XXXIX. La Vida y la Historia.

Lucila y Gerardo eran compañeros de curso, por lo que se encontraron el día siguiente. Lucila llegó unos minutos atrasada, no solamente porque se había acostado tarde sino debido a que se pasó gran parte de la noche pensando, recordando, imaginando, todo lo relacionado con Ambrosio.

Tomó asiento varios puestos distante de Gerardo, lo cual no impidió que éste le hiciera llegar un papel donde había dibujado un árbol, con dos corazones rebozantes de felicidad entrelazados en el tronco. Lucila lo miró, lo dobló y lo guardó entre las páginas del cuaderno donde tomaba apuntes de la clase. “Esto no puede seguir, es un error, tengo que terminar esta relación que no es la que quiero”. Pensó que tenía que hacerlo sin demora aunque fuera doloroso para Gerardo.

Se encontraron al terminar la clase. Gerardo quiso besarla en la boca pero Lucila le puso la mejilla. En la noche y durante la clase, Lucila había pensado lo que le diría, una explicación que debía ser verdadera aunque dicha con todo cuidado para que a Gerardo le fuera menos doloroso. Pero al encontrarse con él simplemente le dijo, sin mayor preámbulo:

—No te puedo mentir. No podemos seguir esta relación. Lo siento mucho. Ha sido un error de mi parte.

Gerardo no quería creer lo que escuchaba, y en efecto exclamó:

—¿Es en broma, verdad? No me hagas una broma tan pesada, que me duele.

—No es en broma. Seguir contigo sería injusto para tí. Me dí cuenta de que no somos el uno para el otro. Te siento como un muy buen amigo, pero no estoy enamorada. Y es mejor ponerle fin a esta relación antes de que todo se complique para nosotros.

—Pero si recién comenzamos a conocernos, a querernos. No te entiendo— protestó Gerardo.

—Gerardo, en verdad lo siento. Te pido que me perdones por haber aceptado tu amor; pero yo no puedo, lo lamento, perdóname, pero no te puedo mentir.

Gerardo no supo qué decir, estaba dolido. Se limitó a preguntar:

—¿Es por el Ambrosio ese con el que nos topamos el otro día, y que cuando se fue te volviste a mirarlo, verdad? ¿Es por él?

Lucila asintió con la cabeza y agregó:

—Hace dos años que no nos veíamos. Lo esperé dos años, hasta hace tres días, lo sabes.

—Pero él no me pareció enamorado, ni tan emocionado de verte.

—No sé Gerardo; pero son mis sentimientos, lo siento, no tengo nada más que pueda decirte.

El rostro de Gerardo se ensombreció. Después de un largo minuto de mirarla en silencio le dijo:

—Bueno, mi amor, te diré una cosa. Si esa relación no camina, estaré aquí. Te esperaré. No sé si dos años, pero te esperaré, porque en verdad te quiero, estoy enamorado de tí. Estaba tan contento, y me duele en el alma lo que me dices; pero no me resigno.

En la clase siguiente Lucila recibió otro dibujo. El mismo árbol con los dos corazones, pero de uno de ellos caían lágrimas rojas. Lucila lo guardó junto al anterior.

Ya podría encontrarse con Ambrosio sin temor a la pregunta que seguramente le haría. Pero al terminar las clases del día, cuando pensó en llamarlo o en ir a buscarlo, se dió cuenta de que no le había preguntado ni la dirección donde vivía ni un número donde llamarlo. Tendría que esperar que él tomara la iniciativa. Se enojó con ella misma por el descuido. Quería llamarlo para demostrarle cuánto le interesaba, y temía que él, distraído como era, tampoco tuviera su número, que había anotado en la mano dos días antes.

Era lo que efectivamente había ocurrido. Cuando a las ocho de la noche en punto Ambrosio pensó en llamarla, se dió cuenta de que el número que había anotado en su mano  ya no estaba.

A la mañana siguiente, mientras Ambrosio recorría la Facultad de Ciencias esperando encontrarla, Lucila recorría la Facultad de Humanidades con el mismo propósito. Esto ocurrió durante varios días, de modo que tanto él como ella empezaron a temer que nuevamente pasaría el tiempo sin reencontrarse, si bien esta vez tenían al menos una pista que seguir.

El miércoles en la noche Ambrosio la esperó a la salida del restaurante de José, donde suponía que Lucila hubise empezado a trabajar. Se abrazaron conteniendo ambos la emoción del reencuentro.

