Capítulo 4. MACHISMO

IV. Machismo.


Chabelita, dando en su bicicleta con notable pericia un giro en ángulo recto, entró a gran velocidad al pasaje. Quería encontrar a su padre para invitarlo a comer y a conversar con su grupo de trabajo. Alcanzó a ver, tendido en la vereda, a un muchacho de los tantos que se encontraban en parecidas condiciones por las calles de Santiago. Lo esquivó; pero después de varios metros decidió volver. Le daban pena los jóvenes drogadictos y alcohólicos, y ese que casi atropella era sin duda uno de ellos. Se paró frente a él, que reaccionó lentamente alzando la cabeza y tratando de sentarse apoyado en el muro.

Hola. ¿Puedo ayudarte?

¿Acaso te he dicho que necesito algo? – respondió el muchacho con voz gangosa y tratando de ver quién era que le hablaba.

No, no me has pedido nada. Pero me parece que no estás bien.

¿Quién te dijo que no estoy bien? Me siento perfecto, perfecto. ¿Quién eres?

Me llamo Chabelita. Y tú ¿cómo te llamas?

No sé y no te importa. ¡Ah! Sí, soy el Rogelio, y no quiero que me molesten. Sigue tu camino y no me molestes.

Está bien. Sólo quería ayudarte, Rogelio.

Chabelita se alejó, fue a tomar su bicicleta. Pero al subirse escuchó que el joven le hablaba.

Oye, dime una cosa …

¿Vas al sitio del fondo? ¿Los conoces?

Sí, los conozco. ¿Por qué me preguntas?

Rogelio se restregó los ojos, escupió hacia la calle y trató de pararse, sin lograrlo.

Entonces dime qué hay ahí dentro. Entran y salen, entran y salen. Todos los días.

Chabelita se extrañó al oírle decir eso, porque era la primera vez que lo veía, y ese muchacho drogadicto no tenía por qué saber lo que estaba pasando durante las últimas semanas en la cooperativa.

Es una cooperativa. Ven, te ayudo a levantarte. Vamos dentro, que debes tener mucha sed y te prepararé un café caliente, que te hará bien.

Chabelita lo ayudó a levantarse y lo llevó apoyado en la bicicleta hasta la entrada de la cooperativa. No le costó convencer al guardia, al que conocía desde hacía tiempo, que dejara entrar a Rogelio aunque no fuera socio. Después de todo, era la hija de Juan Solojuán, el presidente, y el muchacho parecía estar realmente mal.

A la niña del presidente no le puedo cerrar la puerta – le dijo el guardia, haciendo una reverencia, bromeando.

Bromeas, Domingo, bromeas – respondió Chabelita mientras ingresaban al sitio.

Un poco, señorita, pero sólo un poco. Pero dime, ¿está bien tu amigo?

Sí, Domingo, no te preocupes, no hay problema.

Chabelita dejó a Rogelio sentado en el patio, en una banca a la sombra de una higuera. Entró a la cocina con la intención de preparar el café que le había ofrecido, pero la cocinera que estaba preparando la cena para los que harían guardia esa noche y que los había visto desde la ventana le dijo:

Ese muchacho, lo que necesita no es un café sino una buena sopa caliente y nutritiva.

Tomó un tazón, lo llenó y se lo pasó a Chabelita.

Llévale esto a tu amiguito, que le hará bien.

Quince minutos después Rogelio estaba bastante repuesto. Le pidió a Chabelita que le mostrara el lugar. El muchacho tomó buena nota mental de todo lo que pudo observar.

Ahora debes irte, Rogelio. Esta es una empresa y no se permite que estén personas que no son de aquí. Si pudiste pasar fue solamente porque estaba de guardia un buen amigo mío.

Lo llevó hasta el ingreso y se despidieron con un beso en la mejilla.

En la noche Rogelio llamó al Juno y le contó lo que había visto. Solamente le ocultó que esa tarde se había emborrachado y drogado.

¿Cómo pudiste entrar?

Me encontré con la hija del presidente de la cooperativa, y ella me hizo entrar.

El Juno se quedó pensando.

El presidente. Eso puede sernos muy útil. ¿Cómo es ella?

Es simpática, algo gordita, debe tener diecisiete o dieciocho, no más.

¿Te gusta?

¡Mmm! No lo he pensado.

Entonces ¡piénsalo! ¡Enamórala! Debes hacer que te tenga confianza y que te cuente todo lo que sucede ahí dentro. Lo que están haciendo, sus planes, sus defensas. Todo. ¡Todo! Es tu nueva misión ¿entendiste?

