XIII. Reclutamiento, maquillaje y desconsuelo.
– Necesitamos crecer. Necesitamos ser más si queremos mantener el control de nuestros barrios. Supe que los Martilleros se proponen entrar y es seguro que tendremos que enfrentarlos. Además, estoy planificando un operativo para el que necesitaremos mucha fuerza de choque. Debemos reclutar con urgencia a lo menos diez nuevos operadores, que obedezcan mis órdenes.
Así explicaba el Juno la tarea a la que se abocarían en los próximos días los miembros de su primer círculo de confianza, compuesto por cinco hombres y tres mujeres.
– ¿De dónde podemos sacarlos? – preguntó Laís, una mulata brasileña que era también su amante predilecta.
Más que una respuesta Juno les dio una orden.
– Mañana en la noche quiero que me traigan una lista de los tipos a los que vendemos más seguido las mercancías más duras. Nombres, edades, qué nos compran, cuánto, y la frecuencia en que lo hacen; desde cuándo los atendemos; dónde viven, y todo lo que sepan sobre sus actividades y sus relaciones. ¿Entendido?
– ¡Sí, jefe! – respondieron al unísono ocho voces.
Juno repitió, enumerando con los dedos lo que quería saber:
– Uno: nombres. Dos: edades. No me interesan los mayores de treinta, ni los locos ni los inválidos ni los maricas. Tres: qué piden, y en qué cantidades. Sólo los que consumen, no los que compran para vender. Cuatro: cada cuántos días necesitan consumir. Cinco: desde cuándo los atendemos. Seis: dónde viven. El barrio, la calle. Siete: lo que hacen, a qué se dedican. Los que tengan un trabajo estable en una empresa o en el estado no me interesan. Ocho: qué amistades y qué personas frecuentan. Y todo lo que sepan sobre cada uno. Necesito por lo menos una lista de veinte tipos.
Juno los despidió dejándose besar en la mejilla por los hombres y besando en la boca a las mujeres. Era el modo en que lo saludaban y se despedían los integrantes de su círculo de confianza.
– Ya, váyanse, que tienen una tarea muy importante, que hay que hacer bien porque si la información es mala nos equivocaremos, y las consecuencias pueden ser muy serias. Nos encontramos mañana a la misma hora.
Cuando ya se retiraban agregó:
– Laís, Débora, ustedes se quedan.
Como las dos mujeres se estaban alejando y le daban la espalda no pudo ver sus rictus de contrariedad. Pero apreció las blancas dentaduras que la mulata y la rubia le mostraron, en un remedo de sonrisas, al girarse.
* * *
Cada vez que sonaba el celular Chabelita se animaba esperando que se tratara del Rogelio, al que consideraba algo más que su “amigo especial”. La última vez que se hablaron, hacía ya dos semanas, Rogelio le contó que había estado sin señal, lo que si bien era extraño porque nada se sabía de alguna supuesta interrupción de las comunicaciones, le creyó por haber ella misma tratado de contactarse con él recibiendo siempre como respuesta que ese teléfono se encontraba apagado o fuera de línea. Pero ¿por qué no había vuelto a llamarla, y porqué mantenía él su celular apagado?
Finalmente, sí, estaba él en la línea. La llamada la recibió un viernes bastante tarde en la noche cuando se disponía a dormir. Conversaron un rato largo, o más bien, fue Rogelio el que se extendió en extensos discursos en los que mezclaba declaraciones de amor y confusas explicaciones sobre hechos que ella no conocía. La voz de Rogelio se hacía por momentos tan lenta y en un tono tan bajo que Chabelita alcanzaba apenas a entender lo que decía, y en otros momentos se aceleraba y parecía exaltado.
Por la mente de la muchacha pasó un instante la idea de que Rogelio pudiera encontrarse bajo el efecto de las drogas; pero no quería pensarlo ni creerlo, atribuyendo las oscilaciones de la voz a problemas técnicos de la comunicación, que de hecho se habían vuelto cada vez más frecuentes en las últimas semanas. Pues, en efecto, se rumoreaba que las compañías controladoras de los teléfonos móviles estaban atravesando severos problemas financieros, lo que explicaría los desperfectos habituales en los servicios.
