Cinco días después Ambrosio llegó nuevamente a la casa de Stefania. Ella lo esperaba porque Gabriel se lo había anunciado por teléfono. La ‘nana’ le dijo que subiera, que Stefania lo esperaba.
—Ya conoces su habitación. En seguida les llevo té y algo más.
Stefania estaba sentada en la cama apoyando la espalda en varias almohadas. Tenía puesto un camisón floreado y encima una bata kimono abierta, con el mismo diseño floreado. Un conjunto estudiado que resaltaba la belleza de su rostro, las formas de su cuerpo y la blancura de su piel.
—Discúlpame de recibirte así. No he tenido fuerza ni ganas, hoy, de levantarme; pero estoy muy bien, sin dolores y muy serena, no como el otro día que me encontraron llorando.
La ‘nana’ desplazó junto a la cama una mesita con ruedas sobre la cual había dispuesto tazas, té, azúcar, pasteles y pancitos. Stefania, esa tarde, quiso saberlo todo sobre Ambrosio. Preguntado insistentemente por ella, él le contó su infancia, quiénes y cómo eran sus padres, el accidente que lo dejó huérfano junto a su hermana, la vida escolar. Le contó también la crisis del sentido de la vida que había tenido, y porqué había decidido salir de Los Andes en busca de respuestas y para encontrar un modo de vivir.
—Cuéntame cómo es tu hermana Matilde.
—Cumplió quince el mes pasado, mi hermanita. Es alegre y seria, generosa más que nadie, inteligente, sensible, se preocupa por todos, la quiero tanto. Fui a verla el día de su cumpleaños. Me abrazó tanto que no quería soltarme, me dijo que me echa mucho de menos. Me habló del colegio en que está, que no es como el de Los Andes donde estuvimos antes. Este es un liceo municipal gratuito, con cursos de más de cuarenta niños. Me dió pena saber que está desaprovechando sus capacidades en una escuela donde hay mucho desorden en clase y los profesores no se empeñan en enseñar. Vive con los tíos que tienen tres hijos y hacen lo que pueden, porque son pobres.
Al ver que pensar en su hermana lo entristecía Stefania le cambió de tema.
—Nos contaste el otro día en la casa de Antonio que estuviste con los Aymaras en el norte. ¡Qué interesante su cosmovisión! Es como vivir en un mundo encantado. Gabriel me contó que ustedes se habían encontrado en una celebración de los Hare Krishna. Entiendo que ellos conservan unas tradiciones hindúes muy antiguas.
—Sí, tienen creencias bastante curiosas, pero viven de un modo muy especial, formando comunidades en las que buscan realizar un ideal que los distancia enormemente de la sociedad actual.
Ambrosio quería contarle su reciente conversación con Madayanti a propósito de su enfermedad. Pero bastó que la nombrara y le hiciera una breve descripción de ella y de sus creencias sobre los chakras y las auras para que Stefania quisiera saber todo sobre ella.
—¿Cómo la conociste? Cuéntame tu experiencia con ella.
Ambrosio se resistía, por pudor, a entrar en ciertos detalles; pero Stefania le insistió tanto que terminó contándole todo.
Stefania escuchó su relato encantada. La confianza que Ambrosio le demostraba al contarle esas experiencias tan íntimas le hizo sentirlo más cercano, más confiable, más estrechamente unido a ella de cuanto hubiera estado antes algún otro hombre. Le tomó la mano.
Ambrosio le contó entonces que había ido a ver a Madayanti recientemente para preguntarle si podía hacer algo por ella en su enfermedad. Le relató casi palabra por palabra la conversación que había tenido con ella a propósito de las curaciones.
—Eres lindo, te preocupaste por mí. Te contaré que varios me han dicho que debo ver a adivinas y curanderas, pero aunque me tienta creer que puedan hacer algo por mí, la verdad es que no creo en esas cosas. Reiki una vez me dió una amiga, pero no me ayudó mucho. Pero tu amiga Mada, Mada cuánto?
