28. ¿Azar, providencia o conspiración universal?

Todos los intentos que hicieron Consuelo Pedreros y Humberto Farías para comunicarse con Tomás Ignacio Larrañiche fueron inútiles. Es cierto que si hubieran persistido hubieran podido lograrlo, pero pensaron que aunque lo encontraran era muy improbable que él pudiera darles alguna buena pista para dar con el barbudo. Así, un día decidieron abandonar definitivamente su búsqueda. 
    Lo que habían realizado durante varios meses, aunque fracasaron en el objetivo, fue para ellos ocasión para encontrarse muchas veces, para entretenerse recorriendo la ciudad en bicicleta, para conocerse mutuamente y, finalmente, para amarse. Pero no tenía sentido continuar con el empeño. Conversando sobre lo mucho que habían intentado encontrarlo, llegaron a la conclusión de que buscar al barbudo se estaba convirtiendo en una obsesión sin sentido, y que era el momento de dejar definitivamente de hacerlo.
    Pero como repetía a menudo el padre de Consuelo, la vida tiene mucha vueltas. Un día Consuelo recibió por facebook un mensaje de Joaquín Campos, el sociólogo con el que había realizado las encuestas. La invitaba a un encuentro de experiencias comunitarias organizada por un Centro de educación superior alternativa y complementaria, que –le aseguró- “promete ser muy interesante porque la conferencia inaugural será ofrecida por un importante economista argentino, un verdadero gurú de la responsabilidad ambiental empresarial que ha escrito más de veinte libros”.
    La verdad oculta de esta invitación era que Joaquín quería encontrarse con Consuelo, que le había gustado desde que la conoció; pero ella había simplemente desaparecido de su círculo cuando terminó el trabajo de las encuestas y empezó a trabajar en la Municipalidad de La Pintana. A Joaquín le parecía que irse a La Pintana era indudalemente un error que ella cometía, porque era como ir a ocultarse en la periferia en vez de integrarse al mundo verdadero donde se encuentran las personas influyentes y ocurren las cosas que importan.
    A Consuelo no le entusiasmó nada la posibilidad de ir a escuchar al economista de la responsabilidad ambiental empresarial; pero el evento al que Joaquín la invitaba y que sería inaugurado por el gurú era en realidad un encuentro de experiencias ecológicas y eso sí le interesaba. Decidió asistir, pensando que quizá aprendiera algo que pudiera aplicar en su trabajo social con las mujeres que atendía en la Muni. Además, pensó que encontrarse con Joaquín no tendría porqué ser desagradable sino algo que pudiera resultarle grato. Y otra circunstancia que motivó a Consuelo a asistir al evento era que se realizaría en aquel Centro académico de nombre curioso –“algo de una nueva civilización si no recuerdo mal”- que había mirado desde la vereda en su primer paseo con Humberto Farías por Santiago, cuando se bajó a comprar una botella de agua.
    Tal como se había imaginado, la Conferencia inicial consistió en una presentación de ideas generales, de principios y de valores sobre los cuales debieran organizarse las empresas y la economía en general, pero con escasa indicación de cómo pudiera todo aquello llevarse a la práctica. No le interesó mayormente; pero Consuelo prestó mucha atención a las presentaciones de experiencias prácticas sobre huertos orgánicos, cultivos ecológicos, permacultura, aprovechamiento de la energía solar para cocinar, secar frutas, calentar agua de uso doméstico, alimentación sana, prevención de enfermedades mediante el uso de conocimientos tradicionales sobre las cualidades curativas de muchas plantas,  y varias otras ‘tecnologías alternativas’.
    La última actividad del encuentro invitaba a los asistentes a escribir en tarjetas de distintos colores dos o tres palabras que resumieran las inquietudes que les dejaban las presentaciones, y que las pegaran sobre un gran cartón que cubría casi enteramente la pared lateral del auditorio. Cada participante podía escoger el color de la tarjeta que en su opinión correspondiera mejor al mensaje que escribiría en él con los plumones también de diferentes colores que podían escoger.
    lluvia de ideasEl muro se fue llenando de colores y palabras, predominando los colores verdes y celestes y palabras que expresaban valores de solidaridad, esperanza y amor, y mensajes que hablaban de  compromiso ciudadano, participación, lucha por la justicia y cosas parecidas. Después de escribir e instalar el suyo, Consuelo volvió a su asiento queriendo apreciar una imagen de conjunto.
    Inmediatamente un mensaje le atrajo poderosamente la atención. Una tarjeta roja y cuatro palabras subrayadas escritas en negro:
    

