XXI. El Arte

Invitado por Gabriel, Ambrosio se instaló en su casa. Tuvo la suerte de encontrar un trabajo de mesero en un restaurante de cocina refinada, en el que debía atender a los clientes en la hora de la cena. Las propinas que le daban eran bastante buenas, lo que le permitió compartir con Gabriel los gastos de la casa y apoyar la mantención de su hermana con los tíos.

La experiencia en el restaurant le hizo descubrir otro aspecto interesante de la vida: el placer de la comida y el arte culinario. El chef de cocina de nombre José, era un entretenido personaje de mediana edad, bajo de estatura y de cuerpo ancho y redondo pero no panzón sino armonioso en las formas de su cuerpo voluminoso. Se desplazaba con agilidad de un lugar a otro de la cocina y entre las mesas ocupadas por los clientes, a quienes interrogaba sobre los gustos de las comidas mientras él mismo alababa su arte. Los movimientos de sus manos y del rostro eran delicados y tenían un aire afeminado, pero no resultaban amanerados sino perfectamente naturales y conformes con su personalidad.

Desde el primer momento en que lo vió, se despertó en José un sentimiento de afecto por Ambrosio, al que no llamaba por su nombre sino que, del modo más natural del mundo, le decía “hermoso”. El chef había encontrado en el joven a alguien que se mostraba realmente interesado en su arte culinario. Ambrosio le hacía preguntas y lo escuchaba atentamente cuando José le explicaba las combinaciones de sabores que buscaba en cada una de las comidas que preparaba.

Cuando estaban conversando o se encontraban uno al lado del otro, a nadie podía pasar desapercibido el contraste entre esas dos personas tan distintas y sin embargo ambas con su propia y muy diferente hermosura. Ambrosio era alto y cuando conversaban tenía que bajar la mirada para encontrar la de José, mientras que éste debía levantar la cabeza hasta alcanzar una posición casi vertical. Contrastaba también la armónica gordura del hombre con la esbelta delgadez del joven, el pelo negro y algo ralo del primero y la abundante cabellera rubia del segundo, así como también el color moreno de la piel de José y la piel blanca de Ambrosio. Y resultaba especialmente curioso ver a esta pareja dispareja cuando se daba la casualidad de que se desplazaran uno al lado del otro entre las mesas. El chef lo hacía con pasos cortos pero muy rápidos y con movimientos ondulantes hacia un lado y hacia el otro, mientras que Ambrosio caminaba dando trancos largos y reposados, y con el tronco y la cabeza que se inclinaban hacia adelante y hacia atrás.

Al poco tiempo Ambrosio comenzó a apreciar a José como un buen amigo, mientras el chef apreciaba a Ambrosio como puede hacerlo un profesor con un alumno destacado y preferido. José había tomado la costumbre de dar a Ambrosio detalladas explicaciones sobre los sabores y sus combinaciones en los distintos platos que preparaba. Todas las noches el chef se retiraba al menos una hora antes de que Ambrosio pudiera hacerlo pues debía atender a los comensales hasta que abandonaran el restaurante. Antes de irse José acostumbraba informar a Ambrosio sus proyectos del día siguiente.

—Hermoso, mañana agregaremos una nueva esquisitez, conejo escabechado, ya vas a ver lo delicada y deliciosa que es esa carne blanca y de un sabor dulce muy especial que yo sabré resaltar para nuestros parroquianos.

Ambrosio se fue haciendo también muy útil para el chef, pues tomó la costumbre de preguntarle a los clientes cómo encontraban los platos que les servía. Cuando le preguntaban, él les daba detalladas explicaciones de los ingredientes y condimentos, y en ocasiones se atrevía a hacer elogiosos pero siempre pertinentes comentarios sobre los sabores. Esto resultaba muy halagador para José, porque invariablemente Ambrosio le reportaba opiniones muy positivas y a menudo entusiastas.

