El padre Pedro era más anciano de lo que Ambrosio se había imaginado. Lo vieron desde lejos porque estaba caminando de un lado a otro en la calle frente a la iglesia. Por los gestos de la cara y su manera de caminar de un lado a otro pensó que era un viejo cascarrabias. Cuando ellos llegaron los recibió muy amablemente. Josefina le dijo que Ambrosio sería su ayudante, y se aprestaba a darle las explicaciones del caso, pero el anciano la interrumpió.
—Ah! Muy bien. Un buen antropólogo debe andar siempre con un asistente, porque no bastan dos ojos ni dos oídos ni una sola cabeza para conocer la realidad. Conversaciones más interesantes que con mis colegas antropólogos las tuve con mis asistentes, que muchas veces descubríeron cosas de las que no me daba cuenta yo mismo, a pesar de mis estudios. Pero entremos. Si son pareja les daré el cuarto grande. Si no, Ambrosio tendrá que contentarse con el cuartucho que ocupaba el sacristán, cuando había uno en esta parroquia.
—¡Al cuartucho! — le dijo Josefina riendo.
Siempre había encontrado muy alegre y entretenido al padre Pedro. Pero esta vez éste estaba realmente malhumorado. Les contó sus cuitas:
—Estoy cesante. ¡Ce-san-te! Cuando tengo solo setenta y ocho años. Primero me despidieron de la universidad. Sí, me despidieron sin despedirme. Me dijeron que tenían que aplicar el reglamento, que establecía que a los setenta y cinco los académicos debían jubilarse, y que yo estaba ya pasado por tres años. Y ahora el obispo, que me está mandando de vuelta a Holanda porque dice que estoy viejo. Me pidió que le dejara la parroquia el mes que viene, y que ya había hablado con la iglesia de Holanda donde me recibirían en las mejores condiciones. ¿Viejo yo? Me encuentro más joven que nunca, porque la juventud se acumula con los años, como deben ustedes saber. Los curas y los antropólogos, mientras más viejos, mejor lo hacemos. Porque a los viejos la gente les cuenta todo, y les creen más que a los jóvenes. A los viejos no les tienen miedo, y por eso se sinceran con uno. Y uno es también algo más sabio. A menos que esté esclerótico, pero ése por suerte no es mi caso. Como he comido siempre sano el doctor dice que el azúcar en la sangre y mis triglicéricos están perfectos. Se lo dije tanto al obispo como al rector, pero no entienden. Son burócratas que creen que porque tienen poder saben más que uno que ha estudiado toda la vida. Lo que pasa es que el rector fue elegido por ser de un partido de izquierda y tiene que darle ascensos a los que lo eligieron. Y el obispo es un momio conservador y reaccionario, un derechista de tomo y lomo, y no le gusta lo que enseño en mis prédicas dominicales.
Se calmó, desahogado.
—Perdónenme ustedes por contarles mis cuitas. Es que estoy indignado. Y, Josefina, parece que ésta será la última estadía que pasarás conmigo porque ya el próximo mes estoy de viaje a Holanda y no creo que vuelva.
—Uy! ¡No sabe cuánto lo lamento, padre! De verdad lo siento mucho, usted no se merece que lo traten así.
—Pero es así, Josefinita, de modo que tendrás que aprovechar bien esta estadía porque el párroco que nombrarán en mi reemplazo es un tarado. Vino a hablar conmigo anteayer. Me contó que el obispo le había encargado que se hiciera cargo de la celebración de la Virgen de las Peñas ¿Me creerás que me dijo que no solamente pensaba insistir en la historia oficial sobre el origen de la Virgen de las Peñas, sino que además combatiría abiertamente el mito popular en que creen los aymaras?
El anciano cura bufaba de ira.
—Y el profesor que me está reemplazando en la universidad es un mediocre. Fue mi alumno durante varios años, uno del montón, que nunca destacó por una idea inteligente. Jamás pensé que pudiera llegar a ser profesor universitario. ¡Y venir a ocupar mi cátedra! Pero sí, tiene buena pinta, habla bonito, aparenta mucho, pero vale poco. Te lo advierto Josefina, no te vayas a entusiasmar con él porque es alto, buen mozo y lo persiguen las estudiantes. Es un mediocre, que me perdone Dios por decirlo! Pero es que estoy muy enojado. Bueno, qué le vamos a hacer. Los dejo, siéntanse como en su casa, que yo ya no la siento mía. Ya conoces Josefina donde está todo. Yo tengo que ir a visitar a una amiga enferma que quiere que le ayude a irse al cielo. Yo qué sé, si acaso hay cielo. Infierno sí, porque lo conozco y está cerca de aquí.
Se levantó y se fue. Ambrosio estaba encantado de la libertad con que se expresaba este cura de acento extranjero. Le cayó muy bien desde que tomó como algo natural que él pudiera ser pareja con Josefina sin plantearse prejuicios ni restricciones para que durmieran juntos. Se dijo que sería muy entretenido conversar con él, o más bien escucharlo, y que aprovecharía cualquiera ocasión que tuviera.
