XV. Decisiones.
La Asamblea de la Cooperativa se vio interrumpida por el ruido que producía la caída de grandes granizos sobre el techo de la sala. Era un fenómeno realmente inusitado para esa estación; pero los climas habían cambiado tanto que se podía esperar cualquier cosa en cualquier momento.
Varios socios se asomaron a la ventana. La mala noticia fue que el invernadero estaba siendo destruido por el inusual fenómeno meteorológico.
– No es el momento de hacer nada, compañeros – grito Juan Solojuán para hacerse oír. – Puede ser peligroso salir de la sala. Estos fenómenos suelen ser breves, por lo que sólo esperemos que termine el ruido para que podamos continuar la reunión.
La granizada terminó cinco minutos después, tan sorpresivamente como había comenzado. La Asamblea, que fue citada de manera extraordinaria para continuar analizando la convocatoria a la inscripción de nuevos socios, debía continuar.
– Ya vimos en la sesión anterior – explicó Juan Solojuán deteniendo a un pequeño grupo de socios que se aprestaba a salir de la sala para observar los granizos inusualmente grandes – que para cumplir los objetivos de la organización necesitamos unos ciento cuarenta socios nuevos, esto es, tenemos que triplicar el número de los que somos. Las preguntas que debemos hoy responder son las siguientes. Una, cuál es el perfil, esto es, las características y cualidades que deseamos que tengan las personas que se incorporen a la cooperativa. Y dos, en qué forma, o mediante qué procedimientos, los invitaremos. El tiempo, compañeros, corre en contra nuestra, porque los problemas del clima, la crisis de la economía y el desorden social se están acelerando. Es importante que en esta sesión tratemos a fondo estas dos cuestiones y tomemos acuerdos.
– Tienen que ser como nosotros – dijo Roberto Gutiérrez, uno de los primeros socios de la cooperativa, siempre impulsivo y rebelde, sin darse tiempo para pensar el asunto.
– Eso es, como nosotros – confirmó una voz que no pidió la palabra ni se identificó al hablar.
– ¿Qué significa ser como nosotros? – inquirió, reflexiva, Anita Méndez la tesorera. – Porque somos todos aquí tan diferentes unos de otros. Diferentes oficios y profesiones, diferentes niveles económicos, diferentes edades, diferentes sexos y estados civiles.
– Pero también es cierto que tenemos muchas cosas en común, que nos parecemos. Por algo nos hemos asociado y unido – rebatió Roberto.
– La verdad – comentó Humberto Farías el profesor – es que no tenemos nada especial, y que somos como todo el mundo. Nos fuimos encontrando por casualidad, en circunstancias muy distintas. Pero cada uno tomó la decisión de integrarse a la cooperativa porque, después de conocerla, nos gustó y confiamos en ella, en el grupo, en nosotros mismos. Por eso, creo yo que tendríamos que hacer una invitación lo más amplia y abierta posible, y que se integren los que quieran hacerlo, después de conocer bien lo que somos, lo que queremos, lo que hacemos.
– Pero no podemos aceptar a cualquiera. Por de pronto, tienen que pagar la cuota de inscripción y efectuar el aporte mínimo de capital, como hicimos todos al comenzar – dijo la tesorera.
Roberto, que había iniciado el debate estaba impaciente por aclarar su punto de vista. Sin esperar que le dieran la palabra explicó:
– Lo que quise decir, compañeros y compañeras, es que los que entren tienen que ser como nosotros, solidarios, comprometidos con el proyecto, decididos a enfrentar juntos los problemas y a ayudarnos unos con otros. No pueden ser prepotentes, ni envidiosos, ni flojos. Es necesario que los que entren, se lo ganen, demostrando que son como nosotros.
Juan Solojuán, que mientras lo escuchaba recordaba cómo era Roberto cuando lo conoció: un muchacho desorientado y desanimado, que había abandonado los estudios que sus padres le pagaban con gran esfuerzo, que no había trabajado nunca y que consumía drogas. Pero, claro, Roberto Gutiérrez había cambiado. Ahora tenía un hijo y era un trabajador ejemplar, comprometido como nadie con la organización que lo rescató de la vida miserable que llevaba.
Rubén Donoso, el mayor del grupo, que fue tan importante en la formación de la cooperativa por haber sido el que aportó el terreno donde construyeron la sede, pensó lo mismo que Juan al escuchar a Roberto.
– Cuando entramos a la cooperativa – dijo – no éramos tan solidarios ni estábamos tan convencidos como lo estamos ahora. Aquí aprendimos a ser solidarios, a dar lo mejor de nosotros mismos por el bien nuestro, de nuestras familias, y de la comunidad que formamos. Por eso creo que, si queremos integrar a tantas personas, no podemos ser demasiado exigentes. Aquí, en esta cooperativa, que es y ha sido para cada uno de nosotros una verdadera escuela de solidaridad, de creatividad y de autonomía, los que ingresen irán aprendiendo, igual como lo fuimos haciendo nosotros.
