Capítulo 5 - ARMAS Y CAJA FUERTE

V. Armas y caja fuerte.

 

El cierre definitivo de Facebook, que durante varias semanas fue noticia principal en la televisión, en los periódicos digitales y en los blogs de actualidad, generó en todo el mundo, especialmente entre los jóvenes, un estado de ánimo depresivo, rayano en la desesperación. Los mejores analistas económicos pronosticaban que el efecto de tan impactante acontecimiento se extendería por toda la economía, pues implicaba la pérdida del medio de comunicación que todavía empleaban millones de microempresas y empresas pequeñas y medianas, que eran las que generaban la mayor cantidad de empleos en todo el mundo.

El cierre de la red social se veía venir, pero como nadie podía hacer algo efectivo para impedirlo, del asunto no se habló hasta que ocurrió lo peor, creyéndose supersticiosamente que por ocultar el hecho ante la conciencia pública el desastre se podía evitar. En realidad, la bancarrota financiera se había producido hacía ya seis meses, pero la red había continuado funcionando, si bien ofrecía la mitad de sus servicios tradicionales y con interrupciones que podían prolongarse por horas, llegando incluso, en una ocasión, a estar tres días fuera de operación.

El quiebre de Facebook era parte de un fenómeno más amplio que había hecho caer en los últimos tres años a varias compañías de Internet. Hacía apenas ocho meses que había desaparecido Tweeter, generando cambios notables en el mundo político, donde los tweets de 280 caracteres eran el medio principal de comunicación con los electores. Google todavía resistía, pero las Acciones de la compañía habían caído más del 70% respecto de su período de mayor valoración, y mostraba señales de su progresivo deterioro, entre las cuales, la reducción de su personal técnico a menos de la mitad. Youtube sobrevivía mejor, habiendo mutado oportunamente su modelo de negocios al exigir pagos por la mantención de los canales de videos proporcionales a la cantidad de suscriptores.

Esas gigantes empresas tecnológicas se habían desarrollado aceleradamente y experimentado un increíble boom financiero, sobre la base de la masividad de los usuarios que accedían gratuitamente a sus servicios de información y comunicación; usuarios que ellos mismos trabajaban para la red gratuitamente proporcionando los mensajes e informaciones que constituían el contenido que la red distribuía. Ese modelo de negocios entró en crisis cuando la recesión afectó dramáticamente los ingresos que las empresas obtenían por la publicidad y por la venta de sus bases de datos sobre las preferencias y costumbres de los consumidores. En efecto, los recursos que los distintos agentes económicos podían destinar a la promoción de sus productos se redujo drásticamente, y los intentos que las empresas tecnológicas hicieron por cobrar sus servicios a los usuarios fracasaron completamente porque estos se habían acostumbrado a la gratuidad y libre acceso a la red, y porque la misma depresión económica obligaba a los consumidores a destinar sus disminuidos ingresos a la satisfacción de las más básicas necesidades de la sobrevivencia.

Pasar de un modelo de negocios basado en la gratuidad a otro basado en el pago por parte de los usuarios, rompía el pacto implícito que desde el comienzo se estableció en esas redes, según el cual los usuarios producían mensajes, noticias, fotografías, videos, opiniones y comentarios, y los entregaban gratuitamente a la red, y ésta les daba libre acceso a los mensajes y contenidos producidos por los otros usuarios y a la publicidad. Así fue como explotó la más grande burbuja financiera de todos los tiempos, que habría de tener gravísimos impactos sobre el conjunto de la economía.

La caída de Facebook fue motivo de animadas conversaciones entre los socios de la cooperativa. Se felicitaban de haberse retirado de esa red social hacía ya tres años cuando se descubrió la manipulación y la censura ideológica que se practicaba en ella, y que se había sometido a las regulaciones y presiones del poder político. En su reemplazo la cooperativa CONFIAR se integró a una red social alternativa que se formó por iniciativa de varias empresas de la economía solidaria, siendo el mismo Juan Solojuán uno de sus principales promotores.