El padre Pedro reapareció en la puerta:
—Olvidaba decirles algo. Tienen ustedes mucha suerte. El sábado próximo en el pueblo de Tarapacá se realizará una Huilancha. Me invitaron y voy a ir. Imagino que querrán acompañarme.
Sin esperar respuesta el hombre se retiró. Josefina alzó la voz esperando que le escuchara:
—¡Es fantástico! Por supuesto que iremos. Es la mejor noticia que podía darme.
Josefina y Ambrosio se quedaron comentando lo que les había contado el viejo antropólogo.
—¿Qué es una Huilancha? Quiso saber Ambrosio.
—No te lo diré. Ya verás que es una experiencia interesante. Si te la explico estarás influenciado por lo que te diga y no vivirás la experiencia de manera inocente, como debe ser.
—Ah! Bien. Pero sí podrás explicarme qué es eso de la historia oficial y del mito popular de la Virgen de las Peñas.
—Sí, y es muy interesante, porque demuestra algo de lo que te conté sobre la flexibilidad y la adaptación espiritual de los aymaras. Ellos recogen elementos que predican los cristianos, como la Virgen María, pero los insertan en su propia cultura. Es al revés de lo que siempre han hecho los cristianos con las celebraciones y cultos de las otras culturas, que las trasladan al contexto cristiano. Te cuento lo de la Virgen de las Peñas.
Ambrosio se dispuso a escuchar.
—El asunto es que desde hace mucho tiempo, dicen que más de 300 años, hay una imagen de la Virgen en un inhóspito y bastante inaccesible lugar, entre los cerros, que se llama Las Peñas, que se ha convertido en un lugar de culto y de peregrinación. Lo interesante son las interpretaciones diferentes que hacen la Iglesia y los aymaras.
Ambrosio escuchaba con una atención tan concentrada que Josefina estaba sosprendida y al mismo tiempo encantada al darse cuenta de la actitud del que sería su ayudante. Consciente del interés de Ambrosio le explicó el relato con sus significados para ambas culturas.
—En el relato oficial de la Iglesia, se dice que un arriero cristiano estaba cruzando el río con una tropilla de mulas para llevarlas bajo la sombra de unos eucaliptos. Es interesante el dato de los eucaliptos, porque los aymaras son conocedores de la flora y de los árboles autóctonos que forman parte de su comunidad y con los que han convivido desde siglos. Pero los eucaliptos fueron traídos por los españoles, y el relato quiere mostrar que son árboles muy buenos por la sombra que producen. Cuando el arriero estaba cruzando el río escuchó los gritos desesperados de una muchacha que estaba por ser atacada por una serpiente enorme y feroz. En este relato la serpiente es mala, representa al diablo que amenaza a la muchacha inocente. Esto hace alusión al mito bíblico del pecado original. En la cultura andina, en cambio, la serpiente es llamada Amaru, es la deidad que comanda los vientos, y es portadora de sabiduría. Bueno, el relato dice que el arriero, al ver a la muchacha en peligro de muerte por el inminente ataque de la serpiente, imploró a gritos la ayuda a la Virgen María pidiéndole protección para la niña amenazada. Ante tal ruego se escuchó una voz que desde las piedras decía que no tuvieran miedo, porque la Virgen vencería a la serpiente. Claro, la Virgen, sin pecado original, que venció a la serpiente según los cristianos. Fue entonces que del cielo cayó un rayo que iluminó el lugar, fulminó a la serpiente y salvó a la muchacha. Fue entonces que el arriero vió que aparecía la imagen de la Virgen María petrificada en un enorme peñasco.
Josefina se dió un respiro. Estaba segura de que Ambrosio había comprendido bien el sentido de la leyenda contada por la iglesia.
