XXXII. Despedida.

Ambrosio asistió los últimos tres días del retiro sin que le ocurriera mucho que contar. Tal como les había sido anunciado, hubo solamente breves lecturas de autores espirituales, motivadoras de alguna meditación, y el resto fueron largas horas de silencio, caminando por el parque, sentados a la sombra de los árboles, o en la capilla de la casa de ejercicios, en busca o en espera silenciosa de alguna experiencia mística.

Ambrosio estaba inquieto por la inminente muerte que esperaba Stefania. Tenía sentimientos encontrados y se le cruzaba el recuerdo de sus padres, de manera que no pudo lograr, excepto por escasos y breves momentos, el silenciamiento interior que era condición necesaria para tener alguna experiencia de las características que había explicado el sacerdote.

Pasaba también por su mente la idea de hablar con el padre Andrés para contarle que su amiga estaba ya en sus últimos días de vida. Se preguntaba si era el caso de que el sacerdote fuera a verla, como era costumbre entre los católicos. Pero Stefania no era católica, y aún sabiendo ella que se trataba de un cura inteligente y respetuoso, no le había siquiera insinuado algún interés en que la visitara. ¿Eran religiosos los padres de Stefania? No lo sabía, nada que el supiera lo hacía suponer.

Decidió que le preguntaría directamente a Stefania si quería que el sacerdote la visitara. Pero no pudo hacerlo, porque los tres días que duró todavía el retiro, al ir a encontrarse con ella al finalizar las actividades, la encontró siempre dormida.

El lunes Gabriel le contó que Stefania había fallecido. Ambrosio sintió un dolor profundo y lloró, conmovido. Fue grande la tristeza que sintió por la pérdida de quien había llegado a sentir como una amiga y compañera muy querida, con la que había compartido búsquedas y placeres del cuerpo y del espíritu, que los habían unido estrechamente en el breve tiempo en que se conocieron.

El día del entierro se encontraron en el Parque del Recuerdo una gran cantidad de personas, jóvenes que habían sido amigos y compañeros de estudio de Stefania, y familiares y colegas profesionales de sus padres. Allí se encontró nuevamente con el grupito de los amigos que Ambrosio había conocido en la casa de Gabriel.

Gabriel se notaba muy triste y vuelto hacia adentro. Roberto con su guitarra y Julia con su voz divina entonaron algunas canciones de despedida. Jorge y Consuelo se mantuvieron uno junto al otro. Marcos recitó una elejía que había escrito sobre Stefania y su secreto amor por ella, de no muy buen gusto. Con todo, la despedida de Stefania no fue tan triste como pudiera haberlo sido.

Después de que terminó la sencilla ceremonia de despedida todos los asistentes se fueron acercando a los padres de Stefania para abrazarlos y darles las condolencias. Cuando Ambrosio se acercó para abrazar a Violeta,  la madre de Stefania sin dejar de sollozar le pidió que fuera un día a cenar a su casa, porque su esposo y ella querían conversar con él sobre algo que Stefania les había encargado especialmente.

—¿Puedes venir el domingo próximo a la hora del té?

Ambrosio asintió, abrazó a la madre y al padre de Stefania, se despidió de sus amigos y se fue a caminar bajo los árboles del cementerio.

Pasaron cuatro días de tristeza y de recuerdos hasta que llegó el domingo. Violeta y Renato, los padres de Stefania, lo recibieron muy cordialmente y lo invitaron al estudio del arquitecto donde habían preparado todo lo necesario para que estuviera lo más cómodo y distendido posible. Los vió más serenos, menos ojerosos y tristes que el día del entierro de su hija. Le sirvieron té, le ofrecieron unos pastelillos, y fueron directamente al asunto que querían plantearle. Lo inició la madre.

—Dos días antes de dejarnos, Stefania quiso hablar con nosotros, con cierta solemnidad. No era de todos los días encontrarnos los tres juntos, por los horarios de trabajo mío y de Renato. Nos dijo que quería hablar con ambos al mismo tiempo. Nos contó muchas cosas de ella, que quería que nosotros supiéramos, para que la recordáramos tal como había sido su vida. Nos habló de sus amigas y amigos, y de tí muy en especial, Ambrosio. Fue una conversación muy tranquila y cariñosa, que se extendió por varias horas. Fue la despedida, ella estaba segura de ello; nosotros nos resistíamos a creerlo. Pero no es el caso que te contemos todo, porque fueron cosas muy de la familia, de la relación entre una hija y sus padres. Pero hay algo que te atañe a tí. Eso te lo dirá Renato.

—Junto con decirnos que tú le habías alegrado y dado serenidad y felicidad en las últimas semanas y días de su vida, Stefania nos contó que tus padres murieron en un accidente automovilístico hace no mucho tiempo, y que tienes una hermana que vive ahora con unos tíos muy buenos y generosos; pero que son pobres y que no tienen los medios para hacer que pueda estudiar en un buen colegio y llevar una vida sin privaciones.

Renato hizo una pausa, como esperando que Ambrosio asintiera a lo que estaba diciendo.

—Sí, Matilde tiene quince años, es mi hermana muy querida. Un día conversamos de ella con Stefania, que quería saberlo todo sobre mi hermanita.