Más allá de todo ello, lo importante para Chabelita fue que acordaron encontrarse el día siguiente, y que él pasaría a buscarla a las siete de la tarde.
– Ponte linda – fue lo último que le dijo Rogelio. – Te llevaré a conocer un lugar muy especial.
Chabelita se durmió imaginando cenas sofisticadas en lujosos restaurantes, y que bailaban todos los ritmos que le gustaban, e incluso otros que los dos inventaban en el momento. Por su parte Rogelio pensaba en un conocido Motel del centro, que le habían contado que ofrecía habitaciones para satisfacer los gustos de clientes particularmente exigentes. Solamente le faltaba informarse del precio por dos horas de placer.
Chabelita se despertó temprano. Como era sábado y habían acordado con sus amigas descansar todo el fin de semana, se quedó en la cama dos horas después de que sintió salir a Juan tan temprano como todos los días. Se dio una larga ducha tibia pensando, por primera vez en su vida, en ponerse bella, como debía ser para una primera cita formal con su enamorado, que la invitaría a cenar a un lugar especial. El “ponte linda” y el “te llevaré a un lugar muy especial” que le había dicho Rogelio, resonaban en su mente como un estribillo, al que fue introduciendo variaciones para darle ritmo, rima y melodía que convertido en tonadilla cantaba bajo el agua.
Salió de la ducha todavía cantando y fue a mirarse al espejo grande que habían dejado en una esquina del comedor cuando se cambiaron de casa. Los pechos crecidos y el vello púbico le mostraban que era toda una mujer, pero lamentó tener unos kilos de más. Sí, debía cuidarse y empezar alguna dieta muy estricta. Pero más urgente era depilarse de inmediato, porque en eso también se había descuidado últimamente.
Cumplida esa molesta pero indispensable tarea era el momento del peinado. Lo intentó de varias formas guiándose por consejos que buscó en internet; pero no llegando a un resultado que de verdad le gustara decidió ir a la peluquería que frecuentaban sus amigas. De las fotografías que le mostraron escogió un peinado suelto con un flequillo que caía cruzado sobre el ojo derecho, “especial para una primera cita – le explicó la peluquera –, porque hace a la mirada más seductora, penetrante y misteriosa, y es inevitable que el hombre se sienta tentado a acomodar el flequillo”.
– Con este peinado te viene perfecto un maquillaje sencillo, dulce y romántico – le aconsejó la peluquera cuando hubo terminado.
– ¿Y cómo es eso? – inquirió Chabelita notoriamente interesada.
La mujer la miró un largo minuto, concluyendo:
– Te aconsejo que hidrates algo la piel, que la tienes bastante seca. Te diría que uses labial y rubor de colores rosa o mate pastel muy suaves, en muy pequeña cantidad. Y que te concentres en los ojos, que los tienes hermosos y que debieran verse muy grandes. Puedes destacar la mirada con bastante máscara de pestañas, las que tienes que peinar desde la raíz en forma de zigzag. Ilumina debajo de las pestañas y usa un delineador algo más oscuro y muy delgado.
La peluquera terminó tocando con la mano bajo los ojos de la muchacha: – Yo iluminaría tu rostro, un poco, aquí y aquí.
Chabelita no contaba con las paletas y pinceles necesarios, y tampoco sabía como usarlos. Pero había grabado cada palabra en la memoria. Y como le resultaba muy caro ir a un Centro de Belleza decidió visitar a su amiga Jacinta, que entre las niñas del grupo era la que más y mejor se maquillaba.
Chabelita le explicó lo que quería. Jacinta, no sin bromear un rato sobre lo que suponía que estaba detrás de un cambio tan grande en su amiga, trabajó sobre su rostro largamente, hasta que las dos quedaron satisfechas con el resultado.
– Es una cita romántica y el niño te gusta ¿verdad? – le preguntó Jacinta.
– Uy, creo que sí – respondió Chabelita.
