Capítulo 9 - EL PODER DE LAS DROGAS

IX. El poder de las drogas.


Chabelita llegó puntualmente llevando seis pastelitos que había preparado ella misma. Era la hora del té y Mariella ya había puesto a hervir el agua. Tomás Ignacio, que como todos los domingos trabajaba en su escritorio, se asomó a mirar quién había llegado, volviendo a encerrarse después de saludar a la muchacha con un vago gesto de la mano.

Después de intercambiar noticias sobre las novedades de sus vidas familiares, de comentar las muy anómalas tormentas de tipo tropical ocurridas la semana anterior, y de lamentar las noticias de la prensa que se referían casi exclusivamente a hechos de corrupción política y de delincuencia común, llegaron al tema que Chabelita había planteado cuando las dos se encontraron en la sala de espera de la cooperativa. Mariella se había preparado para dar a la muchacha una visión general del problema y responder del mejor modo las preguntas que se imaginaba que ella le haría.

La drogadicción y el alcoholismo – dijo Mariella entrando al asunto – son problemas de salud, eso es evidente. Pero hay algo que tengo que explicarte antes de decirte lo que sé y lo que pienso.

Soy toda oídos, Mariella. Me interesa muchísimo lo que me pueda enseñar sobre esas enfermedades.

Es que hay algo previo, más general, sobre la salud humana. Seguro que sabes que hay diferentes concepciones sobre la salud de las personas. Hay un enfoque médico, que atribuye las enfermedades a la acción de microorganismos vivos, como los virus y las bacterias, y por efecto de átomos, partículas y moléculas químicas que de un modo u otro afectan el cuerpo y producen distorsiones en el funcionamiento de los órganos. No cabe duda de que así es que se producen muchas enfermedades.

Claro. Es lo que me enseñaron en el colegio – confirmó Chabelita.

Bien, desde ese punto de vista, el alcoholismo es el resultado del consumo de alcohol en cantidades excesivas. De igual modo, la drogadicción se produce por la respiración, que conduce al torrente sanguíneo, o directamente por la inyección en éste, de sustancias nocivas que comúnmente se las llama drogas, como son la marihuana, la cocaína, el opio, la heroína y muchas otras. El cerebro es afectado por esas sustancias, que tienen la cualidad muy singular de generar endorfinas, dopamina y adrenalina en cantidades mayores a las normales, lo que produce en las personas un estado de exaltación, de placer, e incluso de euforia. Cuando pasa el efecto, las personas suelen caer en depresión. Y como esos estados placenteros son deseados por las personas, que quieren salir de la depresión en que cayeron, el mismo cerebro activa la necesidad de consumir nuevamente, de modo que el consumo de esas sustancias se hace cada vez más frecuente, más necesario, más urgente, convirtiéndose pronto en un hábito, en una adicción. El daño que eso produce en el cerebro es muy grave, porque esas sustancias matan neuronas, y éstas no se reproducen.

Todo eso lo sé, Mariella. – comentó Chabelita con cierta impaciencia muy propia de su edad. – Lo que quiero saber es si de esas adicciones es posible salir, o sea, si las personas se pueden curar.

Voy para allá, Chabelita; pero te dije que hay distintas concepciones de los problemas de la salud y sobre las enfermedades y sus curas. Si todo se limitara a esas acciones y reacciones biológicas y químicas, diría que las adicciones se podrían mantener controladas empleando ciertos fármacos que actuando sobre el cerebro disminuyan la ansiedad y el deseo de experimentar esos estados y esas emisiones de dopamina. Proporcionar esos fármacos en las dosis adecuadas para cada persona, es lo que hacen los médicos psiquiatras. Pero incluso desde ese punto de vista puramente físico, químico y biológico, la adicción al alcohol y a las drogas, hasta donde hoy se sabe, no tendría cura permanente. A lo que el drogadicto puede aspirar es a disminuir la intensidad de su deseo o necesidad de consumir. Y si la persona adicta logra mantenerse sin consumo de los estupefacientes durante tiempos muy prolongados, no digo meses sino años, el cerebro se va recuperando poco a poco y vuelve a funcionar más o menos normalmente, de modo que el enfermo podría considerarse curado. Pero el riesgo de recaer está latente siempre. Con sólo una vez que vuelva a emborracharse o a drogarse, la enfermedad reaparece como antes.

Lo encuentro terrible, Mariella. O sea, que el drogadicto está fregado para siempre.

Aquí es donde tengo que explicarte algo más Chabelita. Muchos creemos que el ser humano no es una cosa, un organismo, muy complejo pero puramente material y biológico, sino que es también espiritual. Esto se aprecia en que tenemos una conciencia que nos dice lo que está bien y lo que está mal; en que podemos pensar y razonar; y en que podemos tomar decisiones y actuar con libertad y autonomía. En este sentido, Chabelita, no pensemos que el cuerpo y el espíritu están separados, porque se conectan y unifican en lo que llamamos la mente humana. Y es por esto que, aquí, se presenta otro problema que los adictos deben resolver.

