El tercer día del retiro comenzó con la lectura de los primeros versos del Génesis, que muestran al espíritu de Dios que va creando la luz, las aguas, el cielo, las estrellas, las plantas, los animales, y finalmente al hombre y a la mujer. Después de cada cosa que crea dice: “Y vió Dios que era bueno”.
—Voy a comentar algo de este texto tan conocido —dijo el padre Andrés al terminar la lectura—. ¿Qué significa que algo sea bueno? ¿Cómo entiende Dios lo que es bueno? ¿Qué es lo que vé cuando dice: “Vió que todo era bueno”? Me parece que la respuesta está implícita al final del texto, cuando leemos que la creación termina el sexto día al crear al hombre y la mujer, que son su imagen y sus semejantes, y que todo lo creado es puesto al servicio de nosotros. Después de decirlo enfatiza: “Vio Dios todo lo que había hecho, y que era bueno en gran manera.” O sea, los humanos seríamos el fin de la creación; con el hombre termina la creación, pero comienza la historia.
El sacerdote guardó un momento de silencio para que los participantes en el retiro tuvieran tiempo de asimilar lo que había dicho. Después se preguntó:
—¿Qué quiere decir todo esto? Pues, que el sentido de la creación no es otro que dar comienzo al desarrollo de los seres humanos. Entonces hay que preguntarse ¿en qué consiste el desarrollo humano? Para responderlo hay que comprender qué somos los humanos. Y en el texto que leímos está la respuesta: somos “imagen y semejanza de Dios”. Pero ¿qué quiere decir eso de que somos imagen y semejanza de Dios? Significa no otra cosa sino que somos espíritu, seres espirituales. Fíjense que el texto que leímos dice que al comienzo, antes de la creación del universo, el Espíritu de Dios volaba sobre el caos y las tinieblas. Si Dios es espíritu, lo único que puede serle semejante es algo que sea también espiritual. Y es interesante que, de todas las cosas creadas dice que “son buenas”; pero sólo de los humanos dice que son semejantes a Dios, y agrega que esto es “bueno en gran manera”. Habría que concluir que el sentido y el fin del hombre, y por ende de toda la creación, es el desarrollo del espíritu. El propósito de Dios sería que evolucionemos para ser cada vez más espirituales. En eso consiste el amor de Dios, en el desarrollo de nuestro espíritu, o sea, en el conocimiento de la verdad, en la intuición de la belleza, en la apreciación y realización del bien. Todo ello en nosotros mismos, desplegando nuestra humanidad.
El padre Andrés hablaba con entusiasmo, aunque no por eso dejó de notar que Ambrosio escuchaba pero estaba intranquilo, que algo de lo que se había leído y de lo que él decía le molestaba, le hacía ruido. Intuyendo que tenía alguna pregunta que no se atrevía a plantear lo animó a hacerlo:
—Ambrosio, creo que algo te inquieta de lo que estoy diciendo. ¿Quieres compartirnos lo que estás pensando?
—Es que no todo es bueno. Mis padres murieron en un accidente, y una amiga se está muriendo de leucemia. Y a otra amiga la violaron siete tipos malvados, en una empresa que explota a los trabajadores, con el apoyo de unos políticos que están coludidos con ellos. Es cierto que hay bien en el mundo, pero hay también demasiadas cosas que están muy mal.
—Lo sé, lo sabemos todos, Ambrosio. Los teólogos hablan del ‘misterio de la iniquidad’, de que el mal es un misterio. Yo he pensado mucho en esto, y he llegado a darme una respuesta, que es la que esboza Platón en uno de sus Diálogos socráticos, uno que es poco conocido, el Lisys, que trata sobre la amistad.
Ambrosio recordó que Gabriel lo había nombrado en una de sus conversaciones. El padre Andrés continuó explicando sobre el mal:
—Dice Platón que la verdad, la belleza y el bien son lo más importante que buscamos en la vida. Se darán ustedes cuenta de que es lo mismo que estamos ahora nosotros buscando en estos ejercicios. Pues bien, Sócrates dice a los jóvenes que lo estaban escuchando, que cada uno de nosotros no es ni enteramente bueno ni completamente malo; pero buscamos el bien, alejándonos del mal que no queremos; no somos ni hermosos ni feos en plenitud, pero buscamos lo bello, alejándonos de la fealdad que no queremos; no tenemos la verdad ni el error, pero buscamos la verdad, alejándonos del error. O sea, Platón decía que aspiramos al bien a causa del mal, a la verdad a causa de la ignorancia, a la belleza a causa de la fealdad.