Ambrosio la acompañó hasta el departamento donde Lucila vivía con sus dos compañeras, mientras se contaban lo que habían hecho y pensado para encontrarse. Quedaron en que Ambrosio iría el viernes en la tarde a buscarla. Tenían pendiente mucho que contarse y preguntarse.

El viernes, justo en el momento en que Ambrosio estaba saliendo del pensionado universitario para ir a encontrarse con Lucila vió a Matilde que llegaba a encontrarlo. Entre la emoción y el deseo de volver a ver a Lucila, Ambrosio se había olvidado de que habían quedado con su hermana de verse y conversar. Dudó solamente unos segundos sobre qué hacer. Le contó:

—Nos encontramos con Lucila, finalmente. Y quedamos en que iría a buscarla hoy para conversar. Vamos, te gustará verla a tí también.

—Mmm. Veo que estás tan emocionado que te olvidaste de tu compromiso conmigo. Pero no te preocupes, hermano, que te comprendo. ¿No prefieres ir a verla solo?

—No hermanita, vamos, estará contenta de vernos a los dos.

—¡Vamos!

Lucila y Matilde se alegraron mucho del reencuentro. Claro que la presencia inesperada de Matilde había cambiado los planes que había pensado Lucila para este encuentro con su amigo. Si él no le decía nada especial, ella vería el modo de contarle que estaba enamorada de él, que lo había estado desde el colegio. Había esperado tanto poder decírselo, desde aquella tarde en Los Andes en que Ambrosio no había llegado a la cita, que estaba decidida a no esperar más.

Pero la conversación siguió un derrotero muy distinto. Al comienzo Matilde y Lucila se contaron muchas cosas, y Ambrosio las escuchaba sintiendo en plenitud la alegría de compartir tanto el amor fraterno como la emoción que le provocaba estar otra vez con su querida amiga.

Matilde quería que Ambrosio se luciera ante Lucila, que desplegara ante ella toda su inteligencia y la bondad de su alma.  Desde que había conocido a Lucila tenía la convicción de que con Ambrosio formarían una excelente pareja, y se había imaginado que, aunque no lo confesaran, ambos se amaban. Pensando en llevar la conversación a los espacios de Ambrosio le contó a Lucila que su hermano le había prometido explicarle una teoría sobre la historia de la humanidad.

—¿Cómo era eso, Ambrosio, de que toda la historia no está en el pasado sino que sigue presente en la actualidad?

—Uf, no sé si a Lucila le interese.

—Sí —afirmó ella sin dudarlo. —Me interesa mucho, por favor, explícanos tu teoría de la historia.

—Bueno, pero si las aburro me lo dicen ¿ya?  Y no es una teoría de la historia como dijo Matilde. Es solamente una idea, una intuición que tengo.

—Dale.

—A ver, lo que he pensado es que la historia no es la simple sucesión de los acontecimientos que van quedando en el pasado a medida que pasan los años; y que el presente no es solamente la consecuencia de hechos y acciones acontecidas con anterioridad. En la universidad me explican la historia diciendo que cada acontecimiento tiene sus causas y sus consecuencias. Las causas de la caída del Imperio Romano son tales y cuáles, y tales otras son las consecuencias. O sea, la historia como un encadenamiento de hechos que se conectan causalmente entre ellos. Causas y efectos. Yo pienso que esto no es todo, y ni siquiera lo más importante de la historia. Lo que pienso es que el presente es algo así como un resumen, una síntesis de todo el pasado. Todo el pasado histórico permanece de algún modo presente en la actualidad, y seguirá existiendo en el futuro de la misma forma.

—Eso me parece interesante —comentó Lucila. —Estudiando en biología la genética, he sabido que hay algo que es común a todos los seres vivos, y que permanece desde los comienzos de la vida en el planeta hasta hoy. Es el adn, una estructura molecular compleja que almacena la información genética que se va heredando a través de las sucesivas generaciones de los miembros de todas las especies vivientes. El adn de un ser vivo contiene toda la información evolutiva que condujo hasta él, por lo cual se hace posible, analizando el adn de un ser vivo actual, inferir que a lo largo de toda la evolución biológica se conserva y permanece la base de la vida, lo que subyace en todo ser vivo.

