2. El Cuaderno del Barbudo

La habitación de Tomás Ignacio  era en realidad una verdadera suite provista de todo lo que pudiera alguien imaginar que fuera de utilidad para un joven universitario. Una cama de plaza y media, un fino escritorio perfectamente equipado de la más moderna tecnología, un antiguo librero repleto de libros de derecho, una gran pantalla de televisión conectada también a su computador, un frigobar, un aparador donde guardaba múltiples objetos que había acumulado, la mayoría de los cuales le recordaban momentos felices vividos durante las largas vacaciones que cada verano tenía con sus padres en distintos balnearios del mundo. En las paredes Tomás Ignacio había colgado algunas reproducciones de cuadros que ponían en evidencia su conciencia contradictoria: una imagen de la virgen de Fátima que había traído de Portugal, una pintura de Guayasamín que representaba el dolor de una mujer de rasgos indígenas que su madre había adquirido durante sus vacaciones en Quito, y una gran fotografía de una sensual mujer desnuda de dudosa calidad artística. La suite de Tomás Ignacio incluía un espacioso baño en el que destacaba una bañera ovalada de hidromasaje.

    capitulo2Tendido en su cama Tomás Ignacio comenzó a leer el cuaderno de Juan Solojuán. Al comienzo le costó entender la letra, pero pronto se le hizo más fácil la lectura. El escrito tenía un título, subrayado, que le sorprendió y despertó su curiosidad:

 

    “Economía mata a política.

Existen en las sociedades modernas dos grandes Poderes: el Capital y el Estado. El poder económico y el poder político.

    Son dos Poderes formidables, gigantescos, cada uno imbatible en su campo.

    Son dos Poderes diferentes, pero que se necesitan mutuamente. A veces se muestran los dientes, se enfrentan, se hacen algunos rasguños; pero muy rara vez se confrontan como enemigos, pues no pueden existir el uno sin el otro.

    El Poder económico necesita al poder político para mantener el indispensable orden social, garantizar los derechos de propiedad, el funcionamiento estable de los negocios, el castigo a los que no cumplen los contratos. Sin el poder del Estado el Poder económico se derrumbaría rápidamente.

    El Poder político necesita al poder económico pues es quien lo sustenta financieramente, le permite solventar los privilegios asociados al ejercicio de la autoridad, y le proporciona los medios para satisfacer las necesidades básicas de las multitudes carenciadas, sin lo cual ningún orden, autoridad ni institución política podría sostenerse.

    Terminada esa primera página Juan Ignacio detuvo la lectura. “Parece que Juan Solojuán es todo un intelectual”, se dijo. Estaba sorprendido de la corrección gramatical y de la claridad del pensamiento de un hombre tan desordenado y descuidado en su vida como habría de ser el sucio barbudo al que había ayudado. Dió vuelta la página y siguió leyendo:

    “El Poder no es nunca un atributo poseído autónomamente por alguien. Lo que existe es una ‘relación de poder’, esto es, un modo de vínculo entre los que dominan y ejercen el Poder, y los que lo sostienen en cuanto le obedecen y se mantienen subordinados. En este sentido, todo Poder requiere algún grado de consenso o de conformismo por parte del conjunto de la población, que de éste modo lo sustenta y lo legitima.

    El Poder económico es sostenido y legitimado por la población, en cuanto consumidora de los bienes y servicios producidos, gestionados y distribuidos por el Capital.

    El Poder político es sostenido y legitimado por la población, conformada como una ciudadanía que acepta el orden institucional, percibe los beneficios que le proporciona el Estado, y obedece al Poder político”.

 

    Terminaba ahí la segunda página, y nuevamente Tomás Ignacio detuvo la lectura. Frunció el seño evidenciando cierto disgusto. Esas ideas no le eran enteramente desconocidas, pues en el segundo año de la carrera de Derecho había asistido a un curso optativo de Ciencia Política ofrecido por un profesor que negaba ser marxista para mantener su cargo docente en la Pontificia. Pasó a la tercera página del cuaderno del barbudo:

 

    “Ambos Poderes formidables se encuentran concentrados en no muchas manos, lo cual establece una distancia, una separación inevitable, entre los Poderosos por arriba y la sociedad o pueblo por abajo. Pero no es una separación completamente impermeable, infranqueable. En efecto, el funcionamiento estable de ambos Poderes requiere que existan algunos conductos que permitan a los de abajo, acceder a ciertas instancias del Poder económico y del Poder político. Esta posibilidad de ascender al Poder por parte de quienes no lo tienen, aunque es muy escasa y pequeña en los hechos, es un factor indispensable para que los Poderes puedan mantenerse legitimados.

