Capítulo 11 - DESOLACIÓN Y ESPERANZA

XI. Desolación y esperanza.


La siguiente vez que Chabelita y Rogelio se encontraron fue para ambos distinto a lo que habían vivido hasta entonces. Pasearon casi dos horas en bicicleta y se sentaron a conversar cuando se sintieron cansados. Rogelio estuvo alegre y dicharachero, por momentos chispeante. Le contó episodios reales de su vida y aventuras imaginarias, todas adornadas con hechos y circunstancias que había visto en las seriales de la televisión. Chabelita, que casi nunca veía tele porque su padre sostenía que entontece a las personas, creía todas las historias que el joven le contaba. Le brotaron lágrimas cuando Rogelio le habló de la muerte de su hermano el Jovino. Por supuesto que nada dijo de la participación de ambos en el operativo al que él mismo lo había arrastrado. Le mintió atribuyendo su muerte a una bala loca que le atravesó el corazón cuando el muchacho paseaba tranquilamente por la calle, cerca de la casa donde vivían con su madre. A Chabelita se le nublaron nuevamente los ojos recordando que algo similar le había ocurrido a la compañera de su padre dos años atrás.

Chabelita, por su parte, le contó la vida triste que había tenido cuando sus padres se separaron y ella vivió con su madre, una mujer ambiciosa y sin pudor. Le explicó que Juan la había rescatado de esa lamentable situación. Le habló del colegio, le explicó por qué había dejado los estudios, le describió con detalles los trabajos que estaba realizando con sus amigas.

Cuando les dio hambre se comieron dos empanadas y bebieron coca-cola en un local de comida rápida. Mientras estaban en eso Chabelita insinuó la cuestión de las drogas. Rogelio se limitó a decir que ya no era un tema para él porque había decidido nunca más fumar marihuana ni tomar ninguna droga, y que ni siquiera quería hablar del asunto. Enseguida distrajo la atención de la muchacha contándole una peligrosa aventura que había tenido una vez que se perdió en una excursión a la cordillera cuando tenía sólo quince años.

Me atacaron tres perros. Yo logré someter a uno con la mirada, ahuyenté a otro con un palo, y al tercero, un perro negro, enorme y feroz, lo enfrenté y lo vencí en un combate en que estuvo en peligro mi vida.

Chabelita lo miró con admiración. Después de comer se desplazaron hacia el Parque Forestal donde se sentaron bajo un árbol. Estuvieron varios minutos en silencio, pensando cada uno cómo hacer para demostrarle al otro el afecto que le tenía. Lo hicieron, sin decirse nada, acercando al mismo tiempo sus rostros y besándose.

Estaban en el tercer beso y comenzando caricias mutuas todavía inocentes, cuando una fuerte ráfaga de viento desprendió una rama que cayó a sus espaldas. El viento se hizo cada vez más intenso y comenzó a llover. Maldito cambio climático, se dijeron al unísono. Tomaron sus bicicletas y fueron a cobijarse en la entrada de un negocio.

¿Qué somos? – le preguntó Chabelita queriendo entender lo que estaba pasando entre ellos.

Digamos que somos amigos especiales – respondió Rogelio. – Amigos especiales encaminados hacia algo más – enfatizó.

A Chabelita le gustó eso de “amigos especiales”, y pensó que era necesario confirmarlo:

Sí, Rogelio. Somos amigos especiales.

En ese momento el dueño del negocio les anunció que iba a cerrar las puertas porque con ese tiempo ya no entraría ningún cliente. Los “amigos especiales” decidieron que era buena hora para dirigirse a sus casas.

¿Cuándo nos volvemos a ver? – preguntó Rogelio.

Llámame cuando quieras. Llámame tú, pero nunca muy tarde – respondió Chabelita dándole a entender que se acostaba temprano a dormir.

Ten cuidado con el viento.

También tú.

A mí, el viento y la lluvia me encantan – le dijo Rogelio al despedirse.

Pero ¡cuídate, ya! – replicó Chabelita sonriendo y dándose cuenta de que lo que sentía por Rogelio era algo más que una amistad especial. ¿Me habré enamorado? ¿Cómo será ese “algo más” a que nos encaminamos?