Dejó pasar un largo minuto antes de continuar:
—Piensen en esto: si el universo creado por Dios fuese perfecto y sin mal alguno en él, todo quedaba concluido en esa obra de Dios, que permanecería quieta, inmóvil, sin desarrollo posible. No habría historia humana, ni desarrollo espiritual, porque todo estaría cumplido. No tendríamos nada que hacer nosotros. Ni buscar el conocimiento, que sería innecesario; ni crear obras de arte, porque todo sería plenamente bello, ni tendría sentido hacer el bien, porque ya estaría hecho. Y entonces, tampoco seríamos libres, porque no habría nada que escoger, ni motivo alguno que nos llevara a preferir una cosa sobre otra. Si no existiera error no habría verdad que buscar; si no existiera fealdad no habría belleza que crear. Si no existiera el mal no habría nada que nos impulse hacia el bien. ¿No te parece, Ambrosio?
—Lo pensaré. No es fácil de entender, pero lo pensaré.
—“El mal es un bien oculto”, esto lo dijo Enrique Suso, un místico alemán del siglo catorce. Pensemos en esto, y tratemos siempre de encontrar ese bien que se esconde detrás de lo que se nos aparece y presenta como malo.
Con eso el anciano sacerdote dió por concluida la explicación del día. Se sivió un sorbo de agua y agregó:
—Dejemos por ahora hasta aquí la especulación filosófica y vayamos al ejercicio práctico de hoy. Iremos al mismo árbol junto al cual primero buscamos lo verdadero, después lo bello, y donde ahora intentaremos descubrir lo bueno. Dejaremos de lado, olvidaremos las normas morales que fijan en reglas de conducta lo bueno y lo malo. Buscaremos apreciar el bien en el servicio que nos prestan el árbol, las nubes, los pájaros, el viento, y llegar así a una cierta claridad de conciencia sobre lo que es el bien. Trataremos de ver el bien con la mirada de Dios, esa del Génesis cuando dice: “Y vió Dios que era bueno”. Después cerraremos los ojos, y entraremos en nuestra intimidad. Trataremos de hacer una profunda introspección, tendiente a conocernos a nosotros mismos con total honestidad. Es posible que este ejercicio sea doloroso, porque en nuestro interior están vivas todas nuestras acciones anteriores, nuestros deseos, nuestras frustraciones, lo bueno y lo malo que hayamos pensado, sentido, realizado. Si alcanzamos a tomar conciencia plena de los valores, necesidades, intereses y deseos que nos mueven, podremos evaluar cuán cerca o lejos estemos del bien tal como hayamos llegado a verlo, con mirada espiritual, en el árbol, los pájaros, las nubes, el viento.
Todo esto Ambrosio lo fue recordando mientras iba camino a encontrarse con Stefania esa tarde. La práctica, que el padre Andrés había llamado “despertar de la conciencia moral” no le había aportado mucho, tal vez porque se había distraido pensando en el problema del mal y en la explicación que había propuesto el anciano.
Cuando se encontró solo con Stefania la notó más pálida que el día anterior, y con el ánimo bastante decaido. Se sentó a su lado en la cama, y tomó su mano izquierda entre las suyas mientras le preguntaba:
—¿Cómo estuvo hoy tu día?
—Bien, más que bien... Creo que tuve una intuición de lo bello, diría que fue una bella intuición de lo bello. Y tuve además una emoción intelectual, porque mirando por la ventana y sintiendo la belleza de esos árboles y de los pájaros que revoloteaban en sus ramas mecidas por la brisa, mientras al fondo pasaban las nubes blancas, comprendí que si esa belleza tenía sentido, era que yo la descubriera y admirara. Recordé esa tarde en que sentí y supe que la belleza de mi cuerpo tenía sentido porque tú la descubriste y admiraste mirándome desnuda. Pensé que la hermosura de mi cuerpo no hubiera cumplido su sentido si nunca nadie la hubiese apreciado. Y recordar esa vivencia me llevó a pensar en Dios, o en quien sea el creador de la belleza del paisaje. Sentí y supe, que toda la belleza del universo ha sido creada para nosotros, y que apreciándola nosotros íntimamente nos hacemos bellos por dentro. ¿Y será que el sentido final de nuestra apreciación de la belleza no sea otro que embellecer nuestra alma, y llevarnos a pensar en su creador, y a amarlo por haberla creado?