– Entonces, debes vestirte para la ocasión.
– ¿Cómo así? No tengo mucho que ponerme.
– Entonces, vamos a mi cuarto a ver lo que te pueda servir.
Cuando Chabelita se probó un primer vestido Jacinta le advirtió:
– No. Ese calzón no, por ningún motivo.
– No se ve – respondió Chabelita.
– Eres bien pájara, amiga. A una cita con un hombre no se puede ir con un calzón como ése.
Jacinta abrió un paquete pequeñito y le dijo.
– Pruébate esto que acabo de comprar. Te los regalo.
Eran dos prendas de ropa interior diminutas y osadas que Chabelita, no sin expresar sus reticencias, aceptó feliz.
Después de probarse blusas, vestidos, chaquetas y zapatos de variados colores y formas, Jacinta decidió que su amiga estaba lista para encantar, enamorar y seducir al que llamaba su “amigo especial”, del que no quiso darle el nombre pero que prometió hacerlo y contarle todo cuando le devolviera las prendas.
– Mañana me cuentas, todo ¿ya? Con detalles y sin ocultarme nada ¿ya?
– Sí amiga, mañana te cuento todo. Lo prometo.
En el trayecto de regreso a casa Chabelita se sorprendió de las miradas que recibió, de hombres y de mujeres. No estaba acostumbrada de que la observaran tanto ni de esos modos.
Llegó a su casa y se sentó a esperar. Faltaban todavía dos horas. No quería ni siquiera moverse para no desarreglar lo que le había costado tanto tiempo y dedicación alcanzar. Se dio cuenta en un momento, por un vacío que sintió en el estómago, que no había desayunado ni almorzado. Preparó un té que se sirvió con algunas galletas, después de lo cual se lavó los dientes y se aplicó el perfume que su amiga le había prestado. No le quedaba sino esperar.
Los minutos pasaron lentamente, tanto que llegó a creer que el reloj que colgaba de la pared se había dañado; pero consultando su celular comprobó que era el tiempo el que transcurría muy lentamente ese día. Cuando ya faltaban diez minutos para la hora en que Rogelio debía llegar, comenzó a ponerse nerviosa. Se levantó, fue a la cocina y bebió medio vaso de agua.
Pasó un cuarto de hora, media hora, una hora, sin que apareciera Rogelio. Decidió llamarlo por si le hubiera ocurrido algo. El celular de su amigo sonó en vano, la primera y una segunda vez.
A las nueve asumió que Rogelio no llegaría. Se encerró en su habitación, se tendió en la cama, y lloró. Triste y desconsolada primero; enojada con Rogelio después; airada consigo mismo enseguida; triste y desconsolada otra vez.
Pasó así de un estado de ánimo a otro pero sin dejar de llorar, hasta que sintió que llegaba su padre. Se levantó y puso el cerrojo a la puerta de su habitación. No quería que él la viera vestida así, y menos con el maquillaje corrido por las lágrimas.
– ¿Estás ahí, Chabelita?
– Sí, papá. Estoy aquí.
– ¿Todo bien?
– Todo bien papá. Es sólo que me acosté a dormir porque estoy cansada.
– Entonces, hijita, que tengas dulces sueños.
– Sí, papá. Descansa tú también.
* * *
Chabelita se durmió llorando. El domingo en la tarde llegó a la casa de Jacinta con un paquete en que había puesto todo lo que ésta le había prestado. A Jacinta le bastó verle la cara para darse cuenta de que las cosas no habían sido como ella esperaba.
Chabelita le contó lo que había pasado, sus tristezas y sus rabias. Jacinta la abrazó con afecto, hasta que le preguntó sin miramientos:
– ¿Será que tu amigo especial es drogadicto?
– No sé, pero sí puede serlo. Lo conocí drogado, pero después lo he vuelto a encontrar bien, y me aseguró que lo había dejado para siempre.
– Amiga mía, lo siento mucho, pero mi consejo es que lo dejes, que huyas de él. Te lo digo por experiencia. Escapa ahora que estás a tiempo. Y no te dejes convencer por mucho que te prometa que todo irá bien en el futuro. La vida de los jóvenes drogadictos es una mentira, y te puede arrastrar con él.
