La Universidad Tecnológica seguía sin clases por el paro de los estudiantes; pero no había nuevos llamados a marchas y manifestaciones callejeras, porque los dirigentes habían aceptado participar en una mesa de diálogo con el Ministerio de Educación.
A Roberto le disgustaba permanecer en su casa, excepto para dormir, de modo que todos los días tomaba el bus y se dirigía a vagar por algunas calles o centros comerciales de Santiago.
El miércoles, aburrido de hacer todos los días lo mismo, cuando ya empezaba a anochecer, decidió ir nuevamente al lugar donde pudiera encontrarse con el barbudo. Casi tuvo suerte. Llegó al mismo lugar donde había dormido aquella noche. No lo encontró, pero allí tirado en la acera de la calle estaba el cuaderno que él había visto la vez anterior, en que el viejo apoyaba su cabeza al dormir.
Lo recogió, reconociendo en el cuaderno el olor del hombre a cuyo lado había dormido una vez, y se dispuso a buscarlo. Después de mirar desde la esquina en las cuatro direcciones preguntó a la señora de un kiosco de diarios si había visto a un barbudo que acostumbraba dormir en ese lugar.
─Sí, hace una media hora se lo llevaron. La señora del almacén se quejó de que le ahuyentaba a los clientes al sentarse en la vereda a la entrada de su negocio, por lo que llamó a los carabineros, que se lo llevaron.
Roberto no quiso saber nada más, porque no quería nada con los ‘pacos’. Cuando pasó delante del almacén desde donde los habían llamado para que se llevaran al barbudo, se limitó a hacer con la mano un gesto de maldición. Le guardaría el cuaderno, seguro que algún otro día volvería a encontrarse con él.
Esa noche, no sin dificultad, tendido en su cama, fue descifrando la letra desordenada del texto y se puso a leer lo que había escrito el barbudo.
“Economía y política matan a naturaleza.
El modo de producción y de consumo que se da en las sociedades modernas lleva inevitablemente a un desastre ecológico.
Muchos que lo saben critican al capitalismo y al consumismo, dicen que están contra este sistema, pero no toman conciencia de que es su propio modo de vivir el que sostiene este tipo de organización de la economía. Tienen lo que podría llamarse una ‘conciencia doble’: una es la que expresan en sus dichos y conversaciones, cuando verbalizan sus preocupaciones por el ambiente y la ecología; y otra conciencia es la que se manifiesta concretamente en su comportamiento, en sus decisiones cotidianas, que carecen enteramente de preocupación por el planeta.
─Esto está difícil de entender, se dijo Roberto para sus adentros, pero siguió leyendo.
“La conciencia práctica que se expresa en los comportamientos cotidianos se forma en la economía, y es introducida en la mente de las personas a través de la publicidad que muestra permanentemente la vida despreocupada y feliz de los y las modelos que consumen todo tipo de productos, se desplazan en maravillosos automóviles, viajan por el mundo en grandes aviones, gozan los más refinados placeres. La conciencia verbalizada es la que se aprende de ciertos discursos políticos e ideológicos que critican el consumismo, que denuncia a las grandes empresas y plantas energéticas contaminantes, etc. Así, las personas adquieren dos tipos de conciencia, o si se quiere decir de otro modo, tienen una conciencia contradictoria. Yo pienso que hay en todo esto una inmensa hipocresía social, una hipocresía colectiva”.
Roberto releyó este párrafo y se dió cuenta que de algún modo lo que leía se aplicaba también a su persona; pero no llegó a comprender que había implícito en lo que decía el barbudo una muy dura crítica a su propio modo de vivir, e implícitamente, un llamado a un profundo cambio de conductas. Siguió leyendo:
“Las personas tienen hoy muchas y crecientes necesidades, aspiraciones y deseos. Todos quieren tener libertad para satisfacerlas del modo que les plazca con los productos que compran con su dinero, y al mismo tiempo exigen que el Estado les reconozca que tienen derecho a recibir gratuitamente lo que sirve para satisfacerlas. Las cosas están de este modo:
El mercado ofrece grandes satisfacciones. Hay a la venta todo lo que cualquier persona pueda desear. Y al revés, todo lo que llega a ofrecerse en el mercado se convierte en algo que todas las personas ansían tener. Por lo tanto, existe una legitimación del mercado como el medio o instrumento de acceso a los bienes y servicios para satisfacer las necesidades, y como lugar donde las aspiraciones y deseos pueden manifestarse. Nadie discute que las personas pueden comprar con su dinero lo que se les ofrezca en el mercado.