 

* * *


 

Junto al aumentado interés de Chabelita por Rogelio crecía en ella el deseo de conocerlo. Se había formado la idea de que Rogelio era un buen muchacho; pero el asunto de las drogas le impedía confiar enteramente en él, y le hacía dudar de que fuera sincero cuando le contaba sus aventuras, y de que sus besos expresaran amor verdadero. La asociación entre Rogelio y las drogas que se había fijado en su mente le impedía amarlo y entregarse a él sin restricciones.

Después de darle muchas vueltas sin llegar a ninguna conclusión decidió llamar a Mariella. Esta le contó que estaba avanzando en el proyecto para crear un Centro de Rehabilitación para Adolescentes Adictos, y que justamente la mañana del próximo sábado tendrían una reunión para intercambiar ideas sobre las metodologías terapéuticas.

Vendrán una psicóloga y un profesional terapeuta. Quizás también Tomás Ignacio quiera participar. Nos reuniremos en mi casa, comenzando con un desayuno a las ocho. Si quieres venir, estás invitada.

Chabelita aceptó feliz. Era mucho mucho mejor de lo que pudiera haber esperado al llamar a Mariella.

El sábado a las ocho en punto Chabelita anunciaba su llegada a la casa de Mariella. Cinco minutos después llegó Reinaldo Urzúa, seguido algo más tarde por Yolanda Valdebenito. Tomás Ignacio se integró al grupo cuando estaban ya alrededor de la mesa. Terminado el desayuno pasaron al jardín, donde Mariella había instalado un lugar acogedor que invitaba a la conversación distendida.

Después de hacer una breve presentación del motivo de la reunión pidió a los invitados que, en confianza y sin pretensiones académicas ni formales, simplemente expresaran cuál era su acercamiento al tema de las adicciones, qué significaban el alcoholismo y la drogadicción para cada uno, y lo que quisieran decir para iniciar un intercambio de ideas y puntos de vista.

Yo fui alcohólico y drogadicto – comenzó diciendo Reinaldo –, o debo decir mejor que soy alcohólico y drogadicto, porque las adicciones son enfermedades que no se curan, aunque se pueden controlar. Tengo veintiocho años, soy casado y padre de una hermosa niña que anteayer cumplió un añito, Hace exactamente tres años y dos meses que no consumo alcohol ni drogas. Soy terapeuta profesional, una carrera técnica de dos años que estudié en la Universidad Central. Me recibí el año pasado y actualmente estoy trabajando en el Centro de Salud de la Comuna de Puente Alto, donde me encuentro cada día con drogadictos y alcohólicos desesperados que no logran superar su condición. El trabajo me frustra bastante porque poco puedo hacer por ellos, sino que darles algún buen consejo que poco les sirve, y derivarlos hacia la atención médica o a un Centro Terapéutico que, si es municipal o estatal no tiene cupo, y si es privado no tienen cómo pagar.

- ¿Puedes decirnos – preguntó Tomás Ignacio – ¿cómo fue que dejaste la adicción? Sólo si no te molesta ...

- Por supuesto, no hay problema. Yo estaba enamorado de la que es hoy mi mujer; pero nuestra relación estaba muy mal, porque la dañaba muy seguido a causa de mis adicciones. Yo, al principio, no reconocía que fuera adicto; pero en dos ocasiones me grabó y me mostró las idioteces que decía y hacía; incluso vi que me ponía agresivo. Entonces reconocí mi adicción. Después le prometí muchas veces que nunca más me emborracharía ni drogaría. En verdad quería dejar las adicciones porque me daba cuenta de que me dañaban y que afectaban no solamente nuestra relación sino también a mi familia y mi trabajo. Un día ella me encaró, me contó cuánto la hacía sufrir, y me dijo que si me emborrachaba o drogada sólo una vez más, me dejaría y que me olvidara de ella para siempre. Entendí que su decisión era firme. Comencé a estudiar por mi cuenta todo lo que encontré sobre las adicciones, y tuve la suerte de encontrarme con un terapeuta que me contó de su carrera. Fue ahí que decidí estudiar la profesión que ahora tengo, y debo confesar que mis estudios me han servido mucho más a mí mismo que a los adictos que atiendo profesionalmente. El conocimiento de cómo son las adicciones y de sus consecuencias para la propia salud, la familia y la vida social y profesional, me han servido mucho. Me pone contento saber que puedo superar el vicio. Porque es un vicio, esa es la verdad. Un vicio que se traduce con el tiempo en una maldita enfermedad incurable. Pero sobre todo, creo que lo que más me ayuda, es saber que mi amada esposa, con todo lo que me quiere, se irá de la casa con mi hijita en la primera recaída que tenga.