—Madayanti.
—Ella a tí sí te ayudó, y te agradezco que hayas ido a preguntarle si podía hacer algo por mí.
—También fui a ver a un cura, el padre Andrés, un sacerdote dominico que me recomendó Madayanti. Un anciano sabio, otro cura viejo que me encantó tanto como el padre Pedro que murió en mis brazos.
—¿Sí? ¡Cuéntame! Me interesa mucho lo que conversaron.
Ambrosio le contó con todo detalle la conversación con el fraile. Y terminó diciéndole que estaba decidido a ir al próximo retiro espiritual que daría en dos semanas más.
—Me encantaría ir a mí también. Sí, iré de todas maneras, si me encuentro bien y el doctor me deja hacerlo.
La conversación continuó girando sobre la relación que pudiera haber entre el cuerpo y el alma y cómo ello pudiera tener que ver con las formas de enfrentar la enfermedad. En un momento Stefania dió un suspiro y dijo:
—Me quedé pensando en Mada...yanti. Te voy a contar una cosa. Yo tenía un amigo con el que salimos un tiempo. Nos dejamos, nos separamos pocos días antes de que se descubriera mi enfermedad. En realidad yo lo dejé, porque no lo quería tanto y no quería comprometerme más con él, que me insistía en tener relaciones. El se resistió un poco, pero ni siquiera tanto. Cuando después supe que estaba enferma, me alegré mucho de que ya no estuviéramos juntos; pero sobre todo, de que no estuviéramos enamorados. Porque pensé, y sigo pensando, que tanto para él como para mí era mejor no estar enamorados. Si estuviera enamorada, sufriría mucho más por tener que dejar al hombre que quisiera, y él sufriría demasiado al verme así y sobre todo cuando muera.
—Eres muy linda de pensar así, muy generosa.
—No sé si generosa, porque lo que no quisiera es agregar a esto que me está pasando la tristeza de un amor sin destino. ¿Tu estás enamorado? ¿Tienes pareja?
—No tengo pareja, y no sé si estoy enamorado. Pienso mucho en una chica, Lucila. Fue mi compañera de curso en el colegio, mi mejor amiga; pero no nos vemos hace más de un año y no tengo rastros de ella.
Después de un momento de mirar a Ambrosio a los ojos Stefania le preguntó;
—¿Me encuentras fea, con esta cara pálida y estando cada vez más flaca, y con el pelo ralo?
—No. Te encuentro muy linda, de verdad eres una mujer hermosa.
—¿De veras? ¿Te gusto un poquito?— Y sin emperar respuesta agregó: —¿Me darías un beso?
A Ambrosio la idea de darle un beso se le había cruzado por la mente varias veces desde que la conoció. Se acercó a ella, y ella a él cerrando los ojos, y sus labios se tocaron, apenas entreabiertos. Suavemente al principio, en un beso que poco a poco se fue encendiendo y depertando la sensibilidad de ambos.
—Cierra la puerta— le dijo Stefania, y mientras él lo hacía se sacó la bata kimono y quedó solamente con el camisón que pendía de dos delgadas cintas desde los hombros desnudos, dejando al aire sus brazos dorados y su cuello hasta donde empezaba a verse la redondez de sus pechos. —Quisiera que me abraces, que me acaricies, y acariciarte. ¿Quieres?
Ambrosio se tendió en la cama a su lado. Ella botó al suelo las almohadas que la mantenían sentada. Pasó su mano sobre la cabeza de Ambrosio procediendo con cierta energía a despeinarlo. Después empezó a abrirle los botones de la camisa mientras le decía:
—¿Sabes? Aunque estos días no he dejado de pensar en el espíritu y en la vida después de la muerte, no he olvidado lo que nos dijo Julia el otro día, eso de gozar de la vida y darnos placeres también en el cuerpo.