Sobre esto no me enseñaron en el colegio. Por favor explíquemelo todo.

Me encanta tu actitud Chabelita. Bien, el problema es que la adicción, no siempre pero sí en muchos casos, deja ver una debilidad moral de la persona. El hecho de emborracharse y de drogarse denota falta de fuerza de voluntad para resistir a lo que se sabe que está mal. El que se emborracha y se droga, sabe que hacerlo no está bien, que es un daño a su salud, y que su comportamiento afecta y daña también a otras personas a las que quiere. Pero su voluntad es débil y no sabe resistirse al mal. Lo peor es que la debilidad moral inicial se acentúa por efecto de la misma adicción.

¿Cómo así?

Por un lado, la necesidad de adquirir el alcohol o la droga lleva a muchos a robar dinero para comprar lo que necesitan. Y eso se auto–justifica. Porque ¿acaso robar por hambre, por necesidad, no es considerado tan malo? En otros casos, para conseguir lo que se necesita se manipula a las personas, a los amigos. Y aún más frecuente es que esas personas tengan que justificar su comportamiento. Y entonces mienten, engañan. Especialmente los adictos con drogas son manipuladores y mentirosos. Y de eso ni siquiera se dan cuenta, porque se autojustifican, o se olvidan de lo malo que hacen. Al final, les cuesta diferenciar entre lo que está bien y lo que está mal.

¡Uy! Eso es muy grave ¿verdad? ¿Se puede curar?

Bueno, aquí ya no hablamos de enfermedad del cuerpo, sino de la mente, del alma. Hay tratamientos psicológicos que ayudan a que las personas tomen conciencia de sus actos, y aprendan a distinguir lo bueno de lo malo. En general, las terapias de rehabilitación que se realizan en centros especializados dan buenos resultados, porque allí se ejecuta todo un programa de re-educación. Son procesos de conocimiento de sí mismos, y de aprendizaje de lo que está bien y lo que está mal. Pero una cosa es clara. Ningún tratamiento psicológico, que son individuales, ni programa terapéutico de rehabilitación, comunitarios, dan resultado si la persona alcohólica o drogadicta no desea intensamente salir de su adicción y aprender a vivir de nuevo, con conciencia, inteligencia y moral. Porque, como te decía, aquí no estamos frente a lo físico y biológico, que está determinado, sino que se trata de un asunto de conciencia, de libertad.

Entonces, un drogadicto ¿se puede curar? ¿Puede superar su adicción?

Yo estoy convencida de que sí, se puede superar completamente la adicción. Mi convencimiento deriva de mi convicción de que los seres humanos somos, al final de cuentas, más espirituales que corporales, por decirlo de alguna manera que se entienda fácilmente. Vivimos en la conciencia. Más que un cuerpo de características dadas, somos lo que pensamos, lo que conocemos, lo que sentimos, lo que deseamos, lo que amamos. Y con conciencia, inteligencia, voluntad y libertad, siempre se puede vencer las demandas y exigencias del cuerpo.

Me pregunto si además de las terapias médicas y psicológicas que en cierto sentido reconstruyen el cerebro y la mente de la persona enferma ¿hay algo más?

Querida Chabelita, yo soy creyente en Dios y en el espíritu. No practico una religión; pero creo en las energías espirituales. Aunque no profeso una religión, la verdad es que les tengo gran respeto, por una razón sencilla. Los seres humanos necesitamos religión. Necesitamos tener un sentido trascendente de la vida. No nos agotamos en nosotros mismos. Buscamos trascender, ir más allá, superar lo que somos; y eso significa, en último término, que perseguimos nuestra plena realización buscando y encontrando a Dios. Un aspecto que me parece que ayuda especialmente a los alcohólicos y drogadictos, y que hace que participar en una religión o en una causa social o cultural superior sirva para superar las adicciones, es que las religiones y las causas se viven en grupo, en comunidades. Conozco casos en que drogadictos superan completamente su adicción, convirtiéndose en terapeutas, en personas que tratan de ayudar a otros afectados por el alcohol y las drogas, tal como ellos mismos lo vivieron y lo sufrieron en carne propia.

En ese momento apareció Tomás Ignacio, quejándose:

¿Es que en esta casa todo es trabajo y conversación?

Enseguida, recapacitando: – ¡Ah! Olvidaba que hoy me toca preparar y servir el té.

Chabelita trajo unos pastelitos muy tentadores, y yo puse a hervir el agua, así que tu tarea será muy fácil.

¿Pero se puede saber de qué conversaban tanto?

¡Cosas de mujeres! – respondieron Mariella y Chabelita al unísono, riendo.