobre el autor.
─Veamos si eres un buen detective...
─Me haces trampa -replicó Humberto-, pues tú lo conoces. Pero en fin, a ver... Sin duda es una persona culta, que ha estudiado en la universidad, que tiene bastante conocimiento de la sociedad en que estamos. Alguien que tuvo una fuerte decepción familiar. Probablemente un viejo distraido, ¿O tal vez un cura?
─Ni de cerca, frío frío... Y lo miró desafiante. ¿Es sólo eso lo que puedes deducir de estos escritos?
El profesor se quedó un momento pensativo, y luego dijo:
─Una mujer no es, ¿verdad? Es alguien que piensa como hombre...
Consuelo pensó en replicar, advirtiendo un no sé qué de machismo en la afirmación del profesor, pero lo dejó pasar, porque sí, era un hombre. Asintió con la cabeza.
─Es un hombre culto e inteligente sin duda, y probablemente militante de algún partido de izquierda...
Ella negó con la cabeza, sin decir nada.
─Si no es alguien que esté actualmente comprometido con alguna causa política, seguramente lo estuvo en algún momento de su juventud. Pero, es evidente que es una persona muy decepcionada tanto de las ciencias sociales que debe haber estudiado, como del amor y la familia, que debe haber vivido.
Consuelo se dió cuenta de que sabía demasiado poco del autor de los escritos como para comprometerse ahora con una afirmación o negación. Se limitó a decir:
─No lo vas a adivinar nunca. Te contaré cómo conocí a ese hombre y cómo llegó este cuaderno a mis manos.
Le hablo de las encuestas que había hecho, de cómo con Joaquín su ‘colega’ (usó esa palabra neutra e imprecisa pues él era sociólogo y ella asistente social, en vez de decir ‘compañero’, evitando así sugerir que hubiera algún grado de proximidad emocional con aquella persona) se acercaron a entrevistar al barbón, y de cómo él había descubierto que trabajaban para el Alcalde y no para una empresa de opinión pública. Terminó contándole que finalmente el vagabundo les había regalado el cuaderno recomendándole su lectura.
─Vaya! Realmente sorprendente. Me gustaría encontrar a ese barbón, conocer su historia, conversar con él...
Ella dijo que también quisiera conocerlo más. Intercambiaron algunas otras ideas tratando de encontrar en los escritos algún indicio de su autor. Pensaron en que tal vez podrían encontrarlo algún día.
─Tenemos que buscarlo! –dijo Consuelo enfáticamente.
Humberto asintió, dándose cuenta que hacerlo sería un modo de encontrarse nuevamente con ella, ojalá muchas veces.
Consuelo tomó su celular y buscó el mapa de Santiago. Se dieron cuenta que los lugares donde ella había encontrado al barbón y donde la alumna del profesor había recogido el cuaderno estaban muy distantes, uno en el sector norte y el otro en el sector sur de Santiago.
─Parece que al barbón le gusta caminar... Si recorremos las calles, los parques y las plazas en bicicleta, podríamos tal vez un día toparnos con él.
Humberto dijo esto temiendo que Consuelo pensara que era una locura; pero no, ella encontró que era una magnífica idea. Ocuparon unos quince minutos en estudiar un primer recorrido a partir del lugar en que estaban. Al rato partieron, alegres, animosos, en busca del barbón, empezando lo que sería una serie de largos paseos en bicicleta por los distintos sectores de la ciudad.
Enfilaron hacia el sur por la ciclovia del parque y tomaron a la izquierda por Avda Grecia. Pasaron delante del Estadio Nacional y giraron hacia el sur por la Avda. Pedro de Valdivia. Al llegar a Los Alerces giraron a la izquierda. Consuelo quizo comprar una botella de agua mineral, por lo que se detuvieron ante un pequeño negocio, al lado del cual se encontraba un Instituto IFICC y una Casa de Académicos de Univérsitas Nueva Civilización. “Curiosos y extraños nombres”, se dijo Humberto en silencio mientras esperaba a Consuelo.
─Algún día vendré a conocer de qué se trata este curioso centro –le dijo cuando ella volvió a subirse a la bicicleta después de dar un sorbo y guardar la botella de agua en la mochila.
Comentaron que era muy improbable que por esas calles circularan vagabundos andrajosos, porque era un barrio residencial de clase media acomodada, provisto de modernos centros comerciales, restaurantes y colegios. Consuelo y Humberto lo habían recorrido en sus tiempos de estudiante, porque era también un barrio universitario donde estaban la Facultad de Ciencias, la Facultad de Artes, la Biblioteca Central de la Universidad de Chile, el Pedagógico y la Universidad Tecnológica Metropolitana.
Se dieron cuenta de que se habían alejado mucho de sus respectivas casas, que el sol ya se había ocultado y que pronto empezaría a oscurecer. Decidieron despedirse, dándose cita para un nuevo recorrido por la ciudad.