Demás está decir que los dueños del restaurante estaban cada vez más satisfechos de contar con estos dos trabajadores, que ya formaban parte de los atractivos del restaurante y que contribuían a que cada noche las mesas se hicieran pocas para tantos comensales. Un día los llamó a su oficina, a los dos juntos, y les dijo que por su buen desempeño había decidido premiarlos con un aumento del veinte por ciento del sueldo. Al volver a la cocina muy contentos por la noticia, José aprovechó la ocasión para darle un abrazo al joven. Fue el mayor y en realidad el único acercamiento físico en todo el tiempo en que habían trabajado juntos.

José se había enamorado de Ambrosio sin darse cuenta y sin haberlo querido. Lo supo una noche en que Ambrosio no llegó a trabajar. En esa ocasión, aunque empezó como siempre a dirigir y realizar los trabajos de la cocina con el entusiasmo y alegría habitual, su ánimo se fue apagando y terminó malhumorado. Ambrosio lo sospechaba, pero no se inquietaba por ello puesto que el chef se comportaba de manera absolutamente correcta con él y nunca le había insinuado nada de tipo sexual. El amor de José por Ambrosio se sublimaba en el arte: el chef se esmeraba en producir cada noche sabores nuevos, delicados, armoniosos, placenteros, y ofrecer los platos combinando los colores de modo que fueran verdaderas obras de arte visuales.

Por su parte, y de tanto que conversaban sobre platos y sabores, Ambrosio se fue interesando cada vez más en el arte culinario y aprendió muchos secretos de la preparación de las comidas que el chef tenía la generosidad de prodigarle. Lo que iba aprendiendo Ambrosio lo trataba de aplicar después en la práctica, con el resultado de que pronto se hizo cargo de la cocina en la casa de Gabriel, que por esto estaba también encantado.

Durante el día Ambrosio a veces acompañaba a Gabriel en sus ‘salidas de caza’, como llamaba éste a sus paseos por la ciudad provisto de su cámara fotográfica. ¿Qué buscaba? ¿Qué intentaba cazar?

Ambrosio no sabía qué era exactamente la fotografía artística, pero había visto algunas fotos tomadas por Gabriel que lo habían conmovido. Su idea de la fotografía se basaba en lo que entendía que era la cámara, tal como la había estudiado en el colegio durante las clases de óptica: una caja oscura que al dejar pasar la luz durante un instante por una pequeña apertura o diafragma, accionado por un obturador, reproduce fielmente la imagen externa encuadrada y enfocada por el aparato. Con esa idea se imaginaba que lo que hacía Gabriel era buscar lugares, paisajes o escenas hermosas o significativas, y que encuadrándolas, enfocándolas y permitiendo una mayor o menor entrada de luz según el tiempo de exposición, lograba obtener imagenes hermosas que reproducían la escena o paisaje encuadrado. Si la realidad encuadrada era bella y la técnica del fotógrafo correcta, se obtenía una buena fotografía.

Gabriel le fue explicando que, en cierto nivel físico la fotografía era eso; pero que la fotografía artística era algo mucho más profundo. La pregunta que inició la conversación era la obvia según la noción que Ambrosio tenía de la fotografía:

—¿Qué tipo de escenas o imágenes es lo que te gusta fotografíar? O sea, ¿qué es lo que sales a cazar con tu cámara?

—Es muy distinto cuando hago el oficio de fotógrafo en eventos sociales, matrimonios o fiestas, que lo que hago cuando me pongo el sombrero de fotógrafo de arte. Cuando actúo como fotógrafo en los eventos sociales, lo que hago es simplemente capturar todo lo que allí ocurre que pueda interesar a las personas. Lo fotografío todo y así ellos tendrán las fotos que les permitirán recordar en el futuro lo que hicieron y compartieron. La fotografía periodística, en la que también a veces incursiono, es parecida a eso: se trata de captar lo más fielmente posible un suceso, un hecho, por ejemplo, al jugador en el momento exacto en que golpea la pelota y hace el gol. O sea, se trata de reproducir la realidad tal como es, los hechos tal como ocurren, destacando lo que pueda interesar a la gente.