Muchas gracias, Reinaldo, por la confianza que nos demuestras – dijo Mariella cuando Reinaldo guardó silencio. – El testimonio que nos regalas es muy, pero muy importante y te lo agradezco en el alma.

Y yo les estoy agradecido a ustedes por escucharme. Contar mi problema es una ayuda, como seguramente lo sabe mejor que nadie la señora Yolanda.

La psicóloga comprendió que le tocaba ahora a ella presentarse.

Me llamo Yolanda, tengo treinta y dos, vivo con mi pareja desde hace casi dos años. Ella tiene veinticinco, es fotógrafa profesional y bailarina. Soy psicóloga y atiendo de modo independiente en una oficina que mantenemos con tres profesionales del área de las medicinas alternativas. Una es músico-terapeuta, la otra es naturópata y practica Reiki, y el tercero es un doctor especialista en medicina china y acupuntura. Les puedo contar que estoy viviendo una crisis profesional, no porque dude de la utilidad de las terapias psicológicas, sino porque me voy convenciendo cada día, con cada paciente que atiendo, de que los seres humanos somos infinitamente más complejos y más diversos de lo que supone mi disciplina, incluso considerando las diferentes tendencias y corrientes psicológicas. Respecto de las drogas y el alcohol, tengo una visión ambivalente, en el sentido de que aún comprobando los daños que producen en muchas personas, también aprecio que consumidas con moderación pueden tener beneficios psicológicos y sociales. Con mis colegas, ocasionalmente fumamos marihuana, pero no somos drogadictas. También tomo vino en las comidas, pero no por eso soy alcohólica. Pero imagino que ya profundizaremos sobre todo esto, así que, por ahora, creo que es lo que puedo decir; pero si me preguntan trataré de responder.

Nuevamente fue Tomás Ignacio el que quiso saber algo más.

He escuchado decir que en los ambientes esotéricos la drogadicción es algo corriente. También dicen que la marihuana es una medicina fenomenal, que cura casi todas las enfermedades. ¿Es verdad eso? ¿Qué piensas al respecto?

¡Uy! Es un gran tema. Pero en primer lugar quiero precisar que yo soy una psicóloga, una profesional científica formada en la mejor Universidad del país, y que no creo ser para nada esotérica.

Me disculpo – dijo Tomás Ignacio. – No quise decir que tú fueras esotérica; sólo que hablaste de Reiki, de naturopatía y de medicinas alternativas, y eso a mí por lo menos me resuena a cosas esotéricas. Y te aclaro que no empleo la palabra esotérico en sentido negativo, sino en su significado del diccionario, que refiere la palabra a lo que está oculto o más allá de los sentidos y del alcance de la ciencia, y que sería percibido solamente por ciertas personas especiales. Piensa que estoy casado con una persona que yo diría que es harto esotérica.

Entiendo – replicó Yolanda. – Sobre lo que me preguntas, puedo decirte que las personas con las que comparto oficina son algo esotéricas, en el sentido de que tienen creencias no convencionales que pueden parecer extrañas e incluso extravagantes. Pero, sin creer mucho en esas cosas, puedo afirmar que lo que ellos enseñan y hacen les sirve a las personas que atienden. Se sienten mejor, adquieren paz y armonía interior. En parte a eso me refería cuando dije que estoy en crisis con mi profesión, porque compruebo cada día que las personas somos infinitamente más complejas y más diversas de lo que enseña la psicología científica. Y sobre tu pregunta, pues, mi amiga la naturópata afirma que la marihuana, cuando es de calidad y se administra bien dosificada, es útil en muchas enfermedades, y sobre todo, es indudable que alivia el dolor en las personas con cáncer u otras dolencias graves. El uso medicinal de la marihuana es reconocido y aceptado en todo el mundo. El drama comienza cuando se pasa de la marihuana al consumo de otras drogas más adictivas como la cocaína.

