XXII. Curanto y Música.

Tanto por su trabajo junto a José como por sus salidas y conversaciones con Gabriel, Ambrosio comenzó a mirar  y apreciar de otro modo muchas cosas. Algo importante estaba ocurriendo en su interior, una nueva sensibilidad ante lo bello estaba emergiendo, que le proporcionaba emociones que no había sentido anteriormente y que le producían insospechados placeres. Había descubierto el arte y aprendido a gozar de la belleza que entra al alma sensible a través de los sentidos de la vista, del oído y del gusto y el olfato.

Había pasado un mes desde el encuentro con los amigos de Gabriel. No habían vuelto a encontrarse y Ambrosio se preguntaba si sería efecto de lo que había pasado en el encuentro mismo o de la conversación que tuvo después con Gabriel y Roberto. Como quería saber si había pasado algo nuevo abrió el tema con Gabriel.

—¿Has sabido de Stefania?

—Sí, justamente ayer estuve con ella. Recién volvió de Estados Unidos, a donde fue dos días después de que estuvo aquí. Fue a hacerse unos exámenes y a iniciar un tratamiento. Las noticias no son  buenas. Le diagnosticaron una muy grave enfermedad, leucemia. Esa enfermedad explica que ese día estuviera desanimada y sin energía. También la noté algo pálida. No quería que se supiera hasta no estar segura del diagnóstico. Quedamos de encontrarnos aquí el próximo sábado.

—¿Vendrá alguien más?

—Sí, hay que darle ánimo. Esta vez no invité a Marcos ni a Jorge y Consuelo, porque se trata de que Stefania lo pase bien, hay que darle ánimo. Vendrá Roberto con su guitarra, y también Julia, que canta tan bien. Fue la Stefania que me pidió que la invitara. Me contó que Julia la había ido a ver a su casa el día siguiente, como muy buena amiga que quería acompañarla en el problema que tuviera, y que se había disculpado por haberla molestado ese día. Como ves, te equivocaste por lo menos con ella, cuando dijiste que los movía la curiosidad más que la amistad.

—Me alegra mucho saberlo. Pero lo de Stefania es muy triste. Me gustaría preparar para el sábado un almuerzo especial, algo realmente rico que aprendí con el chef José, y que es capaz de levantarle el ánimo a cualquiera. Claro que para eso tendremos que trasgredir todas las normas alimenticias y espirituales de nuestros amigos hare krishna. ¿O es que hay alguien vegano en el grupo?

—Excelente idea. No, no hay problema con las carnes. Aquí hemos hecho unos asados exquisitos. ¿Qué piensas preparar?

—Ya verás...

—Pero ¿qué hay que comprar?

—No te preocupes, yo me encargo de la comida. Tu piensa sólo en lo que convenga beber. Un buen vino blanco seco y frío sería un acompañante perfecto.

Ambrosio se preparó cuidadosamente preguntando a José los detalles de la receta, las cantidades de cada cosa pensando en un almuerzo abundante para cinco personas, y repasando con el chef los pasos de la preparación para obtener un resultado perfecto.

—Espera que anoto, para que no me falte nada.

El chef le fue dictando: —Para cinco personas serían diez almejas, diez machas, tres puñados de choritos, un puñado de piures, medio kilo de cholgas, cinco chorizos ahumados, cinco trutros de pollo, seiscientos gramos de costillar de cerdo cortado en cinco trozos, cinco papas medianas pero bien escogidas, medio kilo de porotos verdes, una o dos cebollas según el tamaño, un pimiento morrón, seis trozos pequeños de choclo, y medio litro de vino blanco. Yo le pongo también tocino cortado en trocitos, que le dan aún más energía al sabor.

—¿Algún otro secreto de cocina, para lucirme, señor chef? Mira que tengo que levantarle el ánimo a un grupo de amigos y amigas que están en crisis.

—Lo pensaste bien, hermoso, nada mejor que un buen curanto al horno hasta para animar a un muerto. Usa esto que es seguro que no tienen en la casa, pero que es necesario si quieres preparar algo perfecto.

José le prestó del restaurante una fuente de greda.

—La gente por ahí lo prepara en una fuente enlozada o de acero y lo envuelve en papel de alumnio. —Con un gesto de la cara el chef mostró su desagrado de sólo pensarlo. —No hay como la fuente de greda, en la que pones abajo varias capas de hojas grandes de repollo, y lo cubres después también con hojas de repollo. ¡Es otra cosa! Y a fuego lento, sin apuro, que el apuro es lo que echa a perder todos los platos.