Sí, jefe. Entendí. Haré como me dices, como siempre, cumpliré.

El Juno cortó. Rogelio se fue tarareando.¡Esta misión me gustó! ¡Esta misión me gustó! ¡Esta misión me gustó!


 

* * *


 

En las negociaciones que Juan Solojuán y el abogado Tomás Ignacio Larrañiche realizaron en nombre de la Cooperativa CONFIAR para comprar los terrenos y propiedades de Samir Abeliuk, las dos partes demostraron buen juicio y honradez. El turco estaba consciente de que la cooperativa constituía el mejor, si no el único comprador con posibilidades de hacer el negocio, debido al caos imperante en el rubro inmobiliario. Solojuán y Larrañiche, por su parte, sabían que aquél era el único lugar existente en las cercanías de la sede de la Cooperativa que cumplía las condiciones necesarias para realizar el proyecto de expansión y defensa de la organización. Como las dos partes estaban con similar necesidad de llegar a acuerdos y deseaban fuertemente que el negocio se realizara, no cabía sino que ambas atendieran lo más razonablemente posible los requerimientos de la contraparte.

Más que la fijación del precio de la compra-venta lo difícil fue establecer las formas y condiciones de pago por parte del comprador, y de entrega de las propiedades por parte del vendedor. En el contexto de depresión económica y de incertidumbre jurídica, cuando ni el mercado ni el Estado cumplían sus funciones de garantizar la regularidad de los negocios y operaciones comerciales, lo esencial era la confianza recíproca entre las partes involucradas. Consciente de ello, Juan Solojuán invitó varias veces a Samir Abeliuk a la sede de la cooperativa, y éste correspondió a Juan y a Tomás Ignacio agasajándolos en su casa.

Juan no tuvo problemas en explicar con entera transparencia la situación de la cooperativa, los problemas y desafíos que enfrentaban, y el proyecto que querían realizar. Le explicó que los socios estaban dispuestos a vender sus propiedades y pertenencias con el objeto de completar el financiamiento necesario para comprar las propiedades y realizar en ellas lo que tenían planificado. Así Abeliuk tomó conciencia de que no podía estirar la negociación sobre el precio más allá de lo que razonablemente podían pagar los cooperados. Y que para concretar el negocio debía estar dispuesto a aceptar pagos parciales y progresivos, entendiendo que la cooperativa no podría contar con los fondos sino en forma escalonada.

De ese modo se acordó que la entrega del Sitio se realizaría por partes, un sitio después de otro a medida que se fueran pagando las cuotas, hasta completar los veintitrés. Esto permitiría que los compradores pudieran comenzar a ocupar las casas y negocios a medida que los socios de la cooperativa fueran dejando las suyas.

El turco, por su parte, fue claro en indicar que no podía aceptar ninguna forma de pago que significara una pérdida de valor del dinero con el paso del tiempo, en razón de la desenfrenada inflación que afectaba a la moneda nacional, y a la incertidumbre que existía sobre el dólar y las otras divisas internacionales dado el derrumbe del capitalismo que los mejores economistas del mundo estaban anunciando. En tales condiciones, la única forma de pago que podía aceptar Abeliuk era el oro, en monedas, barrotes o cualquier otra forma en que estuviera garantizada la genuinidad de sus quilates.

Así, el precio del terreno y del conjunto de las propiedades que se encontraban en la manzana fue fijado en 21 kilogramos de oro de 18 quilates. El mismo Abeliuk enseñó a Solojuán y a Larrañiche los lugares donde podían comprarlo de manera segura y conforme a la ley.

El desbarajuste de la economía es completo, ustedes lo saben, y el dinero no vale nada, nada, porque pierde valor cada hora que pasa. – comentó Abeliuk.

Lo había repetido, con las mismas palabras, muchas veces y en cada ocasión en que se habían encontrado a negociar sobre la compraventa de sus propiedades. Pero esta vez Solojuán pudo notar un tono de alivio en sus palabras, porque acababan de firmar los documentos del contrato y de darse la mano. Estaba ya resuelto, el pago se efectuaría en oro, en kilos de oro.