Ambrosio notó que mientras le hablaba el rostro de Stefania se iba animando y que sus ojos se iluminaban. Y como ella se quedó mirándolo en silencio como si estuviera descubriendo la belleza en sus ojos y en su rostro, sólo atinó a repetir lo que le había escuchado decir:
—El sentido de la belleza es que nosotros la admiremos, sí, puede ser que sea así.
Stefania se dió cuenta de que Ambrosio había comprendido sólo en parte lo que había querido decirle. Pensó que él no podía entenderlo plenamente, porque la vivencia de que el sentido de la belleza de su cuerpo se cumplió cuando él la había descubierto, había sido de ella y no de él, en aquella ocasión que recordaba con secreta emoción. Comprendiendo que lo que se siente íntimamente no siempre se puede comunicar con palabras, se limitó a agregar:
—Pienso que esta práctica de la contemplación estética hay que hacerla muchas veces para ir profundizando la intuición, para expandir paso a paso nuestra capacidad de vivenciar la poesía de la realidad.
—Es lo que nos dijo el padre Andrés al comenzar los ejercicios: que estas prácticas debieran ser realizadas muchas veces por cada uno, y que no hay que preocuparse si al comienzo no nos abren a la vida espiritual, porque ésta no es fácil. Es un camino de toda la vida, en el cual va emergiendo el espíritu que hay en cada uno de nosotros.
—Pero yo no tengo mucho tiempo por delante, y además estoy débil y me canso de cualquier cosa. Pero, en fin, estoy feliz de haber encontrado este camino, que la mayoría ni siquiera llega a imaginar que existe.
—Nos dijo también el padre que la humanidad se va abriendo a la vida espiritual en un proceso de evolución que dura siglos y milenios. Que algunas personas especialmente inteligentes y sabias, y poetas particularmente sensibles a la belleza, y santos del más elevado sentido moral, van abriendo el camino que poco a poco vamos siguiendo todos los demás.
—Estaba pensando en tí, y me decía que debieras estudiar filosofía. Algún día tendrás que ir a la universidad.
—Sí, pero ahora no puedo. Quisiera, y creo que más adelante podré hacerlo, cuando Matilde sea mayor de edad. Por ahora tengo que trabajar para vivir yo y aportar a su mantenimiento donde los tíos. Cuando pueda estudiar, no será filosofía, sino historia. Me interesa mucho la historia, pero no como la enseñan en el colegio, reducida a las guerras y a los gobernantes, sino abarcando la historia de las civilizaciones, de las religiones, de las culturas, de las artes, y también de las filosofías y las ciencias. Pienso que el secreto de la vida humana, y de la sociedad, y de esto que hemos estado llamando espíritu, hay que descubrirlo estudiando la historia.
Stefania lo escuchaba admirada de la inteligencia que demostraba en cada cosa que decía. Se limitó a hacer un gesto de asentimiento con la cabeza. Ambrosio agregó:
—Y ¿sabes de qué me estoy dando cuenta?
—No. ¿De qué?
—De que este año he estado viviendo experiencias que me conectan con mucha historia de la humanidad, con resabios de varias épocas, culturas y pueblos del pasado. Los Krishna están conectados con la historia de la India de hace seis milenios. Madayanti hablaba de saberes sánscritos inmemoriales. Con Gabriel hemos hablado de la filosofía de la antigua Atenas. Los evangélicos me acercaron a los orígenes del cristianismo. Compartí con los aymaras, una cultura de mil quinientos años. Y estos ejercicios del padre Andrés me parecen sacados de los monasterios medievales.
—Y ten en cuenta que conmigo, con Gabriel y nuestro grupo de amigos, a través de las canciones, las poesías, la marihuana y las conversaciones, te hemos acercado un poco a la vida y la cultura moderna. Me parece que, después de todo, has tenido mucha suerte. Y yo he tenido la suerte de conocerte y de que me estés acompañando aquí y ahora. Pero estoy cansada. Dejaremos para otro día que me cuentes los ejercicios de hoy.
Al decir esto Stefania apoyó su cabeza en el hombro de Ambrosio y cerró los ojos. Unos minutos después dormía plácidamente. Así los encontró la mamá de Stefania que venía a acompañarla como todas las noches.
—Gracias, Ambrosio —le dijo cuando él se despedía cuidando de que Stefania no se despertara—, eres muy importante para mi hija ¿lo sabes verdad?
—Sí, nos hemos hecho muy buenos amigos, y nos queremos mucho.