Ambrosio se sorprendió de  lo que explicaba Lucila, porque había cierta similitud entre lo que ella decía sobre la evolución de la vida y lo que él pensaba sobre la historia de la humanidad. Después de pensarlo unos momentos continuó:

—Sí, es muy interesante lo que dices, Lucila. Lo que pienso es que también en la historia hay algo que se trasmite, que permanece y que se conserva de generación en generación, de modo que, si pudiéramos conocer enteramente la realidad presente, conoceríamos la historia entera de la humanidad. Porque nada que haya ocurrido deja de marcar su huella en el presente. Todo el pasado, pienso yo, se conserva de algún modo. Los hechos del pasado van sedimentando, formando estructuras. Las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales que tenemos hoy, y que enmarcan y condicionan nuestras vidas, son la historia pasada que pervive en la actualidad. Y lo mismo sucederá con lo que se crea y produce en la actualidad. Nada se pierde, todo se inserta en una realidad histórica que se expande y enriquece. Y esto significa, también, que la historia es una sola, que es la historia de la humanidad como un todo, que tiene un origen común, y por tanto, que tendrá también un destino común que incluye e incluirá a todos los seres humanos.

—Esto que dices, Ambrosio, lo relaciono con otro descubrimiento actual de la genética—. Acotó Lucila. —Todos los seres de la especie homo sapiens, los humanos actualmente vivientes, provenimos de una misma madre, un antepasado femenino común que llaman Eva Mitocondrial, que vivió hace unos 150.000 años, y de un mismo Adán cromosómico.

—En el colegio —intervino Matilde —el profesor de física nos explicó que la energía del universo se conserva no obstante todas las transformaciones que experimenta. Nada se pierde, sólo se transforma. Que la energía de la materia es una constante, que se mantiene siempre la misma independiente del transcurso del tiempo.  ¿Te parece que tiene que ver con tu teoría de la historia?

—Mi intuición sobre la historia, no mi teoría. Y no sé si tiene que ver. Lo que podría en este momento elucubrar, y estoy sólo elucubrando, es que si en la materia hay algo que se conserva, que es la energía, y en la evolución de la vida hay algo que también se conserva, que es la información genética, en la historia debiese haber también algo que se conserva. ¿Qué es lo que se conserva en la historia no obstante sus cambios? Quizá sea algo que pudiéramos llamar espíritu.

—¿Espíritu? ¿A qué llamas espíritu? —fué Lucila la que preguntó.

—No sé qué es el espíritu, no lo sé, y puedo haber usado mal esa palabra. En lo que estoy pensando es que en el transfondo de la historia, o sea detrás de los acontecimientos que van pasando, pareciera haber una identidad que permanece. Que se mantiene a través de los cambios. Algo así como el hecho de que en cada uno de nosotros, que crecemos, cambiamos, nos enfermamos y morimos, hay un yo, una conciencia, una inteligencia racional que nos configura con una identidad única, que es la misma a lo largo de la vida de la persona.

—Explícate más —le dijo Matilde—, que eso me interesa.

—No sé bien como explicarlo. He pensado mucho este tiempo sobre lo que somos los humanos. Y mientras más lo pienso, más vengo creyendo que no somos solamente un organismo viviente que habla, sino un ser pensante, consciente, libre, capaz de tener experiencias poéticas, artísticas, espirituales. Y si es así, la historia, que es la suma de todo lo que vamos viviendo, haciendo, pensando y experimentando los seres humanos, tiene que tener igualmente una dimensión consciente, libre, espiritual. Así como habría en cada uno una realidad espiritual que nos da la identidad y que perdura a lo largo de nuestra vida, también pudiera haber en la historia una dimensión espiritual que nos identifique como humanidad, a lo largo del tiempo y a través de las épocas. Y si fuera así, lo más importante de la historia no serían los gobiernos, los ejércitos, los que organizan la economía, sino los filósofos, los artistas, los poetas, los sabios, que van abriendo para la humanidad el camino hacia experiencias superiores.

Lucila lo escuchaba embelesada. Por las conversaciones que había tenido con el pastor Rolando y con Alberto en Los Andes sabía que Ambrosio tenía inquietudes espirituales y que andaba en busca del sentido de la vida.

—Me gusta lo que dices Ambrosio. Recuerdo que una vez te pregunté si creías en Dios, y me dijiste que no creías, aunque te gustaría creer.