Al mismo tiempo hay creciente consenso de que las personas tienen todas los mismos derechos. Cualquier discriminación es inaceptable.”
─Cualquier discriminación es inaceptable -repitió Roberto. Sí, estaba de acuerdo con lo que había escrito el barbudo. Siguió leyendo.
“Se dice que es el Estado el que debe garantizar que se cumplan los derechos de todos. El Estado, en base a los recursos que tiene, fija un nivel mínimo de acceso a los bienes y servicios para satisfacer las necesidades fundamentales y los derechos de todos. Y el Estado asume la obligación de proveer esos bienes y servicios para todas las personas que no logran obtenerlos en el mercado con sus propios ingresos.
Hoy día nadie discute que las personas pueden exigir al Estado que les garantice sus derechos, y que les provea con los bienes y servicios con que satisfacer sus necesidades, aspiraciones y deseos, considerados justos y legítimos.”
─Este barbudo sí que sabe cómo son las cosas. Sí, el Estado debe garantizar nuestros derechos -dijo Roberto en voz alta. Siguió leyendo, hasta llegar al final, sin comprender muy bien lo que leía.
“Ocurre de este modo que la economía está obligada a crecer indefinidamente, a multiplicar los bienes y servicios para satisfacer tanto las necesidades que se expresan como demandas ante el mercado con libre acceso individual, y también aquellas demandas que se expresan ante el Estado como derechos comunes para todos.
El problema es que desde ambas lógicas, la del mercado y la del Estado, se da un elevamiento permanente del umbral de lo que se considera necesario y a lo que se aspira.”
Esto se está complicando, pensó Roberto, que había dejado de entender lo que leía. Pero siguió adelante.
“Por un lado está la lógica del mercado, que es fundamentalmente una lógica de individuación, una lógica de diferenciación, donde cada cual trata de destacarse, de prestigiarse, de competir con el otro, de tener por lo tanto acceso a más y a mejores bienes y servicios. Así se produce una competencia entre los individuos que demandan productos, bienes y servicios cada vez más sofisticados, cada vez más complejos, cada vez mejores y en cantidades mayores.
El resto de la gente no quiere quedarse atrás. Es así que al mismo tiempo que el mercado va elevando el nivel de los más pudientes, se da socialmente un elevamiento consistente y persistente del nivel de acceso a bienes y servicios considerado por la multitud como el mínimo socialmente aceptable.
De este modo el Estado es exigido a proveer cada vez más y mejores bienes y servicios: mejor alimentación, mejores condiciones de habitabilidad, mejores medios de transporte, mejores sistemas educativos, mejores atenciones de salud, niveles de acceso a la educación cada vez más elevados, etc.
El elevamiento constante del nivel individual genera un elevamiento persistente del nivel colectivo, por efecto demostración, por efecto de imitación, por efecto de que “bueno, lo que otros tienen por qué no lo podemos tener todos”.
Roberto pensó que debería releer el texto desde el principio para entenderlo bien. Pero no se hizo caso y continuó leyendo aún si comprendía apenas lo que decía el texto.
“A su vez, el elevamiento del nivel de lo que es común para todos, genera una presión de los ricos hacia el mercado, para diferenciarse, porque si, por ejemplo, ya todos tuvieran educación universitaria, el mercado generaría las instancias para todos aquellos que quieran ser más que el común, y que por lo tanto presionan por niveles de conocimiento más elevados. Y así en todos los ámbitos de necesidades.
Esto da lugar a un proceso de aceleración impresionante de las demandas, tanto individuales como sociales. Es lo que estamos viviendo en la actualidad. Y esa expansión y esa explosión de las necesidades y de las demandas hacia ambos sistemas a través de los cuales se busca satisfacción, genera una presión enorme sobre el sistema productivo. Una presión para crecer, es decir, aumentar el proceso de producción de bienes y servicios.
La naturaleza es la que se resiente...”
En esa frase inconclusa terminaba el escrito. Roberto había leído las dos últimas páginas del cuaderno de un tirón, sin entender casi nada de lo que decía, y obviamente sin pensar tampoco en ello. Lo que había escrito el barbudo en parte le gustaba, porque era una dura crítica a la sociedad; pero en parte le producía un profundo desagrado, porque se daba cuenta que contenía también una dura crítica a su propia persona, aunque no lograba identificar exactamente por qué. Sí, tendría que buscar al barbudo hasta encontrarlo, y hablar con él y que le explicara mejor...