ECONOMÍA MATA A NATURALEZA
    ¿Quién había escrito ese mensaje que asoció inmediatamente a los títulos de los dos cuadernos que tantas veces había leído: Economía mata a Ciencia y Economía Mata a Familia?
    La animadora de la reunión invitó a los participantes a que pasaran adelante, tomaran la tarjeta que habían escrito y explicaran lo que habían querido comunicar con los colores escogidos y las palabras escritas. Así fueron desfilando jóvenes que enunciaban con mayores o menores aptitudes comunicativas sus anhelos y esperanzas. 
    El primero en adelantarse fue su ex-compañero de las entrevistas, el joven sociólogo Joaquín Campos que había escrito en azul sobre tarjeta blanca: ‘Incidencia Política’, y que se explayó latamente sobre la necesidad de actuar en los organismos del Estado para influir en las políticas públicas. Consuelo lo escuchó con paciencia pensando para sus adentros: “Este Joaquín no va a cambiar nunca”. Lo que el sociólogo había discurseado esperando destacarse sobre los demás para despertar el interés de Consuelo había tenido en ella exactamente el efecto contrario.
    Se sucedieron varias intervenciones, de diferente contenido e interés. Pero el tiempo no permitió que todos pudieran expresarse, por lo que la actividad fue dada por concluida con dos últimas intervenciones. Quien había escrito el mensaje que interesaba a Consuelo y que ella esperaba ansiosamente que pasara adelante a explicarlo, permanecía oculto. Consuelo tuvo entonces una ocurrencia. Caminó hacia el muro, tomó en sus manos y mostró el mensaje que le interesaba tanto:
    ─Yo quisiera saber quién escribió este mensaje, que me inquieta mucho.
Silencio. No hubo respuesta. Volvió a preguntar:
    ─¿Quién de ustedes es el que piensa que la economía mata a la naturaleza? Lo pregunto porque yo comparto ese pensamiento; pero me gustaría escuchar sus motivos.
    No hubo respuesta, pero Consuelo advirtió el gesto inquieto de un joven que bajaba la cabeza tratando de ocultarse detrás del que se sentaba adelante. Intuyó que era el que había escrito el mensaje y que tal vez por timidez no quería pasar adelante.
    ─No importa, dijo, no hay problema, y volvió a insertar la tarjeta donde la había sacado.
    Al terminar la sesión, mientras el organizador del encuentro explicaba las conclusiones y hacía las invitaciones a nuevas actividades,  Consuelo se acercó al joven que sospechaba que era el autor del mensaje y le dijo con expresión de afecto:
    ─¿Tú lo escribiste verdad? ¿Podemos conversar?
    Asi fue como Consuelo, para molestia de Joaquín Campos el sociólogo que la había invitado al encuentro,  tuvo una larga y muy interesante conversación con Roberto Gutierrez. Consuelo fue rápidamente al tema que le interesaba, y le habló de los cuadernos que por casualidad habían llegado a sus manos, escritos por un barbudo vagabundo.
    ─Ya no es un vagabundo -replicó Roberto-. Tengo la suerte de conocerlo.
Roberto le contó que lo había conocido en la calle, que el barbudo lo había cubierto con una frazada un día en que durmió a su lado, y le habló del cuaderno que había dejado en el lugar, con el título que había escrito en la tarjeta.
    ─Tengo mucho interés en conocerlo -le dijo entonces Consuelo. - Con un profesor amigo lo hemos buscado durante meses sin resultado. ¿Puedes decirme cómo podría encontrarme con él?
    Roberto le contó brevemente que el barbudo, que se llamaba Juan, estaba formando una comunidad de trabajo en un sitio abandonado.
    ─Fue él que me  motivó a estudiar y a participar en encuentros como éste, donde pudiera aprender sobre cultivos y este tipo de cosas.
    Estuvo por darle la dirección del sitio donde se encontraba Juan; pero se contuvo recordando que Solojuán se ocultaba y les había dicho que no debían decir a nadie lo que estaban haciendo en el sitio.
    ─Tengo que preguntarle a Juan si quiere encontrarse contigo. Si me das tu teléfono yo podré llamarte si él me autoriza a hacerlo.
    ─¿Te parece que le escriba un mensaje que le lleves?
    ─Perfecto. Y anota ahí tu número.
    Consuelo se sentó y escribió lo siguiente:

“Estimado Don Juan:
    Mi nombre es Consuelo Pedreros. Lo conocí hace meses cuando hacía entrevistas para la Municipalidad de Independencia, y hablé con Ud. que estaba en un banco de la plaza. El cuaderno que me dió lo he leído muchas veces. Por una casualidad, o por quizás qué extraña conjunción de sincronías, tuve la suerte de leer otro cuaderno escrito por Ud. que decía “Economía mata a Familia”. Y ahora me topo con Joaquín que me cuenta que escribió en otro cuaderno que la “economía mata a naturaleza”. Con un profesor amigo quisiéramos mucho conversar con Ud. y conocer más de su pensamiento, que nos inquieta e interesa mucho. Parece que el destino, la providencia o una conspiración misteriosa quiere que nos conozcamos, porque otra casualidad me lleva ahora nuevamente en la pista de sus escritos. ¡Por favor! Le dejo mi teléfono para que me pueda decir dónde y cuándo podríamos vernos.
Atentamente

Consuelo Pedreros.”

    Dobló la hoja y se la dió a Roberto, rogándole que hiciera lo posible por facilitar un encuentro con Juan.
    ─¿Me das tu teléfono?
   Roberto se lo dió, advertiéndole que sería difícil que lo llamara o recibiera mensajes porque rara vez  tenía minutos y pasaba semanas sin cargarlo.