– ¿Por qué me lo dices?
– Por experiencia propia. Tuve un novio que se drogaba, antes de estar con Felipe. Es una vida que no te aconsejo porque es muy, muy difícil, y no la mereces. Yo sufrí muchísimo. Cambiaba un mes, o dos, se portaba amoroso y seguro, pero después volvía a drogarse. Al principio le tenía lástima, quería ayudarlo; hasta que entendí que uno se mete en las drogas porque quiere, no lo olvides. Me pedía dinero para ayudar a su madre enferma, y después supe que hasta a su madre le robaba para comprar la droga. Mentía y me manipulaba. Todo lo disfrazaba. A veces, muchas veces, él lloraba y me prometía que lo había dejado para siempre. Me dejaba plantada, igual como anoche hizo contigo tu amigo. Fue un infierno para mí, que duró un año entero. Me costó mucho dejarlo porque me gustaba y porque estaba enamorada. Pero al fin comprendí que la vida tiene que ser bella y feliz, y no un continuo sufrimiento y desconsuelo. Quise que viera a un psicólogo; pero él negaba que fuera drogadicto. Yo me sentí pésimo al principio cuando lo dejé. Te aseguro, Chabelita, que te mereces algo mejor, mucho mejor. No lo pienses dos veces, amiga. Ni lo llames, y si te llama, dile sin rodeos que no quieres verlo nunca más.
Chabelita se quedó pensando que tal vez Jacinta tenía razón. Pero al Rogelio, cuando lo volviera a ver, le pediría una explicación. Entonces decidiría qué hacer con él.
* * *
Cuando Rogelio informó al jefe que los de la cooperativa habían dejado de ingresar objetos valiosos a su sede, y que incluso había visto que uno de ellos retiró algunas cosas, Juno decidió acelerar los preparativos para el siguiente operativo grande; el asalto a mano armada de ese extraño lugar donde, además, según le había dicho Rogelio, era casi seguro que guardaban la caja fuerte que armaron en la casa del presidente del grupo.
Como en varios operativos anteriores habían muerto seis de los suyos, el Juno necesitaba urgentemente reforzar su equipo operativo Y con los datos que le entregaron sus compinches del primer círculo de confianza, seleccionó a doce individuos de sospechosa trayectoria criminal pero que no tenían condenas de las que escapar. Todos eran adictos a la cocaína pero todavía no estaban demasiado dañados. Siete de ellos habían hecho el servicio militar, por lo que sabían emplear armas. Los otros cinco eran suficientemente fornidos como para levantar cualquier peso, forzar protecciones y barrotes de fierro, y enfrentar resistencias físicas fuertes. La promesa de que obtendrían fáciles y abundantes ganancias integrándose a la banda y participando en sus operativos fue suficiente para reclutarlos, porque la banda del Juno era reconocida en esos ambientes como fuerte, eficaz en sus operativos, y generosa a la hora de repartirse el botín.
Lo siguiente fue una ceremonia en la que, formados en fila al modo militar, rodeados por más de cincuenta otros miembros de la banda, Juno los arengó a todos destacando los valores de la fraternidad, la disciplina y la lealtad a toda prueba. Procedió después a juramentarlos, uno a uno, ante una Biblia sobre la cual habían puesto una calavera humana. El juramento los comprometía a una fidelidad absoluta y a la aceptación de un duro castigo por la menor traición al grupo, la desobediencia a una orden expresa del jefe, y el fracaso en alguna misión que les fuera encomendada. Posteriormente se procedió a marcarlos uno a uno en el hombro con el tatuaje de la cabeza de un ave de rapiña.
Rogelio, presente también en el acto, se sorprendió de que él no hubiera participado en alguna ceremonia de iniciación como aquella. Había sido reclutado directamente por el Juno, al que se había acostumbrado a obedecer por la necesidad de las drogas que el jefe le proporcionaba, y por el dinero y los víveres que a veces mandaba a su madre. Se le ocurrió que la banda estaba pasando a una fase de organización superior. Y no estaba seguro de que eso le gustara.