—Gracias por la fuente, por la receta y por el consejo. Devolveré la fuente el lunes.

—Y no olvides, hermoso, de acompañar el curanto con una buena ensalada chilena, con tomates escogidos, no muy maduros, pelados y cortados en cascotes, y cebollas moradas nuevas, no muy grandes, cortadas a la pluma y amortiguadas. Agrégale trocitos de queso de cabra y aceitunas deshuesadas, como la preparan en el norte. Yo no le pondría cilantro sino unas pocas hojas de perejil picado, y el ají lo pondría en un platillo aparte para el que quiera agregarlo. Por supuesto, aceite de oliva extra virgen y sal rosada del Himalaya o de Los Andes Peruanos. Pero si no la encuentras no importa mucho porque no creo que tus comensales tengan el paladar tan refinado. Además, no es una ensalada fina pero tiene carácter, el carácter del campo chileno, y acompaña bien al curanto.

—A propósito. El sábado es el día y no vendré esa noche a trabajar.

—Lástima, te echaré de menos; lo entiendo. Pero el lunes, hermoso, tendrás que contarme con detalles cómo te resultó todo.

—Lo haré sin falta. Lo prometo, amigo.

Ambrosio dedicó casi todo el viernes a hacer las compras en el mercado central. Escogió cada producto con esmero, y se gastó en ellos las propinas de más de una semana; pero lo hizo contento, sin pensar en el valor del dinero sino en la calidad de los ingredientes que compraba.

Y el sábado, aunque como todos los viernes el trabajo en el restaurant se había prolongado hasta tarde, se levantó más temprano de lo habitual. Empezó limpiando la cocina y ordenando el living. Recordó lo que había escuchado en el almuerzo con los Hare Krishna: que la comida debía prepararse con amor y devoción. Se planteó que debía prepararse espiritualmente, pero ¿en qué podía consistir aquello? Sus pensamientos lo llevaron a pensar en cada uno de los que compartirían el almuerzo, y se dijo que haría lo posible por complacerlos con una comida que fuera realmente exquisita.

Pensó también que la obra que prepararía tendría una vida efímera pues se la gozaría al máximo en un par de horas; pero recordó lo que una vez le había dicho José, que una verdadera obra de arte culinaria puede perdurar mucho tiempo e incluso toda la vida en la conciencia y la memoría de quienes la han sabido gustar. “Es como un cuadro de Van Gogh, estás sólo diez minutos delante de él, pero la belleza de la pintura te queda adentro para siempre. Y un concierto ¿dura acaso más de un par de horas? Pero deja una huella en el alma”. Eso le había dicho un día el chef, que entendía que su arte culinario no tenía nada de inferior a cualquir otro. Con este pensamiento Ambrosio puso cabeza, corazón y manos a la obra.

Tomó las dos ollas que había en la cocina. Lavó cuidadosamente todos los mariscos, separó las costillas de cerdo y les sacó algo de grasa, trozó los chorizos y el tocino, lavó y eliminó la grasa de los trutros de pollo, todo lo cual fue disponiendo en platos y fuentes en espera del momento en que iniciaría la cocción. En seguida lavó bien las papas porque siguiendo la indicación de José las cocinaría con su piel. Trozó los choclos, preparó los porotos verdes y cortó en gajos las cebollas y el pimiento morrón. Por último lavó y secó las hojas de repoll y fue cubriendo con ellas la base de la fuente de greda, reservando aparte las que necesitaría para cubrir el cocimiento.

Había terminado los preparativos y el paso siguiente era disponer en la fuente todos los ingredientes para comenzar la cocción; pero era importante calcular bien los tiempos, porque si se adelantaba, el curanto ya listo quedaría en espera más de lo debido, y si se atrasaba, los amigos se lo servirían con hambre y eso pudiera llevarlos a ingerir más rápidamente y a impedirles detenerse a apreciar todo el sabor. Es muy temprano, pensó, y justo en ese momento se asomó Gabriel a la cocina. Husmeó todo, sorprendido de la variedad de elementos distribuidos en el mesón de la cocina.

—¿Qué vas a preparar con todo esto?

—Curanto al horno.

—Uh! Maravilloso!