El abogado Larrañiche, desconfiado por tantas estafas e incumplimientos que había conocido en el ejercicio de su profesión, dudaba de que pudieran juntar tanto oro en el transcurso de los doce meses que habían acordado para efectuar los pagos. Solojuán, en cambio, tenía absoluta fe en el proyecto, y estaba convencido de que los socios de la cooperativa cumplirían con sus compromisos de vender sus propias casas y pertenencias, y colocar de inmediato el dinero en la cuenta que la cooperativa había creado especialmente para comprar el oro. En las negociaciones con el turco, Solojuán y Larrañiche habían aprendido mucho sobre los negocios inmobiliarios, y podrían asesorar del mejor modo a los socios en las ventas de sus casas y en el modo de cobrar y asegurarse los pagos.

Pero el oro sí vale, y es probable que aumente su valor en la misma proporción en que el dinero lo pierde – comentó el abogado dejando ver algo de su desconfianza en el negocio que acababan de firmar.

Tiene usted razón, estimado jurista, pero estará de acuerdo conmigo en que las propiedades tampoco pierden su valor, sino que incluso lo aumentan con el paso del tiempo. Aumentan su valor incluso más rápidamente de como lo hace el oro. Sí, señor, porque el oro se produce en las minas y continúa aumentando la cantidad de oro disponible en el mercado. En cambio, la tierra es redonda, y nadie puede hacerla crecer ni siquiera un centímetro. Y sabemos bien que toda actividad económica, toda vivienda, todo negocio, debe instalarse en esa misma tierra, que de ese modo se vuelve cada vez más escasa. Sí, señor, piense usted que en esas dos hectáreas de terreno que ustedes me compran, podrán establecer negocios, y producir alimentos, y criar gallinas, o hacer los negocios que quieran, y todo eso hará que esas propiedades aumenten cada día su valor. Mientras que yo, con el oro en mis manos, tendré que protegerlo, y proceder a buscarle el mejor destino que pueda. Lo invertiré ciertamente; pero una parte tendré que gastarlo, y se irá consumiendo, reduciendo.

Supongo que ya tiene claro lo que va a hacer con el fruto del negocio que acabamos de firmar – inquirió Larrañiche.

Más o menos. En el caos e incertidumbre en que nos encontramos, nadie puede proyectar mucho lo que hará en su vida. Como les he dicho, me iré de Chile, me trasladaré con mi familia a los Estados Unidos, que está mejor que aquí, y allí veremos qué hacer. Ya no soporto más la delincuencia y el caos, sí señores, delincuencia y caos en todo sentido. Y la economía que se derrumba. Y el Estado que apenas se sostiene a sí mismo. Espero que allá las cosas estén mejor. Al menos es lo que me dice mi hijo y amigos que viven en California, donde espero asentarme con mi familia.

Larrañiche asintió con la cabeza. También él tenía amigos en los Estados Unidos, que le informaban que allá también había una muy seria y prolongada depresión económica; pero era mucho más rico y no existía el caos social en que estaba sumido el país.

Quisiera preguntarle, a usted que se entiende de negocios y sabe mucho de economía, ¿por qué cree que se produce esta inflación tan acentuada? Se lo pregunto porque, cuando hace años hice un curso de derecho económico, me enseñaron que cuando la economía entraba en recesión, y más aún en depresión, lo normal sería que se produjera deflación y no inflación, O sea, que el dinero aumentara su valor, en vez de perderlo, que es lo que está sucediendo aquí, y parece que en todo el mundo.

Samir Abeliuk se sintió halagado por la pregunta de Larrañiche que no era parte de ninguna negociación interesada sino que respondía a un deseo genuino de comprender. Y se lo preguntaba a él, que no poseía ningún título universitario, pero que tenía en cambio una gran experiencia en los negocios y en los aspectos prácticos de la vida.

El dinero, don Tomás Ignacio, es lo más caprichoso que existe en el mundo, y muy pocos entienden realmente sus vaivenes. “Volatilidades”, dicen los economistas. Y en realidad es más fácil, perdónenme ustedes, entender los caprichos y veleidades de las mujeres que entender los vaivenes y volatilidades del dinero.

Pero con decirme eso no me ayuda a comprender nada. ¿Podría usted ser más claro? – preguntó Larrañiche algo molesto por el machismo del turco.

¿Me permite, doctor, una pregunta personal?

Que lo llamara “doctor” mejoró algo la disposición del abogado, que respondió:

Pregunte usted, y veré si responder.

Bien. ¿Está usted casado, doctor?

Sí, señor, lo estoy.

Espero que no se moleste por preguntarle, doctor Larrañiche. Dígame, por favor. ¿confía usted en su esposa?

Absolutamente.