Ambrosio acercó sus labios al oído de Stefania y le dijo con dulzura:
—¡Eres tan hermosa! ¿Me dejas mirarte, entera desnuda, y apreciar tanta belleza de tu cuerpo?
Stefania le tendió una mano a Ambrosio para que la ayudara a levantarse. Ya en pié sobre la cama dejó caer el camisón y empezó a girar lentamente, con los movimientos más sexis y coquetos que jamás Ambrosio hubiera imaginado en ella. La piel suave y dorada de Stefania resplandecía al ser acariciada por la luz arrebolada de la tarde que entraba por la ventana y que hacía brillar sus senos blancos, redondos y levantados que terminaban en unos firmes pezones rosados. Un rostro perfecto y un cuerpo esbelto, contorneado a la perfección, hicieron la delicia de Ambrosio, y a Stefania temblar de placer al ver el rostro extasiado del joven que la miraba.
Con un contoneo cadencioso de las caderas le hizo ver que su cuerpo era armonioso y atractivo desde cualquier ángulo que se lo mirara. Se atrevió incluso a levantar la pierna derecha hacia el costado, y afirmándose en la muralla con el brazo extendido, hizo reposar la palma del pié por encima de su rodilla, dejando expuesta la entrepierna cubierta de un pequeño triángulo de vello rubio.
¿Era la cercanía de la muerte inevitable lo que le daba esa libertad para hacer lo que nunca antes hubiera imaginado? ¿O la cercanía con Ambrosio originada en el relato de la experiencia de él con Madayanti? Aún así, se sonrojaba, y el rubor de su rostro encendido aumentaba todavía más el resplandor de la piel y el esplendor de su cuerpo.
—¿Te gusto?
—¡Me encantas! Eres hermosa. ¿No sientes mi mirada que descubre y recorre extasiada cada forma, cada ondulación, cada cadencia y cada pliegue de tu cuerpo?
—La siento, sí, tu mirada, y me conmueve, me hace sentir que soy bella. Y siento circular la sangre por donde vas fijando la vista, y me produce un placer que no había sentido nunca antes. Me gusta que me mires, Ambrosio, me gusta de verdad. Y siento que el que hayas descubierto la belleza en mi cuerpo hace que por fin ella tenga sentido. Porque ¿qué sentido hubiera tenido ser bella si muero sin que nadie hubiese nunca apreciado y gozado esa belleza?
Stefania detuvo el contoneo, juntó las piernas con un pequeño salto, y enteramente erguida levantó los brazos con las manos extendidas, hundió el vientre, adelantó el pecho, alzó todo lo que pudo su cuerpo poniéndose en puntillas y estirando el cuello y mirando a Ambrosio a los ojos le dijo:
—¿Sabes? Las poesías del libro que me regaló Gabriel me han hecho ir del cielo a la tierra y de la tierra al cielo, del espíritu al cuerpo y del cuerpo al espíritu. “Creo en tí, alma mía. Pero el otro que soy, no debe humillarse ante tí. Ni tú debes humillarte ante él”, dice un verso. Que el alma no se humille ante el cuerpo, ni que el cuerpo se humille ante el alma ¿te das cuenta Ambrosio lo hermoso que es eso?
—Sí Stefania, pero no pienses más, no pienses más y déjate llevar. Yo quiero ahora conocer tu cuerpo con mis manos, decubrir su suavidad y su textura. Quiero gozar con cuerpo y alma tu cuerpo hermoso y sexi y tu alma bella y buena.
