XXXVI. Castigo.

Violeta conversó lo sucedido con Ambrosio, en privado. No estaba segura de que fuera bueno que Matilde escuchara tanta maldad que se tejía en su contra. Le preguntó a Ambrosio qué pensaba él sobre decirle o no a Matilde de lo que se les estaba acusando. Ambrosio fue de la idea de decírselo, pues de todos modos tarde o temprano lo sabría, y era mejor que fuera directamente por ellos y no alguna versión de quizás que fuente. Ambrosio fue a buscar a Matilde, y le contaron todo.

Matilde escuchó atenta, sin sorprenderse demasiado, porque ya tenía claro hasta donde podía llegar la maldad de algunos en este colegio. Conversaron largamente sobre cómo enfrentar la situación.

El día siguiente Matilde fue normalmente a clases, y Violeta acompañada por Ambrosio se presentó en la oficina de la Directora.

—Buenos días, señora Ernestina.

—Buenos días señora Violeta. Tomen asiento, por favor.

—Le presento a Ambrosio. Él es hermano de Matilde, estudia en la Universidad de Chile. Vinimos a conversar con usted porque estamos sumamente preocupados por lo que me contó ayer. Ambrosio está enterado de todo, y como hermano de Matilde está también muy preocupado.

—Sí —confirmó Ambrosio —La verdad es que quisiera tener más antecedentes, porque no puedo creer lo que me han dicho. Conozco a Matilde desde que nació, y no puedo  pensar que sea verdad lo que dicen de ella.

—Quisiéramos preguntarle, por favor, cómo llegó usted a saber lo que pasó.

—Bien, me parece razonable, y comprensible.

Dijo la Directora después de pensarlo unos segundos. En seguida tomó el citófono interno que comunicaba las distintas oficinas del colegio y llamó a la señorita Leonor.

—Necesito que venga a mi oficina para pedirle que corrobore una información. ¿Puede venir ahora?

Antes de que llegara la inspectora Ambrosio le rogó a la directora:

—Por favor, señora, no le diga a la inspectora que soy el hermano de Matilde. No quiero...

Dos golpecitos en la puerta interrumpieron lo que estaba diciendo Ambrosio.

—Adelante, pase, señorita Leonor.

Al entrar, se sorprendió al ver a Violeta acompañada del joven con el que había visto a Matilde abrazados en la plaza. Pensó que él vendría a hacer sus descargos. Pero como lo que había dicho a la directora era lo que le había supuestamente relatado una de las alumnas, hizo como si no lo conociera en absoluto.

—Por favor, Leonor ¿podría decirle a la señora Violeta y a este joven cómo supo lo del comportamiento impúdico de Matilde en la plaza?

—Me lo relató con todo detalle una alumna que estaba realmente escandalizada de lo que había visto.

—Mmm. Por favor Leonor, vaya a buscar a esa chica.

—No me parece prudente señora directora. Ella es muy sensible y no creo que sea prudente someterla a un interrogatorio de la señora Violeta. Ya la otra vez amenazó a una de las chicas.

—No se preocupe —le dijo la directora—, yo me encargo de que nada suceda. Vaya a buscar a la chica, por favor.

            —No me hago responsable, vea usted. No creo que sea oportuno.

—No se preocupe, asumo toda la responsabilidad.

Pasaron diez minutos y la inspectora no llegaba con la alumna. La Directora se asomó a la puerta y las vió venir; pero no desde la sala de clases como hubiese esperado, sino desde la inspectoría. Comprendió que Leonor la había llevado primero a su oficina. No quería pensar mal, pero algo en la actitud con que caminaban hacia ella la hizo sospechar.

La inspectora y Eugenia entraron a la sala de la Directora. Violeta vió que era la misma muchacha que había tratado a Matilde como ‘la huérfana’. La inspectora tomó inmediamente asiento, queriendo presenciarlo todo. Mantenía a Eugenia a su lado y apoyaba su mano sobre el hombro de la muchacha; pero la directora le dijo:

—Señorita Leonor, déjenos por favor, esta es una conversación privada.

La inspectora se alarmó, y replicó de inmediato:

—¿No cree que sería mejor que hubiera un testigo fiel al colegio?

