11. El Tercer Cuaderno.

fotoDos horas después, sentados compartiendo una cerveza en el café donde acostumbraban terminar la jornada de trabajo, Consuelo y Joaquín descifraban la letra enmarañada del extraño personaje que había descubierto o adivinado para quien trabajaban ellos realmente.

 

    Política mata a ciencia.

    La proporción de ‘intelectuales’ sobre la población total es actualmente la más alta que haya existido nunca en la historia. Sociólogos, antropólogos, politólogos, historiadores, comunicadores,  se forman por miles en todas las universidades. No son carreras costosas, pues la formación de los intelectuales sólo necesita salas de clase, profesores y biblioteca. Tampoco son carreras difíciles, por lo que a ellas acceden los estudiantes de nivel medio. Pero son carreras que proporcionan bastante prestigio.

    Los profesionales de las ciencias sociales son las personas con menos capacidad de autosostenimiento económico, porque lo que ellos saben no tiene demanda autónoma en el mercado. Ingenieros, médicos, psicólogos, administradores de empresas, abogados, albañiles, campesinos, profesores, mecánicos, artesanos, obreros, marineros, cantantes, deportistas, pasteleros, cocineros, tienen todos algunas competencias que les permiten hacerse útiles y ganarse la vida ofreciendo en el mercado algún servicio o produciendo algo que otros necesitan y están dispuestos a pagar por ellos.

    Lo que hacen los intelectuales de las ciencias sociales  es de alguna o de mucha utilidad solamente en el campo de la política.  Los profesionales de las ciencias sociales tienen posibilidades de empleo sólo en entidades públicas o del Estado, o en organismos no estatales que prestan servicios al Estado o a los partidos políticos. Bueno, también trabajan en la reproducción de sus mismas profesiones en las universidades.

    Porque sus conocimientos y servicios tienen muy escasa demanda en el mercado, los profesionales de las ciencias sociales suelen ser ideológicamente anti-mercado y proclives al estatismo. Y precisamente porque encuentran ocupación al servicio del Estado y de la política, los intelectuales de las ciencias sociales suelen estar convencidos de que sus conocimientos y su ejercicio profesional son de la más alta importancia para la sociedad. Más aún, piensan que ellos son quienes guían a la sociedad en sus procesos de transformación y cambio social.

    Pero ello no es así, porque al no tener otros ámbitos laborales en base a los cuales ganar lo necesario para vivir, los intelectuales tienen que ponerse al servicio de quienes tienen y ejercen verdaderamente el poder.”

    Mientras leían, la actitud de la asistente social y la del sociólogo iban cambiando, pero en sentido contrario. Mientras Consuelo se iba mostrando cada vez más interesada en las extrañas elucubraciones del barbudo, Joaquín empezaba a mostrar señales evidentes de impaciencia y molestia. Esas actitudes se fueron acentuando con cada nuevo párrafo que leían:

    “La gran mayoría de los profesionales de las ciencias sociales militan en algún partido, o trabajan para algún importante dirigente de gobierno, poniéndose al servicio de ellos. Si no son funcionales al poder, a quienes tienen el poder o a quienes aspiran a tenerlo, los intelectuales de las ciencias sociales no encuentran trabajo. Por eso todos los intelectuales tienen una clara y abierta posición política, a cuyo servicio trabajan con gran dedicación.

    Su futuro económico y social depende de que la opción política propia triunfe o al menos que tenga mucha fuerza en la sociedad. La calidad del trabajo de estos profesionales es evaluada por la capacidad de convencer y por la originalidad de los argumentos con que defiendan y promuevan las causas a las que sirven.

    Esa posición en que se encuentran en el mundo laboral, hace que los intelectuales tiendan a ser ciegos a la verdad. Sus posiciones predefinidas les impiden tomar la necesaria distancia para conocer la realidad social, económica y política tal como es.

    Verdaderos intelectuales, de esos que ponen la búsqueda de la verdad por sobre todo y que no temen exponerla, existen muy pocos. Y generalmente están sin trabajo. En verdad “política mata a ciencia”.

 

    Consuelo y Joaquín se miraron. 

    ─¡Qué escrito más desagradable! ─dijo Joaquín,  expresando su malestar por  lo que había leído. 

    Estaba especialmente molesto, porque siendo él un sociólogo sintió que lo que habían leído era una verdadera agresión a su persona. Consuelo era Asistente Social, y él ya se había dado cuenta, por conversaciones anteriores, que ella no tenía gran aprecio por el conocimiento de las teorías sociales, y que en su formación universitaria y en las prácticas profesionales se daba mucho mayor importancia a la práctica y la experiencia, guiadas por la ‘inteligencia emocional’.

    Joaquín cerró el cuaderno, pero Consuelo se lo quitó de las manos diciendo:

    ─Hay todavía una página que no hemos leído.

La leyó en voz alta para que también la escuchara Joaquín, que se echó hacia atrás en señal de que no le interesaba.

 

    “ Los intelectuales tienen bastante poder en la sociedad actual. No es el poder económico ni el poder político, sino un poder que deriva de esos grandes poderes. El poder de los intelectuales es un poder delegado, que tiende también a concentrarse en pequeños grupos de profesionales que poseen mayores capacidades discursivas y articuladoras de ideas, y que han sabido adaptarse mejor a los requerimientos de los poderosos.

    Este poder intelectual y cultural es importante para facilitar el funcionamiento y asegurar la reproducción en el tiempo del Poder económico y del Poder político. Por eso el Poder económico y  el Poder político lo sustentan y sostienen, ofreciendo a los intelectuales, artistas y periodistas muy buenos y seguros empleos. Pero al hacerlo, los subordinan, los ponen a su servicio, y son muy pocos los intelectuales y personas de cultura que llegan a evitar ponerse al servicio de alguna de las causas o partidos en que se subdivide el Poder político, o de alguna empresa, grupo o negocio del Poder económico.”

 

    Joaquín había escuchado mostrando abierto desdén, y para reforzar su rechazo al texto y evitar que Consuelo pudiera valorar positivamente lo que habían leído agregó:

    ─Ese barbudo es un resentido social, un intelectual fracasado, probablemente estudió algo de ciencias sociales pero no terminó la carrera. Y ahí está en la miseria y escribiendo sus frustraciones.

    Consuelo asintió, sin convicción. Le había escuchado decir a Joaquín, en otra ocasión, que la profesión de sociólogo debía ser reconocida entre las más importantes para la sociedad, especialmente para los sectores más vulnerables. Pensaba que él era bastante engreído, y en verdad lo que habían leído le hacía sentido. Cuando se levantaron de la mesa Consuelo tomó el cuaderno y lo guardó en su mochila. Se adelantaba así a lo que Joaquín hubiera también querido hacer.

    Minutos después Joaquín bajaba las escaleras del Metro, sólo e irritado, sin saber lo que Consuelo pensaba de lo que habían leído, y sin pensar que lo que había escrito el barbudo pudiera muy bien aplicarse a su persona. Recordó que su propio padre le había insistido para que estudiara una carrera práctica, y se dijo que ello era comprensible en él porque había cursado solamente la educación básica.