Pues, me alegro mucho por usted, doctor. Permítame decirle que su mujer vale oro, por decirlo de algún modo. Y usted don Juan, ¿está casado?

No. Lo estuve hace años; pero estoy divorciado.

Lo lamento, señor. Y dígame ¿confía usted en su ex-esposa?

Para nada, don Samir, para nada.

Diría usted, entonces, que la que fue su mujer vale muy poco ¿verdad?

Poco y nada, se lo puedo asegurar.

Pues, señores, como les decía, el dinero es como las mujeres. Vale oro cuando se puede confiar en él, y vale poco y nada si no genera confianza. La confianza, sea respecto al dinero como a la mujer, significa estar seguro de que será fiel y cumplirá sus promesas ¿verdad? ¿Qué es lo que promete el dinero? Pues, que vale, o sea que con cierta cantidad de dinero se podrá comprar, hoy, mañana e igualmente dentro de un mes o un año, cierta cantidad de bienes. Si el dinero se desvaloriza, o sea, si no podemos confiar que en el futuro nos dará tanta satisfacción como hoy, entonces es mejor gastarlo y despacharlo lo más rápidamente que podamos. Igual que a una mujer infiel y veleidosa.

Se sirvió un vaso de agua y sin esperar comentario o pregunta continuó explicando:

El dinero que no pierde su valor es como la esposa fiel del doctor Larrañiche. El dinero, cuando hay inflación, es como una puta que hay que gozar y despachar al instante. El dinero se prostituye, igual como una mujer fácil cuando se pone a disposición de quienes lo requieran, multiplicando sus prestaciones, sin condiciones, regalándose, prestándose sin exigir compromisos serios por parte de quienes lo reciben. Si me perdonan por explicarlo de este modo gráfico, ¿se entiende, verdad?

Se entiende, sí – replicó Larrañiche –, pero es usted horriblemente machista, pues lo que dice sobre las mujeres vale igualmente para los hombres.

Sí, claro, por supuesto que igual– se apresuró a decir Abeliuk, pero agregando en voz apenas perceptible: – Casi igual.

Larrañiche estaba por replicar, pero Juan lo detuvo poniéndole una mano en el hombro e invitando a sellar el acuerdo con una botella de vino en el bar de la esquina. No era el caso de enemistarse con el hombre con el que se había firmado un contrato que los mantendría vinculados por mucho tiempo, y con el que era indispensable mantener confianza mutua.

Una hora después, cuando daban cuenta de la tercera botella de buen vino, Samir Abeliuk comenzó a sincerarse ante los que empezaba a asumir como sus nuevos amigos. Se vanagloriaba de su modo de gozar de la vida. Así Larrañiche y Solojuán supieron que Samir Abeliuk mantenía bien segura en su casa a Halima, una mujer buena y fiel con la que se había casado hacía más de veinte años, pero que no se privaba de los goces de mujeres cuyas prestaciones compraba a bajo costo.

Sí, mis señores doctores, yo tengo un negocio grande y varios negocios chicos. Y guardo el oro, fruto de mi negocio principal, en una bóveda muy segura, asegurándome así el futuro; pero no dejo de darme gustos en el presente, gastando ese dinero que obtengo cada día de mis negocios pequeños.

Eres el perfecto capitalista – comentó Solojuán con una carcajada, dándole un amistoso golpe en la espalda.

Larrañiche se mantenía muy serio, comenzando a preocuparse por los efectos que el buen vino empezaba a producir también sobre su amigo y compañero. Llegó a temer que Juan, sin pareja y siempre tan controlado, pudiera esa noche ser llevado por Abeliuk a alguna juerga o placentera aventura, que en su moralismo religioso consideraba muy inconveniente. Decidió que era el momento de poner fin a la charla y conducirlo a su casa. Llamó al mesero y le pidió la cuenta, al tiempo que Abeliuk, echándose atrás en la silla les decía:

Conozco un lugar y unas chicas de primera. ¿Les apetece?

Juan se volvió hacia Tomás Ignacio interrogándolo con la mirada.

No, no. Yo soy fiel a mi amada esposa – se apresuró a responder Larrañiche.

¡Y yo no soy capitalista! – afirmó riéndose Solojuán, con voz que dejaba notar los efectos del vino y dando una segunda palmada en la espalda de Abeliuk.

Se despidieron, el turco pensando que los de la cooperativa cumplirían el contrato porque eran personas honestas, y Juan y Tomás Ignacio pensando que Samir Abeliuk lo cumpliría porque hacerlo respondía a su propio interés.


