Tomás Ignacio Larrañiche se había titulado de abogado con una Tesis en que había estudiado los aspectos jurídicos que relacionaban la pobreza con el empleo, y que le había valido un reconocimiento especial de los profesores que formaron parte de la Comisión Examinadora. Su padre lo había premiado consiguiendo para él dos buenos empleos. Para uno había utilizado los privilegios que le permitían su condición de Senador de la República, y para el otro los contactos que tenía a partir de sus negocios e inversiones.
Así, mientras Consuelo y Humberto trataban de comunicarse con él por su antiguo teléfono móvil que ya ni recordaba dónde lo había perdido, Tomás Ignacio Larrañiche ocupaba parte de su tiempo como asesor jurídico del Servicio de Capacitación y Empleo del Ministerio de Economía, y ejercía simultáneamente su profesión de abogado en un estudio jurídico bastante connotado, en el cual, siendo recién titulado, tenía todavía escasas causas que atender. Su especialidad de abogado laboralista no la había puesto al servicio de los sindicatos como llegó a pensar cuando estaba en los primeros años de la Universidad, sino en un caso al servicio del Estado, y en el otro al de las empresas.
Y había ocurrido lo que la secretaria de la Casa de Acogida había advertido: que una vez que los estudiantes se titulan y comienzan su ejercicio profesional, ya no participan en las actividades de voluntariado, y sólo en una minoría de los casos mantienen relación con la entidad como aportantes de una cuota mensual de dinero. Pero este último no era el caso de Tomás Ignacio, que tenía ahora como meta muy otras y elevadas ambiciones políticas y económicas. Y para lograrlo estaba en carrera, enteramente olvidado de sus ideales de estudiante, compitiendo ahora con otros colegas que en ambos campos de su actividad profesional tenían aspiraciones similares a las suyas. Frente a ellos Tomás Ignacio contaba con una doble ventaja. La que le proporcionaba su padre con todos sus contactos y prestigio, y la bendición de Dios, que seguía recibiendo cada domingo al asistir a Misa en la Parroquia de la Divina Providencia.
Consuelo intentó durante varias semanas establecer algún contacto con Tomás Ignacio; pero él no tenía cuenta en Facebook ni en Tweeter ni en Linkedin. Buscando su nombre en Google sólo encontró información de cuando era estudiante, e información de prensa de su graduacción como abogado. Nada que le sirviera para encontrarlo. Intentó comunicarse con su padre a través de su secretaria del Senado, pero sólo comprobó que ella había establecido un cerco a su alrededor que lo hacía inalcanzable.
Como ya no era tanto el interés por encontrar al barbudo, a los pocos días desistieron de continuar la búsqueda.