Pero la caída de Facebook constituía una amenaza también para la cooperativa, por sus previsibles efectos sobre toda la economía. Solojuán comprendió antes que nadie el peligro que implicaba en ese momento cualquier agravamiento de la depresión económica. El compromiso que habían asumido los socios y la cooperativa para comprar las propiedades de Abeliuk se haría más difícil de cumplir, por lo que Juan advirtió a los socios que la venta de sus propiedades y pertenencias debía acelerarse debido a que los precios no podían sino bajar en las próximas semanas y meses, y se haría cada vez más difícil encontrar compradores.


 

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Cuando Ernestina y Alberto, que por haberse anticipado en poner en venta su casa fueron también los primeros en venderla, llegaron a la cooperativa con el dinero recabado, se presentaron dos problemas que requerían solución urgente. Uno era la necesidad de realizar de inmediato un aumento de capital, implicando la emisión de nuevas Acciones de Trabajo por una cantidad que debía corresponder al monto global de los nuevos aportes que harían los socios, lo que representaría varias veces el capital social que CONFIAR tenía hasta ese momento. Hacerlo requería un cambio en los estatutos, y el abogado Tomás Ignacio Larrañiche estaba trabajando en ello y tenía casi lista una propuesta que hacer ante la Asamblea de socios.

Dicha propuesta se basaba en el mismo modelo de Empresa de Trabajadores que había inspirado la creación de la cooperativa hacía varios años, y que el abogado había explicado en la Asamblea anterior 1. Sin embargo se requería establecer ciertos importantes ajustes en los Estatutos y Reglamentos, porque había detalles que el monto tan elevado de los aportes que harían los socios requerían la aprobación de ciertas normas que garantizaran tanto a los socios como a la organización frente a los nuevos riesgos que asumirían.

El otro problema que debían resolver era el resguardo del dinero que debían convertir rápidamente en oro para evitar la pérdida de valor que significaba la inflación galopante. El asunto representaba un desafío mayor debido a la inseguridad que existía por la delincuencia desatada. Varios bancos habían sido asaltados en los últimos meses y ya no daban garantía de que lo que se guardara en sus bóvedas estuviera realmente seguro.

Analizando el problema en la directiva, decidieron construir una caja fuerte de hierro y enterrarla en la sede de la cooperativa, al lado de la compostera y bajo el mesón donde se preparaban los almácigos para el huerto orgánico. El ideal era que muy pocos socios supieran del escondite, no porque desconfiaran de alguno de ellos sino porque era difícil que no se comentara con familiares y amigos y que así muy pronto fueran demasiados los que se enteraran del lugar donde se acumulaba el oro.

Para producir la caja fuerte se necesitaba solamente un buen soldador, y en la cooperativa estaba don Benito, que garantizaba un trabajo de calidad y discreción. Hicieron rápidos cálculos, decidiendo que lo más simple era un cubo cuyo tamaño interior de 50 centímetros por lado era más que suficiente para resguardar el oro que debían acumular, y no tan grande que se hiciera difícil esconderlo. El trabajo se realizaría en el patio de la casa de Juan Solojuán, y una vez terminada la caja se llevaría y enterraría de noche en el lugar convenido.

Don Benito, el soldador, aseguró que contando con los materiales podía realizar el trabajo en tres o cuatro días. El mismo Solojuán se encargó de comprar dos placas de hierro de un centímetro de espesor, un par de kilos de soldadura, dos bisagras y una poderosa cerradura. Durante esos días en que el soldador estaría realizando el trabajo, la casa en venta no sería mostrada a posibles interesados en comprarla, para evitar que alguien pudiera enterarse de lo que estaban haciendo.


 

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En la siguiente reunión de la cooperativa se realizó un inventario de todos los implementos de defensa que tenían los socios y que pudieran poner al servicio de la defensa de la organización y de sus proyectos. Juan Solojuán no era el único que había comprado un arma que mantenía escondida en su casa. Contaban con cuatro escopetas de caza, dos de ellas de un solo cañón, con seis cajas de tiros; dos fusiles antiguos con dieciséis balas; ocho pistolas y dos revólveres, con cajas de cien balas cada uno.