Y tú Chabelita ¿qué piensas de las drogas? – Inquirió Mariella.

A mí los drogadictos me dan pena, mucha pena. En mi colegio más de la mitad de los niños y de las niñas se drogaban y se emborrachaban habitualmente, al menos una vez por semana. Y yo veía cómo eso los dañaba, No se interesaban en los estudios. En realidad no se interesaban en nada. Ni siquiera en el deporte. Sólo la música parecía motivarlos, pero se colgaban sus audífonos y estaban todo el día como embobados. Siendo tan chicos, todavía adolescentes, ya los veía perdidos y no veía remedio para ellos. A veces también se ponían agresivos, violentos sin motivo. Una pena infinita me daban, sí. De nada servía que los profes explicaran el daño que hacen las drogas y el alcohol. O no les creían, y se reían de todo, o simplemente no les interesaba saber.

Chabelita se quedó callada. Dudaba si hablar del Rogelio y de sus preocupaciones con él. Mariella, pensando que Chabelita tenía mucho más que aportar y que su experiencia con adolescentes drogadictos era muy importante para descubrir cómo ayudarlos y sacarlos del infierno en que vivían, le preguntó:

¿Cuál crees tú, Chabelita, que es la causa de que se droguen? ¿Qué los lleva, siendo todavía adolescentes, a tomar y a fumar?

Chabelita lo pensó unos segundos antes de responder.

Yo creo que se drogan para llenar el vacío de sus vidas. Tratan de escapar de una vida muy pobre, sin futuro, sin cariño, sin sentido. No sé, pero pienso que las drogas les llenan por un rato el vacío y la falta de horizonte de sus vidas sin valores, sin creer en nada, sin verdadero amor.

Después de un momento agregó: – También creo que tienen miedo, mucho miedo. Tienen una auto-estima muy baja. De hecho cuando están drogados se sienten fuertes por un rato, se envalentonan. Y después caen en una depresión mayor, de la que no salen sino drogándose otra vez.

Miedo ¿a qué? – inquirió Yolanda.

Miedo, no sé, a la soledad, al futuro, a la vida misma. Es como si quisieran borrarse, no saber de nadie, no saber del mundo, aislarse de todo, no saber de sí mismos. Es algo muy triste.

Se produjo un silencio que Mariella, pensativa, interrumpió:

Esto que nos dice Chabelita es, creo yo, algo muy importante, pensando en una metodología de rehabilitación. Porque habría que partir comprendiendo los motivos que llevan a los adolescentes al consumo de alcohol y de drogas.

Sí, claro – intervino Yolanda. – Siempre se dice que si no se remueven las causas no se pueden evitar los efectos. Es lógica pura. El problema es que si las causas son la pobreza, la incultura, la desolación a la que hemos llegado socialmente, se trata de algo que nos sobrepasa enteramente. Entonces corremos el riesgo de caer nosotros también en el desánimo. ¿Sabes que a veces me dan ganas de drogarme también, para no pensar?

No soy tan pesimista – respondió Mariella. – Pero hay que ir más a fondo en la comprensión del problema y de su origen, para descubrir que tal vez hay algo positivo en aquello que lo causa, en lo que lleva a los jóvenes a beber y drogarse. Si lo identificamos bien, tal vez encontremos algo sobre lo cual apoyar la palanca que mueva al cambio.

Fue Reinaldo el que, cambiando de posición en la silla demostró un interés especial en lo que acababa de escuchar.

A ver, Mariella, ese enfoque me motiva. Tengo la impresión de que por ahí hay una veta que no se ha explorado. ¿A qué te refieres al decir que hay algo positivo que motiva a entrar al mundo de las drogas, que pensamos que es sólo negativo y tenebroso?

He reflexionado mucho en el asunto, y cuando las estadísticas nos dicen que la mayoría de las personas se drogan, y aquí Chabelita nos cuenta que la mitad de los escolares ya lo hacen; y que no se trata de algo tan fácil de obtener porque está prohibido y se corren riesgos, aunque no sean muchos; y además, que se gasta en alcohol y en drogas más de lo que se gasta en libros, en cultura y en educación; todo eso me da que pensar que hay en la base de las adicciones una necesidad humana muy honda, muy profunda.

