A Tomás Ignacio le costó darse cuenta que el hombre que ocupaba ilegalmente el sitio y con el cual se estaba enfrentando era el mismo que una vez había salvado de la lluvia y el frío, dos años antes, cuando hacía voluntariado para la Casa de Acogida Cristiana. En aquella ocasión, de noche, con lluvia y con el hombre cubierto con una frazada maloliente, apenas si le había mirado a la cara. Lo había vuelto a encontrar en el Parque Forestal, cuando le regaló un cuaderno en blanco y una mochila escolar, pero no pudo reconocerlo ahora, cambiado como estaba. Pero al llegar a su casa y abrir el nuevo cuaderno que le había regalado el usurpador del sitio reconoció inmediatamente la letra del barbudo, no sin sorprenderse fuertemente. Recordaba vagamente lo que el vagabundo, convertido ahora en usurpador, había escrito en el otro cuaderno, un texto subversivo y anarquista que por fortuna había llegado a sus manos y no caído en las de alguna persona que pudiera haberse engañado por la intensidad del pensamiento revolucionario del autor. No por eso dejó de leer el escrito caído nuevamente en sus manos:
“Poder económico y poder político matan a religión.
Casi todas las religiones, entre ellas y muy especialmente la religión cristiana, cuando se originan son subversivas del orden social existente.
Los profetas que las fundan expresan en sus predicaciones al pueblo, un mensaje que recoge el clamor de los oprimidos que se eleva hacia Dios y que levanta el deseo y la esperanza de ser liberados de la miseria y de la humillación en que se encuentran.
Al mismo tiempo los profetas manifiestan al pueblo que ese clamor libertario ha sido escuchado por el Todopoderoso que les promete salvación.
Una salvación que no ha de caer del cielo como un regalo inmerecido, sino que debe resultar de la búsqueda de la justicia y la libertad por parte de los mismos oprimidos que se congreguen en comunidades amorosas, y de la conversión del corazón de los opresores cuando constaten la grandeza de alma de quienes han acogido el mensaje de amor, justicia y libertad.
Con el tiempo el mensaje de los profetas fundadores de una religión se suaviza, en la interpretación que de él hacen sus discípulos y continuadores, y las comunidades fraternas se institucionalizan, convirtiéndose en iglesias que congregan a un grupo selecto de escogidos que se apropian del conocimiento revelado, de los poderes salvíficos y de la interpretación ortodoxa de la verdad de la que son portadores.”
Al llegar a este punto de la lectura la ira se apoderó de Tomás Ignacio, le empezaron a temblar las manos y la sangre sonrojaba su cara y su cuello. Ese hombre insolente no sólo había atacado en su primer escrito todo lo que para él representaba su padre, su familia y su profesión, sino que agregaba ahora un ataque a sus creencias religiosas más profundas. Se sirvió un vaso de agua que lo tranquilizó un poco, de modo que pudo continuar la lectura.
“Los profetas no levantan al pueblo contra sus opresores, no los convocan a la acción violenta. Ellos saben que cuando el pueblo se levanta y ataca a los poderosos, estos se defienden y contraatacan con mayor fuerza, de modo que el sufrimiento de los oprimidos se acentúa.
La invitación de los profetas, y especialmente la de Jesús, es a separarse del sistema opresor, actuar con independencia y libertad, y desarrollar creativamente un modo nuevo de vivir, libre, justo, solidario, pacífico. ‘Nacer de nuevo’, esto es, empezar de cero una nueva vida.
Pero como el corazón de los poderosos y de los ricos es duro, sienten este alejamiento de los súbditos y dependientes como una amenaza, al darse cuenta de que han perdido el poder que ejercían sobre esas personas del pueblo, y que ya no pueden extraerles su fuerzas y capacidades de producirles riqueza.
El llamado a la conversión que los profetas han hecho a los ricos y poderosos es escuchado y seguido por muy pocos de los que viven privilegios en el orden constituido. Porque es duro dejar todo lo que tienen, entregarlo a esas comunidades de pobres y seguir el camino del amor. Muchos jóvenes se sienten atraídos por la belleza del mensaje evangélico, por el llamado a la perfección, pero prefieren la tristeza de continuar sus vidas de privilegios, seguridades y placeres”.
Algo parecido a éso había escuchado Tomás Ignacio en la prédica de una misa dominical, algo sobre un joven rico que quería ser perfecto y al que Jesús le pedía que abandonara todo y lo siguiera; pero recordaba claramente que el sacerdote había dado una interpretación del texto que lo había dejado tranquilo y corforme; algo como que la perfección no es de este mundo y que el llamado a ella se dirige exclusivamente a quienes Dios les concede la vocación o el llamado a la vida consagrada en un monasterio. No era su caso, por cierto. Prefirió seguir leyendo en vez de detenerse a pensar en lo que había escrito el barbón subversivo.
“Para defender sus riquezas y su poder, o sea, el orden económico y político que les garantiza continuar acrecentándolos, los ricos y los poderosos no pueden atacar y eliminar por la fuerza y las armas a esas comunidades de creyentes que se separan y liberan de ellos haciéndose autónomos. No los pueden atacar por la fuerza, porque ellos no se les enfrentan, sino que en paz, se limitan a invitarlos a la conversión del corazón y a cambiar sus conductas. Además, se ha comprobado que si se los persigue y ataca, esos hombres y mujeres libres se hacen aún más fuertes en su fé, pues los mismos profetas les han anunciado que serian maltratados por los poderosos, pero que no han de temer a quienes pueden matar el cuerpo pero no el espíritu.
¿Qué hacen entonces los poderosos, que no aceptan ser ellos los vencidos? Despliegan una estrategia mejor, cual es la de integrarse a las iglesias, influir en ellas desde adentro, copar sus estructuras jerárquicas, reemplazar sus mensajes libertarios por otros que llaman al pueblo a sacrificarse y soportar las desdichas como el mejor camino para llegar a la felicidad, en la otra vida.
Y así van introduciendo en las instituciones religiosas sus propias estructuras económicas, sus propias diferencias de clases, y sus propias preferencias políticas, o sea, estructuras de poder que separan a los dirigentes de los dirigidos, a los gobernantes de los ciudadanos, a las autoridades eclesiásticas de sus fieles seguidores.
En resumidas cuentas, economía y política matan a religión, contaminándola en su interior con los virus mortales del afán de riquezas y de poder.”
Ahí terminaba el texto escrito casi ilegiblemente por el barbudo. Tomás Ignacio hervía de rabia; pero se tranquilizó pensando que la Divina Providencia había querido, igual que la vez anterior, que ese escrito subversivo llegara a sus manos y no cayera en las de cualquier incauto que pudiera haberse fácilmente engañado por un texto tan subversivo. “Ya verá ese anarquista, ya verá como lo saco de la propiedad que ha usurpado, en un acto que no sólo es ilegal sino verdaderamente pecamisoso. ¡Quizá qué orgías realizan en las noches esos hombres y esas mujeres sin ley! Ya verán!”