—Y la fotografía artística ¿no reproduce también fielmente los rostros, las escenas y los paisajes?

—Para obtener una fotografía artística debo estar en un estado interior especial. Es una suerte de conexión con la realidad externa, un estar sumergido en ella. Una fotografía verdaderamente artística se logra cuando se produce un encuentro o unión entre lo que te ocurre internamente y lo que está pasando fuera. Si lo que ves en el entorno no te emociona, no puedes obtener una buena fotografía.

—Pero, igual, la fotografía reproduce la realidad.

—Sí; pero el arte no consiste en reproducir objetivamente realidades que te gusten, sino en representar. Reproducir y representar son cosas muy distintas.

Gabriel se había acostumbrado a esperar las preguntas de Ambrosio, que siempre eran precisas,  en vez de darle por su cuenta discursos explicativos.

—Entonces ¿qué buscas representar en tus fotos de arte?

—A ver. No es tanto que busque algo, sino que ocurren cosas entre la realidad exterior y mi interior. Digamos que busco emociones estéticas. O quizá más precisamente, intuiciones estéticas, porque no se trata de emociones en el sentido psicológico, de por ejemplo, encontrar que algo es divertido, o alegre, o triste. Es algo más profundo, que no sé definir bien, pero cada vez que lo experimento sé que ha pasado, o que he encontrado, o que me he conectado con algo que trasciende el hecho mismo enmarcado en el espacio y el tiempo.

—Quiero entender bien. ¿Qué haces para encontrar esas intuiciones estéticas?

—Para encontrarme con esas intuiciones simplemente miro, atentamente, la realidad. Observo y aprecio lo que pasa delante de mis ojos mientras paseo y recorro diferentes lugares. Pero no en cualquier momento puede generarse la intuición estética, porque no es la cosa que te la produce. Se requiere un estado interior, una conexión por la cual te sumerjes en lo que ocurre fuera de tí. Sólo cuando observo la realidad en ese estado interior, puedo sentir la intuición que representaré mediante la fotografía.

—¿Qué es lo que miras de la realidad?

—Observo los juegos de luces, las combinaciones de colores y de sombras, las formas que van configurando las cosas al moverse unas en relación a las otras, las escenas humanas que son portadoras de alguna belleza que me emociona y me resuena dentro. Ocurre de improviso, sin que medie nada especial. Siento, intuyo, admiro algo que me conmueve por su belleza, por su armonía, por su profundidad, por su contraste, o por algo que no sé qué es; pero que no es la belleza de la cosa en sí, sino la forma estética que asume ante mi vista la realidad que miro, y la emoción que produce en mi conciencia aquello que veo y me conmueve.

—Entonces, el artista eres tú, que encuentras la belleza de las formas, allí donde uno que no tiene esa capacidad estética no capta nada especial. Pero ¿cuándo te ocurre? ¿A cada rato, o rara vez?

—Siempre es algo imprevisible. Y transitorio, algo que puede durar un instante o pocos minutos, eso no depende sino de que la forma bella y la emoción estética que produce se mantengan en el tiempo. Y esa forma y esa emoción es la que trato de captar con la cámara, de representarla en una fotografía, de modo de hacerla permanente, de fijarla para siempre en una obra de arte. Como te decía, no se trata de reproducir, de duplicar esa cosa o situación o realidad bella y que aprecio, sino de representar la belleza de esa forma, la intuición estética que experimento, en una fotografía que soy yo que la creo.

—Leí alguna vez alguien que afirmaba que el arte no tiene que ver con la belleza; pero tú hablas de las formas bellas, de la belleza que emociona.

—Bueno, hay tantas maneras de entender y de hablar sobre el arte como artistas diferentes. Pero yo digo que algo es bello, que hay belleza en un forma, para nombrar con esa palabra aquella realidad misteriosa que me produce una emoción estética. No digo “esto es bello y porque es bello me emociona y lo reproduzco en una obra de arte”, sino “a esto que me emociona lo llamo belleza, y es esa belleza, no la cosa bella, la que trato de representar en la obra”. ¿Me comprendes?