—Sí, lo recuerdo, y no es que ahora sea un creyente en Dios. Sigo buscando una respuesta, porque no me conformo con que nada tenga sentido mas allá de nuestras actividades cotidianas.

—Yo también he pensado mucho en este tiempo. Aunque debo confesarte que mis estudios de biología me llevan más bien a pensar que no somos muy distintos ni muy superiores a los animales en la escala evolutiva. Pero sigo creyendo en Dios, siento que existe, que está conmigo, no sé cómo, pero lo siento así.

Ambrosio, después de pensarlo un momento, les dijo:

—Tendré que presentarles a Gabriel, un amigo filósofo con el que conversamos a menudo sobre estos temas. Les va a gustar, es un hombre que sabe mucho de filosofía, y es también un muy buen fotógrafo artístico.

—¡Eso! Sí me gustaría conocerlo —dijo Matilde.

—¡Esos son los amigos que me gusta tener! —enfatizó Lucila—. No los que sólo piensan en entretenerse y en pasarlo bien.

—Excelente. Hace varias semanas que no lo veo. Hablaré con Gabriel y organizaré un encuentro en su casa, que siempre está abierta para los amigos. Y le diré que se prepare, porque el tema de la conversación será uno importante: si existe o no existe Dios.

Matilde miró la hora.

—Se me ha hecho tarde. Violeta y Renato deben estar empezando a preocuparse porque no llego a la casa. Si no les digo antes que me atrasaré por algún motivo me esperan a comer. Y no les dije que llegaría tarde hoy, así que mejor me voy.

—¿La acompañamos?— preguntó Lucila a Ambrosio.

—¡Vamos! Era justo lo que te iba  proponer. Así conocerás donde vive mi hermanita.

En el bus continuaron conversando sobre lo que estaban aprendiendo en sus estudios.

—Otra cosa que encuentro maravillosa y sorprendente – les dijo Lucila —es que la vida apareció en la tierra, hace unos 3.500 millones de años, en un evento único, minúsculo. Las semejanzas genéticas de todos los organismos vivos indican que un único ser vivo fue el ancestro común de todas las especies vivas existentes en la tierra, que se fueron diferenciando a través de la evolución.

—¿Quieres decir —acotó Matilde —que si ese minúsculo ser vivo inicial se hubiera muerto, no existiríamos tampoco las personas?

—Pues, sí, todos provenimos de ese único ser vivo inicial que dió origen a la evolución. Pero ese ser vivo inicial murió, por supuesto, pero antes de morir se reprodujo y tuvo descendencia. Y los descendientes se reprodujeron, y así fue expandiénsose la vida y asegurándose de que no se extinguiera.

—Pero si sólo se reproducían, hubieran llenado la tierra los mismos y siempre iguales seres vivos iniciales. ¿Por qué no ocurrió así y empezó en cambio la evolución?

—Porque de tanto reproducirse, de repente, por azar, aunque muy rara vez, se producía una mutación genética, o sea, entre los nuevos nacidos aparecía uno algo diferente. Y ese diferente se reproducía, y con el tiempo se producían nuevas mutaciones, dándose de ese modo lugar a la diversidad de las especies, que iban ocupando cada uno un nicho en el planeta. Piensa que si los seres vivos no murieran, y si las especies de mejor desempeño no desplazaran a las menos adaptadas, la evolución se hubiera estancado y la tierra estaría poblada por muy pocas especies diferentes. Pero la muerte y la reproducción, que juntas hacen posible las mutaciones genéticas, garantizan la permanencia de la vida y su diversificación.

Hasta ahí quedó la conversación porque habían llegado a la casa de Matilde. Cuando Lucila y Ambrosio quedaron solos, se tomaron de la mano y en silencio caminaron hasta el Metro, desde donde partieron en direcciones diferentes.

Los días y las semanas siguientes Lucila y Ambrosio se encontraron a menudo. No los martes ni los miércoles en que Lucila iba a trabajar al restaurante. Ni los sábados en que Ambrosio se encontraba con Matilde. En sus encuentros, Lucila y Ambrosio conversaban, iban al cine, cenaban juntos, se acompañaban. Lucila decidió que era mejor no apresurar las cosas declarándole su amor, que ya sabía por variadas señales que era recíproco. ¿Por qué apurar una relación que estaba siendo tan rica, que la hacía tan feliz, y en la que cada vez que estaban juntos se sentían más cerca, más estrechamente unidos?