* * *
El sábado de la cita con Chabelita, Rogelio se había despertado a las tres de la tarde. La había llamado el viernes en la noche, tendido en su cama, al terminar la última cerveza del pack que había comprado en la mañana. Le dolía la cabeza. Al sentir una pesada acidez en la boca y la garganta recordó haber vomitado antes de dormirse. Fue a meterse a la ducha, y sólo entonces recordó los planes que tenía ese día. Llevaría a Chabelita a cenar, beber con ella una botella de vino, y terminar la noche en un motel. Para eso contaba con dinero más que suficiente. El Juno le había pasado un fajo de billetes grandes.
– Son falsos – le explicó –; pero puedes ver que son casi perfectos y que solamente lo puede descubrir un ojo experto poniéndolos a contraluz. De todos modos, ten cuidado con ellos. Úsalos poco a poco, y sobre todo no los pagues en supermercados ni en tiendas elegantes que los revisan mucho. Lo mejor son los pequeños negocios de barrio, restaurantes con muchos clientes, y en general los lugares donde hay mucho público pagando y donde no se dan el tiempo de revisar los billetes. Pero llévalos lejos de aquí, a otro barrio.
Rogelio lo pensó bastante. Decidió comenzar a gastar ese dinero con Chabelita. Imaginó que si se vestía con ropa elegante y zapatos caros, y si ella se ponía linda como le había pedido, no lo descubrirían. Y si llegaban a descubrir que los billetes eran falsos, no tenía más que hacerse el inocente y mostrarse indignado porque lo habían engañado al pagarle una deuda de varios meses de trabajo en una empresa explotadora. Si fuera necesario, llegaría incluso a llorar por el engaño que le hicieron.
Ya repuesto de la resaca partió a comprarse ropa. Estaba probándose una chaqueta negra de cuero cuando sonó su celular. Era el Juno que le ordenó presentarse a las seis en una dirección que le pareció haber visto antes. Pensó que no era necesario llamar a Chabelita, porque los encuentros con el Juno rara vez se prolongaban más de unos pocos minutos. Y en todo caso, si el asunto le impediría encontrarse con ella, podía llamarla antes de las siete, la hora de la cita.
Cuando llegó a la dirección del encuentro con el Juno reconoció la casa. Era la de uno de los hombres que había seguido desde la cooperativa, cumpliendo las instrucciones del jefe. Recordó que habían puesto en lo alto un gran letrero anunciando que la propiedad estaba en venta, directamente por su dueño. El letrero ya no estaba. ¿Será que la compró el Juno?
Efectivamente los negocios de jefe de la banda habían prosperado mucho en los últimos meses. Juno tenía un notable sentido comercial y era un buen estratega. Había creado una empresa inmobiliaria, y con los dineros acumulados ya había comprado esa casa y se preparaba para comprar otras propiedades en el barrio, en su barrio. En cuanto al reclutamiento de “socios”, nada más sencillo, porque no había empleo en ninguna parte y lo único que abundaba eran las necesidades de la subsistencia.
Rogelio llegó a las seis en punto. Dos jóvenes que parecían estar esperando en la vereda de enfrente se acercaron al verlo llegar. Rogelio no los conocía y al verlos ponerse a su lado se asustó. Tocó el timbre una, dos, tres veces.
– ¡Cuánta impaciencia! – dijo el Juno al abrir. – Veo que llegan a la hora.
Se veía distinto, motivado, parecía entusiasmado. Hizo entrar a los tres y los condujo a una habitación que había dispuesto como oficina. Se sentó en un sillón frente a un gran escritorio. Había varias sillas al otro lado y los invitó, o más bien, les ordenó sentarse. Sin mayores preámbulos les explicó sus planes y el lugar que tendrían los tres jóvenes en ellos.