—¿A qué hora crees que llegarán los amigos? ¿A qué hora comenzaremos a servir el almuerzo?

—Les dije que llegaran a la una, de modo que estarán llegando a la una y media, y a las dos podríamos estar empezando a almorzar.

—Bien, es temprano entonces.

—¿Desayunaste?

—No aún. Te estaba esperando para hacerlo. Desayunemos pues.

Mientras lo hacían Ambrosio preguntó a su amigo:

—¿Te acordaste del vino blanco?

—Lo compraré ahora. Y pienso preparar también un  pisco sour.

—¿No será que se emborrachen como la otra vez? ¿Y Roberto que es abstemio?

—En realidad Roberto no es completamente abstemio; él se cuida porque sabe que el licor le hace mal. Creo que hoy, tratándose de algo tan especial como un curanto, apreciará un par de copas de vino blanco. De todos modos tendremos gaseosas y jugos de fruta. Además no viene Marcos, que es al que le gusta llenar los vasos, el suyo y el de los otros.

Justo a medio día Ambrosio comenzó a cocinar. Empezó friendo en una olla grande los mariscos, el pollo, las costillas de cerdo, los chorizos y el tocino. Luego puso sobre las hojas de repollo que cubrían enteramente la fuente de greda, las cebollas, las papas y el pimiento morrón. Encima de esto colocó las almejas, las machas, las costillas de cerdo y los chorizos, todo lo cual sasonó, virtió un poco de vino blanco, y luego cubrió con dos hojas de repollo. Sobre éstas puso una segunda capa compuesta por papas, el choclo, los choritos, los porotos verdes, el tocino, el piure y todo lo que fue quedando de los otros ingredientes que ya había colocado. Sasonó nuevamente y ahora virtió sobre el conjunto una taza de vino blanco. Cubrió finalmente todo con varias capas de hojas de repollo, asegurándose de que cubrieran enteramente lo que estaba dentro de la fuente.

Contempló el trabajo terminado. Iba a poner la fuente al horno pero le asaltó una duda: si la cubierta de hojas de repollo dejara escapar demasiado el vapor el curanto resultaría demasiado seco. Había visto que había en la cocina un rollo de papel de aluminio. Cubrió toda la bandeja con él y, ahora sí, completamente seguro, puso a cocinar la fuente en el horno a fuego mediano, que después bajaría a fuego lento. Miró la hora. En sesenta minutos estaría todo listo.

Se lavó las manos y fue a decirle a Gabriel que ya era sólo cosa de esperar. Gabriel puso el vino blanco en el refrigerador y se puso a preparar el pisco sour, mientras Ambrosio empezó a cortar las cebollas moradas para la ensalada a la chilena.

Media hora después llegó Roberto con su guitarra, y a los pocos minutos lo hicieron Stefania y Julia, que venían juntas. ¿Estaba Stefania más pálida que la vez anterior o era que la veía así influenciado por lo que sabía de su enfermedad? Igual, estaba bellísima. Todos se saludaron cariñosamente. Gabriel les contó a todos lo que estaba preparando Ambrosio, lo que fue muy celebrado y dió pié a que Roberto contara una anécdota que le había pasado en Chiloé. La conversación se encausó hacia recuerdos de vacaciones que habían tenido en distintos lugares de Chile, sin que faltaran las referencias a las comidas típicas de los distintos lugares.

Stefania estaba animada y compartía igual que todos. El único que estaba inquieto era Ambrosio, que cada cinco minutos entraba a la cocina y salía de ella sin haber hecho nada, porque no tenía nada ya que hacer. Hasta que al cumplirse la hora en que debía estar el curanto en el horno lo sacó para comprobar que estuviera listo. Sacó el papel de aluminio que lo cubría, porque José le había dicho que todo estaría a punto cuando comprobara que las papas estaban ya bien cocidas, que era cuando un cuchillo entraba fácilmente en ellas.

Salió de la cocina con la fuente en sus manos enguantadas:

—Todo listo, señoras y señores —anunció solemnemente— . Pero conviene dejar esta hemosa fuente a reposar por al menos quince minutos.

Gabriel comenzó a servir el pisco sour. Roberto dejó pasar la bandeja diciendo que se reservaba para el vino, porque un curanto siempre lo merecía. Ambrosio se dió cuenta en ese momento que se había olvidado de algo, y salió apresuradamente, volviendo algo después con una bolsa de pan marraqueta, especial para untar en los sabrosos jugos del curanto.