 

* * *

 

Rogelio se había apostado hacía ya tres días a la entrada del pasaje que daba a la sede de la cooperativa. Sentado en la acera, en un lugar desde donde podía mirar las tres calles por donde se podía llegar al pasaje, esperaba ver a Chabelita acercarse en su bicicleta. Estaba seguro de que vendría, pero no sabiendo cuándo pudiera ocurrir, se pasaba todo el día esperando desde temprano y hasta que oscurecía. Cuando veía acercarse a alguno de los socios de la cooperativa y cuando se iban, escondía la cara y se tendía simulando encontrarse drogado.

La vio venir, pedaleando a todo dar, doblando la esquina a cuarenta metros de donde estaba. La falda corta levantada por el viento le dejaba ver sus piernas bien torneadas. No está nada mal, pensó, al tiempo que se ponía de pie y avanzaba un par de pasos para hacerse ver. Le sonrió y extendió la mano en señal de querer que se detuviera. Chabelita lo reconoció y de un salto se bajó de la bicicleta y llegó a su lado.

¡Hola! ¡Qué sorpresa verte otra vez!

Te estaba esperando. O sea, vine por si acaso pasabas por aquí. Es que quiero conversar contigo.

Chabelita lo pensó un momento.

Está bien – dijo–, pero deberás esperarme, porque tengo que hacer algo en la cooperativa. No me demoro más de media hora.

¿Y no puedo pasar, como el otro día?

Ahora no. Decidieron aumentar las medidas de seguridad, y me advirtieron que no podía venir con mis amigos.

Está bien. Entonces te espero.

Chabelita asintió, volvió a subirse a la bicicleta y entró al recinto cooperativo. Poco más de media hora después se acercó a Rogelio caminando.

Dejé la bici adentro. Podemos conversar en la plaza, que está cerquita, si quieres.

Okey. ¡Vamos!

Caminaron las dos primeras cuadras sin decirse nada. Chabelita esperaba que Rogelio le explicara el motivo por el que había querido verla. Rogelio se había imaginado que le sería fácil agarrarla a besos, como era su costumbre con las mujeres de su ambiente, donde las relaciones pasaban fácilmente al terreno de la sexualidad. Él era reconocido como “mino” y buen amante, y además, siempre tenía algún porro o dinero para comprar cerveza. Por todo eso, le bastaba decirle a la chica que le gustaba, y de ahí pasaban en pocos minutos a tomarse de la mano, y muy luego abrazarse y besarse. Enseguida él bajaba su mano bajo la cintura de la mujer, o la subía para acariciarle las tetas, con lo que ambos estaban listos para continuar. Todo eso ocurría normalmente sin mayor intercambio de palabras. Pero al encontrarse con Chabelita, tan seria y muy diferente a las muchachas con las que él se relacionaba, y que no tenía motivos para admirarlo sino, al contrario, a menospreciarlo por el estado en que ella lo había conocido, Rogelio se sentía inseguro e inhibido. Fue Chabelita la que finalmente rompió el silencio.

¿Cómo has estado, Rogelio? ¿Te has sentido bien?

Mal comienzo, pensó el muchacho, asumiendo que ella lo recordaba como un drogadicto al que había ayudado.

Muy bien, sin problema ninguno. Me conociste en un mal momento, Chabelita. No creas que soy drogadicto.

¡Ah! Me alegra ver que estás bien.

Después de un momento agregó:

¿Me vas a decir por qué viniste a verme? ¿De qué quieres que hablemos?

La pregunta no era exactamente lo que esperaba oír. No tenía qué responder porque no podía confesarle lo que perseguía al buscarla. Viendo que ella esperaba y que debía decir algo se decidió por una mentira que en más de una ocasión le había servido para entablar relación con una muchacha que no se le diera fácilmente.

Es que he estado soñando contigo, casi todas las noches desde que nos conocimos. Y pensé que, bueno, debía buscarte.

¡Ahá! ¿Quieres contarme esos sueños?

Estaban a media cuadra de la plaza. Rogelio necesitaba tiempo para inventar algo que sirviera a sus propósitos.

Sí. Pero sentémonos en la plaza. ¿O prefieres que te invite … un café?

No. Sentémonos allá.

¿O quieres una cerveza?

No, sentémonos en la plaza.

Se sentaron a la sombra de un árbol, ella apoyada en el tronco y él frente a ella. Chabelita lo miraba sin decir nada. Rogelio comprendió que ella esperaba el relato de sus sueños.