—Creo que sí.

Gabriel sintió que podía explicarlo mejor.

—Pienso que los que dicen que el arte no representa la belleza lo hacen porque tienen un preconcepto de la belleza, una definición de la belleza, que no corresponde a lo que experimentan en la intuición estética. Pero, entonces, es sólo lo que se entiende por belleza lo que se discute. Pero si llamamos ‘belleza’ a aquello que nos emociona estéticamente, lo que el arte busca y representa es y no podría ser otra cosa que la belleza, así concebida.

—Ahora lo entiendo perfectamente. Pero me gustaría que me dieras algún ejemplo. Que me expliques qué es lo que percibes e intuyes cuando sacas una fotografía de arte.

La pregunta no era fácil, y Gabriel quería concentrarse más en su búsqueda que en las explicaciones. Siguieron caminando. De pronto Gabriel se detuvo, preparó su cámara, encuadró, enfocó, y esperó pacientemente diez, veinte, treinta segundos sin obturar. Lo hizo finalmente, en el momento exacto que le indicó su intuición.

—¿Puedes explicarme la fotografía que sacaste?

—En parte puedo hacerlo. Pero ya lo verás después de procesar la foto. Tu miraste lo mismo que yo, pero probablemente no viste lo mismo, no intuiste lo que yo intuí. Mira la vereda del frente. Observa el muro, con partes del estuco caído y la pintura y los colores deslavados por el paso del tiempo y la intemperie. Mira la puerta, con el picaporte de bronce que no reluce, y la madera que ha perdido el color original pero que resiste con nobleza el paso del tiempo. Observa ahora la ventana a la izquierda de la puerta, que está con los vidrios cerrados pero con las cenefas abiertas, de modo que la luz del sol entra y deja ver unos visillos muy tenues que algún día deben haber sido blancos, pero que el tiempo y la falta de lavado los ha puesto grises. Mira por la ventana la pieza iluminada por una lámpara que proyecta una luz amarilla sobre la mujer que está inclinada delante de una vieja  máquina de coser. Ahora trata de recordar un hecho que pasó ante nuestra vista, pero que tal vez no apreciaste porque estabas distraido. Allá va, en la otra cuadra, ese viejo encorvado y apoyado en su bastón, lo ví venir desde el otro lado. Lo esperé, y cuando pasó frente a la ventana derecha de la casa, esa que está cerrada, clic! Creo que capté la esencia misma del paso del tiempo en la vida humana. Eso es belleza, eso es arte.

Ambrosio lo escuchó extasiado. Gabriel continuó diciéndole:

—Imagina ahora la misma casa, pero recién pintada, con la puerta barnizada brillante y el picaporte reluciente, con los visillos blancos radiantes, y un hombre bien vestido que pasa por delante. Alguien pudiera decir que es una linda casa y una escena digna de ser fotografiada. Pero no, esta casa real que estamos viendo, deteriorada y que por tanto muchos dirían que es fea, que necesita ser pintada y puesta nuevamente en forma, es en cambio estéticamente bella porque genera una emoción estética. ¿Entiendes la diferencia que hay entre lo bonito y lo bello?

Así transcurrían las salidas de Gabriel y Ambrosio en busca de fotografías de arte. A veces salían al alba, cuando apenas aparecían las primeras  luminosidades de los astros. Otras veces lo hacían a plena luz del día. Y casi siempre conversaban sobre distintos temas de arte y sobre las distintas artes, incluido el arte culinario.

—¿Cuál es para tí la diferencia entre una fotografía artística y una pintura de arte?

—Hay sobre esto una vieja controversia. Algunos dicen que la pintura y la fotografía son en el fondo un mismo arte visual, pues ambos trabajan con colores, luces y sombras, y que la diferencia está solamente en el medio material que se emplea en la producción de las obras. Otros dicen que hay una gran diferencia en cuanto a lo que hacen los dos tipos de artista: los pintores  ‘hacen’ la obra de arte, los fotógrafos las ‘toman’. Pero otros dicen que, desde el punto de vista del que aprecia el arte, no del que lo produce, no habría mayor diferencia desde el punto de vista estético.