El curanto al horno fue un éxito completo, siendo saboreado y alabado repetidamente por todos. Ambrosio estaba radiante. Todos estaban felices.

Cuando una hora y media después la fuente de greda estaba vacía y en los platos quedaban solamente  las conchas de los mariscos, los huesos de las costillas y del pollo, se fue produciendo un silencio, vencidos uno tras otro por la agradable sensación de estar saciados y plenamente satisfechos.

Ambrosio se había esmerado en el arte culinario, y Roberto se sintió estimulado a regalarle también a todos, y especialmente a Stefania, una grata sesión de arte musical. Sabía que Julia lo acompañaría después con su hermosa voz de contralto. Tomó la guitarra y comenzó a improvisar armoniosos acordes y arpegios que dieron paso a la interpretación de melodías sencillas. Solamente después de tocar solo con la guitarra varias canciones, y cuando Julia se le acercó mostrándose ya lista para entonar canciones, hizo un corte en la emisión de sonidos, seguido por un claro aumento en la sonoridad de la guitarra y anunciando así el comienzo de la sesión de cantos.

—En honor a Chiloé, la tierra del curanto que acabamos de compartir, “El Lobo Marino”, letra de Porfirio Díaz:

En una aldea costera / de plomizadas arenas / vivía un viejo marino / que canta pasadas penas. / Fue pescador y lobero / en aquellos años mozos, / ese chilote marino / que como él no hay otro, / ni habrá nunca más. - Hoy recordando el pasado / siente ansias de llorar, / piensa en su bote marino / cuando salía a navegar. / Con las jarcias tiritando, / viene un fuerte ventarrón, / confía en él su gente, / desde la proa al timón. - Suelta esa vela muchacho / que es la orden del capitán, / que un temporal ya se asoma / por las alturas del mar. / Vuelve a su casa tranquilo / de su pesca está gozoso, / los mares ha dominado / ese hombre glorioso / que es de Chiloé. -  Hoy recordando el pasado / siente ansias de llorar, / piensa en su bote marino / cuando salía a navegar”.

Así comenzó una serie de canciones folclóricas chilenas, que Roberto y Julia entonaban y cantaban combinando armoniosamente sus voces dulces y sonoras, y que los demás acompañaron cantando o tarareando y aplaudiendo con entusiasmo.

—¿Qué es para tí la música?preguntó Ambrosio a Roberto en un momento en que se había producido un silencio particularmente prolongado.

—Este silencio que se ha producido al terminar la última canción es parte de la música que estamos esta tarde compartiendo.

Así empezó Roberto a responder la pregunta de Ambrosio, que todos se aprestaron a escuchar. Después de un nuevo pero breve silencio continúo explicando:

—Para mí, la música es sentimiento, emoción, expresados en sonidos y silencios. Pero el artista no expresa el sentimiento inmediato y particular, por ejemplo, la tristeza del que ha perdido a un ser querido, o un amor, sino la tristeza que siente todo ser humano que pierde a un ser querido o a un amor. Por eso la música es representación de un sentimiento o emoción colectiva.

—¿Universal?

—No necesariamente universal. Puede ser la expresión y representación de un sentimiento local, propio de un pueblo, como ocurre en la música folclórica, o de una comunidad con cierta afinidad ideológica, como la nueva canción chilena, o puede ser la expresión del sentimiento de una clase social, o de una identidad étnica, o nacional. Cuando una música alcanza las dimensiones de lo universal, como ocurre, por ejemplo en la música de un Mozart, de un Beethoven, de un Bach, es porque se han alcanzado las cumbres de la expresión musical.

—Me pregunto —intervino Gabriel— si la música es expresión del sentimiento de una comunidad, o es la música la que crea ese sentimiento común, que a su vez genera identidad colectiva.

—Me parece — respondió Roberto — que el creador de la obra musical es quien crea el sentimiento o emoción que, al reproducirse la obra en múltiples interpretaciones, va construyendo la unión de las emociones de muchos, generando identidad y comunidad.

—Pero —acotó Ambrosio— el autor no crea de la nada, del vacío.