    Si desde la sociedad llana no fuese posible pensar, imaginar y mantener alguna esperanza de alcanzar posiciones al interior del Poder económico, de enriquecerse mediante alguna oportunidad especial de negocios, o simplemente por una suerte, el Poder económico sería fuertemente rechazado. Si desde la sociedad llana no fuese posible pensar, imaginar y mantener alguna esperanza de alcanzar posiciones al interior del Poder político, mediante alguna participación particular en el ordenamiento político, éste sería derrocado inevitablemente. Y para que se pueda pensar, imaginar y tener tales esperanzas, es necesario que algunos de hecho lo logren, y que ello se pueda mostrar.”

 

    Tomás Ignacio pensó que eso que el barbudo criticaba es en realidad lo que se llama ‘sociedad abierta’, en la que existe movilidad social, y en que cualquier ciudadano puede llegar a ser Presidente de la República. Lo había escuchado de tantos profesores...

    La empleada de la casa llegó a interrumpirlo avisándole que la cena estaba servida y que sus padres lo esperaban. Tomás Ignacio se alegró porque no eran muchas las ocasiones en que cenaba con sus padres, y cuando ello ocurría siempre las comidas eran acompañadas de una excelente botella de vino que su padre seleccionaba con cuidado según el menú de la ocasión.

    Como era habitual la conversación giró en torno a las noticias del día, comentadas latosamente por don Eduardo; sólo que esta vez el padre de Tomás Ignacio se mostró especialmente descontento al referirse a las desviaciones izquierdistas que cada vez eran más patentes en la coalición de gobierno en la que participaba. “La virtud está en el centro”, recalcaba siempre que quería poner de manifiesto sus distancias respecto a los extremos. Un centrismo absoluto, un centrismo paradójicamente extremista, era la posición política de don Eduardo, que le permitía estar siempre tomando distancias tanto respecto a la ‘derecha tradicional’ como a la ‘izquierda irresponsable’, pero que también le permitía establecer alianzas a veces hacia un lado y otras veces al contrario.

    Tomás Ignacio escuchaba a su padre siempre con atención, mientras su madre lo oía distraídamente porque la política no le interesaba en general sino solamente en lo que concernía directamente a su esposo, y conocía tan bien lo que éste pensaba que podía ir mentalmente adelantándose a lo que él comentaba de los hechos del día. La cena terminó sin mayores novedades y Tomás Ignacio se retiró a su habitación, saludando con besos a sus padres.

    Tendido nuevamente en la cama siguió leyendo el cuaderno:   

    “La posibilidad que tienen las personas de acceder al Poder económico es muy distinta de la posibilidad de hacerlo al Poder político. Porque el poder económico es más ‘divisible’ que el poder político. El acceso al poder económico se basa en el dinero que se logra obtener. Tanto el dinero que tienes, tanto el poder que posees. Un poder económico que cada uno puede ejercer y aplicar en el mercado, comprando lo que necesitas o deseas, contratando trabajos y negocios, etc.

    Es claro que el poder económico está altamente concentrado, de modo que pocas personas tienen muchísimo poder económico, y muchas personas tienen poquísimo. Aún así, como el dinero es divisible al infinito y se mueve con velocidad de unas a otras personas, la posibilidad de ampliar el poder económico de cada uno parece que estuviera abierta a todos, independientemente de si las personas acceden al dinero trabajando, comprando y vendiendo, ganándose la lotería, especulando, estafando. La lucha por el poder económico se da en el mercado, donde todas las personas son actores, y donde todos están compitiendo con todos. Cada uno tratando de apropiarse del negocio del otro.”

    

    Mientras daba vuelta la página para continuar leyendo Tomás Ignacio pensó que lo que acababa de leer era interesante. Le parecía que el barbudo había escrito algo obvio, y sin embargo encontraba que era peligroso que la gente empezara a pensar de ese modo. El texto que siguió leyendo continuaba así:

 

    “El poder político es mucho menos divisible que el poder económico. El poder político es como un cono que parte de un punto alto que representa el poder del gobernante máximo, situación que puede ser ocupada por una sola persona. El cono se va abriendo hacia abajo, dejando espacios a más personas a medida que se desciende en la escala del poder.