Es que los adictos no pueden dejar de consumir – afirmó Tomás Ignacio.

Sí; pero antes de llegar a ser adictos, tienen que haber consumido durante bastante tiempo y en forma frecuente. Entonces, no basta explicar la adicción por la adicción, que sería redundante. La cuestión me parece que es ésta: ¿por qué se necesita tanto el alcohol, la marihuana y las otras drogas, y por qué son tantas las personas que llegan a ser adictas y ya no pueden salirse? Lo digo de otra manera. Antes de ser adictos, que es cuando las personas tienen necesidad de emborracharse y drogarse por una exigencia biológica, y a pesar de todas las advertencias que se hacen sobre el peligro de la adicción, las personas se drogan y emborrachan. ¿Por qué lo hacen? Me hace pensar que hay en los seres humanos, desde que empiezan a tener conciencia de sí mismos, o sea en la adolescencia, una necesidad muy profunda que se busca satisfacer, y que se cree y espera satisfacer consumiendo drogas. Así como la necesidad de alimentarse la satisfacemos con comidas y la sed con agua. Creo que Chabelita nos ha dado una clave, nos ha puesto en camino de una respuesta.

¿Y cuál crees que es esa necesidad tan fuerte, profunda e imperiosa? – preguntó ahora Chabelita.

Lo que pienso – respondió Mariella – es que los seres humanos tenemos necesidad de salir de nosotros mismos y de trascender hacia algo superior a nosotros. Queremos ser más que lo que somos. No nos conformamos con lo que somos en un momento cualquiera de la vida. Queremos trascender, y para trascender, necesitamos salir de nosotros mismos, y en cierto sentido negarnos. Nietzsche decía que los humanos somos un puente entre el animal y el suprahumano. Eso, para mí, significa que los humanos tenemos espíritu, y el espíritu es lo que nos define, lo que nos impulsa a ser más, a no conformarnos con lo que somos ni con el mundo en que vivimos. No se puede soportar la vida sin esperanzas. No se puede soportar la vida sin amor. No se puede soportar la vida sin creer en algo más allá, que nos espera o a lo que podamos llegar. Y todo eso es lo que más falta hoy, la fe, la esperanza, el amor; todas cosas que la economía, la política, la sociedad, la educación tal como se entrega, no son capaces de satisfacer.

¿Y tú piensas que las drogas les dan eso a los jóvenes? – Preguntó Tomás Ignacio con un tono y un gesto que tenía algo de inquisidor.

Seguro que no. Las drogas no satisfacen esas necesidades espirituales; pero de alguna manera son un sustituto, que al menos durante unos minutos, o por algunas horas, saca a las personas de sus vidas limitadas, de su encierro en sí mismas, y les abren alguna puerta hacia lo distinto, haciéndoles conocer que tal vez existe algo trascendente. Piensa que desde los tiempos más antiguos, los pueblos primitivos, y después a lo largo de toda la historia, los hombres han buscado y encontrado en la naturaleza elementos que les producen efectos que los sacan de la “normalidad”, de su vida restringida a la satisfacción de las necesidades de la sobrevivencia. Y con esos elementos, hojas, frutos, flores, raíces, hongos, han elaborado alcoholes y drogas. Productos que, algunos son estimulantes de la actividad cerebral, otros son inhibidores de la conciencia, otros producen estados de conciencia alterados, hacen ver visiones, las personas alucinan. Los humanos lo experimentan todo, buscando ese más allá.

Es interesante – confirmó Yolanda. – Hay drogas que los indígenas del Amazonas, y también en otros lugares del mundo, elaboran en base a hongos, raíces y hierbas. Y que algunos maestros espirituales emplean para abrir las conciencias a la espiritualidad. La bebida más conocida y empleada en este sentido es la Ayahuasca, Que existe un nexo entre las drogas y la espiritualidad es indudable. Lo prueba el hecho de que, desde muy antiguo el consumo de alucinógenos, de opio, de hojas de coca, y también de alcohol, se realizaba en contextos rituales, en ceremonias de carácter religioso. Por su lado, los maestros espirituales orientales, el taoísmo y el budismo, enseñan que para alcanzar la iluminación espiritual hay que salir del estado de conciencia racional, y en cierto sentido hay que borrar la propia conciencia y el yo.