Tomás Ignacio Larrañiche, otro de los socios que también había cambiado mucho por la experiencia vivida en la cooperativa, dio su opinión empleando su acostumbrado estilo formal y algo pomposo propio de su profesión.
– Estimados socios. Y digo “socios”, y no “socios y socias”, o compañeros y compañeras como acostumbra decir el socio Gutiérrez, porque aquí todos somos socios, iguales, sin distinción de hombres y de mujeres. Todos igualmente socios, por lo que no hago diferencia de género entre nosotros. Por eso también digo que es verdad que somos iguales a la inmensa mayoría de las personas, con nuestras virtudes y nuestros defectos, limitaciones y capacidades. No somos superiores, somos como todos, por lo que me parece justo y conveniente que realicemos una convocatoria sin distinción, a todo el que quiera integrarse.
Juan Solojuán se sorprendió al escuchar a su amigo decir lo anterior, pero como lo conocía bien, sabía que eso era sólo el preámbulo de su discurso. En efecto, Larrañiche continuó:
– También es cierto que es importante que ingresen personas que, como nosotros, hayan aprendido a ser solidarios, autónomos, buenos trabajadores, creativos. Aunque, claro, no podemos ser demasiado exigentes. Pienso que debemos integrar solamente a personas honestas, que tengan alguna disposición solidaria, una cierta ética del trabajo y de la comunidad. Personas que, por eso mismo, estén dispuestas a aprender, a perfeccionarse, a desarrollar su solidaridad, su autonomía, su solidaridad, tal como nosotros fuimos aprendiendo, según muy bien ha dicho el socio don Rubén Donoso.
Tomás Ignacio carraspeó, recorrió con la mirada la Asamblea y comprobando que tenía la atención de todos agregó:
– Mi propuesta, estimados socios, es que la convocatoria la realicemos abierta a todo el mundo, aunque enfocándola especialmente a través de nuestros contactos con cooperativas, iglesias, organizaciones sociales. A todo el que se presente le pediremos una hoja de vida, en que describa sus estudios y profesión, lo que sabe hacer, los trabajos que ha realizado, sus obras de cualquier tipo, las organizaciones a las que ha pertenecido y a las que pertenece actualmente. Con toda esa información, haremos una primera selección. Pero aún así, no los integraremos de inmediato como socios. Podemos aplicar una antigua práctica del cooperativismo, que es un período de prueba, de unos cuatro o seis meses, en que comprobaremos si comparten el espíritu cooperativo, si se desempeñan bien en el trabajo, si han incorporado nuestros criterios de organización, y si estudiaron, aprendieron y adhieren a los estatutos de CONFIAR.
Comprobando que la mayoría de los asistentes asentía a sus palabras moviendo la cabeza de arriba a abajo, concluyó:
– Para todo eso, debemos formar una Comisión de selección, que lea todas las hojas de vida, que entreviste a los candidatos y que realice la primera selección. La misma comisión, u otra que se designe después, se encargará al final del período de prueba, de decidir quiénes se han ganado la membresía. Y a los que no lo logren, a ellos habrá que pagarles por el tiempo en que trabajaron y aportaron lo suyo.
Juan Solojuán comprendió que la propuesta de Larrañiche convencía a muchos. Preguntó:
– ¿Hay preguntas, aclaraciones respecto la propuesta del socio don Tomás Ignacio?
– Yo estoy de acuerdo – dijo Anita Méndez, agregando: – Pero como tesorera de la cooperativa, agrego que todo el que entre a nuestra sociedad deberá pagar la cuota de inscripción y hacer su aporte al capital.
El abogado respondió:
– Por supuesto, mi apreciada señora Méndez, eso ya está en los Estatutos, que se tienen que cumplir siempre, siempre.
Como nadie más pidió la palabra el presidente sentenció:
– Como no hay preguntas ni objeciones, se aprueba la propuesta de Tomás Ignacio. Solamente nos queda nombrar la Comisión encargada de la selección.
– Que sea el Consejo de Administración, que nos representa a todos – sugirió Rubén Donoso.
– ¿Alguna propuesta diferente? ¿O hay alguien que se proponga colaborar en esta tarea?
– Que se agregue el profesor – propuso Roberto Gutiérrez. – Él sabe conocer a las personas.
Humberto Farías aceptó y todos estuvieron de acuerdo, quedando el tema a cargo del Consejo de Administración y del profesor.
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