Creo que es suficiente – comentó Evelina, la vice-presidenta de la cooperativa, que le tenía miedo a las armas y que no apreciaba que se ocuparan de algo tan ajeno al espíritu humanista y solidario que los animaba.

También yo lo creo, al menos por ahora; más adelante veremos si sea necesario comprar algunas armas más modernas y eficientes – dijo Solojuán, agregando: – Porque es claro que no tenemos intención de matar a nadie, sino mantener las armas y disparar de vez en cuando algún tiro al aire para amedrentar a los delincuentes que se propongan agredirnos. Lo más importante será construir una sólida estructura defensiva. La idea es que, en primera instancia, hagamos de esta sede un lugar inexpugnable, reforzando y elevando las murallas perimetrales hasta una altura de al menos cuatro metros, y disponiendo sobre ellas fuertes alambradas de púas y concertinas protectoras. Como en los castillos medievales, agregaremos parapetos en altura, con orificios como almenas en los muros, desde donde podamos observar al exterior y eventualmente disparar a los asaltantes. Tendremos, por cierto, cámaras de vigilancia, pero ellas no son suficientes para detener a nadie, y se desactivan durante cortes de energía eléctrica prolongados, que cuando ocurren es cuando más se envalentonan los asaltantes. Obviamente tendremos que reforzar y asegurar el portón y la puerta de ingreso y hacerlas impenetrables a los extraños.

Los socios escuchaban atentamente. Juan ofreció la palabra. Ernestina, que ya estaba instalada con su esposo y su hija en la sede, levantó la mano y preguntó:

¿Acaso nos encerraremos todos aquí? No me imagino que quepamos todos, de seguro que no en condiciones mínimas de higiene y salubridad.

Debemos encontrar soluciones caso a caso, a medida que vayamos vendiendo nuestras casas y pertenencias – respondió Juan, agregando: – Algunos podrán irse a vivir con parientes y amigos por un tiempo; otros podrán instalarse en esta sede. Si fuera necesario, veremos la posibilidad de arrendar alguna vivienda con muchas habitaciones. Tengan en cuenta que esta situación es provisoria, hasta que hayamos pagado las primeras cuotas de la compra del Sitio 23, que nos da derecho a recibir una parte de la propiedad que tiene varias construcciones que podremos utilizar para que vivan allí algunas familias, y para instalar negocios que nos den los medios de subsistencia. Más adelante podremos construir los alojamientos que sean necesarios. Es claro que tendremos que sacrificarnos durante un tiempo; pero al menos podremos darnos mayor seguridad unos con otros.

La reunión continuó con la información que tenían los socios respecto a las ventas de sus bienes, las ofertas recibidas y las condiciones de pago que les habían propuesto. La Asamblea concluyó aconsejando a los socios que no fueran muy exigentes con los posibles compradores y que aceptaran las ofertas razonables, aún cuando pudieran obtenerse precios mejores con el tiempo. Porque el tiempo les corría en contra. La depresión económica no daba señales de haber tocado fondo, y la delincuencia arreciaba.

Terminada la sesión Juan Solojuán y Chabelita se fueron caminando porque un fuerte viento en la mañana les había aconsejado dejar las bicicletas. La muchacha estaba feliz porque había vendido a los socios todos los sandwiches y pasteles que habían preparado en el grupo que estaba creando la microempresa de conservación de alimentos. Los dos iban tan entretenidos conversando que no se percataron de que Rogelio los seguía a prudente distancia, escondiéndose detrás de los postes del alumbrado público y de los troncos de algunos árboles que todavía resistían la acción de los vecinos que los habían cortado para hacer leña y calefaccionar sus viviendas durante las muy frías noches del invierno que había terminado hacía poco.