Sí – replicó Mariella. – Pero insisto en que se trata de una falsa satisfacción de una necesidad verdadera. Hay una gran diferencia entre las alucinaciones o los estados de conciencia generados por drogas, y las experiencias espirituales genuinas. Como enseña Jesús, por sus frutos los conoceréis. Y los frutos de la espiritualidad verdadera son vidas de plenitud personal, y entregadas al servicio a la humanidad y al amor a Dios y al prójimo. En cambio, los drogadictos pierden hasta su auto-estima, se ponen perezosos, oscuros, agresivos, dañan sus relaciones incluso con las personas que aman.

Bien – rebatió Yolanda, – Pero fuiste tú quien habló de lo positivo de las drogas.

Lo que digo es que las personas tenemos necesidad de salir de nosotros mismos y de trascender hacia un mundo espiritual. Estas necesidades son más apremiantes en esa edad en que soñamos con realizarnos y con alcanzar la felicidad, lo que explica que sean los adolescentes y jóvenes quienes experimentan con mayor intensidad el deseo de salir del encierro en sí mismos. Miran la sociedad y perciben que todo anda mal y que el mundo se cae a pedazos. Miran dentro de ellos mismos y encuentran que carecen de fuerzas para superarse y enfrentar el mundo. A ello se agrega que los mayores les dicen que lo único que deben hacer es encontrar un puesto, un lugarcito lo más seguro posible para subsistir en un mundo incierto y desprotegido. Reciben mensajes y señales que les alertan contra la religión, la política y la economía, que se las presentan como corruptas y viles, Y sienten que no hay verdades, ni belleza, ni amor sincero. Entonces, no nos extrañemos de que tomen el camino más fácil para borrarse consumiendo alcohol y drogas, que los sacan de sí mismos, les hacen intuir que existe algo distinto, y les ofrecen un sustituto, muy pobre pero sustituto al fin, de aquello con que sueñan y a lo que aspiran íntimamente, y que no se atreven a reconocer ni siquiera ante sí mismos.

¡Me hace mucho sentido todo esto! – exclamó Reinaldo. – Mi experiencia como terapeuta en adicciones me ha enseñado que la inmensa mayoría de los drogadictos y de los alcohólicos son en general buenas personas. No son egoístas, al contrario, son generosas. No ambicionan enriquecerse, no son codiciosas, no son ávidas de poder. Es verdad que roban y mienten y agreden y manipulan a los demás, eso es innegable. Pero esos comportamientos negativos, o los realizan bajo el efecto directo de las drogas, o responden a la necesidad de conseguirlas porque no pueden vivir sin ellas. Puede parecerles raro lo que digo, y no sé explicarme bien. El alcoholismo y la drogadicción son vicios; pero también nos ayudan a adquirir algunas virtudes, aunque más no sea la humildad y el deseo de compensar el mal que hemos hecho, con el servicio a los demás. Lo que percibo es que esas personas que actúan tan mal por efecto de las drogas, en el fondo son personas buenas, que quisieran superarse, que se arrepienten de los males que hacen a otros, y que aspiran a ser hombres y mujeres de bien. Hay en los drogadictos algo que me atrevería a llamar un deseo de santidad, de entregarse a los demás, de superarse en sentido moral. Y tengo que decirlo en primera persona, no porque me crea virtuoso sino porque tengo que reconocerme como uno más que cayó en el vicio. Hay en nosotros, los drogadictos, un anhelo muy profundo de servicio, de conocimiento, de superación, de trascendencia. Lástima que sólo unos pocos tenemos la oportunidad de rehabilitarnos, que es una condición necesaria para poder sacar a flote eso que todos tenemos muy apagado y escondido aquí adentro.

Mariella comentó:

Eso que dices, Reinaldo, fortalece mi voluntad de crear un Centro de Rehabilitación. Y también me da pistas muy importantes para elaborar una metodología de trabajo. Al final de cuentas, llego a la conclusión de que la sanación verdadera consiste en el desarrollo personal, que es emocional e intelectual, que es moral y espiritual. Cómo hacerlo a partir de la situación en que se encuentra el drogadicto, es algo que tendremos que trabajar mucho, porque no parece fácil.