—¿Tú qué piensas?

—Yo afirmo que hay una diferencia sustantiva, una diferencia cualitativa entre la pintura y la fotografía, siendo ambas artes visuales. Los diferencio desde el punto de vista de lo que conversamos el otro día sobre la emoción o intuición estética.

—¿Serían dos tipos de emoción diferentes la del fotógrafo y la del pintor?

—Pienso que la diferencia es sutil, pero muy real. Diría, para empezar, que el fotografo puede tener muchas intuiciones estéticas un mismo día, y que son en cierto sentido, o sea, desde su punto de vista, efímeras, pasan rápido. En cambio el pintor, el que es realmente un creador de arte, tiene una intuición estética más profunda, más perdurable, y probablemente también más intensa. Una vez que la siente, la trabaja, la rumia, la perfecciona, la modela de a poco, cosa que no hace el fotógrafo.

—¿Me lo explicas algo más, para entenderlo bien? ¿Se te ocurre un ejemplo?

—No sé. Quizá al comienzo no hay mucha diferencia. Por ejemplo, un pintor pudo haber tenido la misma intuición estética que tuve yo frente a la casa vieja que fotografié el otro día. La capté, y ahí quedó en su estado original. Si un pintor tuviera la misma intuición, esa intuición estética lo perseguiría durante días, incluso quitándole el sueño. Y la trabajaría primero en bosquejos, tratando de darle una forma perfecta. Y la procesaría buscando los colores, las luces y las sombras hasta encontrar aquellas exactas que le permitan reproducir esa emoción, esa intuición estética.

—O sea, para ti la pintura es un arte mayor, más profundo, que la fotografía, si te entiendo bien.

—Sí, aunque me gustaría decir lo contrario puesto que la fotografía es mi forma de expresión artística. Pero sí, la verdad es que no tengo dudas al respecto, y eso lo veo no solamente desde el punto de vista del artista, sino también del que aprecia las obras de arte. Yo puedo ver una fotografía y captar la emoción que representó en ella el fotógrafo, mirándola durante unos segundos, tal vez minutos. Pero ante un gran cuadro de un pintor, puedo pasarme horas y días contemplándolo, y teniendo a partir de esa contemplación unas emociones estéticas muy profundas y perdurables.

—De todos modos —acotó Ambrosio—, grandes fotógrafos y grandes pintores no son muchos.

—Hay grandes fotógrafos y grandes pintores; pero su grandeza, en mi opinión, es diferente. Y esto me lleva a la distinción entre lo bello y lo sublime.

—¿En qué sentido se distingue lo que es bello y lo que es sublime?

—La distinción entre lo bello y lo sublime la hizo el filósofo alemán Manuel Kant, que dice que las cosas bellas y las sublimes producen emociones de muy diferente intensidad. Yo digo que lo bello lo puedes encontrar, experimentar y representar a menudo y en muchas cosas, mientras que lo sublime es la belleza excepcional, la belleza en sí misma, que se presenta como algo trascendente, que trasciende el tiempo y el espacio. Y no me preguntes más porque para entender la diferencia es necesario haber uno mismo experimentado la emoción de estar frente a algo sublime, algo grandiosamente bello. Personalmente puedo decirte que he experimentado emociones sublimes ante algunas pinturas de grandes maestros, mientras que nunca he sentido igual intensidad ante una fotografía artística, ni de los mayores fotógrafos. Pero no mires en menos la fotografía, que las hay grandiosas y que nos dejan emociones perdurables.

—Cuando se dé la ocasión debo ir tanto a una exposición de fotografía artística como a una de pintura.

—Bien dicho, no hay mejor modo de entender estas artes que apreciándolas y sumergiéndose en ellas.