—Señorita Leonor, por favor, déjenos solos.

Leonor se levantó para retirarse del despacho, y la directora se dió cuenta de que al hacerlo daba una severa mirada a la chica, como advirtiéndola o, quizá, amenazándola. Notó también que la muchacha estaba inquieta, incluso quizás asustada.

—Siéntate, Eugenia, no te preocupes. Sólo queremos que nos cuentes lo que viste en la plaza y que ya le contaste a la señorita inspectora.

Como Eugenia permanecía callada la directora le preguntó:

—¿Es éste el joven con el que viste a Matilde en la plaza?

Eugenia miró a Ambrosio por primera vez y dijo:

—Sí es él.

La muchacha estaba muy asustada. Se notaba que no estaba segura de lo que debía decir.

—¿Y tú los viste besuquearse y toquetearse de modo indecente?

Asintió moviendo la cabeza de arriba abajo, pero sin decir nada.

Violeta decidió entonces intervenir y apretarla un poco.

—Eugenia, ya nos conocemos, porque tú me dijiste la otra vez que creías que ‘la huérfana’ era la que robaba en el curso ¿lo recuerdas? A mí no me dijiste que la habías visto, sólo que lo pensabas porque Matilde era la única que se quedaba en la sala durante los recreos. Después dijiste a la señora directora que la habías visto con tus propios ojos robando. ¿Sabes que es muy grave acusar a alguien mintiendo? Te aconsejo que pienses bien lo que vas a decir, porque vendrá un detective a investigar los robos. Dinos ahora, ¿fué este el joven con el que viste a Matilde haciendo indecencias en la plaza? Míralo bien ¿fué él?

Luciana asintió nuevamente con la cabeza pero sin mirarlo.

Fue ahora la directora que le habló:

—Eugenia, no tengas miedo, dinos la verdad. Porque debes saber que este joven se llama Ambrosio, es estudiante en la Universidad de Chile, y es el hermano de Matilde.

—¿El hermano? No puede ser, la señorita Leonor me dijo ... No estoy segura, quizá me confundí y no era él.

Ernestina, con voz de directora:

—Eugenia, ¿qué fue lo que te dijo la señorita Leonor?

Sucedió entonces lo que tenía que pasar. Eugenia se cubrió la cara con las dos manos y se puso a llorar, desconsolada. Lloró largo rato, en un llanto que fue respetado, en silencio, por los que lo presenciaron. Al final, invitada por la directora que le habló a la vez  con severidad y con ternura, Eugenia lo contó todo. La señorita Leonor la acosaba, la obligaba a decir mentiras, amenazándola con acusarla a sus padres y que sería expulsada del colegio si no hacía lo que ella le mandaba. Confesó que no era verdad que hubiera visto a Matilde escondiendo las cosas robadas, y que tampoco la había visto besuqueándose con su hermano en la plaza. También era mentira que a ella le hubieran recientemente robado los útiles escolares. Era la inspectora la que le decía lo que debía hacer y decir, amenazándola, manteniéndola dominada por el miedo, que dosificada astutamente con halagos y caricias.

Violeta, que estaba sentada al lado de Eugenia le tomó una mano y con la otra le acariciaba la cabeza.

—Pobre niña. Y esa inspectora, verdaderamente es una harpía. Esta vez tendrá usted que tomar las medidas del caso, señora Ernestina.

—No lo dude un instante. Por cierto que lo haré. Y a usted le pido mil disculpas, mil disculpas. No sé cómo disculparme. Me encargaré de que Matilde sea respetada como se debe en este colegio. Se lo aseguro, créame que lo haré.

—Se lo agradezco mucho, directora, sinceramente, muchas gracias. En cuanto a Eugenia, obviamente necesita la ayuda de un psicólogo.

Al llegar el día siguiente al colegio la señorita Leonor fue notificada de que estaba despedida y que no podría poner nunca más un pié en el colegio. La directora interpuso también una acusación contra ella en el Ministerio de Educación, por acoso a los alumnos y comportamiento injusto e indecente. Tenía la esperanza de que con eso nunca más pudiera trabajar en la enseñanza escolar.