Cuando los vio entrar a la casa y escuchar que cerraban la puerta de calle con lo que parecía ser una fuerte aldaba, Rogelio se alejó rápidamente. No había podido estar con Chabelita, que fue su primera intención, que cambió al verla salir del brazo con su padre. Pero al menos ya sabía dónde vivía, con su padre, el presidente de la cooperativa. Una información importante para él y que seguramente también interesaría a Juno.

Rogelio, que tantas veces había vigilado el pasillo de entrada a la cooperativa, sabía que Chabelita iba rara vez y supuso que pasarían muchos días antes de que fuera nuevamente a ese lugar. Por eso decidió ir en la mañana a encontrarla cerca de su casa, simulando un encuentro casual.

Se apostó temprano a unos cien metros, detrás de un poste desde donde podía observar la puerta por donde ella habría de salir. Desde la distancia se veía un letrero blanco que escrito en grandes letras rojas anunciaba que la propiedad se encontraba en venta. Varios minutos después vio salir a la muchacha con su padre en bicicletas, no quedándole más alternativa que adherirse al poste para no ser descubierto cuando pasaran frente a él.

Cuando los perdió de vista se acercó a la casa con la intención de anotar el número del teléfono indicado en el cartel de la casa en venta, que Juan había descuidado retirar. Después de escribir el número en la palma de su mano izquierda, y ya alejándose, ocurrió algo inesperado. Una camioneta se estacionó frente a la casa. Se bajaron dos hombres vestidos con buzos de trabajo. Los vio ingresar por el portón cargando dos grandes y pesadas cajas metálicas que parecían contener herramientas. Rogelio decidió esperar y observar lo que pudiera suceder. No tenía algo mejor que hacer, y tal vez obtuviera alguna nueva información útil que dar al jefe y por la cual tal vez lo premiara con un buen papelillo de coca o un porro de marihuana.

Pasó media hora sin que nada ocurriera. Rogelio pensó que si se acercaba a la casa y trataba de mirar hacia dentro por alguna rendija no corría ningún peligro. Caminó y pasó dos veces, de ida y vuelta, frente a la casa que tenía, además de la puerta de calle, un portón de hierro que daba a lo que le parecía ser un estacionamiento para un auto pero que estaba lleno de estanterías y objetos diversos. Más allá se veía una parte de un patio interior techado, desde el cual escuchó un rumor y vio un destello inconfundible. Aunque no podía verlos, a Rogelio no le cupo duda de que esos hombres estaban soldando. Observando atentamente la entrada se dio cuenta de que no le sería muy difícil trepar y entrar al patio de la casa. Esperaré que se retiren y entraré a ver lo que están haciendo.

Rogelio se alejó. Era más prudente distanciarse hasta un punto desde el cual pudiera ver la camioneta y a los hombres cuando se fueran. Pasado el mediodía sintió hambre y se alejó dos cuadras, solamente para comprar un par de panes. Comprobó al regresar que el vehículo se mantenía en su lugar. Se sentó en la vereda apoyado en una muralla y se quedó dormido. Lo despertó el motor de un vehículo que pasó frente a él. Era la camioneta con los dos hombres. Esperó unos minutos y caminó hacia la casa de Chabelita. No había nadie en la calle que pudiera verlo. De dos brincos que había previamente calculado trepó a lo alto del portón y saltó. Estaba ya dentro.

Nervioso corrió hacia el patio interior. Lo que vio era indudablemente una caja fuerte, muy sólida, casi terminada. Le faltaba solamente la cerradura. La fotografió con su celular por todos los ángulos, y salió a la calle saltando el portón aún más fácilmente de como había entrado. Estaba feliz. Seguro que al Juno le va a gustar lo que voy a mostrarle. No era el caso de esperar a Chabelita. Llamó al jefe.

Tengo algo que mostrarte, que me parece importante que veas.

Bien. Donde siempre y a la misma hora.

Seguro, nos vemos.

1 Se trataba del modelo de empresa cooperativa de trabajadores propuesto por Luis Razeto en el libro Empresas de Trabajadores y Economía de Mercado, cuya forma de aplicación en la Cooperativa Confiar puede verse en la novela Los Cuadernos de Juan Solojuán.