—Stefania nos pidió que la ayudáramos en todo lo que pudiéramos. En realidad, nos pidió que la adoptáramos como hija, que la tomáramos como nuestra hija, ahora que ya ella no estaría con nosotros. Que la recibiéramos en nuestra casa. Y nos dijo que, de todas maneras, ella quería dejarle a tu hermana Matilde todo lo que era de ella: sus ropas, sus libros, su computador, sus cosas, todo lo que fuera de ella y que pudiera servirle.

Renato miró a Violeta y fue ella la que ahora continuó diciendo:

—Quisiéramos que tu hermana venga a vivir con nosotros, y adoptarla como nuestra hija. No solamente porque fue el deseo y la petición de Stefania, sino porque también nosotros pensamos que el vacío que nos ha dejado su muerte pudiera llegar a sernos menos doloroso. Creemos que Stefania pensó en Matilde, pero también en nosotros cuando nos pidió que adoptáramos a tu hermana.

—Iría al mismo colegio donde estudió Stefania. –Agregó Renato.

Ambrosio los escuchó atentamente, doblemente conmovido. Lo emocionaba que Stefania hubiera pensado en su hermana, y lo conmovía lo que le decían sus padres. Una lágrimas asomaron en sus ojos y las enjugó antes de que rodaran por sus mejillas.

—¿Qué piensas? ¿Te parece posible? Quisieramos tanto poder hacerlo...

Ambrosio lo pensó apenas unos segundos.

—Mi hermanita es una niña maravillosa. Y a mí me duele cómo está viviendo, y la escuela en que está estudiando, que no es buena. Habiendo conocido a Stefania los he conocido algo también a ustedes. Siento que sí, que serían muy buenos padres para ella, que los necesita.

Los rostros de Violeta y de Renato se iluminaron. Ambrosio, después de pensarlo un momento agregó:

—Matilde es una niña, pero ya es grande, piensa y decide por sí misma muchas cosas. Tendrá que ser ella la que decida. Siento, además, que no sería bueno que pensara que viene a reemplazar a Stefania.

—También lo pensé yo dijo Violeta— ; por eso sería bueno que nos venga a visitar, que nos conozca de a poco. También sería bueno que termine el año en el colegio en que está, ya que va quedando poco más de un mes. Podrías venir con ella los fines de semana.

Quedaron en que así lo harían, y que sería Matilde la que finalmente decidiría qué hacer, puesto que era la vida de ella la que estaba en juego.

—¿Y qué hacemos con las cosas de Stefania, que quiso dejárselas a Matilde?

Ambrosio se quedó pensando, hasta que dijo:

—Después. Creo que es mejor no decirle nada a Matilde sobre ello hasta después.

—Bien, pero si viene a quedarse un fin de semana, o los días que sean, se quedaría en la pieza de Stefania ¿te parece?

—Me parece bien, sí, me parece. Pero Matilde es muy sensible, y sobre Stefania me gustaría hablarle yo, contarle de ella, a mi manera.

—Perfecto, sí, es lo mejor.

—Hay otra cosa que nos pidió Stefania —agregó Renato— y que tenemos que decirte.

Ambrosio no podia imaginar qué fuera. Los miró expectante. Fue Violeta que tomó la palabra:

—Esto que te vamos a decir no es algo que Stefania nos pidió, como en lo de tu hermana. Esto nos lo ordenó. Nos dijo que era su última voluntad, que nosotros solamente nos encargáramos de realizarla.

—Ella era así, cuando se le ponía una idea en la cabeza no había nadie que la hiciera desistir —agregó Renato.

—Stefania nos habló maravillas de tí, Ambrosio. Nos dijo que era una gran injusticia, y que sería una pérdida para la humanidad, así dijo ella, que no puedas estudiar en la universidad porque no tienes el dinero para hacerlo. Nos encargó que te pagáramos los estudios en la universidad que quisieras, para estudiar lo que quieras, y que te demos una mesada para los gastos.

—Pero no, eso no lo puedo aceptar —protestó Ambrosio. Stefania es muy buena, me quería mucho, pero esto no, ya es mucho lo que ustedes harán por Matilde.

—Ambrosio, nosotros no podemos dejar sin cumplir la última voluntad de nuestra hija ¿lo comprendes? Fue una orden de ella, la única que nos dió en toda su vida. Además, no sé si te habrás dado cuenta, pero no es el dinero lo que nos falta. Nos harás feliz aceptando, y nos daría mucha pena no poder cumplir lo que quería nuestra hija.

—Mmm, está bien —balbuceó Ambrosio, emocionado—. Veo que tendré que prepararme para dar la prueba de selección universitaria. Falta sólo un mes. Ya veremos cómo resulta eso.

—¿Qué te gustaría estudiar?

—Historia, me fascina la historia.

—Es lo que me dijo Stefania, que serás un gran historiador.

Cuando se despidieron lo hicieron muy cariñosamente, casi como si fueran familia. Ambrosio sintió que Renato y Violeta venían a llenar el vacío que le había dejado la muerte de sus padres. Violeta y Renata sintieron que Matilde y Ambrosio vendrían a llenar en algo el vacío inmenso que les dejó la muerte reciente de su hija.

Ambrosio estaba conmovido. Se quedó pensando en Stefania, que aún habiéndose ido seguía haciéndolo feliz y cambiándole su vida. Miró hacia el cielo y le mandó un beso con la mano, mientras sus ojos se nublaban de lágrimas.