    Ahora bien, para ir subiendo y alcanzando posiciones más altas en el cono del poder político, los contendientes luchan duramente unos con otros. Para lograr subir al peldaño superior, es necesario tirar hacia abajo a uno que éste arriba en la posición a que se aspira, y al mismo tiempo impedir que los que están al lado de uno con la misma aspiración de ascender, lleguen a ocupar ese lugar cuando quede vacante. El que busca el poder tiene que agarrar a los de arriba para hacerlos caer, y dar codazos a los vecinos para impedir que ocupen el lugar de la persona que lograron bajar. Y generar grupos de apoyo en los de más abajo, para que lo empujen a uno hacia arriba y, así, ellos subir con su líder.

    Pero todo este batallar horrible debe hacerse con mucha astucia, sin que se note, porque si los electores se dan cuenta de que son ésas las intenciones de un político les quitan el apoyo.

    Además, para tejer las propias redes del poder se necesita mucho dinero, porque hay que comprar conciencias, compensar apoyos, sostener estructuras, pagar publicidad, invitar a cenas, fiestas y celebraciones múltiples, etc. En consecuencia, hay que crear vínculos con grandes empresarios, que están siempre dispuestos a dar, pero con condiciones. Así el poder económico va sometiendo al poder político. ”

 

    Tomás Ignacio se quedó pensativo; pero fue sólo un momento. Movió la cabeza negando. Decididamente no estaba de acuerdo para nada con lo que había escrito el barbudo. Pasó de sentirse incómodo a estar irritado, y mientras más lo pensaba más se acentuaba su rechazo a lo que había leído, que contradecía todo lo que él creía intimamente. Desde pequeño había escuchado hablar de la política como un elevado e indispensable ‘servicio público’, orientado hacia el bien común. ¿Cuántas veces le habían citado las Encíclicas papales allí donde decían que “la política es la forma más alta de la caridad”? 

    Pero a Tomás Ignacio le faltaba leer todavía una última página, y lo hizo con la disposición a encontrarse con quizá qué otro disparate disolvente.

 

    “El Poder económico legitimado por los consumidores y el Poder político legitimado por los ciudadanos electores, mantienen un ‘orden social’ en que la población se encuentra dividida entre dirigentes y dirigidos, dominantes y subordinados. Los dirigentes y dominantes son las élites, los subordinados y dirigidos son multitudes.

    Una gran parte de esa población subordinada económica y políticamente se adapta a esta condición y no tiene mayores aspiraciones. Se lamenta, se queja, critica incluso al ‘sistema’, pero no puede hacer nada significativo que cambie su condición.

    Otra parte de la población subordinada despliega iniciativas tendientes a integrarse y participar en alguno de los dos poderes, aunque sea en los niveles inferiores. Desarrolla emprendimientos económicos o se inscribe en algún partido político.

    Pero la concentración económica y la colusión entre las grandes empresas hace que sea cada vez más difícil la entrada al mercado de nuevos competidores. Del mismo modo, la colusión entre los partidos políticos y los poderosos del dinero impide crecientemente la participación ciudadana en la política. Así, no sólo aumenta la separación y distancia entre los élites y las multitudes, sino que se va estableciendo entre ellos un muro infranqueable. Cuando esto sucede, las bases de la legitimidad de ambos Poderes comienza a disolverse aceleradamente. La consecuencia no puede ser otra que la destrucción del orden político, con la consiguiente ...”

 

    Ahí terminaba el escrito, abruptamente. Se notaba que el barbudo había dejado su relato interrumpido, y por eso había insistido en recuperar el cuaderno cuando Tomás Ignacio lo había convencido de ir esa noche a dormir a la Casa de Acogida. Lo que pensaba ahora de ese pordiosero, al darse cuenta de que no era sólo un pobre indigente sino también un pensador crítico de la sociedad, había cambiado: de la simpatía paternalista por el pobre indigente a la endurecida actitud frente a quien consideraba ahora como un peligroso resentido social. Pensaba ahora de él así: “Un marginal, obviamente. Un intelectual que perdió la brújula de la vida, y ahí está, convertido en un miserable mendigo. ¿Pensará acaso cambiar el mundo escribiendo en su mugroso cuaderno?” Tomás Ignacio no pensó que llamarlo ‘mendigo’ era incorrecto e injusto, porque Juan Solojuán no le había pedido nada, no estaba mendigando cuando lo encontró en la calle, incluso se había resistido a que lo llevaran a la Casa de Acogida Cristiana.