Stefania lo miró con amor y deseo. Se tendió de espaldas en la cama y Ambrosio, a su lado, comenzó a deslizar sus manos sobre los pechos suaves y firmes de la joven, e hizo girar sus dedos sobre los pezones rosados que se levantaban endurecidos. Fue bajando su mano derecha por el costado y las caderas de Stefania, sintiendo que el cuerpo de la mujer temblaba con sus caricias. Y de ahí en adelante fue aplicando todo lo que había aprendido con Madayanti para dar el máximo placer a esa mujer fantástica que se le entregaba sin reservas, tratando de no apurar su propia excitación. Recorrió todo entero el hermoso cuerpo de Stefania con las manos, con los labios, saboreando los aromas que despedía cada parte a la que acercaba su boca y su nariz, intercalando movimientos y pausas, caricias suaves y presiones intensas, pero siempre con ternura, consciente de la debilidad y de las pocas fuerzas del cuerpo de Stefania, que no cesaba de temblar de placer. Acompañó los latidos acelerados de su corazón con susurros y palabras al oído, dulces pero sin inhibiciones, hasta que finalmente Stefania le pidió que entrara en ella, y sus cuerpos se fundieron en un cadencioso y prolongado espasmo de placer, que terminó cuando los dos se sintieron plenamente dichosos de haberse conocido y amado de ese modo tan intenso.
Cuando una hora después la madre de Stefania se asomó a la puerta, notó que su hija ya no estaba pálida, que había recuperado el perdido color saludable de su piel, y que Ambrosio, despeinado, tenía la mano de ella entre las suyas. Viendo la bata kimono tirada a un lado de la cama desordenada les regaló una sonrisa cómplice, intuyendo lo que había pasado entre ellos. Con un guiño dirigido a su hija cerró suavemente la puerta para dejar que los jóvenes continuaran gozando de la mágica ternura que los envolvía. Hacía tiempo que quería que su hija tuviera lo que esa tarde tuvo. Bajó la escalera en puntillas, contenta como no lo había estado desde que supo de la enfermedad de su hija.
Casi una hora después Ambrosio y Stefania se despidieron.
—Gracias Ambrosio, fue maravilloso, tú eres un chico maravilloso, y yo estoy feliz de haberte conocido.
—Yo también estoy feliz, por mí y por tí.
—Lo sé, Ambrosio; pero tengo ahora que decirte algo parecido a lo que te dijo Mada ...yanti: que esto que acabamos de vivir no volverá a suceder entre nosotros. Mi decisión va por el otro lado: aprovechar lo que me queda de vida para el espíritu. Siento que esto de hoy ha sido un momento fantástico, maravilloso, algo que yo necesitaba vivir. Me atrevo a decir que fue para mí algo casi espiritual; pero no quiero quedar atrapada en esto que, siendo tan rico, no es lo que busco y que más necesito en este momento delicado de mi vida.
—No te preocupes, amiga. Soy yo el que te agradezco lo que hoy me has regalado. Sí, yo sentí también que junto a nuestros cuerpos se fundieron nuestros espíritus, en una relación tierna y traviesa. Lo guadaré como un secreto, como algo que recordaré siempre, junto con el cariño que te tengo.
—Además, dentro de tres días vuelvo al hospital, no sé por cuantos días. Díselo a Gabriel para que me vaya a ver. Y no te olvides de avisarme si te decides a ir al retiro con el fraile, por si pudiera ir yo también.
Cuando llegó a la casa Gabriel estaba tomando cerveza y conversando animadamente con una joven que Ambrosio no conocía. Se veían contentos y animados. Le dió la impresión de que fueran algo más que amigos.
—Ella es Laura. Y él Ambrosio. ¿Cómo encontraste a Stefania? ¿Estaba bien?
—Si, estaba bien, mucho mejor que el otro día. Pero el lunes la llevarán nuevamente al hospital por exámenes y radioterapia. Te mandó saludos y el recado que no dejes de ir a verla.
Diciendo esto Ambrosio se retiró a la pieza y dejó a Gabriel y a su amiga en su amena charla. No quería interrumpirlos, y además, quería estar solo, pensar en lo que había sucedido esa tarde. E intentar revivir y grabar en su memoría cada forma y cada color y cada ondulación del cuerpo de Stefania, y cada palabra, cada caricia, cada sensación, todo lo que había vivido junto a su bella, tierna, sexi y enferma amiga, consciente de que aquello nunca se repetiría.