—Por supuesto. La canción o la pieza musical surge en un contexto, en un ambiente cultural. Y en todo caso los sentimientos que el creador expresa artísticamente están ya presentes en su propio cuerpo y en su propio espíritu. Lo que hace al representarlos mediante sonidos y silencios es darles una forma, que permite que ese sentimiento individual y particular sea comunicado, asimilado por otros, compartido por un grupo o por una comunidad.

Julia se había mantenido en silencio, escuchando las ideas que intercambiaban sus amigos. Sus ideas y experiencias de la música iban por otro lado, y lo dijo así:

—¡Uy uy uy! Se ve que ustedes tienen mucha filosofía en la cabeza y tratan de expresarla. Yo no sé definir lo que es la música, pero la siento en el cuerpo, en la piel. Hay canciones y piezas musicales que me superan. Cada vez que escucho a Edith Piaf se me pone la carne de gallina y termino llorando. Hay canciones que me calman los nervios, otras que me tensan y excitan, haciendo latir más fuerte y más rápido el corazón. Tengo la música en el cuerpo, y me produce increíbles placeres. Hasta orgasmos he sentido a veces escuchando música. Para vivir la música en plenitud debo dejar que mi cuerpo se mueva libremente, que baile y se exprese, aunque a veces me reprimo cuando estoy en grupo.

La confesión de Julia los dejó a todos pensando. La conocían bien, ella siempre lo exageraba todo, porque todo lo vivía intensamente. Pero la habían visto tantas veces cantar, con su voz extraordinaria, y bailar al son del canto. Era evidente el placer que le producía cantar y escuchar cantar y bailar cantando.

—Es muy raro eso que dices del orgasmo —dijo Gabriel—, porque muchos autores dicen que uno de los efectos principales del arte y de la música es sublimar la sexualidad, los instintos y las pasiones, o sea,  nos las hacen vivir en un  plano estético, donde nos sentimos liberados de los peligros que entraña vivirlas en la realidad del propio cuerpo.

—Bueno, quizá exageré un poco con eso del orgasmo; pero no, la verdad que no. Cuando fui al concierto de los Rollings la verdad es que fue tremendo, canté, grité, bailé, sudé, me mojé. Yo vivo la música con el cuerpo, con todo el cuerpo, y me produce puro placer, incluso cuando me hace llorar.

Esta vez fue Stefania la que quiso decir lo suyo. Ya no estaba tan pálida como al llegar, tal vez porque el curanto al horno, el vino y la alegría del canto la habían animado.

—Qué interesante lo que dices Julia. A mí la música me produce casi lo contrario. Me calma, me serena, me hace sentir amor.  Ya no sé, como creía cuando era niña, si tenemos alma; pero te diría que la música es lo que más me hace pensar en que hay en nosotros algo distinto del cuerpo. Ustedes ven que yo casi no canto, y que apenas bailo; pero escuchar buena música es una experiencia, diría que espiritual. Sobre todo cuando escucho música clásica siento que me conecto con algo que está más allá de mí, que no es corporal, pero que está dentro, muy dentro de mí misma, y que me consuela, me enternece, me produce dulzura y me hace amar la realidad, las personas, la naturaleza, el universo entero.

De este modo cada uno había dicho lo que la música era para ellos: sólo Ambrosio se había limitado a escuchar. Era el menor, y no había tenido ocasión de vivir la música con intensidad, porque en su casa y en el colegio en que había estudiado no era algo considerado importante, y había tenido pocas experiencias de buena música. Pero en esos dos encuentros con los amigos en casa de Gabriel había experimentado algo de todo lo que se había conversado esa tarde.

Y como parecía que ya nadie tenía algo que añadir, Roberto cogió la guitarra y empezó a interpretar una composición músical de estilo clásico romántico, intentando aproximarse a lo último que había dicho Stefania. Era por ella que se habían juntado ese día, ella había estado en la mente de cada uno, aunque nadie lo dijo, para no incomodarla.

Aún a pesar de la circunstancia triste que los había reunido fue una velada realmente feliz, en que habían compartido amistad verdadera, acompañada de los placeres de los sabores del curanto al horno y de los placeres del canto y la música, junto al de la más interesante y profunda conversación. Todo ello sin que sintieran el más mínimo deseo de fumar marihuana y sin haber exagerado en la ingestión de alcohol.

Cuando ya se retiraban Stefania preguntó si era posible encontrarse nuevamente el sábado siguiente, porque quería conversarles algo. Así quedaron comprometidos para un nuevo encuentro.