—Ahora te cuento lo que dicen los aymaras sobre el origen de la Virgen de las Peñas, que es muy interesante. Cuenta el relato aymara que en un pequeño pueblo del Altiplano llamado Caranguas, se celebraba la fiesta cristiana de la Virgen del Rosario en una iglesia. El celebrante que ese año estaba a cargo de los ritos y que corría con todos los gastos, era pobre, aunque había logrado cumplir con todo lo que debía hacerse en honor de la Virgen. Pero un hombre rico se burlaba de él, lo increpaba por su pobreza, y se ofreció para ser el celebrante el año siguiente, para que se hiciera una fiesta como Dios manda. Así, el año siguiente el templo estaba adornado con todo lujo, lleno de cirios y flores, y la celebración fue acompañada de una fiesta con abundantes comidas y licores. El rico celebrante ostentaba su riqueza, se vanagloriaba de la fiesta lujosa que había organizado, y se burlaba del pobre hombre que había sido el encargado el año anterior. Es bastante claro que el celebrante rico representa a la Iglesia con su riqueza, sus adornos y sus donativos de comida y bebida para atraer a los aymaras, mientras que el celebrante pobre representaba al pueblo. Dice entonces el relato aymara que la actitud del celebrante rico disgustó enormemente a la Virgen, por lo que se produjo un incendio en la Iglesia, y la imagen sagrada de la Virgen del Rosario desapareció. ¿Qué había pasado? ¡Ta-ta-ta-tan! Cuentan que unos pastores que iban atrasados a la fiesta se encontraron en el camino al pueblo con una señora desconocida. Siempre dicen “señora desconocida”, de modo que no la identifican tan claramente con la virgen cristiana. Le preguntan por qué escapaba de Caranguas cuando allá había una fiesta tan hermosa ese día. La señora respondió con tristeza: “Me voy a otro lugar, donde sea venerada en forma más digna”. Y de pronto se transformó en una paloma que voló raudamente con rumbo al noreste. Lo que pasó después es muy interesante. Había en Umagata, un pueblo que estaba a poca distancia de Las Peñas, un gobernador de mal corazón y descreído. Cuando su esposa se enfermó fue a pedir ayuda a un curandero, pero éste no pudo hacer nada y la mujer murió, porque el hombre era malo. El gobernador acusó al curandero de ser un brujo y lo condenó a morir quemado en la hoguera. Era lo que hacían los cristianos con lo curanderos, a los que llamaban brujos, en tiempos de la inquisición. Lo mandó a él mismo a buscar la leña para quemarlo; pero cuando el curandero llegó a las Peñas vió llegar una paloma blanca, que se posó en la gran piedra. Era una paloma hermosa, y pensó que si se la llevaba al gobernador, tal vez éste se conmoviera y lo perdonara. Pero cuando la iba a tomar, la paloma desapareció, al tiempo que en la roca quedó tallada la imagen de una mujer hermosa. El curandero fue donde el gobernador y le contó lo que había visto. El gobernador le dijo que si era mentira lo quemaría allá mismo. Pero era verdad, y lo perdonó. La noticia de la imagen de la mujer en las Peñas se difundió y muchos fueron a verla. Cuando lo supieron los padres franciscanos, dijeron que era la Virgen María, y quisieron sacar de la roca la imagen de la Virgen con golpes de cinceles para llevarla hasta alguna Iglesia donde sería venerada. Pero les fue imposible, porque la roca era muy dura. Esa noche el padre que dirigía los trabajos sintió fuertes dolores en el cuerpo que le impidieron dormir. Y escuchó una voz que le decía al oído: ¿Te duele mucho? Pues yo también siento en el alma los golpes que ustedes me dan. Quiero quedarme en este lugar, y que quienes deseen venerarme deberán sacrificarse para llegar hasta este lugar montañoso. Así fue que el padre desistió de llevarse la imagen de la virgen a una iglesia, y la gente tuvo que ir a venerarla en las Peñas.
Cuando Josefina terminó el relato Ambrosio estaba con la boca abierta. Comentó:
—Lo encuentro genial, lo que hicieron los aymaras. Imagino que la imagen de la virgen era un intento de la Iglesia para introducir el culto a la Virgen María, creando una imagen, un relato milagroso y levantando un santuario, como hicieron en México con el relato del pastorcillo y la imagen de la Virgen de Guadalupe. Pero acá los aymaras le dieron la vuelta al relato. Aceptaron que se trataba de la Virgen, asumiendo la pergrinación al Santuario y la veneración de la madre de Dios; pero todo eso lo integraron en su propia cultura y cosmovisón, creando una historia que ponía en guardia a su gente ante los intentos cristianos de cambiar su cultura.
—Sí, además, para los aymaras no está claro lo que es la Virgen, que es la madre de Dios y de cada uno, y que es también la madre universal, la madre tierra, Pachamama. Y lo más interesante de todo es que la Iglesia viene enseñando el relato oficial desde hace más de trescientos años, porque el escrito al que hacen referencia es de un sacerdote que lo escribió el año 1645. Pero si tú le preguntas a cualquier aymara cuál es el origen de la Virgen de las Peñas, te contará casi con las mismas palabras con que yo te la conté, la historia de la mujer desconocida que se convirte en una paloma blanca y luego en una imagen. Una leyenda que se viene trasmitiendo oralmente por generaciones y generaciones y que todos se la saben de memoria.
—Tenemos que ir a la Virgen de las Peñas ¿no te parece? –exclamó Ambrosio entusiasmado.
—Se puede ir, pero no es tan fácil. Hay primero que llegar a Arica, que son cuatro horas en bus desde Iquique. La peregrinación no es ahora sino en octubre. Yo fui una vez y me costó bastante llegar, no es nada fácil esta peregrinación, que es considerada una de las más extremas del mundo. Actualmente hay un camino asfaltado que parte desde Arica y llega hasta veintitantos kilómetros del lugar. De ahí hay que seguir a pié o en mula, subiendo cerros empinados, cruzando un río. Es fácil perderse, por lo que se recomienda ir con algún grupo guiado por alguien que conozca la ruta.
Al saber esto, la idea de llegar hasta allá se le hacía a Ambrosio aún más atractiva. Ya se las arreglaría para ir algún día.