Soñé anoche que estábamos en la playa, los dos solos, y que nadábamos en el mar, desnudos los dos, y tú eras una sirena muy bella, y yo un delfín. Y luego nos elevamos en el aire y volamos como gaviotas, tomados de la mano. Entonces yo te digo que eres la chica más linda del mundo y tú… tú me sonríes. Y aterrizamos en un campo de flores, y entre los dos armamos un colchón de pétalos de rosas. Y nos tendemos y recorro tu cuerpo con mis manos, y tú el mío, y me excitas, pero entonces me despierto y ya no estás conmigo.

Rogelio se calló, sorprendido de su propio relato Pasó por su mente un vago recuerdo de un delirio parecido que tuvo un día en que fumó un porro especialmente bueno en compañía de una amiga.

Chabelita entendió que Rogelio esperaba que dijera algo, pero no sabía qué decirle. Se había ruborizado y solo deseaba que Rogelio no lo notara. Estaba emocionada porque era la primera vez que un niño le decía que había soñado con ella, y que era bella. Finalmente comentó:

Es un sueño lindo.

Sí, es lindo. ¿Entiendes ahora por qué quería verte? Me gustas, Chabelita, me gustas mucho.

Chabelita sintió que la cara se le ponía como un tomate. Le sonrió, complacida por sentirse deseada. Rogelio le tomó las dos manos diciendo:

Ven acá, muñeca.

La atrajo con fuerza y se echó hacia atrás apoyando la espalda en el césped y haciendo que ella quedara sobre él. La tomó de la cintura y se giró sin soltarla, poniéndose ahora sobre ella. Subió su mano derecha por debajo de la blusa y comenzó a estrujar su pecho, mientras su boca buscó la de ella.

Chabelita sintió la lengua de Rogelio penetrar con fuerza y agitarse en su boca. Al sentirla en la garganta le dio una arcada. Se asustó, pensó que la iban a violar, que la estaban violando. Reaccionó empujando a Rogelio hacia un lado y torciéndole un brazo con fuerza aplicando una llave de defensa personal que había aprendido en un cursillo de lucha libre.

¡Imbécil! ¿Qué te has creído?

Rogelio, sorprendido por la reacción inesperada de Chabelita a la que creía haberle gustado, y avergonzado no por lo que había hecho sino por verse inmovilizado por ella, exclamó:

Pero, niña, creí que te gustaba, que querías conmigo. Me sonreíste y me pareció que deseabas tener sexo conmigo. Discúlpame si entendí mal. Perdóname, no quise hacerte nada malo.

Al verlo compungido, creyendo que estaba afligido por lo que había hecho, Chabelita lo soltó. No sabía discernir si había sido víctima o culpable de lo que había pasado.

Está bien. No pasa nada.

Una sospecha pasó por la mente de Rogelio.

¿Acaso eres virgen?

Chabelita se ruborizó nuevamente. Se puso de pie sin responder.

Tengo que irme. Voy a buscar mi bici.

¿Puedo acompañarte?

Ella demoró en responder. No sabía qué pensar de Rogelio y de lo que había pasado. El sueño que le había contado era bello. Le había gustado que él la deseara. Pero el modo en que la había tratado no era como había imaginado muchas veces que sería su primer encuentro sexual. Entonces, echando a correr y dejándolo varios pasos atrás respondió:

Bueno, si quieres.

Chabelita corría rápido y Rogelio no estaba acostumbrado a hacerlo, pero tenía las piernas más largas. La alcanzó, jadeando, cuando estaban ya entrando por el pasaje de la cooperativa. Ella se detuvo.

Hasta aquí no más.

Uy, cómo corres rápido.

Sí. Y ya viste que sé defenderme.

Sí. Pero me perdonaste ¿verdad? ¿Podemos vernos otro día?

Puede ser, no lo sé. Ahora vete, que aquí no puedes entrar.

Está bien. Chao, entonces. Pero me gustaría volverte a ver.

Chabelita no respondió, echando a correr hasta la entrada de la cooperativa. Rogelio la miró alejarse. Esa mina chúcara me gusta y será mía, ya verá. Yo le voy a enseñar lo que es bueno. Un día la tendré comiendo mansita en mi mano.

Ya no se trataba sólo de cumplir el encargo del jefe. Era ahora él mismo quien se sentía desafiado y no cejaría hasta lograr lo que quería.