Mariella miró a su esposo que se había mantenido en silencio desde sus preguntas iniciales. Ella lo entendía bien, le resultaba casi transparente en tantos aspectos, excepto en uno, sus ideas, que siempre la sorprendían. Ella rara vez lograba adelantarse y saber qué pensaba él sobre cualquier asunto complejo. Sus puntos de vista la habían sorprendido tantas veces. Y no es que él fuera un gran pensador, ni menos muy original. Pero Tomás Ignacio era un hombre de principios claros; sólo que los principios a que hacía referencia no eran siempre los mismos. A veces hablaba como cristiano, otras veces como liberal, o también como cooperativista. Tomás Ignacio afirmaba que no había contradicción entre sus tres fuentes de pensamiento, pero las formas en que los combinaba podían resultar extrañas.

Y tú, Tomás Ignacio, ¿qué piensas sobre todo esto?

Sobre alcoholismo y drogadicción no sé casi nada. O mejor dicho, nunca he consumido droga alguna, pero el vino cuando es de calidad me gusta. Tengo desde muy joven, por mi familia, una cultura refinada del vino. Ahora bien, entrando al tema, tengo la convicción de que la sociedad debiera dar a estos gravísimos problemas sociales una solución muy diferente y cambiar completamente las políticas que se aplican. Como cristiano que soy, aprendí en la Biblia que todo lo que hay en la Creación es bueno. No hay, entonces, plantas buenas y plantas malas. Así, la marihuana, la coca, el opio, la ayahuasca y todas las demás hierbas o lo que sea que se use en las drogas, es algo bueno, creado y querido por Dios. Por supuesto, también la uva de donde se produce el vino, y la cebada para la cerveza, etcétera. Ahora bien, igual que todas las cosas del mundo, esas plantas pueden ser empleadas para bien o para mal, del modo justo o del modo incorrecto, y eso depende de la moral con que actuemos. El problema es, pues, un asunto moral, ético. Pues bien, como liberal que soy, estimo que el mayor daño que se genera con las drogas es que no se dejan a la libre iniciativa de los productores y consumidores. Si producir y consumir marihuana, cocaína y todos esos alucinógenos y demás productos demonizados por la ley y traficados por delincuentes, fuera una actividad legítima y libre, sucedería poco a poco lo siguiente. El mercado haría que la droga elaborada fuera de calidad cada vez mejor, o sea, que sus efectos sobre las personas fueran más beneficiosos y menos perjudiciales que lo que son actualmente. Si la ciencia no estuviera inhibida en este tema, las investigaciones llevarían a producir alucinógenos sobresalientes, escasamente adictivos, diversos, y los consumidores podrían elegir según sus preferencias. Puedo imaginar que las drogas que se producen y venden actualmente tienen efectos marcadamente adictivos, porque así las quieren los narcotraficantes, que necesitan consumidores adictos y que se aprovechan de la adicción de quienes les ayudan a traficarlas. Finalmente, como cooperativista que soy, organizaría cooperativas de productores de drogas, otras de consumidores de drogas, y también de comerciantes de drogas. Y cooperativas de terapeutas en adicciones Y, desde ya, cooperativas de drogadictos en rehabilitación. Todas estas organizaciones cooperativas, que se guían por principios éticos, que se ponen al servicio de las personas y del bien común, favorecerían una cultura de las drogas, y harían que el mercado de las drogas no quede expuesto a la delincuencia ni a la codicia capitalista, y tampoco al control estatal que limita las libertades individuales, sino que se orientaría en el más breve tiempo posible, a un equilibrio de mercado positivo. Las personas, abiertas al conocimiento expandido que resulta de la libertad de investigación, de producción y de consumo, decidirían conscientemente qué hacer con sus vidas, cómo mejorar su bienestar, y por qué no, como creí entender, pudiera incluso abrirse una puerta que encamine a los jóvenes hacia la experiencia espiritual.

Yolanda, que lo había escuchado tan sorprendida que no se dio cuenta de que mantuvo la boca abierta todo el rato, preguntó:

¿Estás seguro, Tomás Ignacio, de lo que dices?