– Nuestra organización – comenzó diciendo –, nuestra familia – se corrigió –, porque eso somos en realidad, una verdadera familia, está prosperando como nunca. Ya vieron ustedes el otro día que estamos creciendo, y seguiremos creciendo en las próximas semanas. Estoy creando una organización muy fuerte, temible, que nadie se atreverá a enfrentar. ¿Están contentos? ¿Les gusta eso?
– Sí, jefe – respondieron uno tras otro, Rogelio el último.
– He decidido – continuó Juno – aplicar principios de organización que aprendí estudiando en Internet la experiencia de varios grupos italianos muy exitosos. Pero yo los adapto a nuestra realidad, y a nuestro tamaño.
Hizo una pausa, sacó del cajón del escritorio cuatro vasos y una botella de whisky. Mientras llenaba los vasos continuó:
– La organización tendrá cuatro unidades, cuatro compartimentos. Uno es el compartimento operativo, que ya está formado por cinco grupos de asalto. El segundo compartimento es de comercialización, que está encargado de vender la mercancía. Tiene dos grupos, uno para colocar lo que obtenemos en los operativos; el otro para colocar las otras mercancías, esas que les gustan a ustedes. El tercer compartimento es el de cobranza, a cargo de recabar los pagos por nuestro servicio de protección de negocios y empresas. El cuarto compartimento lo forman ustedes. Es el de información. Ustedes serán los ojos y los oídos de nuestra organización, de nuestra familia. ¿Lo entienden?
– Sí, jefe – respondieron los tres jóvenes al unísono.
Juno les explicó con detalle la importancia que este compartimento tenía para el éxito de las actividades y de la organización en su conjunto, y cómo debían operar en adelante. En síntesis, su tarea consistía en conocer a todos los que viven, trabajan y circulan en los barrios, sus actividades y sus negocios, sus intereses y lo que consumen y compran, el dinero y las cosas que tienen, la composición de las familias y cómo se relacionan entre ellos y con los vecinos, y cualquier cosa que pudiera suceder. Además de todo eso, que debían registrar e informar detalladamente, el jefe les encomendaría misiones puntuales, muy importantes para el éxito de los operativos.
Cuando terminó las explicaciones respondió algunas preguntas que le formularon los jóvenes, y cuando todo quedó perfectamente claro, tomó un vaso y lo bebió de un trago, invitándolos a hacer lo mismo.
Después de llenar nuevamente los vasos, procedió a juramentarlos ante la Biblia y la calavera, tal como había hecho en la ceremonia de iniciación a la que los tres habían asistido. Enseguida les ordenó que le entregaran sus celulares y se los reemplazó por otros nuevos.
– En los celulares tienen ya los contactos que necesitan para trabajar. Ahí recibirán mis encargos e instrucciones. Ustedes son, de ahora en adelante, personas nuevas, miembros de esta gran organización y familia que formamos. Rogelio, tú te llamas ahora el Rojo, y serás el que dirija el compartimento.
Dirigiéndose a los otros dos añadió:
– Fuenzalida, tú en adelante eres el Marrón; y tú, Soto, el Negro.
Rogelio salió de la reunión feliz de formar parte de esa gran familia de la que el Juno era el jefe, y entusiasmado por el reconocimiento que éste le había hecho al ponerlo a cargo del muy importante y delicado Compartimento de Informaciones.
Pasó un cuarto de hora antes de recordar la cita comprometida con Chabelita. Faltaban apenas dos minutos para la hora. Cogió el celular para marcar su número y avisarle que demoraría media hora en llegar; pero en el aparato solamente encontró los contactos del Juno, del Negro y del Marrón. Esa bandida, chúcara más que ninguna, tan creída como es, no me va a esperar. ¡Qué más da! Será otro día. Además, los dos vasos de whisky le habían dejado unos deseos incontenibles de continuar bebiendo.
Pero no quería estar solo. Se sabía de memoria el número de la Nuria, una mulata simplona, generosa de cuerpo y de alma que nunca se había negado a tener sexo con él. Se extrañó de no haberla llamado antes. ¿Desde cuándo? Recordó que la última vez que estuvieron juntos fue antes de conocer a Chabelita.
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