¿Seguro? No. No, claro que no. Estoy bastante seguro de mis principios cristianos, liberales y cooperativos, pero no de saber aplicarlos bien.

Después de un momento, observando que todos esperaban mayor aclaración, agregó.

Mariella dice que yo siempre exagero. Ella es más sabia que yo. ¿Saben por qué? Porque yo me guío por principios, que son solamente construcciones racionales, mientras que a ella la guía una luz interior, o algo así que yo no llego a comprender. Por eso, mi consejo siempre es, a todos y sobre cualquier asunto, que le hagan caso a Mariella y no a mí. ¡Excepto en cuestiones legales!

Una risa distendida puso término a una conversación que ya se había extendido más allá de la hora prefijada. Quedaron de volver a reunirse para avanzar en la cuestión metodológica.

Cuando todos se fueron y quedaron solos, Mariella se sentó en el living, pensativa, manteniéndose en silencio durante al menos diez minutos. Tomás Ignacio estaba acostumbrado a esos momentos de meditación en que entraba a menudo su esposa, y que él no osaba interrumpir. Se retiró a su gabinete, cerró la puerta sin hacer ruido y echó a andar su viejo tocadisco. Siempre decía que la mejor manera de escuchar música clásica, si no era en vivo por alguna muy buena orquesta sinfónica, era en discos de vinilo, de los cuales tenía una colección envidiable. Cuando comenzaron los primeros movimientos de El Mesías de Georg Friedrich Händel, y Tomás Ignacio se disponía a escoger uno de sus excelentes vinos para acompañar el almuerzo, Mariella abrió suavemente la puerta y se sentó en el diván donde él acostumbraba tenderse para descansar del trabajo.

¿Sabes, querido? Me quedé pensando en lo que conversamos y en lo último que dijiste. Escuchando a Händel me vino a la mente que con la música sucede algo similar que con las drogas, aunque por cierto en formas y en un grado muy diferentes.

Explícame. No se me ocurre cómo.

Cuando escucho una música como ésta, yo cierro los ojos. La música que te gusta a ti, y que me gusta también a mí, cómo te lo explico, me hace tomar distancia de la vida cotidiana, incluso me hace dejar de pensar. Sólo escucho y me dejo llevar. Siento que la música me saca de mi yo, en cierto modo me enajena; pero lo que me ocurre, creo, es que de ese modo mi espíritu se eleva, se abre hacia algo superior. Cierro los ojos y me transporta a un mundo casi celestial. Pero cuando oigo, porque no puedo evitarlo, esa música estridente, repetitiva y monótona que le gusta a muchos jóvenes y que escuchan todo el tiempo, tengo la impresión de que también les produce un estado de conciencia enajenado, es decir, que la música los saca de sí, les impide pensar; pero no me parece que esos ritmos frenéticos los eleven sino que los embotan, en cierto sentido es como un salir de ellos mismos, pero no hacia arriba, sino hacia algo más bien instintivo, animal. Como que los anestesia, los atonta. No sé cómo explicarlo mejor. ¿Te parece que sea algo así?

Tomás Ignacio descorchó el vino, sirvió una copa y se la ofreció a Mariella. Ella con un gesto le indicó que no, que tal vez durante el almuerzo. Tomás Ignacio, manteniendo la copa en la mano comentó.

Pues, si es cierto eso que dijiste en la reunión, de que los seres humanos no nos soportamos a nosotros mismos y que queremos escapar de lo que somos, lo digo con mis palabras pero entendí que algo así explicaste; y que podemos salir por arriba o por abajo; pues, si eso es cierto, tiene mucho sentido pensar que la música nos ayuda, sea en un sentido o en el otro. Como las drogas, como el vino, que a mí, cuando es bueno, y mejor aún si acompañando buena música, me ayuda mucho a vivir. ¡Salud!

Mariella le sonrió, cerró su mano derecha levantando el pulgar indicando con el gesto que estaba todo OK.

Te dejo con la música y tu vino. Voy a preparar un almuerzo a tu gusto.

Mariella le dio un beso y enseguida se retiró. Por su mente cruzó la idea de que también el sexo tenía mucho que ver con eso de salir de uno mismo, enajenarse y dejar de pensar; y que igual que las drogas y que la música, nos puede elevar al nirvana, o arrastrar al abismo.